Centro deAndalucía, Sevilla es sin duda uno de los destinos más conocidos y buscados por los turistas que vienen a España y la ciudad está fuertemente anclada en sus tradiciones, que son también uno de sus principales atractivos. Sevilla es también un importante centro de arte gracias a los espléndidos monumentos que caracterizan sus calles y plazas, entre los que destacan la Catedral, construida sobre una mezquita preexistente, hoy la mayor iglesia gótica de España y una de las mayores del mundo, la Giralda, su campanario, construido en el siglo XII como alminar, y otros numerosos monumentos entre los que destacan palacios reales y nobiliarios. Pero Sevilla ha sido también, junto con Madrid y Valencia, uno de los principales centros de difusión del arte figurativo en España, dando lugar a una de las escuelas pictóricas más longevas y prolíficas del mundo. escuela pictórica más longeva y prolífica del Estado Ibérico, de la que formaron parte pintores de la talla de Juan Sánchez de Castro, Francisco Pacheco, Francisco de Zurbarán, Diego Velázquez o Bartolomé Esteban Murillo, por citar sólo algunos de los más famosos.
Para conocer esta larga temporada, que abarca varios siglos, es imprescindible visitar el Museo de Bellas Artes: un museo extraordinario por la cantidad y calidad de las obras expuestas. A menudo mencionado por las guías como el mayor museo de España después del Prado, el Museo de Sevilla se diferencia en realidad del famoso museo de la capital en que los núcleos de la colección son bien distintos: no se trata de una colección europea con grandes nombres de Italia, Francia, Alemania, etc., sino de una colección coherente y fuertemente arraigada con el territorio.
El Museo de Bellas Artes de Sevilla se fundó como pinacoteca por Real Decreto de 16 de septiembre de 1835, en un momento en el que se estaba produciendo la secularización de los ingentes patrimonios pertenecientes a diversas sociedades religiosas y, por tanto, al igual que ocurría en Italia, para dar cabida a los numerosos bienes culturales procedentes de iglesias, conventos y oratorios en desuso, así como para tratar de frenar la continua hemorragia de obras que acababan en el mercado privado para ser adquiridas por coleccionistas extranjeros. El lugar elegido recayó en el antiguo convento de la Merced Calzada, construido por Fernando III en el siglo XIII tras arrebatar Sevilla a los árabes, y remodelado a lo largo de los siglos, especialmente hacia 1612, convirtiéndose en uno de los más magníficos ejemplos del manierismo andaluz.
El museo está situado en la Plaza del Museo, presidida por una estatua en bronce del pintor Murillo, obra del escultor Sabino Medina, cuya réplica se encuentra también cerca del Museo del Prado de Madrid. La fachada principal, sobria y majestuosa, está adornada por un arco sobre columnas, sobre el que se sitúa una gran hornacina habitada por las figuras de la Virgen de la Merced, San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced, y el rey Jaime I de Aragón, su protector.
El interior es un espacio precioso y refinado, alejado del caos de la ciudad, enriquecido por unos claustros caracterizados por una frondosa vegetación y una colorida cerámica, por cuya producción es famosa la ciudad de Sevilla. El recorrido comienza con una selección de pintores y escultores activos en la ciudad en el siglo XV, periodo al que se remonta el inicio de la Escuela de Sevilla. En concreto, la exposición se centra en dos figuras: la primera es Juan Sánchez de Castro (activo en la segunda mitad del siglo XV), conocido como el “patriarca de la pintura sevillana”, ya que emergió entre los pintores góticos andaluces gracias a su apertura a las influencias mediterráneas, lo que hizo que sus pinturas estuvieran teñidas de gracia y dulzura. Las obras de artistas cercanos a su estilo se siguen concibiendo sobre fondos dorados, donde la atención al detalle sigue siendo de influencia flamenca.
