Patrimonio, la red, el público en general


Texto íntegro del discurso "El patrimonio, la red, el gran público", pronunciado por Federico Giannini en Roma el 6 de mayo en el marco de "Emergenza cultura".

Para quienes no estuvieron presentes en Roma el pasado fin de semana, publicamos a continuación el vídeo y el texto íntegro de la intervención de nuestro Federico Giannini (titulada “El patrimonio, la red, el gran público”) en la conferencia celebrada en Roma el 6 de mayo con motivo del evento “Emergenza Cultura”. Para respetar el calendario previsto, nuestro Federico tuvo que proponer una versión ligeramente abreviada del discurso. Así que, ¡buen visionado y buena lectura! En el canal de Youtube de Altra News también puedes ver vídeos de todos los discursos, tanto de la conferencia como del evento.

Me gustaría empezar mi discurso con un pequeño juego. Imaginemos que tenemos a nuestra disposición una máquina del tiempo, de esas que seguramente hemos visto en alguna película o cómic. Programémosla para que retroceda unos años: basta con que nos remontemos a 1974, hace exactamente treinta y dos años. Así que hagamos un recorrido: nos encontramos en una Italia gobernada por la Democracia Cristiana, en una Italia dominada por una burocracia opresiva, en una Italia presa de la especulación constructora y medioambiental, en una Italia en la que la cuestión de la protección del patrimonio sólo interesa a un pequeño grupo de personas vinculadas a las universidades y a lo que podríamos llamar la “élite cultural”. Alguien observará con razón que, llegados hasta aquí, no hay grandes diferencias entre la Italia de 1974 y la de 2016: sin embargo, hay que señalar que en aquel 1974 hubo alguien que pensó en expresar con fuerza sus posiciones sobre los temas que hoy debatimos, y en aquel momento fue una novedad, porque la sensibilidad hacia estos temas, después de todo, ha progresado en los últimos años, afortunadamente. Ese alguien fue un gran arqueólogo, Ranuccio Bianchi Bandinelli, que en 1974 publicó una colección de escritos sobre temas como la protección, la gestión del patrimonio por las instituciones y la difusión. El libro, también de gran actualidad, se titulaba “AA.BB.AA. y B.C., Italia histórica y artística en la presa”. Un título claramente irónico, para subrayar el exceso de burocracia en el que ya estaba enredado el sistema de protección: BC significa obviamente “Beni Culturali”, mientras que AA.BB.AA. significa “Antichità e Belle Arti”. En aquella época aún no existía el Ministerio de Bienes Culturales, que no se crearía hasta el año siguiente: la protección del patrimonio se delegaba, por tanto, en una Dirección General de Antigüedades y Bellas Artes que dependía del Ministerio de Educación.

Sobre el tema de la divulgación, leemos en el libro una frase muy significativa, que citaré. Ranuccio Bianchi Bandinelli dice: “En la transición de civilización que se ha iniciado en el mundo actual, la labor de vulgarización que saca a la cultura de la estrecha élite a la que aún pertenece y hace accesible su sustancia más profunda, sus valores más concretos, al público más amplio posible, es, en mi opinión, de una importancia decisiva”. En este sentido, es interesante empezar por Ranuccio Bianchi Bandinelli, precisamente porque fue uno de los primeros estudiosos en interesarse por las relaciones con el gran público y en pensar que el conocimiento de la historia del arte es una forma de desarrollar la memoria y el pensamiento crítico. Este gran erudito veía en la divulgación un “punto de llegada hacia el que tender”, según su propia expresión, porque hay que poner a todo el público en condiciones de conocer la historia del arte, la arqueología y, en general, las humanidades: al fin y al cabo, constituyen el tejido sobre el que se han construido a lo largo de los siglos los valores de nuestra civilización. Y es realmente interesante observar cómo, según Bianchi Bandinelli, la cultura seguía entonces celosamente custodiada por una “estrecha élite”, incapaz de dialogar con el público y probablemente ni siquiera dispuesta a hacerlo. Esta distancia entre los estudiosos y el público aún no se ha salvado, porque todavía hoy existe una cierta incomunicabilidad entre los iniciados, por un lado, es decir, los que se ocupan de las obras de arte, porque las estudian, las analizan, las catalogan y, en cualquier caso, velan por que la memoria de las obras del pasado, pero también de las del presente, pueda preservarse en el futuro, y los que, por otro lado, disfrutan del patrimonio visitando un museo, una exposición, una iglesia, un edificio histórico, una colección de arte contemporáneo.

