Un tren que corre y silba como un cometa: el Metrò de Navidad de Fausto Melotti


En 1965, Fausto Melotti (Rovereto, 1901 - Milán, 1986) creó una pequeña escultura de latón, titulada "Metrò natalizio", que daba forma a uno de sus poemas.

Hay un tren parado en una estación de metro, lo vemos de frente. Podemos distinguir una figura en el interior del convoy, tal vez la del conductor. El gentío típico de los días previos a Navidad se agolpa en el andén. Por encima de la locomotora vemos una estrella, un cometa que no brilla en el cielo, sino sobre las vías del metro. Es una imagen que Melotti había fijado en sus pequeñas hojas de apuntes y reflexiones, conservadas con sumo cuidado y recogidas después en Linee, esa especie de zibaldone de pensamientos dispersos publicado en 1981 por Adelphi. Una cuarteta: “El metro en Navidad / Silba como un cometa / En la escalera el frío la niebla la nieve / Se empujan”. Es la misma imagen que aparece en el final de la novela de 2018 de Giosuè Calaciura, cuando los pobres marginados que frecuentan la terminal de un tranvía en las afueras de una gran metrópolis ven el vehículo en marcha la noche de Navidad, ven su masa desaparecer en la oscuridad, ven las chispas que el pantógrafo deja durante el trayecto: “a todos les parecía un cometa”.

En la novela del escritor siciliano, es el misticismo que impregna el belén de los últimos el que transforma el tranvía en cometa; en la obra de Melotti, el milagro es posible gracias a la poesía. Su Metrò de Navidad, escultura de latón de 1965 que diluye y ralentiza un tema propio de la poética futurista a la que el artista se había acercado de joven, es una imagen de lo cotidiano que se convierte en poesía, es lo ordinario que se vuelve lírico a través de la ligereza y la imaginación de Melotti.



La fantasía está en constante servicio en el universo de Fausto Melotti, como escribió Giorgio Zampa en el prefacio de Líneas. Y esa fantasía “aparece por todas partes, relampagueante e imprevisible”, mientras que las apariciones del artista trentino aparecen y se disuelven “en una dimensión euclidiana, regida por el cálculo, el ritmo, la medida, bajo el gélido esplendor de la Cifra”. Así se puede resumir el arte de este singular ingeniero eléctrico nacido en Rovereto, que se enamoró del Renacimiento florentino cuando terminó el bachillerato en la capital toscana siendo un niño, y luego se convirtió en alumno de Wildt en la Academia de Brera. Su arte es “geométrico angelical”, como él mismo lo definió en el texto que preparó para el catálogo de su primera exposición individual, celebrada en la Galleria del Milione de Milán en 1935. Es casi un unicum en el arte italiano de mediados del siglo XX: pocos otros (me viene a la mente el nombre de Osvaldo Licini, por ejemplo) consiguieron esa unión de poesía y abstracción a través del signo que hace posible el arte de Melotti. Es una unión de esprit de géometrie y esprit de finesse que genera música, por exhumar la fórmula que Maurizio Fagiolo dell’Arco, recurriendo a Pascal, utilizó para definir la obra de Melotti en un estudio sobre elarte abstracto italiano publicado en 1986. Es la poesía la que se casa con la música y es a su vez el sentimiento poético el que se casa con la escultura, parafraseando una nota suya: la vida de las artes, según Melotti, reside en su matrimonio. Y celebrar este matrimonio es rigor geométrico, es orden, es armonía.

Fausto Melotti, Christmas Metrò (1965; latón, 82 x 53 x 32 cm; Colección particular © Fondazione Fausto Melotti)
Fausto Melotti, Navidad Metrò (1965; latón, 82 x 53 x 32 cm; Colección particular © Fondazione Fausto Melotti)

El orden rige también el Metrò natalizio, aunque sea un orden diferente al de las obras más abstractas: la escultura data de una época en la que Melotti ya había experimentado con sus rigores de contrapunto y armonías, la desmaterialización de las figuras, su abstracción de las formas para ponerse a la altura de las investigaciones de los Espacialistas, los pequeños teatros atentos a la Metafísica. En el Metrò de Navidad, corrobora ese acercamiento a la figuración que vuelve a menudo en su producción de los años sesenta, periodo en el que su actividad tuvo un nuevo comienzo tras veinte años dedicados casi exclusivamente a la producción cerámica. Y la obra recuerda a sus pequeños teatros de veinte años antes, esas cajas que evocaban interiores habitados, con las mismas atmósferas suspendidas de los pintores metafísicos, pero desprovistas de su inquietud y angustia. El Metro de Navidad es también una especie de caja donde el espectador observa un trozo de realidad ordinaria. Tres losas verticales y una horizontal bastan para crear una estación, con paredes, pilares, el andén. Una cuarta losa, perpendicular a la pared de la estación, con una cara superior convexa y una abertura en el centro, es el tren. Un grupo de varillas filiformes que terminan en esferas irregulares, todas diferentes como si fueran descripciones de personalidades y caracteres individuales, son las personas que se agolpan en el andén. Algunas de estas figuras, que recuerdan vagamente a los personajes de Giacometti, llevan un cono en la cabeza: un sombrero, en otras palabras. Son como notas que dictan el ritmo en la partitura. El cometa cuelga sobre la silueta del tren con un par de cadenas: son las mismas que cuelgan de la pared de al lado, insertadas por Melotti para evocar, por sinestesia, sensaciones sonoras, para sugerir el traqueteo del convoy, como un sello más del maridaje entre diferentes formas de arte.

El Metrò de Navidad es una escultura de signo, una obra en la que la forma se desmaterializa en una síntesis musical, es “modulación” más que “modelado”. Para Melotti, la equivalencia estaba clara: el modelado procede del modelo, el modelo se inspira en la naturaleza, la naturaleza es desorden. La modulación procede del módulo, el módulo es la expresión de un canon, y por tanto es orden. Lo explicó en la introducción de su exposición de 1935, pero es una implicación que se aplica a toda su escultura. Y el signo es lo que “hace figurativa la pintura”, escribía Melotti en sus folletos. No es a la figuración a quien corresponde esta tarea, porque el arte “no representa, sino que transfigura la realidad en símbolos”.

Así que aprovecharemos estas fiestas navideñas para subirnos al metro de Melotti e iniciar un viaje: al fin y al cabo, “la obra de arte es un viaje”, decía el artista. No importa adónde conduzca, y no importa si, como anticipaba Calvino, amigo de Melotti, al final del viaje no se llega “a contemplar las esencias extremas, los ideogramas de un alfabeto absoluto”. Lo importante es que la obra es un viaje gratuito, que se ofrece, escribió Melotti, “incluso al más pobre de los hombres”, y que nos llevará “a regiones desconocidas que son mucho más bellas que las más agradables de la tierra”. No es necesariamente un viaje fácil, no es necesariamente un viaje exigente: casi nunca lo es. Por eso, para no correr el riesgo de perderse algo, para no permanecer con los ojos cerrados todo el tiempo durante el viaje, hay que leer atentamente el “programa”. Puede costar esfuerzo leerlo, pero la lectura será la energía que iluminará los vagones, que alegrará la vista, que evitará que afrontemos el viaje a oscuras.


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