Entre los personajes que participan en el banquete representado en los muros de la Tumba de los Escudos de Tarquinia, se puede observar a unas elegantes damas que lucen un cuidado cabello rubio, que contrasta con sus cejas oscuras. Se pueden encontrar figuras similares en otros frescos etruscos, y se puede partir de este detalle para embarcarse en un viaje por la cosmética etrusca: los etruscos, de hecho, dedicaban mucho tiempo al cuidado de su cuerpo y de su imagen, y hay muchas pruebas que pueden confirmar hasta qué punto los etruscos se preocupaban por su aspecto. Observando el cabello rubio de las damas de Tarquinia, algunos estudiosos han planteado la hipótesis de que los etruscos tenían la costumbre de... " oxigenar" sus cabellos: probablemente, ha sugerido el etruscólogo Arnaldo D’Aversa, las mujeres etruscas utilizaban lejía, una solución líquida de ceniza y agua que se empleaba en la Antigüedad como detergente, para limpiar las habitaciones o para la higiene personal. Dadas sus propiedades decolorantes, algunas poblaciones la utilizaban para lavar o teñir el cabello: el uso de la lejía es conocido entre los antiguos griegos precisamente como antecesor del champú moderno, mientras que la práctica de “oxigenar” el cabello era típica, por ejemplo, de los galos, como atestigua Plinio en su Naturalis historia, afirmando que el “jabón” (Plinio, por primera vez, utiliza el término sapo) era un “invento de los galos para enrojecer el cabello”, que se obtenía “a partir de grasa y cenizas”, y que se presentaba “de dos formas, espeso y líquido”.
Dada la extensión de esta moda entre los etruscos (al menos a juzgar por los testimonios que han llegado hasta nosotros), y dado que se necesitaban conocimientos específicos para obtener buenos resultados en la operación, se ha planteado la hipótesis de que en la antigua Etruria estaban activos verdaderos salones de belleza, o al menos esteticistas profesionales, dado que, como observa el estudioso Giovannangelo Camporeale, en los frescos de Tarquinia, los hombres también tienen el pelo muy bien cuidado: pelo corto y rizado, cortado a la misma altura, justo por debajo de la base del cuello (y que no se trataba de un estereotipo del artista se deduce del hecho de que los personajes, obsérvese por ejemplo los de la Tumba Leopardi, se distinguen por algunos elementos, aunque mínimos, de caracterización individual). Algo que confirma la existencia de institutos de belleza en Etruria es el historiador griego Teopompo, que vivió a mediados del siglo IV a.C. y siempre fue muy duro con los etruscos (es más conocido por sus juicios despreciativos sobre las mujeres etruscas). “Todos los bárbaros que viven en Occidente -escribió Teopompo- se afeitan con brea y se rasuran con navajas. Entre los etruscos hay varios talleres con artesanos especializados en esta actividad, igual que nosotros tenemos barberos. Los clientes de estos talleres se prestan a todo y no se avergüenzan de nadie que los mire o pase por delante”. Es interesante observar cómo el etruscólogo Massimo Pallottino tradujo el término griego original utilizado por Teopompo, “ergastéria” (literalmente “talleres”), como “institutos de belleza”: evidentemente, si nos hubiéramos encontrado de paso, la impresión que habríamos tenido al visitar estas actividades no habría sido tan diferente de la de los institutos de belleza actuales.
