James Ensor, pintor y grabador, nació en Bélgica, en Ostende, en 1860. Desarrolló su identidad estética en medio de las grandes revoluciones artísticas de Europa entre los siglos XIX y XX. Osciló entre el Impresionismo y el Simbolismo, sin adherirse nunca plenamente a ninguno de los dos movimientos: con los Impresionistas sólo comparte el estudio minucioso y profundo de la gama cromática y la luminosidad que observa en la naturaleza, del Simbolismo aprecia las atmósferas decadentes y vagamente oníricas, el repertorio de temas macabros, pero nunca sucumbirá a la fascinación por los símbolos, las alegorías y el juego de desciframientos, que son en cambio centrales en la obra de los Simbolistas franceses y alemanes de orientación decadentista.
Artista caracterizado por una personalidad compleja, en perpetua tensión interior y exterior marcada por relaciones difíciles y visiones irreconciliables que le distanciaban cada vez más de su entorno, James Ensor sigue siendo hoy una de las figuras más intrigantes del panorama artístico europeo entre los dos siglos y, más que nada, un artista de una modernidad extraordinaria. Modernidad que se encuentra en su profundo inconformismo respecto a un sistema artístico aún dominado por las normas académicas; en su estilo único, que no sólo tiene el mérito de surgir en una época ya marcada por enormes cambios culturales, sino que incluso anticipará elel expresionismo y las futuras vanguardias del siglo XX; y modernas son sus obras, en particular las series dedicadas al tema de la máscara, ya que son capaces de comunicar en todo momento a un público universal, llevando al interlocutor a cuestionarse a sí mismo y a su propia contemporaneidad. El de la máscara, leitmotiv constante en la producción de James Ensor, deriva del folclore popular y de la tradición carnavalesca de Flandes, pero no sólo. La atención al concepto decubrirse el rostro se remonta ante todo a la infancia, que Ensor pasó en las tiendas familiares de recuerdos, donde respiró y se sintió fascinado por la belleza frívola y discreta de objetos exóticos y extraños como baratijas de viaje, conchas y encajes, animales disecados, libros y grabados antiguos, porcelana china y, por supuesto, máscaras y disfraces populares. De ahí surgió una atracción oculta por la máscara y sus múltiples capas de interpretación, que también alimentó a través de su interés por el teatro asiático y occidental, empezando por la Commedia dell’Arte.
Esta iconografía, que aparece ya en sus obras juveniles de 1887, se convertiría en un tópos recurrente a lo largo de la obra de Ensor y caracterizaría algunas de sus grandes obras maestras. Mientras que en ciertas escenas la máscara yace en el suelo, apoyada en objetos ordinarios o colgada de las paredes, como un frágil caparazón vaciado de su poder de ocultación y, por tanto, carente de funcionalidad, en obras posteriores emerge en todo su poder simbólico y como motor de ambigüedad. En sus apariciones más explícitas, la máscara se amplifica y se fuerza hasta convertirse en una imagen obsesiva e inquietante que prolifera en el espacio del cuadro y transforma rostros, figuras y rasgos humanos en visiones irreales, claustrofóbicas y angustiosas (como en Ensor aux masques, autorretrato de 1899). Entre las numerosas variaciones sobre el tema, destaca La intriga de 1890, una de las escenas más enigmáticas detodo el repertorio de Ensor.
Este cuadro pertenece al Museo Real de Bellas Artes de Amberes desde 1921, junto con otros treinta y siete lienzos del artista que forman hoy la colección depintura de James Ensor más autorizada del mundo. Gracias a la contribución de Xavier Tricot, autor del Catalogue raisonné des peintures de 1992, sabemos ahora que la producción total de Ensor comprende ochocientas cincuenta obras sólo en la parte pictórica, además de los numerosos grabados legados por el maestro belga.
En apariencia, la escena de Laintriga deja poco a laimaginación: el contexto es el de una ceremonia y, según una teoría hoy universalmente aceptada por la crítica, se trataría del polémico matrimonio entre la hermana de James Ensor y un marchante de arte chino, identificable en las dos figuras que ocupan el centro de la escena, a saber, la novia y el novio. El hombre, que se distingue por una máscara que muestra una tez pálida y rasgos vagamente asiáticos, lleva un elegante sombrero de copa que hace juego con los atributos nupciales de la mujer que está a su lado, un sombrero adornado con flores y un ramo en las manos. Alrededor de la pareja, un grupo de figuras, también enmascaradas, acentúa la presencia catalizadora de los novios: el grupo de personas lleva máscaras que realzan sus rostros desgarbados y animalescos, curvando sus grandes bocas en inquietantes muecas y sustituyendo sus ojos por pequeñas rendijas oscuras, vacuas y sin vida. Así pues, algunos de los personajes de la escena presentan disfraces claramente humanos, mientras que otros tienen más bien la apariencia de monstruos o entidades sobrenaturales: a la derecha, por ejemplo, se alza el cráneo de un esqueleto con una prominente mandíbula inferior; más allá, una figura con grandes globos oculares dirige su mirada hacia un punto indefinido más allá de la representación, e igualmente misterioso es el rostro amarillento que asoma por detrás del grupo de la izquierda, flanqueado por otra figura de rostro mortalmente pálido y dos ojos oscuros y sombríos.
