Los pescadores de Weligama, Sri Lanka: toda la historia detrás del famoso icono de Steve McCurry


Los pescadores de Weligama, en Sri Lanka, son los protagonistas de una famosísima fotografía de Steve McCurry. Pero, ¿qué hay detrás de este icono? Descubramos su historia.
Los pescadores de Weligama, Sri Lanka: toda la historia detrás del famoso icono de Steve McCurry

“Mucha gente me pregunta por esta fotografía que tomé, en Sri Lanka, de unos pescadores que, a primera hora de la mañana, salen con unas cañas muy finas a pescar pececillos. Fue una situación fuera de lo común: conducía por la costa del sur de Sri Lanka y me había fijado en decenas de pescadores sentados en cañas, en medio del mar. Así que una mañana decidí dar un paseo por el océano, hasta el punto en que el agua me llegaba al pecho, y me pasé una hora y media haciendo fotos. Se subían a esos palos y se sentaban allí para no espantar a los peces, ese es el sentido de la acción”. Con estas palabras, el gran fotógrafo Steve McCurry (Darby, Pensilvania, 1950) relataba, en una entrevista concedida a la editorial Phaidon (cuyo vídeo está disponible en YouTube), una de sus fotografías más famosas: la tomada en 1995 a pescadores de Sri Lanka en Weligama, una ciudad de unos setenta mil habitantes asomada al océano Índico, al sur del país.

La famosa instantánea ha sido el centro de innumerables exposiciones en las que el fotógrafo estadounidense ha sido protagonista en todo el mundo: la más reciente, la exposición Cibo (en los Museos San Domenico de Forlì hasta el 6 de enero de 2020) que investiga el tema de la comida con ochenta instantáneas, muchas de las cuales nunca se habían expuesto antes. “Esta es una de las fotografías que componen la sección de la exposición dedicada a la producción de alimentos”, explica Fabio Lazzari, comisario de la muestra. “McCurry fotografió a personas activas en la producción de alimentos en todo el mundo: hay pescadores, agricultores, ganaderos, hay recolectores de azafrán, los arrozales de Filipinas, un recolector de naranjas”. Y, efectivamente, la relación que esta imagen tiene con la alimentación es innegable: porque esta forma de pescar es la que, durante mucho tiempo, proporcionó el sustento a los habitantes de esta parte de la isla. “La de los pescadores de Weligama -continúa Lazzari- es una de las fotografías más icónicas de McCurry, hasta el punto de que todavía hoy mucha gente va a Weligama precisamente para intentar rehacer esa fotografía, reproducirla: esto, en parte, es también una muestra de cómo McCurry ha influido en el imaginario colectivo a través de sus fotografías”.



McCurry pasó casi un día en compañía de pescadores en el sur de Sri Lanka, tratando de captar la luz adecuada para la fotografía en diferentes momentos del día. Por eso pudo observar su forma de pescar durante bastante tiempo. “Me sorprendió”, dijo en la entrevista mencionada, “ver la rapidez con la que los pescadores capturaban los peces y los metían en sus bolsas”. Y llegó a un amargo comentario: “Por desgracia, creo que este estilo de vida suyo pronto llegará a su fin, porque a muchos de estos jóvenes les resulta más rentable trabajar en la industria turística, y esta forma única de pescar tarde o temprano se perderá para siempre”. Lo fascinante de esta fotografía es que siempre seguiremos mirándola a lo largo de los años, sorprendiéndonos de la forma de pescar de estos hombres: pensaremos que se trata de una situación icónica que nunca volveremos a ver, y que para preservar este recuerdo, esta historia de cómo éramos, es importante documentar acontecimientos como éste.