Incomunicabilidad, sin embargo, no significa “incompatibilidad”: la divulgación es precisamente lo que se necesita para hacer compatible el mundo de los estudiosos con el del gran público. La divulgación tiene básicamente una función de conexión, que no pocas veces es desempeñada por muchos estudiosos que deciden implicarse directamente y encontrarse con el público, y muchas veces por figuras que poseen una sólida formación científica sobre el tema a divulgar, pero que también tienen la capacidad de comprender las necesidades del público. Centrémonos precisamente en el público: con demasiada frecuencia se comete el error de creer que el público está formado por campesinos, totalmente ignorantes del arte y de la historia del arte, a los que hay que asombrar con efectos especiales o, mirando hacia otro lado, que hay que adoctrinar. No, el público de la historia del arte está formado por personas que quieren poder disfrutar de las obras de arte de la mejor manera posible, que buscan en la divulgación información que de otro modo no podrían encontrar, que quieren que esta información se les proporcione de formas que les resulten apetecibles y que a menudo quieren dar su opinión. Creo que la era de la divulgación unidireccional ha terminado: el público pide participar en primera persona, y no es seguro que no pueda aportar también una contribución estimulante e interesante al divulgador o al estudioso. Puedo asegurar que incluso la pregunta aparentemente menos sofisticada o más ingenua procedente del más novato en historia del arte puede dar lugar a interesantes oportunidades de estudio y debate en profundidad: por esta razón, el público merece siempre el más profundo respeto.

Por eso decía que, en mi opinión, la era de la divulgación unidireccional ha terminado. A este respecto, lo que Ranuccio Bianchi Bandinelli quizá no podía prever era el papel que iba a desempeñar Internet, la red. Los estudiosos no deberían cometer el error de subestimar el papel de Internet como poderoso medio de difusión, aunque me complace observar que el número de los iniciados que aún albergan escepticismo sobre la red es cada vez menor: en el pasado me he enfrentado a profesores que incluso se enorgullecían de su ignorancia de las nuevas tecnologías, e imagino que también les ha ocurrido a muchos miembros del público. Afortunadamente, casi hemos llegado al punto en que esta actitud ha quedado reducida a un grato recuerdo del pasado: todavía hay cierta resistencia por parte de quienes insisten en considerar secundaria la aportación que la Red puede hacer al conocimiento en humanidades, pero la mayoría parece haberse dado cuenta de que las herramientas que Internet pone a nuestra disposición añaden prestaciones que otros medios no tienen, o tienen sólo un número muy limitado de ellas. Pensemos en la posibilidad de combinar, dentro de un mismo proyecto, un conjunto diferenciado de modos de transmisión de contenidos: textos, enlaces hipertextuales, imágenes, infografías, audio, vídeo, reconstrucciones tridimensionales. Y pensemos en el hecho de que el público no está obligado a disfrutar secuencialmente de estos contenidos, sino que puede interrumpir la lectura, el visionado o la escucha, volver atrás si no ha entendido bien algo, guardar la información para un uso posterior, quizá más conveniente. Y, por supuesto, pensemos en el hecho de que, a estas alturas, todo proyecto de divulgación que quiera ser realmente actual ofrece al público la posibilidad de interactuar con quienes editan los contenidos.

