Para una reconsideración crítica de Antonio Ligabue, chamán suizo del Po


Liquidado por la cultura oficial, ausente de los museos (a diferencia de un pintor con una parábola similar, Henri Rousseau), Antonio Ligabue corre el riesgo de caer en el olvido. Se trataría entonces de reconsiderar su figura, de redibujar una historia del arte que lo ha dejado de lado.

En el Guzzi Motoraduno de Mandello, la GTV500 de Antonio Ligabue inauguró una exposición que celebra esta extraordinaria moto nacida en los años treinta. Al parecer, el artista Antonio Ligabue (Zúrich, 1899 - Gualtieri 1965) fue propietario de muchas de ellas, hasta dieciséis. La fortuna de Ligabue, que también llegó a tener una cierta holgura financiera, gracias a la ayuda de su amigo Renato Marino Mazzacurati, que le brindó oportunidades para exponer sus obras, es la historia de un artista ambivalentemente contada por la crítica y un cierto mercado, a pesar de que hoy existen el Museo Ligabue, la Casa Museo Ligabue y la Fondazione Archivio. Lo primero que observo es que en muchos manuales de historia del arte ni siquiera está presente, como si esta figura original y de gran talento no existiera, o al menos no mereciera ser mencionada. El resultado es que generaciones de estudiantes nunca han oído hablar de él.

Sin embargo, un extraordinario documental de los años 70 sobre el artista aparece, como un rayo, en la RAI Teche RAI, donde, entre otras cosas, Ligabue habla un poco de sí mismo. Puede verse en YouTube, a disposición de todos. Pero si poca gente sabe quién es, ¿cómo se puede esperar que lo busquen? Claro, los iniciados conocen a este gran artista, pero eso no basta.

En esta entrevista televisiva, vemos a Ligabue describir algunos de sus sentimientos: responde a su manera, algo enigmática en el fondo, pero ciertamente llena de sugerencias y de una sensibilidad aturdida, aturdidora. Encerrado en unos pocos fotogramas está también su desesperación por no poder, por ejemplo, pintarse un autorretrato como él se siente, vistiéndose de mujer, admitiendo que busca afecto, amor, cercanía. También es muy impactante seguirle en su inmersión en la campiña emiliana con un pequeño espejo en la mano, mientras se mira intentando sumergirse en los rasgos y las “voces” de los animales que imita. ¿Cómo no dejarse impresionar por estas imágenes? ¿Cómo no sentirse intrigado por un artista tan poco tratado por la cultura oficial, o incluso despreciado o calificado con la palabra “naïf”, sinónimo a su vez de primitivo, ingenuo, costilla del arte de los “grandes”, sobre el que se han escrito páginas apasionadas? Sería interesante recorrer y volver a trazar la historia del arte hacia atrás, y esta vez libre de dogmas, libre de absolutos incontrovertibles. Arte elevado y arte bajo, popular, pues, y seguimos como si nada.

Antonio Ligabue, Autorretrato con caballete (1954-1955; óleo sobre tabla de faesita, 199 x 130 cm; Colección BPER Banca)
Antonio Ligabue, Autorretrato con caballete (1954-1955; óleo sobre panel de faesita, 199 x 130 cm; Colección BPER Banca)
Antonio Ligabue, Zorro a la fuga (1948; óleo sobre panel de faesita, 60 x 75 cm; Colección particular)
Antonio Ligabue, Zorro que huye (1948; óleo sobre panel de faesita, 60 x 75 cm; Colección privada)
Antonio Ligabue, Cabeza de tigre (1957-1958; óleo sobre faesita, 60 x 55 cm; Colección particular)
Antonio Ligabue, Cabeza de tigre (1957-1958; óleo sobre faesita, 60 x 55 cm; Colección particular)
Antonio Ligabue, Tigre con cervatillos (1960-61; óleo sobre lienzo, 50 x 70 cm; colección particular)
Antonio Ligabue, Tigre con ciervo (1960-61; óleo sobre lienzo, 50 x 70 cm; Colección particular)
Antonio Ligabue, Autorretrato en motocicleta (1953; óleo sobre faesita 39 x 57 cm; Gualtieri, Fondazione Archivio Antonio Ligabue)
Antonio Ligabue, Autorretrato en motocicleta (1953; óleo sobre faesita 39 x 57 cm; Gualtieri, Fondazione Archivio Antonio Ligabue)

Ligabue se desmarca del Simbolismo, del Realismo, de otros “ismos” (¿tigres en la campiña de Reggio Emilia? ¡Giammai!). Y también esa manera insistente de dibujar animales, con pinceladas llenas de cuerpo en colores vivos, esa insistencia en los detalles, ese deseo irrefrenable de entrar en el cuerpo de zorros, águilas, guepardos y serpientes (demasiado descriptivo para muchos). Son los museos, sobre todo los internacionales, los que dan cera a su éxito y lo consignan a la posteridad, mostrando lo mejor que se ha creado. Paso, pues, a otra dimensión e identidad crítica.