Steve McCurry, Weligama, Sri Lanka, 1995. © Steve McCurry
Steve McCurry, Weligama, Sri Lanka, 1995. © Steve McCurry

El mecanismo de este tipo de pesca es muy sencillo: los pescadores crean una especie de cruz cuya estructura de soporte es un gran palo vertical de madera, de tres o cuatro metros de largo, clavado medio metro en el arrecife que se extiende frente a la playa. Al poste vertical, los pescadores atan una petta, es decir, un tablón horizontal, generalmente hecho uniendo dos o más palos y sostenido por una estaca colocada en ángulo, donde se sientan a pescar, a una altura de unos dos metros de la base del poste: para llegar allí, colocan otras estacas de madera a lo largo del poste vertical como clavijas. Sentados de este modo, los pescadores abrazan el palo o se agarran a él con una mano para mantener el equilibrio, y con la otra utilizan la pértiga para pescar. A pesar de las apariencias, esta técnica de pesca no es antigua: los orígenes no están claros, pero parece que esta forma de pescar no surgió hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Antes, los pescadores se limitaban a subirse a las rocas de la costa (los pobres que vivían en estos lugares no tenían medios económicos para procurarse embarcaciones). La invención de la pesca con caña parece deberse a problemas de superpoblación: había demasiados pescadores y pocas rocas, así que alguien, en algún momento (pero no sabemos cuándo), decidió pescar directamente en el mar. Con el paso del tiempo, también se fueron perfeccionando las técnicas de preparación de las cañas de pescar, que requieren una gran habilidad artesanal, ya que deben ser resistentes, de una madera que no se deteriore fácilmente en contacto con el agua, y las cañas deben atarse de forma que garanticen la seguridad del pescador. La misma habilidad se necesita para fabricar la caña: los pescadores también fabrican ellos mismos las herramientas que utilizan para pescar. Se fabrican con ramitas finas hechas de plantas locales, a las que se ata el sedal, que termina con un anzuelo casero: al anzuelo de hierro se le da forma oblonga y se trabaja de tal manera que se asemeje a un gusano (el pescador lo “baila” luego literalmente en el agua para simular el comportamiento de una presa: de esta manera, los pescadores ahorran en cebo, que no necesitan). Entre los peces que se pescan figuran algunas especies locales de caballa y arenque, conocidas localmente como bolla y koraburuwa.

“La situación era precaria”, recuerda McCurry al hablar de la foto en una entrevista para el Museum für Gestaltung de Zúrich. “Estaba en el agua, y las olas amenazaban con desequilibrarme, porque no estaba seguro de adónde me llevaban, ni de lo que harían con mi equipo, temía que lo estropearan. Pero era muy importante centrarse en la luz, porque necesitaba dar la sensación de esta atmósfera melancólica, bajo un cielo nublado, con palmeras y rocas de fondo”. El resultado es una foto que tiene un gran impacto en quienes la ven, hasta el punto de que, después de la foto de la Niña Afgana, la foto de los pescadores de Weligama es quizá la más famosa de las tomadas por McCurry. “Detrás de esta foto”, escribió el crítico Roberto Koch, "puede que haya una realidad de pobreza y agotamiento, pero McCurry, con un triple salto mortal, consigue transformar a los pescadores en sus pértigas en un grupo de bailarines increíblemente elegantes. Parecen suspendidos en el aire, con sus gestos delicados, su belleza exótica, y cada uno a una altura diferente, un elemento que equilibra la composición. Esta acción, que requiere mucha habilidad, ha sido representada por McCurry de una forma que la hace parecer fácil.

Retrato de Steve McCurry. Fotografía de John Ramspott
Retrato de Steve McCurry. Fotografía de John Ramspott

