En una relación, es evidente, debe haber al menos dos sujetos. De ahí que, sobre todo en una época como la nuestra, impregnada de pluralismo e individualismo, no se pueda dejar de entender las relaciones sociales como una comunicación entre lo individual y lo colectivo, donde el ego del primero nunca se diluye por completo en el sentimiento del segundo. Tanto más, quizás, cuando se trata delarte, que sigue siendo, al fin y al cabo, un campo de expresión donde el ego conserva una amplia representación. Por eso,el arte relacional y todo lo que de él se deriva conlleva una paradoja que, por razonable que sea, sigue siendo una paradoja: para hablar de los demás, uno no puede dejar de mencionarse a sí mismo.
Una matriz que los artistas italianos de la década de 2000 no niegan, pero que poco a poco intentan suavizar ampliando el campo en el que se manifiestan sus (justificados) personalismos. En esta tensión encaja a la perfección Ludovica Carbotta (Turín, 1982), que a través de una gran variedad de soportes, sobre todo la instalación y la escultura, se dedica a investigar el espacio urbano. Con su arquitectura, los individuos que lo habitan y el modo en que lo hacen. A partir del enfoque utilizado, que ella denomina fictional site specificity, la artista contamina el espacio real con el de su mente, generando un tercer mundo capaz de sintetizar los dos anteriores. Dependiendo de la interpretación, esto podría ser un intento de disolver lo individual en lo colectivo o, en sentido contrario, un esfuerzo por condensar lo colectivo en uno solo. En Non definire una superficie (2011), un vídeo que capta un atisbo de una calle y lo que allí sucede, Carbotta elimina (casi) por completo la presencia autoral, sin montar ninguna escena ni dar ningún estímulo narrativo. Sólo existe el espectador y su subjetividad. En Monowe, por el contrario, el artista lleva a cabo un proyecto abierto en el que, mediante instalaciones y esculturas, crea una ciudad dedicada a la vida de una sola persona. Un hipotético entorno urbano que quiere sugerir la existencia de una comunidad imaginaria del futuro, convirtiéndose en un lugar tan exclusivo que se convierte en una maravillosa prisión de aislamiento social.
Esta lectura negativa también la lleva a cabo Paola Pivi (Milán, 1971), que pone en escena situaciones grotescas e irónicas que intentan cuestionar lo ordinario resaltando indirectamente sus características. En su primera gran exposición individual en Milán, en la Fondazione Trussardi en 2006, Pivi ideó un universo de cuento de hadas en el que objetos banales y situaciones aparentemente ordinarias cobran vida y se convierten en acontecimientos extraordinarios. Como el alegre apocalipsis de Sin título (Avión) (1999) y el Arca de Noé de cuento de hadas que quería recordarnos Interesting [Interesante], 2006. A Lara Favaretto (Treviso, 1973), artista que, a través de la escultura y la performance, interviene en la función de los objetos que nos rodean para subvertir la realidad, también le interesan los escenarios insólitos. La ebriedad del mundo al revés se materializa en inversiones semánticas que transforman los cepillos de lavado de coches en hombres de colores(Simple Men, 2008) o antimonumentos - Solo se sei mago (2006), por ejemplo, donde un bloque de confeti forma una estatua destinada a desintegrarse - que recurren a la dimensión festiva, muy querida por el artista, para exaltar lo imprevisible de la vida cotidiana y al mismo tiempo su fugacidad.
Si hasta aquí las referencias reales (a la actualidad, a la historia, a la sociedad) quedan en suspenso, sólo sugeridas, Giorgio Andreotta Calò (Venecia, 1979) da un claro paso hacia un discurso más claro y, por tanto, más comprometido socialmente. Sus esculturas-instalaciones están cargadas de tensión individual y colectiva, interceptan un sentimiento común a partir de un hecho o circunstancia más o menos conocido. Per ogni lavoratore morto (2010), consiste en un bloque de mármol sin trabajar, colocado en el centro de una iglesia, la de Santa Maria delle Lacrime en Carrara, en memoria de los fallecidos en el trabajo; Senza titolo (La fine del mondo) (Sin título - El fin del mundo) de 2017 es en cambio una instalación site-specific creada para el Pabellón de Italia en la 57ª Bienal de Venecia, que el autor concibió como una estructura de andamiaje capaz de reflejar la arquitectura del Arsenale gracias a una gran lámina de agua preparada para la ocasión. Una invitación escénica a la introspección.
