Michel Pastoureau, historiador y antropólogo francés, ha investigado a fondo la historia de los colores a través de numerosos estudios y publicaciones, colmando al menos en parte las lagunas de conocimiento que insistían en la evolución de la relación entre los colores y las civilizaciones humanas, erigiéndose de hecho en uno de los principales expertos en la materia. Destacó en repetidas ocasiones cómo, antes de él, las aportaciones sobre la problemática histórica del color solían limitarse al ámbito pictórico o artístico en general, o como mucho al científico, sin traspasar nunca la historia social, fenómeno al que también pertenece el color, ya que “es la sociedad la que hace el color, la que le da una definición y un sentido, la que construye sus códigos y valores, la que establece sus usos y el alcance de sus aplicaciones”. En resumen, el ensayista francés ha demostrado con creces que el color no es un fenómeno natural, sino “una construcción compleja” y un “hecho social”.
Los artistas, por su parte, rara vez se han planteado estos problemas. Al contrario, han intentado promover la idea del color como una verdad transcultural y neurobiológica, es decir, capaz de suscitar sensaciones específicas sin distinción de tiempo, geografía, cultura o sociedad. Por este motivo, parece especialmente inédita la investigación que Elisa Nepote, artista emergente nacida en 1985 en Savigliano, provincia de Cuneo, pero que trabaja y opera en Milán, lleva a cabo desde hace algún tiempo a través de su práctica artística. Aquí, en un barrio de las afueras, se encuentra su estudio, situado en un sótano de un edificio moderno, salpicado de pequeños azulejos azules, casi una predestinación de lo que encontraremos dentro. De hecho, el atelier “La Cattedrale”, donde trabajan otros artistas además de Nepote, alberga en una sección los frutos de la continua investigación que la pintora piamontesa lleva a cabo con abnegación: estudios, lienzos, telas y sábanas, pinceles y tubos de color, todo rigurosamente empapado en abigarrados tonos de azul.
De hecho, es al azul al que Nepote ha consagrado todos sus últimos esfuerzos, en un recorrido artístico que comenzó en la Academia Albertina de Bellas Artes de Turín y se perfeccionó después en Brera, pero que también se forjó en el estudio del escultor Fabio Viale y en diversos talleres de restauración, diseño, mobiliario y moda. Desde hace algún tiempo, ha abandonado una producción figurativa, centrada en los rostros, a caballo entre las sugerencias clásicas, las influencias underground y las inferencias del mundo de los tatuajes, para examinar el fenómeno del color azul.
Al igual que la antropóloga francesa, quiere subrayar cómo el color es un hecho social. En nuestro mundo contemporáneo, el azul es el color más popular, preferido por cerca de dos tercios de los occidentales según las estadísticas, pero no siempre fue así. De hecho, en los orígenes de las civilizaciones se preferían colores como el rojo, el blanco y el negro, presentes prácticamente sin interrupción en todos los rincones del mundo. En cambio, se sabe que el azul ha sido reproducido por el ser humano con bastante retraso y fabricado con no poca dificultad.
En consecuencia, cada época y lugar tiene una relación diferente con el color azul. Nepote señala que no era apreciado en la antigua Roma, por ejemplo, porque se consideraba el color de los bárbaros; de hecho, cuando los celtas y germanos iban a la guerra, solían teñirse el cuerpo y la cara de estos tonos para intimidar a sus adversarios. En la Edad Media, por el contrario, el azul se convirtió en un color muy codiciado y preciado, a menudo comparado con lo divino. Fueron precisamente estas discordancias las que fascinaron a Nepote, y las que la impulsaron a investigar con su pintura los valores que acechan a la recepción de este color. Se trata de una búsqueda que podría ocupar toda una vida, y tal vez no sería suficiente de todos modos, y de esto la artista es consciente.
Los creadores que suelen relacionarse con este color, incluso sin seguir la inclinación analítica de Nepote, tienen bien presentes las investigaciones fundamentales en este sentido realizadas en el arte contemporáneo, como las de Klein, o, si se hunden en la historia del arte, recurren a los azules ultramarinos de la Capilla Scrovegni de Giotto. Pero la joven pintora ha adoptado un talante casi científico, iniciando sus investigaciones casi desde el principio. De hecho, en el último año, todos sus esfuerzos e intereses se han asimilado al papel que desempeñó el azul en la cultura egipcia, una de las primeras en hacer un uso recurrente de él y en asociarlo a la dimensión de lo sagrado.
