Laetitia Ky (Abiyán, 1999), jovencísima artista de Costa de Marfil que se hizo famosa por las “esculturas” que hace con su propio pelo, es una de las artistas africanas más comentadas del momento. Ha expuesto sus obras en la Bienal de Venecia 2022, en el Pabellón de Costa de Marfil, en la exposición Empowerment del Kunstmuseum de Wolfsburgo, que reunió a 100 mujeres artistas para reconstruir la historia del feminismo en el arte (una de sus obras fue elegida para la portada del catálogo y para el cartel de la exposición), y próximamente expondrá en el Museo de Arte Contemporáneo de Caen, en una muestra dedicada al mito de Medusa junto a célebres artistas internacionales, y en una serie de exposiciones individuales. Hasta el 15 de enero de 2023, la Galería Lis10 de Arezzo le dedica la exposición Empow’Hair, comisariada por Alessandro Romanini. El siguiente texto está tomado del texto crítico que Romanini, comisario del Pabellón de Costa de Marfil en la Bienal de 2022, escribió para la exposición individual de Laetitia Ky que se inaugurará el 4 de marzo en Nápoles.
Desde el principio de su operación estético-militante, planeada y dirigida desde su casa-taller en las afueras de Abiyán, el trabajo de la jovencísima Laetitia Ky ha tenido como objetivo producir obras que pudieran, al mismo tiempo, incitar al espectador a la reflexión y promover la condición de la mujer. Esa condición que en el mundo del arte ha luchado por afirmarse a lo largo de los siglos y ha permanecido durante mucho tiempo en una condición que pasa “de la crónica a la eternidad sin gozar de un momento de historia”, como afirmaba Lea Vergine en su célebre ensayo-catálogo L’altra metà dell’avanguardia. 1910-1940. Un complejo de mentes creativas que sufrieron la discriminación, que pronto se convirtió en un automatismo desprovisto de toda acritud, que creó un gueto que no dialogaba con el centro de la corriente artística dominante y generó un sinfín de feroces Eurídices sin Orfeo, princesas sin necesidad de príncipes azules.
El ensayo de Cheik Amidou Kane La aventura ambigua, uno de los hitos de la obra de Laetitia Ky, se publicó en 1961, en plena ola de entusiasmo por las numerosas independencias de los países africanos en 1960. Esta feliz coyuntura planteó a los africanos, y en particular a los artistas e intelectuales, la necesidad de estructurar una nueva forma cultural, identitaria y expresiva con la que presentarse en su nueva apariencia autónoma e independiente. En el caso de las mujeres artistas, este intento de redefinición se prolongó durante mucho tiempo y aún continúa.
Antetodo, la elección de la artista marfileña de ponerse en primera persona, retratándose en fotos; la elección del medio expresivo, de la “escultura capilar”, surge de la conjunción de una serie de acontecimientos; el estado de insatisfacción, poco más que adolescente, con las condiciones de los derechos de la mujer en su país y la necesidad de expresarse de una forma que afirme su propia identidad y orgullo. "Al principio, descubrí en las redes sociales imágenes de archivo, fotografías que se remontaban a la época precolonial, de mujeres con peinados muy elaborados, verdaderas esculturas, y esto desencadenó inmediatamente en mí una idea, asociada a la moda generalizada de las mujeres africanas de alisarse el pelo para parecerse a las occidentales. Es decir, rechazar el pelo rizado, ondulado, frisado, verdadero símbolo de identidad".
Así que en primer lugar hay un deseo de reivindicación, donde el cabello representa no sólo un código genético, sino un símbolo de orgullo y de identidad cultural. "A partir de ese momento, decidí partir del cabello para construir mi propio lenguaje expresivo. La fotografía y las redes sociales me parecieron las herramientas más adecuadas para crear tanto una forma de expresión subjetiva como un método de difusión, que permitiera sortear las dificultades económicas y de resistencia del sistema artístico, proporcionadas por el alquiler de un estudio, los materiales y la presentación de la propia obra a galerías y marchantes. Yo, con mi cuerpo y mi mente, estoy siempre disponible para crear ideas y obras, sin necesidad de ayuda externa". En el contexto de esta ambigüedad identitaria, resulta especialmente interesante constatar la coincidencia entre la reivindicación de una cultura identitaria por parte de las artistas africanas y la de las mujeres artistas en general, que se produjo a partir de principios de los años setenta. En aquella época, ambas estaban dando sus primeros pasos inciertos, totalmente centrados en la reivindicación del derecho a la existencia.
Tras un apagón en los años 80 (por ejemplo, las artistas italianas desaparecieron de la escena internacional), a finales de la década algunas artistas africanas empezaron a aparecer en escena al igual que sus colegas masculinos, gracias a la exposición Magicien de la Terre en el Centro George Pompidou de París. La edición de finales del siglo XX de la Bienal de Venecia premia un pabellón virtual formado únicamente por obras de artistas femeninas: Media Practices in Women’s Art 1977-2000. Laetitia Ky puso conscientemente en juego su propio cuerpo y su identidad, combinando sinérgicamente una dimensión performativa con una mediación plástica y fotográfica. En este contexto, la operación llevada a cabo por la artista marfileña recuerda las palabras de Rosalind Krauss en Bachelors: “La verdadera forma conceptual del problema comienza en otra parte... con el significado de una jaula para el cuerpo que retiene. ¿No es ese espacio cuadrado? ¿Qué se siente al estar expuesto? ¿Qué significa realmente la palabra ”siempre“? ¿Cómo sería estar eternamente, en el centro de la mirada de otra persona?”.
