Un sueño de máscaras: Luisa Casati en los retratos oníricos de Alberto Martini


Pocos artistas han sabido retratar el mundo onírico de la marquesa Luisa Casati: uno de ellos es Alberto Martini.

Quien vive en un sueño es un ser superior, quien vive en la realidad un ser infeliz". Son palabras de Alberto Martini (Oderzo, 1876 - Milán, 1954), artista que figura entre los protagonistas de la Belle Époque, así como uno de los nombres más subestimados del arte italiano de principios del siglo XX. Artista ecléctico, excéntrico, sorprendente, misterioso, había escrito esta frase en su autobiografía, principalmente para referirse a sí mismo, ya que en su relato se lee algo así como “mi vida es un sueño despierto”. Pero con toda probabilidad también se refería a los personajes, tan poco convencionales como él, de los que le gustaba rodearse. Entre ellos, Luisa Casati Stampa (nacida Luisa Adele Rosa Maria Amman; Milán, 1881 - Londres, 1957), la femme fatale por excelencia, la mujer que simbolizaba el decadentismo, la “divina marquesa”, como la llamaba Gabriele d’Annunzio (Pescara, 1863 - Gardone Riviera, 1938), con quien mantuvo un romance: Nacida en el seno de una familia de ricos industriales lombardos, de temperamento tímido e introvertido, se quedó huérfana de padre y madre cuando sólo tenía quince años, y se encerró aún más en sí misma, prefiriendo la compañía de sus dibujos y sus ensueños sobre magia y esoterismo, por los que había empezado a interesarse de joven. Luego, a los diecinueve años, se casó con el marqués Camillo Casati Stampa di Soncino, sólo dos años mayor que ella, un aristócrata, con quien empezó a frecuentar la alta sociedad milanesa de su época. Y fue durante estos encuentros cuando empezó a cambiar su carácter y a acercarse a los artistas y hombres de letras que frecuentaban los salones del Milán de principios del siglo XX.

Alberto Martini fue uno de los artistas más cercanos a Luisa Casati. Lo conoció con toda probabilidad en 1904: desde hacía unos diez años, el pintor y grabador veneciano había emprendido una exitosa carrera como ilustrador, y se había dedicado sobre todo a la ilustración de grandes obras maestras de la literatura (son especialmente memorables sus dibujos para la Commedia de Dante, iniciados en 1901). Ya había expuesto cuatro veces en la Bienal de Venecia, sus dibujos habían sido llevados a diversas exposiciones por toda Europa, y en 1904 estaba recién llegado del éxito que una de sus exposiciones había alcanzado en Londres. Fue entonces cuando el artista decidió trasladarse a Milán. Y probablemente Luisa Casati había oído hablar de él a través de Gabriele d’Annunzio, a quien había conocido en la misma época, quizá durante una de las periódicas cacerías que el marqués Casati Stampa organizaba en sus fincas de los alrededores de Gallarate. D’Annunzio y Martini compartían la misma pasión por el erotismo, por lo insólito, por la literatura, y el poeta, en cuanto conoció sus obras, no tuvo dificultad en comprender su valor. Para él, el artista veneciano era el “Alberto Martini de’ Misteri”, como lo llamó en una carta enviada a Vittorio Pica. Y no sólo eso: hay también una cierta dimensión mágica compartida por los dos artistas, con la divina marquesa en el centro. “Si en D’Annunzio”, escribió el crítico literario Ferruccio Ulivi, “se manejaba cuidadosamente un coté mágico-esotérico-surrealista al margen de una deslumbrante empresa literaria espectacular, Casati, que era su amigo, era en cierto modo su doble profano”. Y es quizás por esta razón por la que Luisa Casati se convirtió en la musa perfecta para Alberto Martini. En uno de sus artículos para La Tribuna, D’Annunzio había escrito que “sólo la música puede expresar los sueños que nacen en el fondo de la melancolía moderna, los pensamientos indefinidos, los deseos sin límites, las angustias sin causa, las desesperaciones inconsolables, todas las perturbaciones más oscuras y angustiosas que hemos heredado de los Obermann, los Renés, los Jocelyn, los Guérinis, los Amiel y que transmitiremos a nuestros sucesores”. Esta evocación también podría describir plenamente el arte de Alberto Martini y la propia vida de Luisa Casati.

