Si quieres empezar a encontrar un motivo para tu obra de arte, fíjate en una mancha de la pared. Ésta fue la sugerencia que Leonardo da Vinci, en su Tratado de la pintura, dio a los jóvenes artistas: el ejemplo le vino de un amigo suyo, un tal Sandro Botticelli, a quien, aseguraba el vicentino, le bastaba con lanzar “una esponja llena de diferentes colores” contra una pared para ver, en la huella dejada por la esponja, “varias invenciones de lo que el hombre quiere buscar en eso, es decir, cabezas de hombres, animales diversos, batallas, rocas, mares, nubes y bosques y otras cosas semejantes”. Se trata de un planteamiento similar al que ha guiado y sigue guiando la producción reciente de Maurizio Faleni, pintor toscano que desde hace al menos quince años experimenta intensamente con el color, proponiendo una de las búsquedas abstractas más constantes, decididas y conscientes que el arte italiano contemporáneo ofrece a su público. Constante, porque se trata de una investigación que desde hace tiempo no conoce distracciones: ha sufrido variaciones, novedades, cambios de dirección y retornos, pero nunca ha perdido de vista su objetivo, nunca ha desviado la mirada de la exploración profunda del color. La determinación de la obra de Faleni coincide con su fuerza, y emerge claramente en toda su energía en cuanto este artista empieza a hablar de sus obras, y uno se da cuenta de que su investigación es ante todo una cuestión personal, es la razón de un camino artístico coherente que no está sujeto al gusto de un galerista o, peor aún, al gusto dominante. Si entonces su obra es capaz de tocar las cuerdas de quienes la observan, bien: pero ante todo es una necesidad del artista, un impulso que procede de su estado de ánimo, de su inconsciente, de sus recuerdos. La obra de Faleni, podría decirse parafraseando el título de un reciente libro de Roberto Floreani, es una forma de resistencia: “en el abstraccionista”, leemos en las primeras páginas, “se hace [...] indispensable una reivindicación personal de pertenencia, de participación en los principios y fines inherentes a la Abstracción, una esfera expresiva orientada hacia el análisis, hacia la investigación interior [...], consagrada, por su naturaleza íntima, al más alto índice de libertad, situándose, sin reservas, en presencia del observador y de su intimidad”. En presencia del observador, pero con la convicción de que el arte debe orientarse hacia una dimensión intelectual, sabiendo que la idea de un público único y universal es infundada, si no incluso “negativa”, como la definió Peter Halley.
Y para darse cuenta de la conciencia de Maurizio Faleni, basta con entrar en su estudio, en pleno centro de Livorno, en una villa del siglo XIX que perteneció a la familia Rodocanacchi, hoy enteramente ocupada por talleres de artistas, un melancólico fragmento bohemiomien tragado por la especulación inmobiliaria, un raro fragmento superviviente de aquella comunidad fértil y apasionada que imaginamos cuando leemos las historias de los Macchiaioli o las del Caffè Bardi, o las del Gruppo Labronico, un átomo singular del Livorno artístico del pasado que aún sobrevive. Entrar en el estudio de Maurizio Faleni es toda una experiencia: parece cruzar el umbral del taller de un alquimista. Sobre una mesa, una larga extensión de frascos llenos de color, cada uno con su etiqueta: “Giallo Delta”, “Grigio Wolf”, “Verde Mozart”, “Rosso Rubens”, “Arancio Calabria”. Estos son algunos de los nombres que Faleni ha dado a sus mezclas, que perfecciona tras días de intenso trabajo sobre los pigmentos, para encontrar los tonos adecuados, en busca de la densidad, la intensidad y la fluidez que mejor se adaptan a la idea que el artista tiene en mente, y que van bien con las finas láminas opacas de aluminio que desde hace algún tiempo son las superficies que albergan sus colores. También por una razón simbólica: el aluminio, como es bien sabido, es un material que puede reciclarse infinitamente. Y así es como Faleni pretende transmitir al público su idea del arte, a saber, que es eterno. Mientras existan seres humanos en el mundo, también habrá arte, porque la necesidad de expresarse a través del arte nunca cesará.