Si uno visita el Museo de Orsay de París, le llama la atención, entre otros, un cuadro de Henri Rousseau (Laval, 1844 - París, 1910), recordado como “el aduanero”: el cuadro, en su versión de 1894, se titula La guerra, y es un cuadro alegórico y poderoso. No es éste el lugar para describir las similitudes con otros pintores, que han sido y siguen siendo objeto de estudio (Gericault, Hodler, por ejemplo). Esta pintura no fue comprendida en un primer momento, a pesar de que artistas como Picasso y escritores como Apollinaire supieron captar de inmediato su originalidad. En el ámbito cultural del fauvismo y, al mismo tiempo, del simbolismo, Rousseau asombró por su audaz originalidad. Hay demasiado de todo en ese cuadro: posturas y perspectivas inverosímiles, surrealistas, figuras deformadas, o mejor dicho, desviadas de las normas más elementales de la pintura. Una pintura muy diferente de lo que se veía en la época: lo digo con gran admiración, no porque aquella época fuera perezosa, ni mucho menos, sino porque esta diversidad me llama la atención. En la obra, una joven con un vestido blanco andrajoso y el pelo desgreñado, montada en un caballo negro, con una mueca casi burlona, parece sobrevolar los cadáveres de soldados asesinados, mientras unos cuervos se afanan en comerse sus restos. El paisaje del fondo tiene el poder de acentuar la escena, de subrayar su dramatismo. Árboles con ramas secas, nubes rosadas.

Henri Rousseau, La guerre (c. 1894; óleo sobre lienzo, 114,5 x 195 cm; París, Museo de Orsay)
Henri Rousseau, La guerre (c. 1894; óleo sobre lienzo, 114,5 x 195 cm; París, Museo de Orsay)

¿Qué tiene que ver Rousseau con Ligabue? Bueno, por supuesto, la suerte de Rousseau es que es francés, y por tanto valorado y apoyado por el conocido orgullo francés. Ligabue es suizo, pero luego vuelve a sus orígenes en la campiña emiliana. También es cierto que a veces, por comodidad, se agrupa en un mismo movimiento a artistas muy diferentes, incluidos los impresionistas. Pero esa es otra historia.

Entonces, ¿quién es Ligabue? ¿Existe un movimiento naïf? No, naïf es “sólo” un adjetivo. Insisto en el significado de naïf, que es como decir “infantil”, “innecesariamente detallado”, la obra de “un loco”, un inadaptado, una persona infeliz, alguien que entra y sale de los hospitales psiquiátricos. Y ésta es la ilustración del pintor maldito. Rousseau es autodidacta, un obstinado ganador, tanto que se le puede encontrar en museos internacionales. Ligabue es autodidacta, prácticamente un genio, pero no está en la National Gallery ni en el MoMA. El artista vivió hasta los años 60, y es “inexcusable” (según algunos) que no formara parte de los movimientos vanguardistas de la época (incluso después de la Segunda Guerra Mundial), que no abrazara el Movimiento Informal, ni el Minimalismo, ni el Arte Concreto, ni la Poesía Visual, momentos todos ellos, que quede claro, muy importantes, en la idea de creatividad innovadora. Ligabue, para muchos, sigue siendo simplemente un menor, alguien que no mueve nada en la historia del arte.

Sin embargo, su atractivo tiene un carácter internacional, su pintura es profundamente nórdica, en esa rigidez incómoda que no tiene nada de sentimental, nada de cautivadora. Es expresionista, áspera y rugosa, nada provinciana, nada ingenua. Sus autorretratos “traspasan la pantalla”, como se diría del cine y la televisión, y si se enseñaran en las escuelas, con una lectura mucho más atenta que en el pasado, cambiaría el punto de vista, la mirada.


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