Han pasado muchos años desde que McCurry fotografió a los pescadores de Weligama, y su situación ha cambiado mucho desde entonces. Pero ya en 1996, la FAO publicó un informe en el que señalaba que la pesca con caña se limitaba a una pequeña zona del distrito de Galle, la capital de la provincia del Sur (Weligama está a unos quince kilómetros de Galle). Y era una actividad de la que ciertamente no ganaban mucho: el informe de la FAO había encuestado a unas quinientas familias de pescadores, todas ellas con un nivel de vida muy bajo (por no decir que vivían en la pobreza). Además, la vida de los pescadores del sur de Sri Lanka es muy dura: el trabajo dura lo que dura la temporada de pesca (seis meses, de abril a octubre, y también hay que tener en cuenta que la caña casi siempre dura menos, porque la erosiona el agua, por lo que hay que cambiarla durante la temporada), uno se levanta muy temprano esperando que las condiciones del mar permitan pescar, pasa unas tres horas encaramado a la caña, y dedica otras tantas (o más) a intentar vender lo que ha pescado. Sin contar el tiempo para fabricar las herramientas.

Quedan muy pocos pescadores que sigan haciendo su trabajo a la manera tradicional. La razón principal es que se gana poco dinero con la pesca con caña: normalmente, los pescadores del sur de Sri Lanka ganan entre 200 y 400 rupias al día (menos de dos euros). Sin embargo, según datos oficiales del Ministerio de Trabajo de Sri Lanka, recopilados por CEIC (una empresa que se ocupa de estadísticas sobre la economía mundial y el trabajo) y referidos a 2016, un albañil gana de media el triple (unas 1.200 rupias al día), un cultivador de coco recibe 1.558 rupias y un carpintero cualificado 1.894. Y el gobierno de Sri Lanka calcula que, en el distrito de Galle, una sola persona necesita unas 4.800 rupias al mes para cubrir sus necesidades básicas: así, muchos pescadores, sobre todo los que tienen familia, viven por debajo del umbral de la pobreza.

Así pues, los que todavía se dedican a este oficio, lo hacen o bien porque no tienen otros medios, quizá porque no han recibido una educación adecuada o porque simplemente no encuentran otro trabajo, o bien porque quieren continuar una tradición familiar (de hecho, los pescadores de caña transmiten las técnicas de generación en generación), pero se ganan la vida de otra manera. No sólo eso: la fotografía de Steve McCurry ha contribuido al crecimiento del turismo en esta zona del país, porque es el único lugar del mundo donde se practica este tipo de pesca. Así, muchos turistas van a Weligama y sus alrededores con el propósito específico de fotografiar a los pescadores, por lo que se ha hecho prácticamente imposible fotografiarlos sin tener que pagar a cambio unos cientos de rupias (para el turista es poco, ya que equivale a uno o dos euros, pero para un pescador es una suma que a menudo corresponde o supera sus ingresos diarios). Así pues, como para muchos de los pescadores la “presa” ya no son los peces, sino los turistas, a menudo ni siquiera se molestan en pescar de verdad. Ciertamente, si uno va hoy a la zona de Weligama y se encuentra a un pescador en una pértiga pidiéndole una ofrenda fotográfica, es casi seguro que esa persona es simplemente unaatracción turística y no un pescador de verdad.

Los pescadores de Sri Lanka que hablan de su trabajo suelen coincidir con Steve McCurry en que su tradición se perderá: aparte de ser un trabajo que no da para vivir mucho (porque realmente no se pesca mucho con este método), también es extremadamente agotador (se está de pie durante horas en una posición incómoda, cuando brilla el sol uno se quema porque no hay refugio, hay que pasar mucho tiempo en contacto con el agua, sobre todo si el mar está agitado). Probablemente sólo sea cuestión de unos pocos años, y los pescadores de caña dejarán de existir, o quedarán sólo como figurantes para los turistas, o en el mejor de los casos seguirán cultivando la tradición como pasatiempo. Algunos se indignan cuando se enteran de que los lugareños exigen una oferta para hacer la foto, y prefieren no hacerla: “una trampa para turistas”, lo llaman muchos. Pero nos gusta pensar que, para los habitantes de esta franja costera del sur de Sri Lanka, se trata más bien de una especie de estrategia de defensa. Sobre todo en una zona del planeta donde la vida es mucho más difícil que en otros lugares.


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