Maurizio Faleni responde a esta necesidad a través del color. Para él, el color lo es todo, o casi todo, y desempeña un papel destacado en su obra que revela la luz por medio del color, toca las zonas de nuestro cerebro que procesan las imágenes abstractas, y consigue hacernos percibir, a través del color, la belleza entendida como “esa dimensión que une lo sensible con lo suprasensible”, de la que habla Umberto Galimberti (“cuando miras un cuadro y te quedas encantado con él, lo que ese cuadro representa no sólo remite a sí mismo, sino que remite a una ulterioridad ulterior”). lo que ese cuadro representa no sólo remite a sí mismo, sino que remite a una ulterioridad de sentido"). Tocar lo sensible para llegar a lo suprasensible: éste es también uno de los resultados más concretos del arte de Faleni. En este sentido, el trueno para el color, me dice, vino de su encuentro con Mark Rothko, que se profundizó en 2007, cuando el Palazzo delle Esposizioni de Roma le dedicó una de las exposiciones más esperadas de aquella temporada. Sin embargo, lo que fascinó a Faleni, más que la intimidad metafísica de los cuadros de Rothko, más que el lirismo casi espiritual de sus pinturas, fue la sensibilidad que el gran expresionista abstracto mostraba por el color. Es bien sabido que Rothko mantenía una relación bastante ambigua con el color, ya que, por un lado, aspiraba a la máxima libertad, tratando de no forzar su imaginación a someterse a limitaciones de ningún tipo, y, por otro, seguía un planteamiento extremadamente metódico a la hora de llevar a cabo sus experimentos. La historiadora del arte Dore Ashton, en su libro About Rothko, que se ha convertido en una de las principales fuentes para estudiar la obra del artista estadounidense, escribió que “Rothko siempre fue consciente de que sus medios eran inferiores a su visión porque sus medios eran materiales”. La visión de Faleni es menos trágica que la de Rothko, ya que en Faleni el ser humano y la naturaleza parecen encontrar alguna forma de armonía, pero la conciencia que subyace en su obra es la misma. De sus obras se desprende la misma seducción envolvente y profunda de la luz: el color es el medio con el que Faleni intenta conservar un rastro de ella, reconociendo que capturarla es imposible. La síntesis cromática que busca con sus obras pretende ser, por un lado, pura y clara para expresar el potencial del color, y, por otro, fluida y transparente para volverse hacia la luz, para descubrir la luz. Así pues, algunos pueden ver similitudes entre el arte de Maurizio Faleni y el de Claudio Olivieri. Si estos dos artistas parecen compartir una cualidad poética y lírica del color, les separa sin embargo una diferencia sustancial: Olivieri tendió siempre hacia el infinito y trató de mostrar lo invisible, mientras que el arte de Faleni se abre a una dimensión que parece decididamente más inmanente. Y además, las obras de Faleni surgen del encuentro entre el azar y la libertad del artista que decide intervenir con su gesto sobre ese azar, que, sin embargo, tiene lugar dentro de un esquema que el artista ha creado según sus propias reglas, aunque sometido a las leyes de la naturaleza y de la física. Quien lo desee también puede leer en las obras de Faleni una metáfora de la existencia misma.
Se podría establecer entonces un paralelismo con el arte de Paul Jenkins, otro pintor con el que se puede comparar el arte del artista de Leghorn, cercano al del pintor de Kansas City en cuanto a la actitud más propia del fenomenalista que del expresionista, por la atención al dato natural (Faleni se inspira a menudo en los colores que ve en la naturaleza: Una rosaleda exaltada por los rayos del sol, me dice, es para él una de las situaciones más poderosas y abstractas que uno puede tener el privilegio de admirar), por la expresividad gestual que busca guiar el color sin frenarlo ni constreñirlo, por la intención de poner de manifiesto una condición del ser, de hacer emerger a través del color sensaciones que de otro modo serían inexpresables. Y esto a pesar de que en la carrera de Faleni ha habido momentos “figurativos”, como él los llama: ahora, sin embargo, su pintura ha tomado una dirección completamente diferente. Faleni intenta evitar todos los elementos que puedan hacer su pintura demasiado descriptiva. El público, pues, puede ver en sus esquemas de color lo que le sugieren sus sentimientos: no es raro que, en una de sus exposiciones, alguien se acerque al artista para hacerle partícipe de lo que ve en el cuadro. Y esto también es un logro: porque la abstracción para Faleni es también una forma de decir a cualquiera (con extraordinaria concreción, cabría añadir, aunque pueda parecer paradójico al pensar en su obra), lo mismo que decía Leonardo da Vinci, a saber, que toda pintura parte de una mancha.
