Uno de los artistas contemporáneos con mayor distancia entre crítica y público es sin duda el colombiano Fernando Botero (Medellín, 1932). Amado incondicionalmente por gran parte del público y menospreciado por muchos críticos, cuando no desairado o incluso rechazado. En un artículo publicado en 2011 en Art in America Magazine, la crítica Charmaine Picard citaba la opinión de la comisaria Rosalind Krauss sobre el artista en 1999, según la cual Botero “no tiene absolutamente nada que ver con el arte contemporáneo”. Y la propia Picard nos hace saber que las figuras de Botero “son destruidas por los detractores como caricaturas simplistas de figuras carnosas situadas en soleados contextos familiares”. Para Arthur Danto, sus esculturas “no son lo suficientemente serias como para atraer el escrutinio crítico”. Otros juicios fueron recogidos por Edward Sullivan en un ensayo sobre el artista colombiano: así, fue calificado alternativamente de fenómeno comercial, de autor autorreferencial, de artista desconectado de la realidad. Por supuesto, también hay muchos críticos que aprecian la obra de Botero. A pesar de ello, sigue siendo muy clara la brecha entre el mundo de los “iniciados” y el del público, para el que Botero es considerado una especie de icono del arte contemporáneo, tan reconocible como los más grandes artistas de todos los tiempos, de Leonardo da Vinci a Warhol pasando por Caravaggio y Picasso.
Fernando Botero, El club de jardinería (1997; óleo sobre lienzo, 191 x 181 cm; colección privada) |
Fernando Botero, Los jugadores de cartas (1991; óleo sobre lienzo, 152 x 181 cm; Colección Privada) |
No cabe duda de que su extrema reconocibilidad se debe a su peculiar estilo, tan fiel a sí mismo como poco difícil de leer, basado en el uso de las llamadas formas dilatadas que dan lugar a las"figuras gordas" que constituyen un rasgo distintivo del arte de Botero hasta el punto de hacerlo casi proverbial (a casi cualquiera le habrá ocurrido oír referirse a las obras del artista de Medellín en comparaciones con amigos o conocidos con algunos kilos de más). Sin embargo, una de las preguntas que más se escuchan ante las obras de Fernando Botero (y en Finestre sull’ Arte lo sabemos bien, pues vivimos cerca de Pietrasanta, localidad donde el artista pasó largas temporadas trabajando y descansando, y donde se conservan muchas de sus obras) tiene que ver con esas formas tan reconocibles: “¿por qué Botero pinta hombres gordos?”. "¿por qué Botero esculpe mujeres gordas? Son preguntas que resuenan a menudo ante sus pinturas y esculturas. Intentemos, pues, dar una respuesta.
Todo comenzó en 1956, cuando el artista tenía veinticuatro años, y contrariamente (y también de forma un tanto inesperada) a lo que podría pensarse, Botero no aplicó su"dilatación" a una figura humana o a un ser vivo, sino a un objeto: una mandolina. El artista estaba pintando un estudio para un bodegón (que más tarde se conocería como Bodegón con mandolina) y, sin embargo, había representado el orificio de resonancia del instrumento en proporciones mucho más pequeñas de lo normal, con el resultado de que la mandolina resultaba mucho más rechoncha y agrandada en comparación con una mandolina representada con el orificio en las proporciones correctas. El artista se sintió impresionado y visceralmente atraído por esta forma dilatada más allá de lo natural, porque le evocaba una profunda sensualidad. Así pues, tras “dilatar” la mandolina, Botero encontró su propio estilo y empezó a dilatar las formas de otros objetos, animales, seres humanos, dándoles a todos ellos ese aspecto “gordo” que es en cierto modo su marca de fábrica.
Fernando Botero, Naturaleza muerta con mandolina (1957; óleo sobre lienzo, 67 x 121 cm; Colección Privada) |
Sin embargo, para Botero, sus cuadros no son simplemente “figuras gordas”. También lo dejó claro en una entrevista reciente con la Agence France-Presse: “No pinto mujeres gordas. Nadie lo creerá, pero es verdad. Lo que pinto son volúmenes. Cuando pinto una naturaleza muerta, siempre pinto volúmenes, si pinto un animal, lo hago volumétricamente, y lo mismo ocurre con un paisaje. Me interesa el volumen, la sensualidad de la forma. Si pinto una mujer, un hombre, un perro o un caballo, siempre tengo esta idea del volumen, y no estoy en absoluto obsesionado con las mujeres gordas”. Sin embargo, esto no es nada nuevo: Botero siempre ha especificado que para él no es “gordo” lo que vemos pintado o esculpido en sus obras. En una monografía sobre el artista colombiano publicada en 2003, la crítica Mariana Hanstein también intentaba hacer balance de la pregunta"¿por qué son gordas las figuras de Botero?“: ”En Botero, no son sólo las figuras las que están ’gordas’, porque esto también se aplica a todos los objetos de la imagen. De este modo, Botero subraya constantemente el hecho de que en su pintura la exageración está provocada por una inquietud estética, y cumple una función estilística. Botero es un pintor figurativo, pero no es un pintor realista. Sus figuras están ancladas en la realidad, pero no la representan. Todo en sus cuadros es voluminoso: el plátano, la bombilla, la palmera, los animales y, por supuesto, los hombres y las mujeres. Botero [...] utiliza la transformación o deformación como símbolo de la transformación de la realidad en arte. Su creatividad y su ideal estético se basan en la forma y el volumen. [...] Sin embargo, la deformación sin un objetivo da como resultado figuras monstruosas o caricaturescas. En Botero no se da ninguno de estos casos. Por el contrario, para él la deformación nace siempre del deseo de aumentar la sensualidad de sus cuadros".
La pregunta que puede surgir en este punto es: ¿por qué Botero considera sensual la dilatación de las formas, sobre todo si pensamos que su ideal de mujer, como él mismo ha declarado, corresponde a una figura esbelta? El artista, como él mismo ha declarado, asocia las formas de sus sujetos con el placer, con la exaltación de la vida, porque la abundancia comunica positividad, vitalidad, energía, deseo: todos conceptos que tienen que ver con la sensualidad, entendida, sin embargo, no tanto en un sentido erótico como expresión de placer. Se trata de una concepción ancestral, arraigada en el sustrato cultural de las sociedades primitivas, incluidas las latinoamericanas, para las que belleza y abundancia eran conceptos estrechamente relacionados (aún hoy, para muchos sudamericanos, una mujer bella es considerada tal en virtud de su forma generosa).
La dilatación se ha convertido así en el signo más inmediatamente reconocible del estilo de Fernando Botero, tan poderoso que se aplica incluso a aquellos temas que deberían inspirar cualquier cosa menos placer (el artista, a lo largo de su carrera, también ha abordado temas trágicos en sus obras, empezando por la Pasión de Cristo, a la que dedicó un ciclo de pinturas ejecutadas entre 2010 y 2011). Para algunos, sus obras son poco serias, casi infantiles. Para otros, son repetitivas y aburridas. Para otros aún, tienen un significado profundo (una crítica a la sociedad de consumo, una propuesta alternativa de canon de belleza, etcétera). Lo cierto es que Fernando Botero es un artista que, sin duda, provoca debates en todas las latitudes y es apreciado por un público vasto y heterogéneo, que acude en masa a sus exposiciones en todas partes: una especie de ídolo moderno del arte investido de este papel por aclamación popular. No está mal para un artista famoso sobre todo por sus “figuras gordas”... ¡!
Fernando Botero, El beso de Judas (2010; óleo sobre lienzo, 138 x 159 cm; Medellín, Museo de Antioquia) |
Bibliografía de referencia
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