Convertido en un símbolo indiscutible del diseño italiano, el 500 tiene una historia larga pero aún relevante. Parte de esta historia comenzó en la década de 1950, en pleno auge económico, cuando Dante Giacosa (Roma, 1905 - Turín, 1996), ingeniero, diseñador y en aquel momento jefe de diseño de automóviles de FIAT, recibió el encargo de diseñar un automóvil “superutilitario”, económico tanto en términos de coste de producción como de precio en el mercado, que pudiera también, y sobre todo, satisfacer las necesidades de la clase trabajadora. Basándose en la intuición de Hans Peter Bauhof, un joven técnico que trabajaba en la división FIAT de Weinsberg (Alemania), Giacosa diseñó un nuevo coche, que cuando se lanzó en 1957 se denominó “Nuevo 500”. Este nombre no era en absoluto casual, sino que situaba la nueva creación en continuidad con el 500 anterior, un coche pequeño y utilitario, apodado “Topolino” (Mickey Mouse), cuya producción había comenzado en 1936.
La elección de materiales y componentes mecánicos estuvo marcada por una gran economía y una cuidadosa investigación: con un motor trasero bicilíndrico de cuatro tiempos de 479 cc y una potencia de 13 caballos, el Nuevo 500 mide algo menos de 3 metros de largo, es pequeño y compacto. Inicialmente estaba homologada para dos pasajeros, ya que la parte trasera sólo albergaba un pequeño asiento corrido, y se caracterizaba por un diseño muy espartano y minimalista, sin cromados. Estas características, en relación con el precio de lanzamiento de 490.000 liras (el equivalente a unos 7.000 euros actuales), no contaron de inmediato con el favor del gran público, por lo que se fabricaron lo antes posible dos versiones diferentes: el Nuevo 500 Economica, casi idéntico en equipamiento a la primera versión, pero con mayor potencia y un precio reducido, y el Nuevo 500 Normale, que experimentó cambios tanto mecánicos como estéticos, aplicando diversas mejoras en el equipamiento.
A partir de ese momento, el reconocimiento y el éxito aumentaron, y comenzó el “viaje” del Nuevo 500, que se prolongó durante casi veinte años, y se enriqueció con otros modelos, como el 500 sport, el Giardiniera, el 500 F (producido entre 1965 y 1972 y que entró, en 2017, en la colección del MoMa de Nueva York), el 500 L y el 500 R, que marcó el final de la primera parte de la historia del coche y se produjo hasta 1975.
Durante este periodo de tiempo, concretamente en 1959, el Fiat 500 y su diseñador, Giacosa, obtuvieron un importante reconocimiento, el Compasso d’Oro, un premio concedido por la ADI (Asociación de Diseño Industrial) que pretende realzar y reconocer la calidad del diseño italiano. Entre las motivaciones, se puede leer cómo el 500 constituye “un ejemplo típico, en el ámbito del automóvil, de una forma nacida de la estrecha integración entre técnicas propias de las grandes series en la industria mecánica y particulares exigencias de economía en la producción de un coche de amplio destino popular”. El premio, “que subraya la valiente renuncia a la figuración tradicional del automóvil a través de un atento reexamen del conjunto de sus elementos fundamentales, pretende destacar el hecho de que esta concepción no sólo llevó al diseñador a la máxima limitación de los elementos superficiales del traje decorativo, sino que también marca un paso importante en el camino hacia una nueva autenticidad expresiva de la técnica”. Precisamente por estas características innovadoras, el 500 pronto se convirtió en “un bien común, un icono, un símbolo de optimismo, libertad y una nueva normalidad” en los años de posguerra. Con su pequeño tamaño y su bajo precio, a partir de los años sesenta este pequeño automóvil se convirtió en el espejo de una sociedad en evolución, en la que los jóvenes eran cada vez más protagonistas; el cine también desempeñó un papel importante, contribuyendo a su popularidad y convirtiéndolo en objeto de deseo, tanto dentro como fuera de la pantalla.
Un deseo que sigue aflorando con el paso del tiempo, y que aún anima la imaginación de muchos entusiastas y de otras personas. De hecho, en 2007, exactamente cincuenta años después del nacimiento del primer “Cinquino” (así se apodó al Nuevo 500), nació la segunda generación del Fiat 500, que reinterpreta el modelo original, vinculándolo a la tecnología de la época. Con una forma más redondeada, una huella más grande y una multitud de posibles combinaciones de accesorios y equipamientos, apareció apto para todos los públicos, sin dejar de ser coherente con su antecesor y ganándose el reconocimiento internacional a través de numerosos premios. Esto nos lleva a la tercera generación, la de 2020: un modelo que es intérprete de las necesidades contemporáneas, explorando las capacidades de la energía eléctrica, pero conservando un diseño que pone “a las personas en el centro” y hace de este 500 la evolución natural de sus predecesores.
Este parece ser precisamente el punto fuerte de un coche que se ha convertido casi en un símbolo de identidad, con el que muchas personas aún se reconocen: la capacidad de cambiar e innovar, de pasar de dos a cuatro plazas, de un motor de 475 cc a otro de 594 cc, de una configuración más minimalista a otra más sofisticada, permaneciendo “siempre fiel a sí mismo y a su historia”.
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