Tal vez no haga falta subrayar que, para lograr los resultados del artista de Livorno, se requiere una disciplina muy fuerte, y son imprescindibles sólidos conocimientos prácticos, así como de teoría del color e historia del arte. Las “manchas” de Faleni atraviesan siglos de arte hacia atrás: recorren toda la historia de los Macchiaioli, remontan las líneas sinuosas y animadas del Barroco y llegan hasta Rosso Fiorentino, otro pintor observado con gran interés por Faleni por la calidad resplandeciente y alucinada de sus colores, y luego retroceden hasta Masaccio, hasta Beato Angelico, hasta Giotto. “Maestros del color”, se podría decir, tomando prestado el título de una conocida iniciativa editorial del pasado, y esto es evidentemente lo que son para Maurizio Faleni, porque el color le intriga mucho más que el hecho narrado o la composición, elementos que él ve siempre fuertemente subordinados a circunstancias accidentales, ya se trate de la época o, más banalmente, de la petición de un cliente. Faleni aspira al más alto grado de libertad mental, que encuentra expresión en el proceso por el que ejecuta sus cuadros, y se sustancia en sus coloristas visiones. El punto de partida, tras los estudios preparatorios que Faleni realiza sobre papel para encontrar las mejores combinaciones y probar a ver cómo responde el color cambiando de estado, es siempre un punto de la superficie metálica que el artista elige libremente, y luego se extiende el color con la dosificación adecuada para obtener las gradaciones que tiene en mente. Después viene la competición del azar: el color se expande autónomamente para cubrir la superficie cuando el artista decide que su intervención ha terminado, reservándose, sin embargo, el derecho de intervenir él mismo con un gesto para controlar el movimiento, aunque sólo sea para afirmar su necesidad de intentar tener la palabra frente al azar. Cuando todo está quieto, se deja secar el color, también con el debido cuidado, ya que los tiempos son diferentes (la parte visible se seca primero, pero la que está en contacto con la superficie puede permanecer en movimiento durante muchos días). Una última pasada por el taller para aplicar la última capa de pintura con productos industriales (y dar así a las pinturas monocromas el aspecto brillante y reflectante con el que se presentan a los ojos del observador), y puede decirse que la obra está terminada.
Recientemente, durante los confinamientos a los que nos vimos obligados mientras la pandemia de Covid hacía estragos en el mundo, Maurizio Faleni sintió la necesidad de tomar un camino alternativo e ir más allá de lo que él llama su “fase monocromática”, para embarcarse en una vía quizá aún más compleja que implica el uso y la combinación de diferentes colores. El resultado es una serie de pinturas bicromáticas y policromáticas a las que el artista ha dado el título de Ósmosis, probablemente para dejar claro el sentido de una transición, de una integración mutua, de una fusión entre tonos diferentes, de una interpenetración. Entrevistado por Gabriele Landi en Parola d’artista, Maurizio Faleni definió así su “ósmosis”: “Un proceso de intercambio, de flujo continuo entre soluciones separadas, punto de partida para la realización de un nuevo camino. Colores que se encuentran y dan lugar a nuevos colores, a nuevas emociones. El observador no puede controlar lo incontrolable, sólo tiene que dejarse llevar dentro de la dinámica del color y vivir una nueva experiencia. Un cuadro aparentemente abstracto, un cuadro que se convierte en una visión figurativa o viceversa. Tal vez una nueva pintura”. El impulso que movió a Faleni hacia estas nuevas investigaciones surgió casi de repente, de forma inesperada. “Todo mi trabajo”, explica, “requiere la máxima concentración. Durante la fase operativa, mi cerebro trabaja sin cesar hasta que decido parar. Las energías psicofísicas están a cero. Las neuronas han maximizado sus sinapsis. Me arden los ojos. Los músculos están estresados por las posturas forzadas. Es por la noche cuando, con el sueño reparador, mi inconsciente da a luz nuevas ideas, nuevos retos. Todas las barreras se derrumban y comienza un nuevo camino que emprender. Entonces me dispongo con razón y convicción y comienzo la nueva etapa”. Así nacieron sus obras más recientes, de una idea casi repentina e irreflexiva. Dos o tres colores se unen en la superficie, que mantiene las formas regulares sobre las que Faleni siempre ha trabajado: últimamente parece haber desarrollado una inclinación por lo redondo, el formato sobre el que más a menudo ha trabajado es el rectangular, pero en el pasado también ha experimentado con el cuadrado, el triángulo, las cruces. Las nuevas obras de Faleni son armonías cromáticas, son danzas hipnóticas, son como sinfonías de colores diferentes que se acercan y se alejan, se encuentran y se pierden, juegan, se mezclan, se mueven libremente sobre el aluminiose abren en transparencias y se difuminan, a veces se espesan en grupos más densos hasta casi anularse, a veces se enrarecen hasta revelar la superficie (lo que no ocurría con los monocromos): el deseo de mostrar el aluminio no sólo proviene del deseo de dejar claro que la pintura también es un acto de equilibrio entre sólidos y vacíos, sino también de la idea de querer aclarar, como se ha mencionado anteriormente, la naturaleza eterna de la pintura, la capacidad del arte de ser una fuerza indispensable que mueve los pensamientos y las acciones de los seres humanos.
