Una vez más, asistimos a la integración de la inteligencia artificial en el panorama artístico, con resultados sorprendentes. En esta ocasión, dos renombrados artistas digitales contemporáneos, el estadounidense Ian Cheng (Los Ángeles, 1984) y el turco Refik Anadol (Estambul, 1985), han creado dos obras monumentales que representan toda la colección del MoMA de Nueva York de una forma inusual e innovadora.
La obra de Ian Cheng, titulada 3FACE, es, según el MoMA, “la exploración más audaz hasta la fecha en el campo de las tecnologías Blockchain y la descentralización de datos” y, al igual que otras obras de Cheng, pone elfoco en la capacidad de “adaptación” de la inteligencia artificial, destacada en este contexto por el análisis de las transacciones vinculadas a la cartera Blockchain del titular, que se procesan para crear un retrato visual único. De este modo, el proceso de acuñación se convierte en una metáfora de la evolución de la personalidad individual.
Cada retrato individual se crea basándose en tres niveles de conciencia (postura, crianza y naturaleza), y las categorías se dividen después en cuatro subniveles que describen características aún más específicas de la personalidad de un individuo. Esta instalación en curso es un experimento en el campo del “worlding”, como señala Cheng, es decir, la disciplina que explora la capacidad de la inteligencia artificial para interactuar con un entorno caracterizado por factores cambiantes.
Unsupervised - Machine Hallucinations - MoMA es, por otra parte, una instalación salida de la mente de Refik Anadol y fue la estrella de la exposición celebrada en el MoMa en la primavera del año pasado. Donada al museo por el empresario Ryan Zurrer, la obra consiste en una pantalla de 10 por 10 metros que emite repetidamente tres obras digitales, generadas a partir del archivo de obras del museo y de un modelode aprendizaje automático “entrenado” por el propio Anadol, con el fin de ofrecer al público una reinterpretación alternativa de los últimos doscientos años de expresión artística albergados en el museo. Una obra imponente que envuelve la mirada del espectador gracias a la reproducción de un flujo constante de colores intrincados, generados por las imágenes de todas las obras de la colección.
Una obra que habla del pasado, el presente y el futuro y de sus continuos cambios, y este proceso es posible gracias a la interacción del movimiento de los visitantes, monitorizado por una cámara fijada al techo, y el tiempo atmosférico de una estación meteorológica de Manhattan.
Podría decirse que la obra consta de dos almas sensibles: una vinculada a la colección del museo y otra en estrecha conexión con el entorno que la rodea, en todos sus aspectos. La peculiaridad reside en que, gracias al uso de un software personalizado capaz de “escuchar, ver y oír lo que ocurre en el museo y transformar estos datos en un sueño”, como explicó Anadol, se ha creado una verdadera escultura viviente de datos, una obra de arte libre de autodeterminarse en cada momento, proyectando infinidad de obras de arte alternativas generadas por la máquina en tiempo real. A partir de numerosas entradas, como sonidos, imágenes y textos, se generan salidas alternativas fruto de la imaginación de la inteligencia artificial.
Ya se trate de una burbuja destinada a explotar o de un auténtico avance, la inteligencia artificial representa una de las expresiones artísticas más controvertidas de nuestro tiempo y los debates son frecuentes, sobre todo cuando se observan intentos de institucionalizarla en los grandes museos.
Si ampliamos la mirada más allá del MoMa, vemos que el Museo de Arte de Denver ya había presentado la primera obra de arte generada íntegramente por inteligencia artificial, un vídeo creado por la poetisa Jennifer Foerster cuyo texto está animado por dos programas informáticos coordinados por el artista Steve Yazzie. Del mismo modo, la Dead End Gallery de Ámsterdam se perfila como pionera al ser la primera galería dedicada íntegramente a la inteligencia artificial, que abrirá sus puertas en marzo de 2023.
La adopción de la tecnología moderna en el mundo del arte es un tema muy debatido y la idea de una posible “muerte” del arte tradicional es poco probable. Si pensamos en las NFT, fueron concebidas con la intención de generar escasez artificial, pero acabaron funcionando de forma totalmente opuesta: en lugar de crear escasez, generaron una gran disponibilidad y, en consecuencia, un descenso del interés. Tras un momento de máxima expansión, la tendencia se desvaneció y regularizó, sin haber restado demasiado espacio a las artes tradicionales.
Los artistas siempre han utilizado la tecnología para hacer cosas que no podrían haber hecho ellos mismos o simplemente para ver qué pasaba, y es muy poco probable que el arte humano sea sustituido por la inteligencia artificial en el futuro, precisamente porque esta última se basa en información disponible públicamente y su proceso creativo es una combinación de diferentes elementos de fuentes públicas. En consecuencia, no es realista esperar obras totalmente únicas y no deberíamos pensar en confiar en la inteligencia artificial para sustituir a los seres humanos. Más bien deberíamos pensar en la relación entre la inteligencia artificial y los seres humanos como una colaboración eficaz que conducirá a resultados nuevos y más curiosos, sin que una parte prevalezca totalmente sobre la otra.
La inteligencia artificial utilizada por Anadol y Chang es simplemente un truco, y sus obras son una meditación sobre la tecnología, la creatividad y el arte contemporáneo. De hecho, la visionaria obra de los dos artistas, especialmente Anadol, utiliza la inteligencia artificial no sólo para la creación de la obra sino, sobre todo, para proponer al espectador una nueva y profunda reflexión sobre la creación artística en sí misma y una comprensión alternativa del arte de nuestro tiempo.
Con este telón de fondo, sería oportuno llamar la atención de críticos como Jerry Saltz, que rápidamente desacreditó la obra de Anadol calificándola simplemente de “mediocridad generadora de multitudes”, sobre el hecho de que también la fotografía fue objeto de críticas similares en los albores de la década de 1930, al ser considerada una amenaza para la creatividad humana. Sin embargo, incluso entonces, el MoMa fue uno de los pioneros en reconocer el valor artístico de la fotografía, incluyendo las primeras obras fotográficas en su colección.
Más que preguntarnos si el mundo del arte puede convivir con la inteligencia artificial (spoiler: ya lo está haciendo), sería oportuno preguntarnos qué podríamos hacer con tanto potencial a nuestra disposición.
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