La artista es fotógrafa y modelo de sí misma, sujeto y objeto al mismo tiempo, utiliza su cuerpo para avanzar en el camino del autoconocimiento -y no de un modelo genérico representativo- y del mundo femenino africano, del que se siente parte integrante. Es una actitud que implica también una dimensión ética propia, que ella desentraña a través de un conflicto contra el sistema mediático y la invasiva avalancha de imágenes que se difunden diariamente en la infoesfera.
A diferencia de la mayoría de las imágenes que se consumen a diario, en las que el cuerpo es tratado como moneda de cambio entre autor y espectador, Laetitia Ky utiliza su cuerpo para instigar la reflexión y abrir un diálogo consigo misma; inserta su cuerpo en escenarios o espacios neutros que enriquecen la diégesis de la fotografía y el significado que pretende transmitir. Todo está conscientemente diseñado para transformar su cuerpo en un dispositivo comunicativo, un lugar de encuentro entre ella misma y el mundo exterior, un modelo comunicativo en el que se refleja y transmite información sobre su experiencia identitaria en relación con el contexto en el que se desarrolla. Con esta dinámica, transforma su cuerpo y sus peinados en modelos para indagar en su visión de lo que existe y no en la imagen que los demás puedan tener de su cuerpo. La artista proyecta sobre el cuerpo femenino imágenes y símbolos, ambiciones, reivindicaciones, miedos e incluso rabia. Añade capas de reflexión y mimetismo en la estructura de la foto que representa la “performance plástica del cabello”, para liberarse de la mera reproducción mecánica objetiva de la fotografía.
Las poses y las “construcciones” plásticas de los peinados son también una representación simbólica de la realidad y del universo femenino específico: es como si la artista investigara constantemente, al mismo tiempo, la formación de su joven personalidad en desarrollo, poniendo en escena los deseos, las reivindicaciones y la vulnerabilidad, así como la condición de la mujer en su contexto cultural específico. Una operación que incluye simultáneamente una reflexión metalingüística sobre su forma de hacer arte y sobre el género
La mirada de Medusa. Reconocida como modelo ideal para esta nueva vía creativa por la artista; el cabello - serpiente, como elemento de connotación y amenaza, la mirada, con todas sus implicaciones perceptivas y creativas, como arma, que petrifica a quien la atraviesa, transformándolo en una escultura de piedra. Metáfora de un proceso creativo llevado a cabo por la artista marfileña que contempla siempre una especie de elemento amenazador, militante, ayudado por la escultura peluda, la asunción de una identidad femenina que ya es en sí misma reivindicativa. Una mirada que se plasma en la fotografía, que cristaliza una interpretación efímera, performativa y, por tanto, “temporal”, haciéndola ascender de una dimensión autobiográfica a otra vinculada al imaginario y la memoria colectivos.
Las obras de Laetitia Ky tienen una mirada amenazadora, pero también amenazada, como si esperara el golpe mortal de Perseo y, por tanto, tuviera que actuar en un continuo estado de urgencia y emergencia; ficción y realidad en este contexto se tocan, atravesando también la historia, la crónica y la mitología, ejes de todas las identidades. Pero también una mirada protectora, guardiana, que rodea a los “personajes” femeninos interpretados por la joven artista, como indica la raíz de la palabra Medusa en griego antiguo. Medusa es una de las tres gorgonas, la única que comparte la naturaleza mortal de los humanos y se sitúa en una dimensión empática con ellos. Dotada de un poder mortífero, capaz de petrificar a cualquiera que se encuentre con su mirada, pero también con el gran handicap de no poder mirar a los ojos (en el alma... ) de ningún ser vivo; metáfora del artista que vive en una dimensión ambigua, dentro de una sociedad, de una coyuntura histórica, inserto a su vez en un proceso histórico, que le lleva a asumir responsabilidades. Al mismo tiempo dentro y fuera de la historia y de la crónica.
Perseo con las sandalias aladas proporcionadas por las ninfas y el casco de invisibilidad de Hades y la hoz adamantina concedida por Hermes, observando el reflejo de Medusa en su escudo (y nunca una mirada directa), para evitar ser petrificado, consigue decapitar a la gorgona. Imagen escindida, reflejada, simulacro y metafóricamente símbolo de otra mirada, de una identidad mediada, simulacro.
Una muerte que también es simbólicamente precursora de la creación (creatividad), al hacer brotar de la herida sangrante al caballo alado Pegaso y al gigante Crisaor, los hijos que esperaba de Poseidón. Otras fuentes afirman que el coral también brotó de la herida infligida por Perseo. Perseo se llevó consigo la cabeza cortada de Medusa, convirtiendo su mirada (la de la difunta, que no había perdido su poder) en un arma contra sus enemigos. Perseo, significativamente, después de matar a Medusa, viajó a África con la poderosa cabeza de su víctima; en el antiguo continente derrotó a Atlas, dándole vida al tallar la cordillera del Atlas en forma de piedra. También en África petrificó al monstruo marino que amenazaba a Andrómeda, princesa de Etiopía, casándose con la doncella.
La unión inseparable de eros y thanatos garantizada por la fotografía. Laetitia Ky es consciente de que “toda fotografía es un memento mori”, como señalaba Susan Sontag: “hacer una fotografía es participar en la mortalidad, la vulnerabilidad y la mutabilidad de otra persona o cosa. Y es precisamente aislando un momento concreto y congelándolo como todas las fotografías dan fe de la inexorable acción disolvente del tiempo”, explica la filósofa e historiadora estadounidense. Este es quizás el núcleo último que une la serie de fotografías de Laetitia Ky, una necesidad irreprimible de reivindicar la identidad, en la que se inscribe la urgencia expresiva, dictada por una condición que hay que cambiar y sobre todo por la amenaza de la acción incesante del tirano Cronos.
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