Arte etrusco, Escena de banquete (tercer cuarto del siglo IV a.C.; fresco; Tarquinia, Tumba de los Escudos) |
Arte etrusco, escena de banquete (tercer cuarto del siglo IV a.C.; fresco; Tarquinia, Tumba de los Escudos) |
Arte etrusco, Escena de banquete (473 a.C.; fresco; Tarquinia, Tumba de los Leopardos) |
El cuidado del cuerpo era, pues, una actividad que interesaba tanto a las mujeres como a los hombres. En cuanto a los utensilios masculinos, en el ajuar del hombre etrusco no faltaba la navaja de afeitar, que tenía una extraña forma de media luna, inventada por los etruscos y útil para que la hoja se adaptara mejor a los rasgos del rostro: en nuestros museos arqueológicos (aquí incluimos un par de ejemplos procedentes del Museo Arqueológico de la Maremma y del Museo del Territorio de Bolsena) hay varios ejemplos de navajas de afeitar lunadas (éste es el término utilizado para indicar un utensilio de este tipo), que a menudo llevan una anilla que servía para colgarlas. La navaja de afeitar era un accesorio indispensable para los hombres: de hecho, podemos ver en los frescos que la moda etrusca exigía a los hombres presentarse con el rostro bien afeitado (aunque también son frecuentes las imágenes de hombres con barba, pero bien arreglados y recortados). La moda de afeitarse completamente la barba se extendió sobre todo tras el contacto con la civilización griega: de hecho, los jóvenes griegos no estaban acostumbrados a llevar barba, y sus contemporáneos etruscos pronto empezaron a imitarlos. Otro utensilio que conoce una cierta difusión en los ajuares masculinos es el strigil, habitualmente asociado a la práctica deportiva (de hecho, era utilizado por los atletas para eliminar los aceites del cuerpo tras la competición o después del entrenamiento), pero que en Etruria conoció un uso más extenso. En efecto, podía utilizarse para retirar bálsamos y ungüentos de la piel, o para retirar cremas depilatorias (ya que, como atestigua Teopompo, en Etruria tanto las mujeres como los hombres se afeitaban), o incluso simplemente para secarse el sudor. El estrígilo, además, también era utilizado en Etruria por las mujeres, que, al igual que los hombres, acudían al gimnasio y, por tanto, necesitaban mantener su cuerpo limpio una vez terminado el ejercicio.
Y, hablando de mujeres, el aseo femenino etrusco está bien surtido. Sabemos que las mujeres etruscas utilizaban pinzas para depilarse el vello no deseado, bastante parecidas a las que utilizamos hoy en día. Especialmente extendido estaba el cortaúñas, que también podía adoptar formas muy elaboradas: en el Museo Arqueológico Cívico de Vetulonia se conserva un cortaúñas muy importante, con forma de colgante que representa una figura femenina desnuda (tal vez una divinidad), y su historia es muy interesante porque fue adquirido en el mercado de antigüedades de Florencia por el gran poeta Eugenio Montale, que quiso regalárselo a su musa Irma Brandeis (la “Clizia” de sus poemas) como prenda de amor, y llegó al museo de Vetulonia el año pasado, como regalo del escritor Marco Sonzogni, a quien había llegado el objeto. Otro accesorio que podría haberse convertido en una pequeña obra maestra de uso cotidiano era el peine. Un ejemplo decididamente interesante es el peine conservado en el Museo Arqueológico de la Maremma, realizado en marfil con relieves y decoraciones envolventes que representan animales fantásticos (en la superficie del mango hay dos esfinges enfrentadas, mientras que en el reverso vemos otras dos bestias, probablemente dos leones). Su elaborada decoración y el hecho de que fuera de marfil (un material frágil) sugieren que un peine tan precioso no estaba realmente destinado a ser utilizado a diario y era, en todo caso, un objeto de exhibición. En el neceser de belleza de la dama etrusca también había frascos de bálsamos y ungüentos (también llamados aryballoi en griego) que contenían los aceites perfumados que las mujeres etruscas utilizaban en grandes cantidades: toda la imaginación de los artistas se volcó en estos objetos, ya que llegaban con las formas más dispares. Además de los bálsamos normales de forma globular, los museos arqueológicos poseen varios con formas humanas o de animales: por ejemplo, el Museo Arqueológico de Florencia tiene aryballoi con forma de bustos femeninos, cisnes, liebres y cervatillos, el Museo del Territorio de Bolsena tiene un curioso bálsamo en forma de jabalí, y el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, en Roma, uno con forma de mono.
