Refinamiento, belleza y mito: la sibila cumana de Domenichino


Una de las obras más refinadas del clasicismo del siglo XVII, la Sibilla Cumana de Domenichino, en sus diversas versiones, es una de las obras más famosas del pintor boloñés.

Una joven vuelve la mirada hacia arriba y de su boca entreabierta parece emitir un sonido, una canción; su rostro dulce y delicado tiene los tonos sonrosados de la infancia. Su cabello rubio y liso está recogido y envuelto en un suave y lujoso turbante, igual de suntuoso y rico en drapeados es el vestido que lleva de color dorado, y desde sus hombros hasta sus pálidos brazos cae un manto de tonos anaranjados decorado con motivos dorados. Sus manos suaves y delicadas descansan sobre un libro que sostiene abierto casi en ángulo recto sobre una especie de plinto, y con la mano izquierda sujeta también un pergamino blanco. Desde detrás de ese plinto se eleva en vertical el mango de una viola. La muchacha está en un interior, apoyada justo debajo de una abertura al exterior desde la que se ve el azul del cielo y el verde de las hojas de laurel, mientras que en la pared del primer plano, junto a la muchacha, crece una enredadera. Así es como se muestra al observador la famosa Sibila cumana representada por Domenichino (Bolonia, 1581 - Nápoles, 1641).

Ciertamente, como maestro del clasicismo del siglo XVII que era, la representación de la Sibila era un tema muy querido por el boloñés Domenico Zampieri, ya que en muchos casos era precisamente en la mitología donde encontraba su inspiración en una época en la que el retorno a los temas y a la cultura clásicos era fundamental. Personajes mitológicos a menudo ambientados en un paisaje ocupaban los lienzos del célebre artista, a los que además dotaba de un refinamiento y delicadeza únicos y de una presencia escénica casi teatral.

Las sibilas eran jóvenes vírgenes devotas del dios Apolo capaces de pronunciar oráculos, es decir, predecir el futuro, aunque las frases que pronunciaban eran algo difíciles de descifrar. En el mundo mitológico griego y romano, el término “sibila” se refería a todas las profetisas que pronunciaban profecías cuando estaban poseídas por un estado de trance y, como estaban repartidas por todo el Mediterráneo, cada una se distinguía según la zona.

Domenichino, Sibilla Cumana (1617; óleo sobre lienzo, 123 x 89 cm; Roma, Galleria Borghese)
Domenichino, Sibila cumana (1617; óleo sobre lienzo, 123 x 89 cm; Roma, Galleria Borghese)

La Sibila de Cumas, la representada por Domenichino, era la sibila de la ciudad de Cuma, en Campania; hija de Glauco, Deífobo (como se la llamaba) era sacerdotisa de Apolo y Hécate. Fascinado por ella, el dios Apolo le ofreció cualquier don que deseara: Deífobo pidió vivir tantos años como los granos de arena que tenía en la mano, pero olvidó pedir al mismo tiempo conservar toda la lozanía de la juventud; Apolo le concedió también este último don, pero a cambio debía corresponder a su afecto: en este punto la muchacha prefirió la castidad inviolable a la eterna juventud. Convertida pues en sibila, inspirada por Apolo, pronunciaba sus oráculos desde las profundidades de una caverna del templo de la divinidad: de cien puertas salían voces terribles que hacían audibles las respuestas de la profetisa. Sin embargo, Deífobo era también sacerdotisa de Hécate, que le había confiado la tarea de custodiar las arboledas sagradas del Averno. Fue desde aquí, de hecho, desde donde Eneas se había dirigido a ella para descender a los infiernos. En la época de Eneas, la Sibila ya había vivido setecientos años (Virgilio la presenta como “la vieja Virgen Sibila”) y aún le quedaban trescientos años de vida según el número total de granos que tenía en la mano en el momento del pacto. En el tercer libro de la Eneida, Virgilio cuenta que la Sibila de Cumas solía anunciar sus oráculos escribiéndolos en hojas y había que tener cuidado de coger esas hojas en el mismo orden en que las había dejado porque, de lo contrario, si el mensaje se acababa por desorden o pérdida del viento, no se recibiría respuesta.

La caverna desde la que la sacerdotisa promulgaba sus profecías permanece suspendida entre la realidad y la mitología hasta nuestros días, porque de hecho este misterioso lugar aún puede visitarse hoy en día: un largo túnel de forma trapezoidal excavado en la roca, con varias ramificaciones, la mayoría de ellas sin salida; en el centro se encuentra la sala donde recibía la sibila. Incluso cuando su cuerpo estaba desgastado y devorado por el tiempo, reducido a casi nada, y encerrado en una ampolla, sólo se oía su voz. El propio Virgilio, en el sexto libro de la Eneida, relata el encuentro entre Eneas y “Deífobo de Glauco, ministril de Diana y Apolo” y la “inmensa caverna que en el monte penetra. Cien caminos, cien puertas se abren a su alrededor; y cien voces salen a la vez cuando la sibila intuye sus respuestas”. Y es allí donde Eneas encuentra a su padre Anquises, en el umbral de los infiernos.

