Quizás el apodo más adecuado para laAnnunciata de Matteo Civitali lo había encontrado Carlo Pedretti: en 1998, comparó unas sábanas de Leonardo da Vinci con la dulce Madonnina renacentista del gran escultor de Lucca, y la llamó “la doncella de Camaiore”. Un apelativo ciertamente anticuado, que en el lenguaje actual se utiliza sobre todo en tono de broma y que, por tanto, resulta poco probable para un sobrenombre realmente digno de la obra, pero que, sin embargo, resulta adecuado para transmitir la idea de que la delicada estatua de madera, de la que Leonardo da Vinci es el primer escultor del Renacimiento, es la “Madonnina de Camaiore”.idea de que la delicada estatua de madera, conservada hoy en el Museo de Arte Sacro de Camaiore, en Versilia, se nos antoja más el retrato de una niña tímida y apocada que una solemne representación de la madre de Dios. La belleza de Camaiore nos ha llegado sin armas: es una escultura que sin duda ha sufrido mucho. Estatuas como ésta, en la antigüedad, se utilizaban un poco como perchas, si se quiere: era costumbre vestirlas con ropas reales, suntuosamente bordadas, que sólo dejaban ver el rostro de la obra original. La cabeza, por tanto, con el cabello recogido en un bonete y un mechón por el cuello, ha llegado hasta nosotros sustancialmente intacta, algo que no puede decirse del resto: las manipulaciones debidas a siglos de prácticas litúrgicas nos han traído una obra arruinada, e incluso sin sus brazos.
El refinamiento de la belleza de Matteo Civitali, sin embargo, ha logrado sobrevivir intacto a los tormentos que la obra ha sufrido a lo largo de los siglos. María se nos presenta como una adolescente tímida y quizá incluso un poco aburrida, presa de una mueca incapaz de disimular la incomodidad de una joven que no tiene por costumbre recibir visitas: su cuello y su rostro están ligeramente girados hacia la derecha en relación con su cuerpo, señal de que aparta la mirada de algo que tiene delante. Sus ojos se vuelven hacia abajo y no se encuentran con los nuestros, su boca está medio cerrada, pero por los pliegues de sus labios parece que está a punto de abrirse en una sonrisa pícara. La actitud es típica de las representaciones de la Virgen Anunciadora, la expresión es la de una muchacha que ha recibido la visita de un huésped inesperado. Un huésped que le hace una revelación importante. La delicadeza de Matteo Civitali reside en su capacidad para sugerir toda la emoción de la Virgen, hasta el punto de que Pedretti vio en ella, quizá con un poco de exageración, incluso una anticipación de la agitación interior de Leonardo. Una mezcla de sorpresa, vergüenza, vacilación, miedo, felicidad. Poco más que un niño y ya llamado a tan onerosa tarea.
Durante mucho tiempo, Civitali fue considerado un artista de segunda fila. Adolfo Venturi llegó a considerarle un “provinciano que pretendía vestirse con elegancia florentina, rico y no caballero, refinado y no fino, comedido y no profundo”. Algunos críticos del siglo XX le reprocharon falta de originalidad. Hoy, afortunadamente, el juicio sobre este artista ha cambiado: se le considera quizá el mayor escultor de mediados del siglo XV fuera de Florencia. Sin embargo, su singularidad reside no sólo en su aislamiento, sino también en la novedad de sus invenciones, especialmente en mármol: En los últimos decenios del siglo XV“, escribe Francesco Caglioti, ”la escultura toscana encontró en Civitali, al igual que en Verrocchio, Pollaiolo, Francesco di Giorgio y Benedetto da Maiano, un majestuoso inventor de formas plásticas sin precedentes“.formas plásticas sin precedentes”, y en la época de la primera madurez de Miguel Ángel “será Civitali el único, en compañía de Benedetto da Maiano, que dará testimonio de los logros del arte toscano del mármol al más alto nivel”. El universo de Civitali está hecho de mármol, terracota e incluso madera, y laAnunciación de Camaiore, que data de la década de 1580, es decir, del periodo en el que Civitali, a sus 50 años, experimentó una especie de segunda juventud (no sólo por ser muy prolífico a esas alturas cronológicas, sino también porque siempre fue capaz de inventar soluciones originales), casi parecería sancionar una renovación del interés por las jóvenes damiselas de Desiderio da Settignano, hacia las que la mirada de Matteo Civitali ya se había dirigido en su juventud. De aquellos rostros infantiles de Desiderio, la Madonnina di Camaiore conserva toda la ternura, la perspicacia psicológica, la empatía hacia el sujeto: no una mirada superficial, por tanto, sino una atención sentida, un razonamiento profundizado.