Hemos hablado de neceser porque los etruscos (y esto se aplicaba tanto a las mujeres como a los hombres) utilizaban un objeto similar, a saber, un recipiente que servía para guardar los artículos de tocador: este tipo de ajuar de la Antigüedad se llamaba cista, era típicamente de bronce, tenía forma cilíndrica y era otro objeto en el que se podían encontrar decoraciones muy elaboradas (el asa de la tapa, por ejemplo, estaba hecha de esculturas que representaban a personas o divinidades a menudo cogidas en el acto de abrazarse para facilitar su sujeción). Y la preciosa situla de Pania, uno de los hallazgos más importantes del Museo Arqueológico de Florencia, era probablemente también una especie de estuche de belleza: se trata de un cilindro de marfil trabajado con una decoración que presenta historias de laOdisea. Sin embargo, el accesorio por excelencia de la toilette femenina etrusca era el espejo: fabricados en bronce, los espejos etruscos consistían en un disco plano, formado a su vez por una cara reflectante (de bronce convenientemente pulido: en Etruria no existían los espejos de cristal) y un reverso grabado con escenas rellenas de figuras, y un mango que podía estar fundido en una sola pieza con el disco o ser de distintos materiales (madera, hueso o marfil). Los etruscos iniciaron una floreciente producción de espejos, que se convirtieron en uno de los objetos más típicos de la artesanía etrusca. Las escenas representadas en el reverso del espejo procedían del repertorio mitológico (sobre todo en la Antigüedad, y además eran escenas comentadas con inscripciones, por lo que los espejos etruscos son también herramientas inestimables para conocer la lengua de este antiguo pueblo) o de la vida cotidiana (como escenas de convivencia o eróticas). Algunos ejemplos, entre los mejor conservados en el Museo Arqueológico de Florencia encontramos una escena de batalla con uno de los personajes identificado por una inscripción como “Aivas Telmuns”, es decir, el héroe homérico Áyax Telamonio (se trataría, por tanto, de una escena de laIlíada, tal vez un duelo contra el troyano Héctor), en el Museo Arqueológico de Bolonia, la llamada “patera cospiana” (ya que formaba parte de la colección del marqués Ferdinando Cospi en el siglo XVII) es en realidad un espejo que representa el nacimiento de Atenea, mientras que en el Museo Guarnacci de Volterra hay un espejo decorado con las figuras de los Dioscuros.
Fabricación etrusca, navaja lunada con escena de caza (siglos IX-VIII a.C.; hierro; Grosseto, Museo Archeologico e d’Arte della Maremma). Foto Créditos Francesco Bini |
Fabricación etrusca, navaja lunada (siglo VIII a.C.; hierro; Bolsena, Museo del Territorio). Fotografía Créditos Finestre Sull’Arte |
Fabricación etrusca, Strigil (siglos III-II a.C.; hierro; Cortona, Museo dell’Accademia Etrusca di Cortona). Ph. Crédito Ventanas al Arte |
Fabricación etrusca, Pinza depilatoria (siglo VIII a.C.; hierro; Cortona, Museo dell’Accademia Etrusca di Cortona). Ph. Crédito Ventanas al Arte |
Fabricación etrusca, Nettaunghie-pendiente (siglo VII a.C.; hierro; Vetulonia, Museo Civico Archeologico ’Isidoro Falchi’) |
Fabricación etrusca, Peine de la necrópolis de Banditella, Marsiliana d’Albegna (segundo cuarto del siglo VII a.C.; marfil, 9,5 x 11 cm; Grosseto, Museo Archeologico e d’Arte della Maremma) |
Manufactura etrusca, Balsamario globular (590-550 a.C.; cerámica, 6,2 x 6 cm; Maccagno, Museo Civico Parisi Valle) |
Manufactura etrusca, Balsamari en forma de animal (800-650 a.C.; cerámica; Grosseto, Museo Archeologico e d’Arte della Maremma). Foto Créditos Francesco Bini |
