“Estaba cansado de ver la luz utilizada siempre en transparencia. Quería utilizar la luz con reflejos...” A partir de esta intuición, Vico Magistretti (Milán, 1920 - 2006) creó uno de los proyectos que aún hoy simbolizan el diseño totalmente italiano del que él mismo fue protagonista. Una idea marcada por una sólida sencillez, uno de esos diseños que podrían “decirse por teléfono”, es decir, contarse con palabras, o “por conceptos”, sin necesidad siquiera de dibujarse: la lámpara Atollo. La idea que guía a Magistretti es la de una lámpara compuesta por formas simples, esenciales, casi arquetípicas: el cilindro, el cono, la semiesfera. Así nació, en 1977, una lámpara que pronto revolucionaría el concepto de lámpara de mesa, gracias a su capacidad de “combinar soluciones formales y efectos luminosos”.
Una vez más, el objeto cobraba vida gracias a la estrecha relación entre el diseñador y el fabricante, un rasgo distintivo de Magistretti, que veía en la colaboración y la comunicación entre ambas partes la clave del buen diseño. La empresa que produjo y sigue produciendo Atollo es Oluce, fundada en Milán en 1945 y aún activa en el campo de la iluminación. Desde su fundación, la misión de la empresa ha sido siempre combinar la investigación estética y tecnológica, desencadenando una feliz unión con el mundo del diseño. Esto se ha logrado gracias a la colaboración de personalidades como Tito Agnoli, Joe Colombo, Marco Zanuso y, a partir de los años setenta, también y sobre todo Vico Magistretti, que seguiría siendo el director artístico y diseñador principal durante años, dando a la empresa algunos de sus productos más icónicos, entre ellos Atollo.
Atollo 233, el primer modelo que se replicará en otras variantes dimensionales y cambiando el sistema que regula el encendido y la intensidad de la luz, tiene 70 cm de altura y está compuesto por una base cilíndrica de 20 cm de diámetro, que termina en forma de cono, y soporta una cúpula en forma de media esfera de 50 cm de diámetro. Todos los elementos técnicos permanecen ocultos en el interior de la base y de la cúpula, que está bajada (para ocultar la fuente de luz) y unida a ella por un soporte esbelto y casi invisible, con el fin de acentuar el rigor geométrico de la composición.
La particularidad reside no sólo en laesencialidad de las formas, sino también en la relación entre el material y la difusión de la luz. De hecho, Atollo está realizada en aluminio pintado (del que existen diversas variantes, como el blanco, el negro, el dorado y el bronce satinado): esto garantiza que la cúpula exterior de la semiesfera permanezca en la sombra y que la luz en su interior se propague primero sobre el elemento cónico y paralelamente sobre el cilíndrico. De este modo, la cúpula aparece como suspendida y la lámpara se configura como una “escultura luminosa, a la que no se le puede quitar ni añadir nada”.
La investigación no se detiene únicamente en el uso del metal, sino que prosigue con la realización de variantes en cristal de Murano, transparente u opalino, así como en plexiglás opalino, una solución menos favorecida por el diseñador, ya que recuerda esa “luz transparente” de la que quiso deliberadamente distanciarse. El deseo de crear un objeto de este tipo, que no sólo fuera esencial, es decir, reducido a su esencia, sino que devolviera una nueva forma de percibir la luz, a través de un cuidadoso juego de reflejos, hizo que Atollo 233 ganara el Compasso d’Oro en 1979 y entrara en las colecciones permanentes de varios museos, como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo de Arte de Filadelfia y también, en 2007, en la Colección Permanente de Diseño de la Trienal de Milán.
Es posible reconocer en la lámpara Atollo uno de los principios rectores de Magistretti, a saber, la convicción de que el objeto debe ser útil en sí mismo, y despojado de cualquier decorativismo. Magistretti reitera varias veces que la decoración sólo tiene sentido si acompaña al objeto, y no si se coloca sobre él, demostrando que conoce ese famoso principio tan querido por Ludwig Mies van der Rohe: “menos es más”. Del mismo modo, demuestra que ha aprendido y reinterpretado la lección de los diseñadores escandinavos, conocidos gracias a certámenes como la Trienal, con “su manera libre de énfasis de abordar lo cotidiano, el mueble, el objeto de uso”. En este sentido, la sencillez se convierte en un elemento central e indispensable, por muy complejo que sea en realidad: “Es muy difícil hacer cosas sencillas. Las cosas sencillas son siempre el resultado de una complejidad extrema. Piensa en la evolución de un bailarín de ballet: todo tiene que parecer fácil, pero en cambio... El esfuerzo realizado es enorme, pero ni siquiera debería verse”. Y Atollo esconde de hecho ese esfuerzo, tras una fachada de esencialidad y pureza de formas, que lo convierte en un objeto contemporáneo, no sujeto a gustos cambiantes, porque se mantiene en el espacio mostrando su verdadera naturaleza, válida en todo momento.
Parece casi increíble que Atollo, que ya forma parte de la vida cotidiana de tantas personas, oculte en sí mismo tanta complejidad y al mismo tiempo claridad de pensamiento y, sobre todo, constituya toda una nueva forma de ver un objeto común. En este enfoque del diseño, Magistretti parece hacer suyo un viejo adagio londinense que, como recuerda en una de sus muchas entrevistas, le dijo el conde de Snowdon: “mira las cosas habituales con ojos inusuales”.
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