El problema es que, si pensamos en estas cuestiones, nuestro país sufre desgraciadamente un fuerte retraso cultural, y de nada sirve recordar, hace unos días, que nuestro país era el cuarto de Europa en conectarse a Internet: desde 1986, prácticamente todos nos han superado. Pensemos en el papel que cada museo, cada biblioteca, cada archivo puede desempeñar en términos de difusión, presentando obras de su propia colección, o artistas, escritores, personajes históricos vinculados a su territorio. Pensemos en el hecho de que, a través de la red, el museo puede reparar en parte esa misma relación con el territorio que la reforma franceschiniana está cortando irreflexivamente: y pensemos en que esa relación con el territorio puede beneficiarse de la contribución de los ciudadanos, a los que se puede llamar en primera persona a participar en la vida de un museo, aunque sólo sea para hacer sugerencias para hacerlo más acogedor, más adecuado a sus necesidades, o incluso para pedir información en profundidad sobre un artista local. Porque no es en absoluto cierto que el público sólo se interese por los nombres conocidos de siempre: Caravaggio, los impresionistas, Frida Kahlo, etcétera. Como procedo de una ciudad fronteriza entre Toscana y Liguria, puedo citar un ejemplo muy cercano a mí, el de los Rolli Days de Génova, las inauguraciones periódicas de los Palazzi dei Rolli de Génova, las suntuosas residencias de la aristocracia genovesa de la República: Hay miles de personas, en su mayoría ciudadanos de Génova o de los municipios vecinos, que acuden a las salas no para ver a Caravaggio, a los impresionistas o a Frida Kahlo -aunque una de las obras más interesantes de Caravaggio se conserva en Génova y no todo el mundo la conoce-, sino para saber más sobre Lorenzo De Ferrari, Domenico Fiasella, Valerio Castello, artistas poco conocidos pero que han dado prestigio a la ciudad y a los que los ciudadanos se sienten íntimamente unidos. Y es evidente que el público quiere conocer sus obras, sus historias. Se trata pues de restablecer un vínculo, de encender en el público la pasión por el arte, también y quizás sobre todo por el arte de su ciudad, de su comunidad. Pero aún queda mucho trabajo por hacer, si pensamos en el hecho de que el ISTAT nos dice que sólo el 27,9% de los italianos pisó un museo el año pasado: existe, por tanto, una desconexión sustancial entre los ciudadanos y el arte. El ejemplo de Génova nos hace ver que es posible salvar esta brecha, y que para lograr este objetivo también es necesaria la ayuda de la red.

Por desgracia, el Estado no da ninguna orientación al respecto, con lo que las instituciones, sobre todo las pequeñas, se las apañan como pueden: podría poner ejemplos de directores y ex directores de museos que por las tardes, después del trabajo, se reinventan como gestores de redes sociales para responder a las preguntas del público en Facebook o Twitter, o que asumen el papel de divulgadores para contar historias en blogs y páginas web sobre cuadros y esculturas de su colección. Pero si por un lado existen estas figuras, me atrevería a decir románticas, de profesionales excepcionales que dedican sus días al museo, incluso cuando se supone que no deben hacerlo, por otro lado tenemos situaciones de las que deberíamos avergonzarnos profundamente: Así que nos preguntamos qué sentido tiene nombrar nuevos directores de museos si los tres principales museos florentinos, los Uffizi, la Accademia y el Bargello, se presentan en la web con un sitio que lleva en construcción desde enero, ofreciendo a miles de visitantes una desangelada página en blanco, en un solo idioma, el italiano, que sólo contiene información básica sobre horarios de visita y entradas. Y recordemos que en la web, cinco meses es mucho tiempo. Nos preguntamos qué sentido tienen las proclamas del gobierno sobre su deseo de cambio si la gestión de la interacción con el público se deja la mayoría de las veces en manos de trabajadores que se ocupan de otros asuntos por oficio y tienen que improvisar como comunicadores porque la comunicación con el público nunca ha sido una prioridad del gobierno. Nos preguntamos de qué sirve tener un ministro Franceschini que declara que la reforma también pretende ponerse al día con los museos en materia de comunicación web si no existen planes de formación adecuados sobre cómo hacer publicidad y cómo comunicarse con el público.

Creo que la mayoría de los problemas surgen porque hay poca consideración hacia el público. Lo que todos deberíamos hacer, con gran humildad, es preguntarnos por qué el patrimonio cultural es importante para el público y qué valor tiene el patrimonio para ellos. Todos podemos beneficiarnos de la confrontación con el público: es una oportunidad de enriquecimiento, facilitada, repito, por la red, que no podemos desaprovechar. Concluyo volviendo a mi punto de partida: Ranuccio Bianchi Bandinelli estaba convencido de que la exclusión de la cultura era una injusticia igual a la desigualdad económica y social. Creo que hoy en día “inclusión” también significa escuchar al público en general, comprender sus necesidades y hacerle partícipe de los cambios. Tenemos que mostrar apertura, claridad, responsabilidad, y tenemos que ser capaces de dialogar con el público con todos los medios a nuestro alcance: si lo conseguimos, habremos dado nuevos pasos hacia una cultura que realmente pueda pertenecer a todos. Muchas gracias.

Federico Giannini, Il patrimonio, la rete, il grande pubblico


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