Fabricación etrusca, Balsamari en forma de cisne de la tumba de Flabelli en Poggio della Porcareccia, Populonia (700-550 a.C.; cerámica; Florencia, Museo Arqueológico). Foto Créditos Francesco Bini |
Balsamari etruscos con forma de liebre y cervatillo de la tumba de Flabelli en Poggio della Porcareccia, Populonia (700-550 a.C.; cerámica; Florencia, Museo Arqueológico). Foto Créditos Francesco Bini |
Fabricación etrusca, Balsamario en forma de busto femenino procedente de la tumba de Flabelli en Poggio della Porcareccia, Populonia (700-550 a.C.; cerámica; Florencia, Museo Arqueológico). Foto Créditos Francesco Bini |
Fabricación etrusca, Balsamario en forma de mono del túmulo Maroi de Banditaccia, Cerveteri (580-530 a.C.; cerámica; Roma, Museo Nazionale Etrusco di Villa Giulia). Foto Créditos Francesco Bini |
Fabricación etrusca, Balsamario en forma de jabalí (siglo III a.C.; cerámica; Bolsena, Museo del Territorio). Ph. Créditos Finestre Sull’Arte |
Arte etrusco, Situla de Pania (tercer cuarto del siglo VII a.C.; marfil; Florencia, Museo Arqueológico). Ph. Créditos Francesco Bini |
Objetos etruscos, Espejo con escena de batalla que representa un episodio relacionado con Áyax Telamonio (siglo IV a.C.; bronce; Florencia, Museo Arqueológico). Foto Francesco Bini |
Manufactura etrusca, Espejo con los Dioscuros enfrentados (siglo V a.C.; bronce; Volterra, Museo Guarnacci). Ph. Francesco Bini |
Artefacto etrusco, Espejo con la escena del nacimiento de Minerva (segunda mitad del siglo IV a.C.; bronce; Bolonia, Museo Cívico Arqueológico) |
Por último, para concluir: ¿es posible formular una hipótesis sobre el maquillaje típico de la mujer etrusca? ¿Qué productos utilizaban para perfeccionar su maquillaje? Observando las escenas pintadas, tanto en la pared como en la cerámica, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que a las mujeres etruscas les gustaba el maquillaje ligero, sobrio y refinado, como se deduce también de los frescos de la Tumba de los Escudos o del cuenco de bálsamo en forma de busto mencionado anteriormente. El lápiz de labios se aplicaba en los labios, la tez de las mejillas se iluminaba con productos especiales, el contorno de los ojos se resaltaba en negro y, a veces, los ojos se iluminaban con una aplicación de sombra de ojos: estos eran los elementos esenciales, sencillos pero elegantes, del maquillaje etrusco.
Se trataba, en todos los casos, de productos de origen vegetal. La barra de labios se obtenía de moras, raíces de anchusa (una planta parecida a la borraja) u hojas de higuera. Las sombras de ojos se hacían con flores de azafrán, mientras que la base de maquillaje de las mujeres e truscas era una pasta de arcilla que se untaba adecuadamente en las mejillas, aunque también podía utilizarse ocre rojo. Las mujeres etruscas también utilizaban polvos, que se obtenían del polvo de far clusinum (escanda de Chiusi). También estaba el perfume, que se obtenía de plantas, flores y frutas: eran apreciados los perfumes de bergamota, lavanda, menta, almendra y pino. Todas estas esencias se mezclaban sobre una base de agua y aceite de oliva. Por desgracia, no existen registros escritos en lengua etrusca que nos hayan transmitido más detalles: no disponemos de fuentes escritas directas sobre la cosmética etrusca. Pero estamos seguros de que el cuidado del cuerpo era un aspecto fundamental de la vida cotidiana de los etruscos.
Bibliografía de referencia
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