Hay ciertos elementos en laobra que pueden guiarnos en suinterpretación. El primer elemento es, sin duda, la perspectiva: Ensor representa la escena desde un punto de vista frontal, dejándonos la elección de si identificarnos en el papel de espectadores no implicados, que hipotéticamente tropezaron con una ceremonia nupcial y atrajeron la atención de los juerguistas sin ningún disimulo, o si convertirnos en observadores observados y así, en un plano más dramático y paradójico, obstaculizar la interpretación de la obra. nivel dramático y paradójico, rehenes de un grupo de figuras ocultas tras inquietantes máscaras que, recuperando el motivo folclórico del Carnaval, se convertirían entonces en alegoría del carácter tragicómico de la comedia humana.
Máscaras, pues, como representación de la naturaleza humana y de la corrupción, el vicio y el desvío de la interioridad del hombre. Esta ambigüedad se ve confirmada por la presencia, en el ángulo inferior derecho, de una cabeza con una nariz aguileña muy pronunciada: debido a la posición que ocupa en la escena, ligeramente distanciada y girada con respecto a los demás personajes, es imposible establecer si esta figura está enmascarada y se une así a la procesión, o si también es un espectador casual, al igual que nosotros, los observadores. Esto nos lleva inmediatamente a una segunda hipótesis: ¿es posible que las figuras que tenemos delante no estén enmascaradas, y que las que aparecen como máscaras sean más bien los rostros reales de los juerguistas? James Ensor, por su parte, no da ninguna pista sobre la posibilidad de que estén disfrazados, salvo acentuando sus ropas y sus rostros con colores chillones y subrayando sus formas, pintando complexiones pálidas para sugerir un estado de descomposición, y tez de tonos antinaturales.
Sin embargo, ya se ha instalado la duda de si lo que tenemos ante nosotros es unaalucinación, una visión espectral o monstruosa o fantástica, en la que nada es real y todo es posible: incluso la idea de que, en el universo ensoriano, la ausencia de máscara es la verdadera anomalía. Y así, el espectador no sólo se encuentra observado, sino que siente la incomodidad de ser juzgado, acusado, perseguido por no ajustarse a las normas de la realidad vigente. De repente, seres, entidades sin identidad, parecen mirarnos como espectadores de pago en un circo de crueldad en cuyo escenario nosotros, el factor normal, nos convertimos en bufones, fenómenos o monstruos de exhibición.
Esta inversión de perspectiva se ve reforzada ante todo por la composición de la obra: la presencia de los personajes en el entorno es casi total, y forman un bloque compacto que limita nuestra visión y nos absorbe en un espacio neutro pero no neutral, desprovisto de coordenadas espaciales y temporales. A este respecto, obsérvese cómo el pequeño rostro demoníaco que emerge del borde lateral de la escena, a la izquierda, quizá dejado deliberadamente apenas esbozado, contribuye a hacer la escena irreal y onírica. Además, el punto de vista del observador está imperceptiblemente más bajo que el plano óptico de los juerguistas y estos últimos, dispuestos en formación de cuña encabezada por el matrimonio, ejercen un compacto juego de miradas que convergen sobre el propio observador, con efectos claustrofóbicos que provocan en él una sensación de amenaza e inquietud.
A nivel técnico, James Ensor diferencia los elementos de la obra creando un contraste muy eficaz: por un lado, crea el fondo con tonos claros y apagados para que la atmósfera sea lo más indefinida y brumosa posible; contrasta con una paleta cálida e intensa para los personajes, a los que representa con ropas y máscaras de colores vivos que chocan entre sí. Además, los colores se vierten frenéticamente sobre el lienzo mediante pinceladas rápidas y esquizofrénicas que hacen que la escena sea vibrante y esté llena de un misterio inquieto, casi como si anunciara un acontecimiento dramático a punto de suceder. A pesar del revoltijo visual de ropas y tejidos que parecen superpuestos de forma indistinguible, los rostros muestran en cambio detalles nítidos que destacan sobre los rostros enfermizos y bestiales evocados con colores ácidos y que crean un efecto siniestro, pero extraordinariamente intrigante. Porque aunque nos sintamos comprimidos y cazados en el fondo de la escena, nuestros ojos permanecen firmemente encadenados a las miradas burlonas de las figuras monstruosas que no nos dejan ninguna escapatoria física ni mental, pero que provocan en nosotros una perturbación sublime imposible de repeler.
Si así fuera, el carácter enigmático de L’Intriggo podría resolverse en una indicación para quien se enfrente a la obra: aceptar el reto demedirsecon la propianaturaleza y tomar conciencia del propio límite humano. En efecto, ¿qué otra cosa podría encarnar el grupo de enmascarados sino una metáfora de las diferentes caras de nuestra naturaleza, un desfile de monstruos que no son otros que los monstruos interiores con los que luchamos a lo largo de nuestra existencia? Como una especie de espejo mágico, la obra de James Ensor devolvería así al hombre su imagen fragmentada, multiplicada de hecho en una variedad de identidades y versiones de su inconsciente que aparecen finalmente como lo que realmente son, sin máscara alguna. He aquí la paradoja y la modernidad absoluta de la obra de James Ensor.
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