La escultura, de tamaño natural, está registrada en el inventario de la Opera della Collegiata di Camaiore ya en 1484, si hemos de imaginar que se trata de la obra para la que se señalan, en el documento, “una veste di damaschino per Nostra Donna” (un vestido de damasco para Nuestra Señora) y “una veste morella per Nostra Donna” (un vestido más oscuro para Nuestra Señora), anotaciones que nos informan de cómo se vestía ya entonces la estatua, al menos en ocasiones especiales. La obra sufrió luego modificaciones, probablemente para adaptarla a las prendas que, con el tiempo, le fueron donadas, y que reflejaban la moda de las respectivas épocas: tal vez sea ésta la razón por la que la obra perdió sus brazos. La de Camaiore, por tanto, no es la única Madonna de Matteo Civitali que ha llegado hasta nosotros: conocemos al menos otras cuatro, la de la iglesia de San Frediano, la de Santa Maria dei Servi, la Madonna de la iglesia de San Michele a Mugnano y la que estuvo en la iglesia de San Cristoforo y ahora se encuentra en el Museo Nacional de Villa Guinigi.
Recientemente, a partir de la exposición que el Museo de Arte Sacro de Camaiore dedicó a las cinco Madonas de madera de Civitali en el verano de 2008, ha ganado terreno la idea de que estas esculturas no representan a la Virgen Anunciadora, sino a la Virgen del Parto: el hecho de que no haya llegado hasta nosotros ninguna escultura del arcángel Gabriel, su abdomen ligeramente pronunciado y su parecido con obras similares en pintura son algunos de los elementos que han llevado a la estudiosa Antonia D’Aniello a formular esta hipótesis, sin duda fascinante.
No se conocen otros ejemplos de este tipo en la zona de Lucca, a excepción de una escultura de terracota conservada en la iglesia parroquial de San Gennaro in Capannori, que es indudablemente identificable como una Madonna del parto debido a su vestido, una gamurra con un corte vertical para adaptarla a las distintas etapas del embarazo. En el pasado, la escultura también se atribuyó al propio Civitali, una vía que hoy ya no es posible debido a la considerable diferencia de calidad con respecto a la producción del escultor de Lucca. La Bella de Camaiore no tiene el mismo vestido, como tampoco lo tienen las demás esculturas del grupo de Civitali, que ni siquiera tienen las manos colocadas para acariciar o indicar el vientre, como ocurre en la mayoría de las representaciones conocidas de la Virgen en el parto (también en la escultura: por ejemplo, una de la zona francesa se conserva en la Galleria Parmeggiani de Reggio Emilia, y otra “Madonna de la Expectante” del siglo XV está en el Museo de Arte Antiguo de Lisboa).
¿Cómo leer entonces la escultura de Camaiore? La estatua de terracota de Capannori certifica, más allá de toda duda razonable, que hacia mediados del siglo XV existía alguna forma de devoción a la Virgen del Parto en la zona de Lucca. Quizá con motivo del 18 de diciembre, fecha de la fiesta de la Expectatio, la espera del parto de la Virgen. Una “Virgen de la Expectación”, quién sabe. Y a falta de una tradición escultórica bien establecida, Matteo Civitali, al abordar este tema, tuvo que referirse a la de la Annunciata, dada también la evidente contigüidad teológica de los dos temas. Hay, sin embargo, Madonas de la Espera con la mirada hacia abajo, resignadas. Mezcla, pues, de dos motivos iconográficos diferentes, quizá por falta de términos de comparación, o con la intención deliberada de renovar un canon, o quizá aún una elección debida a peticiones precisas dictadas por exigencias litúrgicas que por desgracia desconocemos. Con el tiempo, quizá podamos ver con más claridad, más allá de la niebla que los siglos han hecho descender sobre estas esculturas. Por el momento, tendremos que contentarnos con admirar la belleza tierna y juvenil de la graciosa y desafortunada damisela de Camaiore.
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