En estas obras policromadas, se puede ver la energía fluida del agua, algunos verán cortinas de humo confuso, otros advertirán partes del cuerpo humano, paisajes, bosques, plantas, animales, los más diversos elementos naturales. En un arrebato sinestésico, uno casi podrá oler el aroma de las flores, del campo, del mar. Las sensaciones que uno tiene al observar estos cuadros son diferentes de las que despiertan los monocromos también porque, a diferencia de estos últimos, Faleni ha optado por intervenir en las nuevas obras con revestimientos protectores opacos, que eliminan todo efecto reflectante y acaban dando al cuadro la apariencia de un instante capturado, que, sin embargo, parece como si pudiera volver a moverse en cualquier momento. Y si los monocromos se abren a dimensiones más íntimas, meditativas, cuando no sagradas, y sugieren una sensación de espera y silencio, los cuadros policromos, en cambio, parecen imágenes en movimiento (y ofrecen la propia sensación de movimiento con gran eficacia), comunicando la idea de una corriente que fluye, de la vida en constante cambio y movimiento, de los múltiples acontecimientos que jalonan nuestra vida cotidiana. Trascendencia e inmanencia. Espíritu y materia. Concentración y distracción. La indefinible distancia del color y la proximidad del encuentro.
En un aspecto, sin embargo, se puede estar seguro: las pinturas policromadas son obras que tienen un fuerte atractivo evocador. Cuando me habla de sus obras, Maurizio Faleni menciona a Otto Rank, el filósofo y psicoanalista austriaco que fue seguidor de Freud antes de romper con el maestro y emprender un camino completamente independiente: En 1907, cuando sólo tenía veintitrés años, escribió un libro titulado Der Künstler (“El artista”), al que volvió veinticinco años más tarde, publicando una versión ampliada, revisada y actualizada que ampliaba sus reflexiones no sólo al artista, sino también al arte en sí mismo. Es interesante observar que Rank reconocía en las primeras formas de arte, las prehistóricas, la urgencia de representar “una idea abstracta del alma”: este impulso hacia la abstracción, escribe Rank, ’debe su origen a la creencia en la inmortalidad, creó la noción del alma, y también creó el arte que servía a los mismos fines, y más tarde llevó más allá de la pura abstracción, hacia la objetivación y concretización del concepto imperante del alma’. El objetivo primordial del arte era, pues, según Rank, dar forma a lo invisible. En este “invisible” está también la dimensión de la memoria, del recuerdo, de las reminiscencias infantiles: de ahí parte la nueva investigación de Faleni. La apariencia de abstracción vive en las huellas de la realidad. Al hablar de sus obras, se define a sí mismo como un “bebedor de imágenes”: y las imágenes de las que se alimenta vuelven a su arte en forma de uniones de colores, o “imparentamenti”, como él las llama.
Lo que Maurizio Faleni hace hoy en su estudio, a unos cientos de metros del mar en Livorno, no es básicamente otra cosa que lo que los Macchiaioli, los post-Macchiaioli, los frecuentadores del Caffè Bardi y los animadores del Gruppo Labronico hicieron y han seguido haciendo durante décadas en su propia ciudad. En definitiva, las muchas generaciones de artistas que respiraron el aire salado y pesado de esta maravillosa ciudad, y que se dejaron llevar por la luz clara, cristalina, plena y deslumbrante de un Livorno resplandeciente de luz, sol y vida incluso en pleno invierno. Es decir, traducir las imágenes en color tratando de encontrar la forma de la luz. Los Macchiaioli, a quienes Faleni, como natural de Livorno, ha estudiado y conoce a fondo (el mejor, para él, es Cristiano Banti, porque fue el primero en percibir la revolución de los Macchia), lo hacían recurriendo a la figura, mientras que él, por el contrario, procede por caminos abstractos, pero el espíritu es idéntico. Maurizio Faleni aparece así como el depositario de una tradición, un artista que sigue explorando los caminos del color recorridos por sus compatriotas a lo largo de los siglos, tratando de abrir su propio camino, ampliando su mirada a las experiencias de quienes han investigado el color, hasta exaltar la fascinación y el potencial del color con resultados originales, en una combinación excepcional de técnicas, conocimientos, conciencia, motivaciones, objetivos, resultados. Llegar a la luz: un desafío en los límites de lo posible. Y precisamente por ello digno de compromiso.
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