La Anunciación de Francesco Bianchi Ferrari: un compendio teológico en una sola escena


La Anunciación de Francesco Bianchi Ferrari (Ferrara?, 1447 - Módena, 1510), conservada en la Galleria Estense de Módena, es un cuadro aparentemente sencillo: en realidad, tras esta escena que parece tan familiar, se esconde un verdadero compendio teológico.

Pintar uno de los episodios evangélicos más representados de la historia del arte, la Anunciación, transformando la escena, tan familiar y tan tradicional, en un relato capaz de mostrar también a los fieles toda la historia de la salvación. Esta debió de ser la necesidad de la Cofradía de la Santissima Annunciata de Módena, que en 1506 decidió adornar el altar de su oratorio con un gran retablo, y estableció encargar la tarea a Francesco Bianchi Ferrari, el pintor más activo, prolífico y exuberante que se podía encontrar en la ciudad, con una larga experiencia de retablos pintados para iglesias modenesas a sus espaldas. No sabemos quién elaboró el complejo programa iconográfico, pero sin duda debió de ser lo bastante inteligente como para comprender que para lograr el objetivo era necesario presentar una especie de tratado teológico de forma sencilla e inmediatamente comprensible. Debía preparar una imagen que fuera como un libro abierto, que se prestara a múltiples niveles de lectura, que condensara páginas y páginas de sabiduría bíblica en un solo momento, y que fuera capaz de transmitirlo todo a un público no necesariamente culto, pero que pudiera comprender bien los significados de cada detalle. Francesco Bianchi Ferrari era el pintor adecuado para lograr este objetivo.

Era un artista versátil, actual, dotado de una imaginación sin límites: todo lo que la Hermandad necesitaba para ver cumplidas sus peticiones. Bianchi Ferrari empezó a trabajar inmediatamente en su Anunciación, expuesta actualmente en una pequeña sala de la Galleria Estense de Módena, pero no pudo terminarla: murió antes de terminar la obra, que para entonces debía de estar ya muy avanzada. Le sucedió un colega, Giovanni Antonio Scacceri, quien, según se lee en los documentos, se comprometió a trabajar en ella “da homo da bene secundo era stato promesso per Maestro Francesco”. Es difícil decir dónde, exactamente, intervino Scacceri, en primer lugar porque la obra revela una conducción muy unificada, señal de que el joven pintor, que quizá fuera colaborador de taller en aquella época.era tal vez ayudante de taller de Bianchi Ferrari en aquella época, debía atenerse servilmente a las instrucciones del maestro, y en segundo lugar porque nuestro conocimiento de la actividad de Scacceri es tan escaso que invalida cualquier consideración que supere el nivel de la conjetura. En cualquier caso, en 1512 la obra estaba terminada, lista para ser colocada en el altar del oratorio de la cofradía.

Francesco Bianchi Ferrari, Anunciación (1506-1512; óleo sobre tabla, 291 x 176,5 cm; Módena, Galleria Estense)
Francesco Bianchi Ferrari, Anunciación (1506-1512; óleo sobre tabla, 291 x 176,5 cm; Módena, Galleria Estense)

Pintor atento a lo que ocurría a su alrededor y antiguo alumno de Cosmè Tura, Bianchi Ferrari había dirigido su mirada hacia Bolonia, donde había trabajado unos años antes otro gran ferrarés, Francesco del Cossa. Es difícil no notar cómo la disposición de laAnunciación de Bianchi Ferrari recuerda la del retablo homólogo que Cossa pintó para la iglesia de la Osservanza de Bolonia, hoy conservado en Dresde. Bianchi Ferrari retomó la idea de situar la escena bajo una gran logia clásica, con las dos figuras a los lados del retablo, y con la Virgen en una posición más elevada que el ángel (Francesco del Cossa había conseguido este efecto trabajando la perspectiva, mientras que Bianchi Ferrari prefirió colocar a la Virgen en un alto podio), y revisitó sustancialmente algunos elementos fundamentales, eliminando algunas de las extravagancias de Cossa, pero sin evitar inventar otras.