Sin embargo, la cuestión de la verdadera existencia de la sibila sigue rodeada de misterio.

La caverna de la Sibila de Cumas
La caverna de la Sibila en Cuma. Foto Crédito


La habitación de Sybil
La habitación de la Sibila. Ph. Crédito

No está claro si la Sibila cumana representada por Domenichino se encuentra en esa caverna de los Campi Flegrei, aunque parecería que no, dada la presencia de plantas y del cielo, pero lo que parece inequívoco es la referencia al dios Apolo en diversos símbolos pintados en el lienzo: la presencia de instrumentos musicales (el mango de la viola) en referencia a la deidad como protectora de las artes y la música, las notas musicales de un aria a una sola voz en el pergamino, y la planta de laurel que se vislumbra en el exterior (el laurel es la planta sagrada para Apolo). El propio Domenichino tenía una aptitud especial para la música , de la que poseía tanto conocimientos teóricos, especialmente el estudio matemático de la armonía, como prácticos. Se rodeaba a menudo de la compañía de músicos y compositores y sabía tocar la viola, la cítara y el laúd, además de cantar madrigales, odas y otras composiciones. Su conocimiento concreto de los instrumentos musicales se tradujo en la representación precisa de instrumentos y partituras en sus cuadros.

El artista creó el famoso cuadro de la Galería Borghese de Roma en 1617, precisamente para Scipione Borghese, el cardenal sobrino del Papa Pablo V, que inició la adquisición intensiva de obras de arte a la que debemos su extraordinaria colección que aún hoy admiran miles de visitantes. Que fue realizada para el cardenal lo confirman pruebas de mediados del siglo XIX que sitúan la Sibilla Cumana de Domenichino en la cuarta sala, junto a obras de Giulio Romano, Miguel Ángel, Cavalier d’Arpino, Rubens y Giorgione.

La joven representada bajo la apariencia de la Sibila no era otra que la esposa del pintor, Marsibilia Barbetti, que modeló en varios cuadros del artista: su delicado rostro puede verse en una de las dos "vírgenes abrazadas " del retablo de la Virgen del Rosario y del Martirio de Santa Inés, ambos en la Pinacoteca Nacional de Bolonia, en Santa Catalina de Alejandría, pero sobre todo en Santa Cecilia del Louvre. Al igual que la Sibila de Cumas,Santa Cecilia dirige la mirada hacia arriba en una especie de éxtasis musical y mantiene la boca entreabierta para emitir un canto; está lujosamente vestida y adornada con joyas, pero, a diferencia de la primera, está en el acto de tocar una viola da gamba, en cuya voluta está tallada la cabeza alada de un ángel, detalle común a ambas obras. Esta vez, sin embargo, la partitura en la que se lee un aria vocal es sostenida por un ángel colocado delante de la santa. Y hay que recordar que la santa está fuertemente vinculada a la música, ya que es la patrona de la música, de los instrumentistas y de los cantantes. Se trata, pues, de dos obras vinculadas tanto desde el punto de vista formal y compositivo, por el aspecto de los protagonistas, especialmente sus rostros, como desde el punto de vista temático, por la representación del tema musical.

Domenichino, Virgen del Rosario, detalle (1617-1621; óleo sobre lienzo, 498 x 289 cm; Bolonia, Pinacoteca Nazionale)
Domenichino, Virgen del Rosario, detalle (1617-1621; óleo sobre lienzo, 498 x 289 cm; Bolonia, Pinacoteca Nazionale). Foto Créditos Francesco Bini


Domenichino, Martirio de Santa Inés, detalle (1621-1625; óleo sobre lienzo, 533 x 342 cm; Bolonia, Pinacoteca Nacional)
Domenichino, Martirio de Santa Inés, detalle (1621-1625; óleo sobre lienzo, 533 x 342 cm; Bolonia, Pinacoteca Nazionale). Foto Créditos Francesco Bini


Domenichino, Santa Cecilia (c. 1617; óleo sobre lienzo, 160 x 120 cm; París, Louvre)
Domenichino, Santa Cecilia (c. 1617; óleo sobre lienzo, 160 x 120 cm; París, Louvre)

Aunque la Sibila cumana de la Galería Borghese es la más conocida, Domenico Zampieri pintó otros tres cuadros con el mismo tema: uno se encuentra en los Museos Capitolinos, otro en la Colección Wallace de Londres y otro ejemplar fue redescubierto a principios de los años setenta y forma parte de una colección privada escocesa.