Otra figura clave es Pedro Millán (Sevilla, activo entre 1487 y 1506), artista también activo en la Catedral y padre fundador de la escuela escultórica sevillana, del que se expone su espléndido Lamento sobre Cristo muerto en terracota policromada, en el que el estilo gótico se contamina de un refinado naturalismo expresivo.
También cabe mencionar entre los fundadores de nuevas tendencias al toscano Francisco Niculoso Pisano (Pisa, siglo XV - Sevilla, 1529), pintor y escultor de mayólicas que trabajó en Sevilla en las dos primeras décadas del siglo XVI y que tuvo el papel fundamental de difundir en España las mayólicas historiadas decoradas con grotescos y los bajorrelieves policromados tomados de los Della Robbia, cuya primera obra en suelo español se conserva en la iglesia de Santa Ana de Triana, barrio aún hoy famoso por su producción de mayólicas.
El recorrido museístico conduce después a la sala de los artistas del siglo XVI, una época de gran riqueza y esplendor para Sevilla, gracias a su papel de monopolio del comercio con las colonias americanas. La gran riqueza atrajo a artistas flamencos e italianos a la ciudad y a sus obras, entre las que destaca el extraordinario Juicio Final de Maarten de Vos (Amberes, 1532 - 1603), caracterizado por una multitud de cuerpos contorsionados.
Extraordinarias en calidad son dos esculturas del artista florentino Pietro Torrigiani (Florencia, 1472 - Sevilla, 1528), conocido por su aversión a Miguel Ángel, cuyas críticas desataron su ira, que se tradujo en un puñetazo contra el famoso artista, cuya nariz quedó rota y deformada de por vida. El puñetazo le costó a Torrigiani el exilio de Florencia y el inicio de sus andanzas por Italia primero, Londres después y Sevilla finalmente, donde no tuvo mejor suerte. Convertido en un cotizado escultor, Torrigiani no había mejorado, al parecer, sus modales; de hecho, según Vasari, en 1522, tras destruir con un cincel una estatua de la Virgen realizada para un prestigioso mecenas que no quiso pagarle adecuadamente, fue encarcelado por iconoclasta por la Inquisición española, muriendo, al parecer, ese mismo año en prisión entre penurias y sufrimientos.
Volviendo al itinerario museístico, entre otras obras de valor, la sala alberga un Calvario pintado por Lucas Cranach (Kronach, 1472 - Weimar, 1553) y un Retrato del Hijo de El Greco (Domínikos Theotokópoulos; Candia, 1541 - Toledo, 1614). Entre los locales, destaca el papel de Alejo Fernández (Córdoba, 1475 - Sevilla, 1545), que introdujo en el arte sevillano algunas fórmulas renacentistas, como se aprecia en laAnunciación, presente en el museo, construida con gran rigor perspectivo e interés por la arquitectura antigua.
Más tarde, el arte ibérico se emancipó cada vez más de los modelos nórdicos y se orientó hacia los ejemplos italianos. La época manierista está marcada por algunas personalidades, entre ellas el pintor y tratadista Francisco Pacheco (Sanlúcar de Barrameda, 1564 - Sevilla, 1644). Aunque a veces se le considera un pintor mediocre por sus imágenes estáticas, no se le puede negar un papel fundamental dentro de la escuela sevillana: de hecho, fue maestro y suegro de Velázquez, que se casó con su hija, y enseñó a otros pintores de talento de la escuela, como Alonso Cano y Francisco López Caro. Orientó a estos grandes artistas hacia la nueva estación del Naturalismo, que, a diferencia de lo que ocurría en Italia con Caravaggio y los Bamboccianti, no era el fin al que tendían sus esfuerzos creativos, sino un mero medio para contar con inmediatez el mensaje evangélico.
Los discípulos de Pacheco, junto con otros nombres importantes, formarían la generación de pintores conocida como los grandes maestros, hombres nacidos entre 1590 y 1610 que produjeron algunas de las mayores obras maestras del arte español. Con ellos se abre la gran temporada barroca.
