Para cualquiera que fuera niño a principios de la década de 2000, Los soñadores, de Bernardo Bertolucci, siempre ha sido una “película de culto”, como suele decirse. Puede que sea porque dio a conocer al mundo la belleza y sensualidad de Eva Green, la actriz protagonista, puede que sea porque los tres chicos en torno a cuya historia se desarrolla la trama de la película tenían más o menos la edad que teníamos nosotros cuando vimos la película, puede que sea por elerotismo explícito y el sabor iniciático que desborda la película, y puede que sea también por las numerosas referencias culturales: puede que sea por todas estas razones por las que Los soñadores se ha quedado grabada en nuestras mentes y recuerdos.
Varios críticos dirán que las revueltas del 68 no son más que un pretexto, que permanece lejano y se limita a las calles de un París en plena ebullición, para contar la historia de los tres protagonistas, tres chicos que son poco más que adolescentes y que se atan en un menage à trois de sabor morboso: porque dos de ellos son hermanos gemelos, pero eso no les impide experimentar con un erotismo refinado y bastante tenue (y, por supuesto, incestuoso), pero desde luego no tímido ni sumiso. La revolución, pues, no sería más que un telón de fondo sobre el que tejer la historia de dos hermanos que aprovechan la ausencia de sus padres para dar rienda suelta a sus impulsos implicando a un chico americano que conocieron gracias a su pasión común por el cine (y hay, de hecho, numerosas referencias cinematográficas). Pero si la revolución no era más que un pretexto, ¿qué sentido tiene puntuar la película con numerosas citas artísticas que hacen referencia a la propia revolución?
En una de las escenas más famosas, los tres protagonistas intentan batir el récord de carrera por el Louvre, una referencia explícita a la película Bande à part de 1964, en la que asistimos por primera vez a esta extraña competición: Isabelle (Eva Green), Théo (Louis Garrel) y Matthew (Michael Pitt) consiguen batir el récord establecido en Bande à part, rebajándolo en diecisiete segundos. El hecho de que el director se detenga en El juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David, probablemente no se deba sólo a que en Bande à part veamos el mismo plano, y probablemente ni siquiera al hecho de que haya tres Horacios, como los protagonistas de Bande à part y como los protagonistas de Los soñadores. El Juramento de los Horacios, aunque pintado pocos años antes del estallido de la Revolución Francesa, constituyó sin embargo un punto de referencia para muchos de los que esperaban una renovación de la sociedad, hasta el punto de que no fueron pocos los que, en la exposición de la obra en el Salón de París de 1784, la consideraron paradójicamente una especie de crítica de los propios círculos que la habían encargado: se exaltaban las virtudes civiles, la lealtad al Estado, el apego a los valores que constituyen el fundamento de la sociedad. Y muchos revolucionarios se sentían cercanos a los ideales encarnados por los tres hermanos representados en el cuadro.
Isabelle, Théo y Matthew corren por los pasillos del Louvre. |
La cámara se detiene en el Juramento de los Horacios de David. |
La revolución aparece en cierto modo “actualizada” cuando, durante una escena en la casa de Isabelle y Théo, vemos una reproducción de La Libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix, el famosísimo cuadro realizado para celebrar la llamada Revolución de Julio delas “Trois Glorieuses” de 1830, cuando el pueblo de París se rebeló contra la política represiva de Carlos X. Actualizada porque en la cara de la Libertad, Isabelle y Théo adjuntaron una foto de Marilyn Monroe: una imagen que, a su vez, constituye un homenaje artístico, esta vez a Andy Warhol. La revolución, en Sesenta y ocho, también se ha trasladado al plano del disfraz, la revolución se convierte aún más en algo cercano a las masas, porque se apropia de uno de sus iconos, la revolución elimina las inhibiciones sexuales de la sociedad: tanto más que, durante una escena, como muestra por haber perdido en un juego, Théo obliga a Matthew a desvirgar a su hermana consentidora justo debajo de la reproducción del cuadro de Delacroix. El joven americano, al principio reticente, se implica más tarde: de fondo, desde la ventana abierta, llegan los gritos de los alborotadores que corren por las calles.
El cuadro de la Libertad de Delacroix con la foto de Marilyn |
Isabelle y Matthew se convierten más tarde en amantes, y no dejan de implicar a Théo en sus “experimentos”. Son famosas las escenas en las que comparten momentos íntimos: en una de las más célebres, los tres comparten un baño en una bañera, con tres espejos en el borde que reflejan su imagen, recordando los trípticos de Francis Bacon. Y de nuevo, hacia el final, vemos a los chicos durmiendo, desnudos juntos, en una imagen que evoca, por un lado, a través de las voluptuosas formas de Eva Green, a las odaliscas de Ingres, y por otro a un cuadro como La muerte de Sardanápalo, de Delacroix, tanto por su exotismo, sensualidad y desnudez, como por su referencia al tema del suicidio. Del mismo modo que Sardanápalo decide suicidarse junto con sus concubinas y sirvientes, Isabelle, tras darse cuenta de que sus padres han descubierto los “juegos” de los tres muchachos, decide inundar la habitación de gas y poner fin a su breve existencia. Será, sin embargo, una providencial piedra lanzada por los manifestantes la que los salve y los saque de nuevo a la calle, en plena sedición. Y será en la calle donde Matthew se dará cuenta del abismo que le separa de sus dos hermanos.
Isabelle, Théo y Matthew en la bañera |
Francis Bacon, Tríptico, mayo-junio de 1973 |
Isabelle, Théo y Matthew en la cama |
Eugène Delacroix, La muerte de Sardanápalo |
Pero quizá la escena más famosa sea aquella en la que Isabelle irrumpe, sensual y sinuosa, en la habitación de Matthew, al son de The spy de The Do ors. Sus brazos están cubiertos por largos guantes negros: los guantes se funden con la penumbra y la figura de Eva Green, de pie en el umbral de la habitación, recuerda a la Venus de Milo. Es quizá la principal referencia al arte de toda la película. Siempre quise hacer el amor con la Venus de Milo“, susurra Matthew en cuanto se percata de la presencia de Isabelle. La chica se acerca y Matthew comienza a practicarle sexo oral. ”No puedo detenerte“, dice Isabelle. ”No tengo brazos".
Eva Green como la Venus de Milo |
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