En aquellos años, Martini atravesaba una fase de su producción que Giovanni Papini calificaría con la pareja de adjetivos “erótico-fantástica”. Los mismos que podrían describir el primer retrato que el artista pintó de la marquesa. Corría el año 1906, y desde hacía algún tiempo Luisa Casati se encontraba en Venecia, adonde se trasladaría más tarde, en 1910, cuando compró el Palazzo Venier dei Leoni, la misma residencia que más tarde perteneció a Peggy Guggenheim y que hoy alberga el museo que atesora la colección de la gran coleccionista estadounidense. Su pasión por Venecia le había sido transmitida por Gabriele d’Annunzio, y la ciudad se convirtió en una especie de escenario en el que a la marquesa le encantaba actuar. Sobre todo por la noche, en la plaza de San Marcos. El escenario que Martini eligió para su espléndida litografía, que nos ofrece un retrato exacto de cómo quería aparecer la marquesa. Elegante, misteriosa, seductora, independiente, casi inquietante. La vemos caminar a grandes zancadas, con un vestido ajustado que acentúa sus formas extremadamente esbeltas (y estudiadas: su llamativa delgadez, que unida a su estatura fuera de lo común, se consideraba un defecto según los cánones de belleza de la época, y poco apropiado para una mujer: su físico encarna por tanto también su libertad), con un huesudo pequinés, de noche, en una Venecia espectral. Solitaria, camina por la riva degli Schiavoni en dirección a San Marcos, con la isla de San Giorgio al fondo, algunas góndolas en la dársena de San Marcos y, a lo lejos, una balsa de velas deshilachadas, que parece casi guiada por fantasmas. “Muy alta, muy delgada, con un rostro devorado por unos ojos enormes y bistrales”, escribe de nuevo Ulivi, “había llegado a personificar en todos los sentidos un repertorio decadente entre ’negro’ y hechizado, de Khnopff a von Stuck, de van Dongen a Klimt”. No en vano, debido a la extraordinaria naturaleza de su figura, los artistas habrían hecho cualquier cosa por retratarla, y no se pueden contar los pintores y escultores que la eligieron como modelo.

Alberto Martini, La marquesa Luisa Casati (1906; litografía sobre papel, colección privada)

El primer retrato realizado por Martini es una especie de declaración, al plasmar con excepcional eficacia la imagen que Luisa Casati quería dar de sí misma. Y es interesante observar que el artista no sólo realizó retratos a imagen de la marquesa: también habló de ella en sus escritos. En un pasaje, por ejemplo, escribe sobre ella en estos términos: “La marquesa vivía en parte como esclava de su mundo onírico. Tenía dos vicios: su palacio y sus círculos aristocráticos. Le servían de escenario donde todo el mundo podía ser actor, pero cuando ella entraba, todo el mundo se convertía automáticamente en espectador o elemento adicional”. El elemento que diferencia a Martini de muchos otros artistas que realizaron retratos de Luisa Casati (famoso sobre todo el de sus perros, de Giovanni Boldini) es que el pintor de Oderzo estaba dotado de una imaginación onírica fuera de lo común. Y puesto que la marquesa también era “esclava de su mundo onírico”, quizá ningún otro artista supo penetrar mejor en este mundo. En realidad, los sueños de la marquesa tomaban la forma de disfraces, disfraces excéntricos, animales exóticos, fiestas de máscaras, paseos en plena noche por una Venecia silenciosa, uno de los cuales sería descrito por una insospechada Margherita Sarfatti: “Dos noches antes, tras la fiesta persa de la marquesa Luisa Casati, la silenciosa plaza de San Marcos, rosa y gris a la luz del alba, se había despertado con un prodigioso sueño de máscaras; a la cabeza de todas ellas estaba la marquesa, con su loro en el puño, en el peinado de princesa de cuento de hadas ideado por Bakst para aquella inventora de exquisitos. Nunca Carpaccio, ni Paolo Veronese, ni Gentile Bellini habían representado un conjunto más espléndido en los calli y a lo largo de los canales ya irisados de grandeza milenaria”.