De Diego Velázquez (Sevilla, 1599 - Madrid, 1660) sólo se conservan en el museo dos obras, la Cabeza de apóstol, quizá reconocible con San Pablo, y el Retrato del religioso don Cristóbal Suárez de Ribera, que siendo aún joven se trasladó a Madrid para ser pintor del Rey.
Y si en la segunda obra el tratamiento del rostro no parece realista, quizá se deba a que se trataría de un retrato póstumo, mientras que en la cabeza del príncipe de los apóstoles, sobre una preparación marrón oscura típica de las producciones sevillanas del joven Velázquez, el pintor con una cuidada elección de los tonos consigue una cabeza rebosante de vida y energía.
El otro discípulo de Pacheco, Alonso Cano (Granada, 1601 - 1667), fue también uno de los protagonistas del Siglo de Oro: fue el más clásico de este grupo de artistas, y dio vida a un arte tendente a una belleza ideal, a través del equilibrio y la mesura que le llevaron a rehuir ciertas soluciones de la pintura naturalista. El San Francesco Borgia, obra temprana del pintor, muestra cierto interés por la pintura sombría de Jusepe Ribera.
Nacido cerca de Valencia en 1591, Jusepe de Ribera, conocido como el Spagnoletto (Xàtiva, 1591 - Nápoles, 1652), es el artista menos vinculado a la ciudad de Sevilla entre los grandes maestros del Barroco, pero se conservan varias de sus obras en el museo, entre ellas un cuadro de Santiago el Mayor, cuya réplica se conserva en el Palacio Barberini de Roma. Por último, entre los grandes maestros, hay que mencionar también a Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598 - Madrid, 1664), de origen extremeño pero educado en Sevilla, también estátambién representado con unos extraordinarios retablos, donde la sencillez que huye de artificios cultos y una atención casi obsesiva por el realismo y los volúmenes nítidos y concisos le han convertido siempre en un pintor muy apreciado. Quizá las obras más meritorias del artista aquí expuestas sean la Crucifixión y laApoteosis de Santo Tomás de Aquino.
Las últimas décadas del siglo, bajo el reinado de Carlos II, representaron la época del Barroco maduro, años en los que los pintores españoles pudieron ponerse a la altura de lo que sucedía en el resto de Europa. El nombre sin duda más famoso de la época es el de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1618 - Cádiz, 1682), que puede admirarse en profundidad en este museo gracias a las numerosas obras expuestas, hasta el punto de que el escritor Richard Ford afirmó que “en Sevilla se admira a Murillo en toda su gloria... un gigante en su tierra natal”.
Las obras de Murillo se exponen en la antigua iglesia del monasterio, en la nave de cruz latina coronada por una cúpula. El artista fue considerado durante mucho tiempo como uno de los pintores españoles más importantes, a la altura de Velázquez, pero en tiempos más recientes se ha rebajado su valor y se le ha acusado de excesivo sentimentalismo. La grandeza de Murillo, en cambio, radica en su insuperable habilidad para la narración religiosa, creando imágenes devocionales que aún hoy no han perdido su fuerza y eficacia, renovando constantemente iconografía y modelos para satisfacer las necesidades litúrgicas de los distintos mecenas.
El museo no se detiene en estos siglos de oro, y también está dignamente representado el siglo XVIII, que, sin embargo, como la fortuna del país, tuvo un momento de declive. Entre los ensayos más bellos están los de Domingo Martínez, que describe con todo lujo de detalles las fiestas y los carros alegóricos que recorren las calles de Sevilla. El siglo XIX, por su parte, se caracteriza por la pintura romántica que desde Sevilla irradió a todo el país, con cuadros de temas históricos, pero también exóticos y orientales. El recorrido incluye también obras de Goya y, y otros autores de interés.
El Museo de Bellas Artes de Sevilla es, por tanto, una parada imprescindible para el amante del arte que decida visitar la ciudad andaluza, y aunque alejado de los flujos turísticos (o quizá por ello) la experiencia de la visita permite una inmersión profunda en la historia del arte español.
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