"¡No es un bolso, es un Birkin!": historia de un icono, el bolso Birkin de Hermès


El bolso Birkin de Hermès es uno de los más populares de la historia y se ha convertido en un icono con el paso del tiempo. He aquí su historia y las características que lo hacen único y codiciado.

¿Es posible estar en una larga lista de espera y esperar años para poder comprar un bolso? La respuesta parece ser sí, si ese bolso es un Birkin. Esto es lo que ocurre en una conocida escena de la histórica serie Sexo en Nueva York, en la que Samantha Jones, la más independiente y sin complejos del cuarteto de amigas neoyorquinas, acude a Hermès para comprar el codiciado bolso Birkin rojo, de 35 centímetros de ancho y que cuesta 4.000 dólares, sólo para descubrir que tiene que esperar un buen lustro. A su exclamación: “¡Pero si es un bolso!”, el dependiente responde con prontitud: “¡Es un Birkin!”. Con ironía y ligereza, se describe un fenómeno que no es sólo fantasía, sino realidad.

La creación del Birkin tiene una historia muy especial, que realmente merece la pena conocer para entender su éxito. En 1984, en un vuelo París-Londres, Jane Birkin (Londres, 1946 - París, 2023), icono del swinging londinense, actriz ya consagrada por películas como Blow Up, de Michelangelo Antonioni, y cantante que se había hecho un nombre gracias a singles tan divisivos como Je t’aime... moi non plus, escrito y cantado junto a su eterno compañero Serge Gainsbourg, se encuentra por casualidad sentada al lado de Jean-Louis Dumas, presidente y director creativo de Hermès, la maison francesa fundada en 1837 que ha pasado de ser un pequeño taller de arreos y guarniciones para caballos a una de las más famosas del mundo, sobre todo por sus bolsos femeninos y sus yugos y gavroches de seda.



El bolso Birkin de Hermès. Foto: Hermès
El bolso Birkin de Hermès. Foto: Hermès
Bolso Birkin. Foto: Hermès
Bolso Birkin. Foto: Hermès
Bolso Birkin. Foto: Hermès
Bolso Birkin. Foto: Hermès

La propia actriz cuenta que aquel día llevaba un bolso Hermès, sin bolsillos interiores, en el que guardaba su agenda llena de papeles y notas, y que se le cayó, derramando todo su contenido. Al quejarse a su vecino de asiento de la falta de funcionalidad del bolso, éste, que por casualidad o destino era “el propio Hermès”, se ofreció a diseñar un modelo a la medida de Jane Birkin: un bolso más grande que el Kelly -el bolso de mujer con correas en forma de trapecio nacido en los años 30 que luego sería rebautizado con este nombre, precisamente por ser el que utilizaba Grace Kelly, princesa de Mónaco-, amplio, con bolsillos interiores, pero no voluminoso. Así, aproximadamente un mes después del afortunado encuentro, la actriz recibió una llamada de Hermès invitándola a ir a probar la nueva creación, que llevaría su nombre: había nacido el Birkin.

Desde el primer modelo, que su propietaria lleva siempre consigo y personaliza a su antojo con charms, pegatinas y objetos de todo tipo, el Birkin se caracteriza por unos rasgos muy precisos, que retornan en el tiempo y lo hacen siempre reconocible: la forma rectangular, los pies metálicos, los bolsillos interiores, la solapa superior con cierre de candado, el suave tapizado de piel con pespuntes a mano (un recuerdo muy claro de los orígenes de Hermès y de la esencia fuertemente artesanal de sus creaciones en piel). A partir de los años ochenta, el Birkin se convirtió en un objeto muy codiciado, en sus variantes de tamaño, de 35 a 25 cm de ancho, de material (piénsese que los tipos de piel utilizados son muy variados, hasta el cocodrilo o el avestruz) y de proceso de fabricación como, por ejemplo, el vache natural, derivado de un proceso de curtido realizado íntegramente con sustancias vegetales. Lo que contribuye a convertirlo en un auténtico it bag y a hacer de él un artículo de lujo no sólo reside en la habilidad técnica y artesanal que hay detrás del producto acabado, realizado totalmente a mano, sino también en la disponibilidad de piezas en el mercado.

Jane Birkin. Foto: Roland Godefroy
Jane Birkin. Foto: Roland Godefroy
Bolso Birkin. Foto: Hermès
Bolso Birkin. Foto: Hermès
El Birkin 3 en 1
El Birkin 3 en 1

De hecho, aunque cada temporada aparece un nuevo modelo que cambia de color y material, el número de piezas producidas cada año es limitado y, en consecuencia, la espera para conseguir el modelo deseado aumenta exponencialmente. Es precisamente esto lo que alimenta el gusto de los compradores de a pie y sobre todo de los coleccionistas más ávidos, que también acuden a casas de subastas como Christie’s y Sotheby’s para encontrar el Birkin de sus sueños o la pieza que les falta para añadir a su colección, llegando a desembolsar sumas considerables. No en vano, el Birkin está considerado hoy uno de los bolsos más caros del mundo, sobre todo en sus variantes más preciadas, como el Niloticus Crocodile Himalaya -de piel de cocodrilo del Nilo y teñido en tonos que van del gris paloma al blanco, recordando los colores del Himalaya-, que lucen en sus brazos celebridades y coleccionistas apasionadas como Victoria Beckham y Kim Kardashian. Sin duda, esto también contribuye a otorgar al Birkin un lugar especial en la cultura y el imaginario pop.

Sin embargo, más allá de los modelos más inaccesibles y extravagantes, lo que le permite seguir siendo un objeto actual y deseado es un diseño que huye de las modas del momento, privilegiando la alta artesanía del producto, que se convierte de alguna manera en “clásico”, reconocible, igual a sí mismo aunque sufra reinterpretaciones y variaciones, hecho para durar y, sobre todo, para ser reparado: de hecho, hay 15 talleres en todo el mundo, repartidos por Europa, Asia y Estados Unidos, donde los productos Hermès son reparados por los artesanos que trabajan para la empresa y donde los distintos modelos Birkin también encuentran una nueva vida, restaurados por manos hábiles y expertas. Esta atención al mantenimiento y a la reutilización, temas muy actuales hoy en día, contribuye a que este objeto sea siempre contemporáneo y a prolongar aún más su vida útil, siguiendo la filosofía del antiguo director general Robert Dumas (París, 1898 - 1978), padre de Jean-Louis, que aspiraba a fabricar “productos que podamos reparar”.


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