El temperamento decadente de Alberto Martini quiso preservar el recuerdo de esta feminidad excéntrica y fuera de lo común, y en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, el artista realizó varios retratos de la marquesa en los que aparecía con su cuerpo sufriendo mutaciones, con ella convertida en mariposa y volando sobre los canales de Venecia, como en Un lent réveil après bien de métempsychoses (título tomado de una letra de Verlaine) o en Diamante - Mariposa de la noche. Exactamente como la mariposa, la Marquesa quiso encarnar los rasgos de un ser de naturaleza híbrida, y como la mariposa, Luisa Casati supo ser grácil, femenina, frívola. Pero había también una reflexión sobre la fugacidad de la existencia, dada también la vida efímera de la mariposa: es esa frontera entre la vida y la muerte la que anima la estética decadente. Estos retratos habrían llamado la atención del mencionado Vittorio Pica: “evocando sobre un fondo pintoresco de Venecia nocturna, la persona alta y esbelta y el rostro intensamente expresivo de la marquesa Luisa Casati, hizo de ella, cediendo a un capricho de su imaginación siempre en ebullición una extraña y misteriosa criatura de cuento de hadas, mitad mujer y mitad mariposa, que recuerda en la mente de quien la contempla un poco más aquel verso de Paul Verlaine de tan sutil sugerencia, que habla de un lent réveil après bien de métempsycoses”.. Y Martini conocía bien a Verlaine y a los simbolistas franceses, ya que en la década de 1910 realizó varias obras inspiradas en sus composiciones. La seducción y la fragilidad de la mariposa son elementos que también aparecen en Verlaine, pero a esa dimensión totalmente onírica del poeta francés, Martini sustituye una imagen sostenida por una fisicidad viva y presente, que se adivina bajo la túnica hecha jirones en forma de largas piernas y pies calzados con tacones y brazos que exhiben llamativas joyas. “Un retrato”, escribió Dario Cecchi, “que sin duda comenzó a establecer un aura de leyenda en torno al personaje de Casati”.

Alberto Martini, Un lent réveil après bien de métempsychoses (1912; pastel sobre papel; Turín, Colección particular)
Alberto Martini, Un lent réveil après bien de métempsychoses (1912; pastel sobre papel; Turín, Colección particular)


Alberto Martini Felina (1915; litografía en blanco y negro, acuarelada a mano, 13,5 x 10,7 cm; Oderzo, Pinacoteca Alberto Martini, Fondazione Oderzo Cultura onlus)
Alberto Martini, Felina (1915; litografía en blanco y negro, acuarela a mano, 13,5 x 10,7 cm; Oderzo, Pinacoteca Alberto Martini, Fondazione Oderzo Cultura onlus)


Alberto Martini, Celos (1919-1920; témpera sobre papel, 310 × 190 mm; Collezione Ines Grignani Anderloni)
Alberto Martini, Celos (1919-1920; témpera sobre papel, 310 × 190 mm; Collezione Ines Grignani Anderloni)

Una leyenda que Martini, aún hoy, sigue alimentando con sus propios escritos. Incluso la firma de un contrato se convirtió en una especie de performance. Posó como un gran artista, y como una gran dama, para los más grandes artistas del mundo“, escribió Martini. ’En un ala de su palacio parisino tenía una galería de hermosos retratos. De 1912 a 1934 le hice doce retratos, y ella los quería cada vez más grandes; así llegué a medir tres metros y medio. Tuve que trabajar en dos escaleras unidas por un dosel. Sus loros subían allí conmigo, y volando en lo alto de la antena, donde tenía que mantener el equilibrio, había un gran pájaro del Gran Cañón. Alrededor, una hilera de enormes sillas de plata y oro, y pieles de león para los invitados aristocráticos y los artistas. El espectáculo fue divertido y acrobático. El vernissage de los tres grandes retratos fue un magnífico baile que le costó un millón. 1912. Los invitados extranjeros venían de Inglaterra, Alemania, Italia y América. Todos los años tenía que ir a París, y si no iba venía a invitarme a Milán. Una vez incluso con el abogado, para redactar un contrato regular, con plazos y anticipos y gastos de viaje para mí y mi esposa, y no había manera de cambiar el sistema. El contrato fue firmado por las partes, por duplicado, en una habitación muy calurosa. La marquesa entró y se puso de pie, hierática como una majestad bizantina, con un traje dorado y rosa pálido, sus colores favoritos, tachonado de gemas, perlas y cruces relucientes. Sus ojos inmóviles como el esmalte. En el centro del salón, un diván bajo cubierto con un lúgubre paño de terciopelo negro y sobre él tendido un muerto desnudo. Cuando entré parecía un cadáver, pero yo estaba preparado para cualquier cosa. Era un cadáver divino, un Cristo depuesto tallado en marfil antiguo, vívidamente iluminado. [...] Así, el gran artista había transformado el banal piso del gran hotel en un misterio teatral”.

