“’¿Te importa si uso mi cuaderno?’. Adelante. Saqué del bolsillo un cuaderno forrado de tela encerada, sujeto con una goma elástica. Qué bonito. comentó. Los compraba en París, pero ya no los hacen”. En París“, repitió arqueando una ceja, como si fuera la cosa más snootiest que jamás hubiera oído” (Bruce Chatwin, The Ways of the Songs, Adelphi, 1988, p. 24).
El cuaderno del que habla Bruce Chatwin (Sheffield, 1940 - Niza, 1989), escritor nómada y viajero, en su libro Las rutas de las canciones (1987), es para él un objeto indispensable, del que nunca se separa; es en su cuaderno donde toma notas y apunta todo lo que aprende cada día, durante el largo viaje que emprendió en Australia para investigar, precisamente, las Rutas de las Canciones: “líneas imaginarias” que atraviesan todo el país, creadas por los cantos rituales de la tradición aborigen, que, según el escritor, constituyen la representación musical de las características geográficas y topográficas de estas rutas. Fue leyendo y reflexionando sobre estas páginas como Maria Sebregondi (Génova, 1949) obtuvo la inspiración que la llevó a crear (o mejor dicho, recrear) y producir un objeto hoy icónico y pop: el cuaderno Moleskine. La pasión por la escritura y la literatura siempre ha acompañado a Maria Sebregondi: nacida en Génova en 1949, muy joven se trasladó a Roma, donde terminó el bachillerato clásico, y después a Nápoles, donde se licenció en Literatura y cultivó su aptitud para la escritura y la traducción. Tradujo a varios autores, sobre todo franceses, como Marguerite Duras, Raymond Queneau y Georges Perec, y también obtuvo, durante cinco años a partir de 1998, una cátedra en la Universidad de Siena, precisamente de Traducción Literaria del Francés. No es casualidad, por tanto, que se inspirara en una novela que es también un relato de viajes. En 1994, durante una tarde de navegación por la costa tunecina, le vino la idea de relanzar aquel cuaderno con cubierta de lona encerada, “moleskine”, que literalmente significa “piel de topo”( mole en inglés significa topo), como lo definiría más tarde el propio Chatwin, fruto de una artesanía que poco a poco iba desapareciendo.
Aparte de Chatwin, son muchos los artistas que han utilizado el cuaderno como medio para escribir, dibujar y dejar fluir sus pensamientos, muchos de ellos de principios del siglo XX, como Hemingway, Picasso y Beckett. Sebregondi se da cuenta, de hecho, de que está surgiendo una nueva “clase creativa”, formada por viajeros y nómadas “contemporáneos”, profesionales para los que el trabajo y el tiempo libre están siempre ligados, que buscan una forma de contar y dejar constancia de sus experiencias. Aparentemente a contracorriente de la llegada de lo digital, nace un objeto que hunde sus raíces en la escritura a mano y se caracteriza por una estética claramente reconocible: tapa negra, bordes redondeados, banda elástica y bolsillo interior.
"Los cuadernos de Chatwin -afirmaba Maria Sebregondi en una entrevista al diario Repubblica- eran objetos llenos de historia y fascinación, estéticamente similares a esas herramientas tecnológicas que empezaban a poblar nuestras vidas. ¿Por qué no intentar recrearlos?". Partiendo de este reto, en 1997 Maria Sebregondi, junto con su amigo Francesco Franceschi, empresario y propietario de Modo&Modo Spa, registraron la marca Moleskine y empezaron a producir las primeras piezas (unas 5.000), planificando una distribución que se centraría no tanto en papelerías como en librerías, porque “cada cuaderno Moleskine es un libro aún por escribir y una historia que espera ser contada”.
Esta filosofía resulta ser un éxito, y en 1999 la distribución se exporta más allá de las fronteras nacionales, a Europa, Estados Unidos y Japón. La producción, por su parte, comienza en China, donde, según el cofundador de la marca, gracias a una vasta cultura para el papel y la encuadernación fue posible combinar las grandes cifras de la producción industrial con la elaboración artesanal, indispensable para elementos como el bolsillo completo y la banda elástica. De hecho, gracias a estos procesos, el cuaderno puede abrirse 180 grados, quedando plano.
El proceso de fabricación, que todos los fabricantes deben respetar, y la narrativa ligada al cuaderno de viaje, objeto de culto de muchos escritores y artistas, hoy complementario y no opuesto a la tecnología, han determinado la afirmación de la marca, hasta la compra en 2006 por un fondo de inversión francés de Modo&Modo, que se convirtió en Moleskine Spa.
Desde su nacimiento hasta la actualidad, Moleskine ha aumentado y variado su producción, desde agendas a cuadernos e instrumentos de escritura, pero el cuaderno sigue siendo el objeto icónico por excelencia, el símbolo en el que muchos se reconocen. Entre los escritores contemporáneos, Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura en 2006, acaba de publicar para Einaudi Ricordi di montagne lontane (Recuerdos de montañas lejanas), una preciosa colección de sus cuadernos, pequeños cuadernos Moleskine de tapas negras, en los que mezcla la escritura y la pintura, vistas como dos caras de la misma moneda, y en los que da voz a las atmósferas que animan sus novelas, fuertemente ligadas a Estambul, su ciudad natal, y a los paisajes de Turquía. Los mismos cuadernos, elegidos por el autor, se expusieron también en el Labirinto della Masone de Franco Maria Ricci, en el marco de la exposición Orhan Pamuk. Palabras e imágenes. Estos cuadernos, ordenados cronológicamente, relatan más de diez años de la vida del escritor y, al mismo tiempo, ponen de relieve la esencia que guió la creación de Moleskine: “el gesto meditado y reflexivo de pasar un bolígrafo por una página en blanco”.
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