En concreto, sobre la mesa de trabajo despliega una llamativa colección de imágenes y fotografías de ushabti, estatuillas funerarias muy extendidas en el antiguo Egipto, en forma de momias o atuendos humanos, generalmente de color azul, estaban realizadas en diversos materiales, desde el costoso lapislázuli u otras piedras, madera o faïence, una pasta vidriada con un alto valor de brillo. Eran elementos fundamentales para el ajuar funerario de los difuntos, que incluso después de la muerte debían continuar sus actividades en el más allá, podían recibir tareas de Osiris, y para cumplirlas contaban con la ayuda de los ushabti. Los difuntos más ricos poseían uno por cada día del año más un asistente adicional por cada grupo de diez, hasta un total de 401 estatuillas sirvientes.
Un gran número de estos artefactos ha llegado hasta nosotros, y cada uno presenta un estado de conservación diferente y, por tanto, una coloración distinta, desde el azul intenso al turquesa, pasando por el más desvaído. Este catálogo infinito de gradaciones fascina a Elisa Nepote, que plasma sus reflejos de estos artefactos sobre lienzo o cartón.
Sus obras parecen sólo aparentemente monocromas, porque a medida que uno se acerca a ellas, advierte una infinita variedad de gradaciones, texturas y signos gráficos que animan las superficies, creando movimientos siempre cambiantes, a veces apaciguadores y otras más impetuosos. Estas elaboraciones dan lugar a efectos perceptivos imprevisibles al cosquillear diferentes temperaturas emocionales.
Las obras que crea destilan una gran disciplina y atención a la experimentación, y aunque podríamos creer que nacen de una cierta impulsividad y de lo imprevisible del azar, en realidad van precedidas de múltiples estudios y bocetos calibrados, que se traducen en cuadros acabados sólo cuando satisfacen al artista.
Esta meticulosidad se aprecia también en su espacio creativo: su estudio recuerda tanto el taller de un alquimista como el de un restaurador: sobre su mesa de trabajo hay numerosas notas, fórmulas, escalas de colores, y luego los materiales de su creatividad, pinceles y espátulas de varios tipos, los botes de pinturas acrílicas, sprays y tintas. De hecho, por el momento ha optado por no enfrentarse a la pintura al óleo, que no le garantizaría la misma intensidad, sino que prefiere explorar estos colores más nítidos y con más cuerpo.
Una dimensión de otro mundo está a menudo presente en sus obras, fruto de la fascinación de la artista por el vínculo entre el color azul y el más allá en la civilización egipcia, en la que la muerte, a diferencia de hoy, se percibía como una nueva realidad, libre del componente lúgubre y morboso.
A Nepote le seducen igualmente los fenómenos naturales, el cielo y el mar por ejemplo: estos dos grandes campos azules se encuentran a menudo en sus obras, como en Storia di un riflesso, un lienzo que sobresale de un caballete en su estudio. “Casi como en una foto de boda entre el cielo y la tierra”, dice la pintora, los dos elementos se interpenetran, logrando una nueva armonía, al ser atravesados por el parpadeo de un reflejo más claro, que registra una luz titilante sobre las dos superficies. En otros lugares, dos fondos más bien compactos se enfrentan y dividen el lienzo; en otras obras, en cambio, se posan espesos velos, a menudo rayados por pequeños signos gráficos o movidos en la textura, como en el cuadro Sepolcro Terracqueo, recientemente expuesto en la Galería Giovanni Bonelli.
Parece seguro afirmar que la meticulosa investigación que Elisa Nepote está llevando a cabo sobre el color azul, no sólo en su componente sensorial y perceptivo, sino también en su medida social y cultural, tiene su propia bondad e interés.
Precisamente porque se trata de una práctica bastante opuesta a la de tantos artistas contemporáneos, que con demasiada frecuencia se entregan a discursos individuales y personalistas, en los que exponer una biografía controvertida, un recuerdo de infancia o un trauma debería constituir en sí mismo un motivo de interés, subrayando en cambio cómo laPor otra parte, subrayar cómo el artista puede y debe seguir investigando el hecho y el fenómeno, sea pequeño o grande, del mismo modo que el experimentalismo del científico, pero ciertamente con las herramientas del artista creador, no nos parece una petición vana, como no nos parece vana la reflexión sobre el pasado, sin tener que repetirlo cansinamente o hacer ostentación de él, sino actualizarlo y armonizarlo a través del filtro de las experiencias contemporáneas, de un modo que merezca la pena emprender. Las premisas están todas ahí, ahora le toca al artista perseguirlas con autenticidad y perseverancia.
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