Algunos de los retratos mencionados por Martini son tan extraños como una noble podría haber deseado entonces de un artista. En uno de ellos, la marquesa se hizo retratar disfrazada por César Borgia en un salón de su palacio de París. Y es uno de los enormes lienzos de más de tres metros a los que Martini alude en su escrito. También está el retrato “como un arquero salvaje”, en el que viste las ropas de un nativo americano. En otro aparece vestida como la condesa de Castiglione. Eran los trajes que se hacía para las fiestas, gastándose cantidades absurdas de dinero. También hay un dibujo en el que aparece de pie en un banco de Venecia, atada al guepardo que solía llevar en sus salidas. También está el famoso grabado en el que la marquesa aparece en eltaller parisino de Martini, envuelta en un pesado pañuelo que sólo deja al descubierto sus ojos. Detrás de la marquesa vemos otro retrato suyo, que la representa en forma de Medusa: la gorgona mitológica era uno de los personajes más populares en el imaginario simbolista, y sus referencias simbólicas encajaban bien con la personalidad hechizante de la divina marquesa. En retratos como el de Medusa, Martini se concentró en la mirada penetrante de Luisa Casati, una mirada capaz de petrificar y que se convirtió en una constante en los retratos de todos los artistas que tuvieron que pintarla o dibujarla. Y ella era muy consciente de ello, dado también el maquillaje que utilizaba y que realzaba sus grandes ojos muy abiertos.

Alberto Martini, La marquesa Casati como César Borgia (1925; pastel, 280 x 125 cm; Colección Privada Audouy)
Alberto Martini, La Marquesa Casati como César Borgia (1925; pastel, 280 x 125 cm; Colección Privada Audouy)


Alberto Martini, La marquesa Casati como arquera salvaje (Gran Cañón) (1927; pastel sobre papel, 300 x 140 cm; Colección Privada Audouy)
Alberto Martini, La marquesa Casati como arquero salvaje (Gran Cañón) (1927; pastel sobre papel, 300 x 140 cm; Colección Privada Audouy)


Alberto Martini, Portrait de la marquise Casati dans mon atelier a Paris (1925; litografía sobre papel, 365 x 270 mm; colección particular)
Alberto Martini, Portrait de la marquise Casati dans mon atelier a Paris (1925; litografía sobre papel, 365 x 270 mm; Colección Privada Audouy)


Alberto Martini, Medusa (1925, fotografía de un pastel original perdido)
Alberto Martini, Medusa (1925, fotografía de un pastel original perdido)

Las relaciones entre Alberto Martini y Luisa Casati no siempre fueron bien. El hecho de que ella considerara su propia existencia una obra de arte, se desprende de una anécdota que nos retrotrae al París de los años 1910. Algunos amigos -recuerda el artista-, entre ellos los directores de una gran galería de arte, querían organizar una exposición de los retratos que yo había pintado para la Marquesa Casati. Trabajaron en vano durante un año para conseguirlos. La marquesa no los quiso, protestando que lo mío no era arte de estudio y que nunca permitiría una exposición tan popular. En ese caso perdí una fortuna, pues la curiosidad era grande. Pero la fortuna valía frente a la dignidad del arte, ¡añadió!“. Cabe preguntarse, pues, por qué la marquesa Casati se dejaba retratar en las poses y los trajes más atrevidos o, en palabras de Dario Cecchi, por qué corría el riesgo de ”entregarse a los indiscretos desvaríos de un artista y exponerse a las burlas del pueblo“, dado que a menudo se la retrataba semidesnuda o en actitudes que se consideraban impropias de una noble. Quizás sólo haya que interpretar literalmente sus retratos: ”tanto si se trata de César Borgia blandiendo un cuchillo“, escribe Chiara Toti, ”como de la condesa de Castiglione, una de las mujeres que más admiraba, no hacía más que seguir las múltiples manifestaciones de su personalidad".


Advertencia: la traducción al inglés del artículo original en italiano fue creada utilizando herramientas automáticas. Nos comprometemos a revisar todos los artículos, pero no garantizamos la total ausencia de imprecisiones en la traducción debido al programa. Puede encontrar el original haciendo clic en el botón ITA. Si encuentra algún error, por favor contáctenos.