La escena de Bianchi Ferrari nos parece más relajada, más serena, más tranquila, menos recargada que la de Francesco del Cossa, y desprovista de algunos elementos extraños, como las alas de pavo real del ángel, su extrañísima aureola de madera fijada a la cabeza con cordones de cuero, el caracol que se arrastra por el borde inferior. Bianchi Ferrari, sin embargo, decide reducir el interior doméstico a una especie de atril con cajones abiertos, donde amontona cajas, libros, cestos: objetos utilizados para humanizar la figura de la Virgen, para acercarla a los fieles. La logia está coronada por una balaustrada de madera abierta al cielo, mientras que el arco central deja entrever un pueblo de montaña. También son singulares los candelabros situados detrás de la Virgen, con expresivos rostros humanos, ambos vueltos hacia la elegante y aristocrática figura de la madre de Cristo, cuya belleza nos recuerda a las Madonas de Francesco Francia, otro punto de referencia para Francesco Bianchi Ferrari. Y también hay elementos que proceden del repertorio pagano, como los tritones y las nereidas del friso de la logia, o las arpías y esfinges que decoran la base del podio en el que la Virgen, con las manos juntas sobre el pecho, recibe la anunciación del arcángel Gabriel, que, en la iconografía típica, le trae un lirio, símbolo de la pureza.

Es a partir de la parte superior que comienza la lectura de la obra, y concretamente de las tres personas de la Trinidad que vemos representadas en diagonal: el Padre que bendice, que aparece en una mandorla ardiente, rodeado de querubines, el Hijo representado como el Niño, que sostiene la cruz y que se hará hombre en el seno de María por la acción del Espíritu Santo, que vemos en cambio representado en la forma habitual de la paloma. La luz divina desciende directamente sobre María, que ya está embarazada de Jesús: el arcángel viene entonces a comunicarle la buena noticia, a decirle que de su seno nacerá el Hijo de Dios, el salvador que se sacrificará para expiar los pecados de toda la humanidad. La narración del episodio se completa, en segundo plano, con la escena de la visitación: en el Evangelio de Lucas, María pregunta incrédula a Gabriel cómo podrá dar a luz un hijo, no habiendo conocido nunca a un hombre, y el ángel le responde diciendo que nada es imposible para Dios, recordándole el ejemplo de su prima Isabel, que había concebido un hijo tardíamente. Y a quien, por tanto, vemos representada en la aldea a lo lejos.

La historia de la humanidad a redimir se cuenta en cambio toda en la logia, y comienza con el friso con los thiasos marinos: En el Renacimiento, la antigua relación entre los genios marinos, a menudo representados en sarcófagos romanos, y los contextos funerarios era bien conocida y, por consiguiente, la presencia del friso podía aludir al tema de la inmortalidad del alma, central en el concepto teológico de la redención. Leemos en la carta de San Pablo a los Corintios que “así como todos mueren en Adán, todos recibirán la vida en Cristo”. El pecado original con sus consecuencias (caída del hombre, muerte, alejamiento de Dios) se narra en los cuatro medallones en los que Bianchi Ferrari ha insertado los episodios de la creación de Adán y Eva, la tentación, la expulsión del Paraíso y el asesinato de Abel. En los dos grandes lunetos de mármol, las escenas del Diluvio universal y de la travesía del Mar Rojo, no pocas veces combinadas en contextos figurativos, están unidas por el agua como tema y elemento simbólico: por un lado, el agua que lava los pecados, por otro, el agua como signo de renacimiento. Será la venida de Cristo, aludida en la escena de la anunciación, la que redimirá a la humanidad y le permitirá superar la edad antigua, representada por las esfinges y las arpías de la base del podio, presencias mitológicas que no pocas veces encontramos junto a la Virgen, por las mismas razones (piénsese en la Virgen con el Niño de Donatello en la basílica del Santo de Padua).

Este era, en definitiva, el compendio teológico que podía leerse en el altar de la cofradía de la Anunciata, donde la obra permaneció durante más de un siglo: luego, en 1615, la cofradía se trasladó a un nuevo oratorio, y laAnunciación se colocó en el altar mayor, para ser colocada, en 1748, en otro altar, flanqueada por una estatua de Santa Ana y otra de San Joaquín. En 1763, el duque Francisco III la trasladó al oratorio del Hospicio de los Pobres. Poco después, en 1774, fue trasladada de nuevo, esta vez a la iglesia de Sant’Agostino, luego, en 1782, de nuevo al altar mayor de Santa Maria della Trinità en Canalgrande, y finalmente, en 1821, a la compra por 500 zecchini por el duque Francesco IV, bajo la cual laAnunciación entró en la Galería Estense. Allí ha pasado los últimos doscientos años, contando la historia de la salvación con aparente sencillez.


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