El lienzo de los Museos Capitolinos, pintado en 1622, se parece mucho al de la Galería Borghese: el escenario parece ser el mismo, con la abertura hacia el exterior de la que brota la planta de laurel, símbolo, como ya se ha dicho, del dios Apolo; en lugar de la vid, que en el Borghese flanqueaba a la Sibila, en este caso desciende una cortina ricamente anudada en tonos dorados. La Sibila de los Museos Capitolinos está representada en la misma pose que la otra: mira hacia arriba con el rostro ligeramente más de perfil y los labios algo más entreabiertos. Un suave y rico turbante rodea su cabeza, desde el que se vislumbra el cabello oscuro de la sacerdotisa (el cabello rubio de la Sibila de la Galleria Borghese es en cambio rubio); lleva un pendiente colgante y un vestido dorado con amplias mangas blancas, y un suave drapeado rojo cae sobre sus brazos. Al igual que en el otro lienzo, sostiene un libro abierto y un pergamino en las manos: en este último hay una inscripción en griego que traducida significa “Hay un Dios infinito y no engendrado”. Se trata de una referencia a la 4ª Egloga de las Églogas de Virgilio en la que se predice la llegada de un niño que traería de vuelta la edad de oro: una profecía que en clave cristiana anunciaba la llegada de Jesús al mundo. También en la Sibila Capitolina hay símbolos de Apolo, como el laurel y la cítara que se ven detrás del brazo izquierdo de la mujer; la viola ha sido sustituida por la cítara, un antiguo instrumento musical típico del dios de la música. La obra fue atestiguada en la primera mitad del siglo XVIII en la colección romana de la familia Pio; en 1750, fue regalada al papa Benedicto XIV, a quien se debe el nacimiento de la Pinacoteca Capitolina.

Domenichino, Sibilla Cumana (1622; óleo sobre lienzo, 138 x 103 cm; Roma, Museos Capitolinos, Pinacoteca Capitolina)
Domenichino, Sibilla Cumana (1622; óleo sobre lienzo, 138 x 103 cm; Roma, Museos Capitolinos, Pinacoteca Capitolina)


Domenichino, Sibilla Cumana o Sibilla Persica (década de 1720; óleo sobre lienzo, 77,4 x 68,2 cm; Londres, Wallace Collection)
Domenichino, Sibilla Cumana o Sibilla Persica (1620; óleo sobre lienzo, 77,4 x 68,2 cm; Londres, Wallace Collection)

El de la Wallace Collection de Londres, fechado en 1613-14, es diferente de los otros dos. En primer lugar, la sacerdotisa ocupa todo el lienzo, eliminando así las referencias al entorno y también las referencias al tema de la música; no se ven aberturas al mundo exterior, ni plantas, ni instrumentos musicales. La pose es similar a la de la Sibila Capitolina y, como ésta, tiene el pelo oscuro y lleva un pendiente colgante. De nuevo, la cabeza está envuelta en un rico turbante dorado sobre el que se ve una diadema en el centro; el vestido dorado está adornado con voluminosos drapeados decorados, uno rosa y otro azul, en las anchas mangas blancas. Otra diferencia con respecto a los otros dos cuadros es el libro que sostiene cerrado, apoyado en el borde. La figura femenina representada no se consideraba una sibila cumana, sino más bien una sibila persa.

Los tres cuadros descritos, aunque presentan semejanzas y diferencias, atestiguan la gran habilidad pictórica de Domenichino, caracterizada por el refinamiento, la compostura y una notable atención a los detalles. La decisión de representar a este personaje tomado de la mitología en varios ejemplos ilustra plenamente cómo la Sibila era un tema recurrente en su época; también permitió al artista mostrar otros aspectos de sus conocimientos, como los musicales, y poner en práctica sus habilidades en el retrato.

Bibliografía

  • Arianna De Simone, Domenichino y la música en los estudios de historia del arte, Ediart, 2016
  • Nico Staiti, Le metamorfosi di Santa Cecilia: l’immagine e la musica, LIM, 2002
  • Gaetano Moroni, Dizionario di erudizione storico-ecclesiastica da S.Pietro fino ai nostri giorni, Dalla Tipografia Emiliana, 1848
  • AA.VV., Dizionario storico mitologico di tutti i popoli del mondo, Biblioteca Universitaria de Turín, 1829
  • Cesare Ripa, Iconología del caballero Cesare Ripa perugino, Costantini, 1767


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