De hecho, la obra se inspira en el ensayo del antropólogo Ernesto De Martino La fine del mondo (El fin del mundo): el último texto del autor, dejado inacabado y publicado póstumamente, que analizaba el concepto de apocalipsis cultural, en el que la propia presencia del individuo, su ser en el mundo, entra en crisis. ¿Qué mejor solución, entonces, que implicarlo en la propia producción cultural? Como hace Marinella Senatore (Cava de’ Tirreni, 1977), que a menudo ha utilizado al público para sus obras, como hizo con la comunidad de ex mineros de Enna(Nui Simu, 2010). En general, Senatore recurre a menudo a expresiones populares, interpretándolas o llamándolas directamente para expresar su alcance ideal y concreto. Sus obras pueden definirse como contenedores fluidos site-specific: site-specific porque se conciben teniendo en cuenta el entorno específico en el que se desarrollan; fluidos porque se basan en una inclusión potencialmente infinita de los elementos implicados.
La memoria y el conocimiento del mundo, como experiencia personal y colectiva, están en el centro de la reflexión de Marzia Migliora (Alessandria, 1972). Con un estilo metafórico y lírico, la artista recurre a diversos modos de expresión (vídeo, sonido, performance, instalación, dibujo, fotografía) que participan en la creación de espacios emocionales evocadores(Everyman, 2007). O desciende directamente a lo concreto, investigando la relación entre capitalismo y agricultura, o más en general sobre el tema del empleo laboral. Paradojas de la abundancia, por ejemplo, es una serie iniciada por Migliora en 2015 como un proyecto a largo plazo que explora las transformaciones de los sistemas de producción y consumo de alimentos. La obra de Francesco Vezzoli (Brescia, 1972), uno de los artistas italianos que ha logrado hacerse un nombre en el extranjero, también se basa en la historia y el imaginario compartido. Lo que le ha hecho tan popular es, en particular, su capacidad para conseguir aunar elementos tan distantes entre sí como el arte clásico, cuando no la arqueología, con iconografías pop y modernas tomadas del mundo del cine, la música y el star system en general. Así se entrecruzan diferentes lenguajes artísticos y expresivos, siempre impregnados de ironía y provocación, hablando con la fuerza de lo contemporáneo y la profundidad de lo antiguo. En 2005, presentó en la 51 Bienal de Venecia una película de 5 minutos titulada Trailer for a Remake of Gore Vidal’s Caligula, concebida para un hipotético remake pornográfico de la película Calígula de Tinto Brass; mientras que en esculturas como Belvedere’s Lover’s Self Portrait as Apollo y Antique not Antique: Pedicure, actualiza la iconografía clásica, generando una estética glamurosa cargada de nostalgia y decadencia.
Más directa y con un enfoque marcadamente político es la obra de Francesco Arena (Torre Santa Susanna, 1978). El secuestro y asesinato de Aldo Moro, la muerte del anarquista Giuseppe Pinelli o la masacre de la Piazza Fontana de Milán son algunos de los hechos noticiosos que Arena sublima en obras a menudo conceptuales, nada didácticas, que pretenden transmitir un sentimiento más que un relato. Como Cráter, una escultura realizada con 50 metros cúbicos (75 toneladas) de tierra holandesa, ordenada a través de una estructura de postes de metal y madera. Aquí, la cantidad de tierra utilizada corresponde a la que falta en un cráter de un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial en algún lugar de Zelanda (Países Bajos). Giulio Frigo (Arzignano, 1984) también reflexiona sobre personajes del pasado, combinando sus pinturas con componentes de instalaciones de diversa índole. A menudo sus creaciones carecen de referencias históricas precisas, pero evocan escenarios y situaciones que remiten a temas como el poder y la política Room 22 (Sushi Girl), 2017; otras veces se detienen en situaciones íntimas y personales(Room 18, 2016), o incluso se dedican de lleno a la reflexión conceptual y estética(Mimesi2, 2011). Rara vez la práctica de Gian Maria Tosatti (Roma, 1980) se desliga de las cuestiones sociales, cuyas investigaciones, a menudo abiertas a continuas actualizaciones a largo plazo, se centran en temas relacionados con el concepto de identidad, tanto a nivel político como espiritual. Tosatti prefiere la dimensión monumental de las grandes instalaciones site-specific concebidas para edificios enteros o zonas urbanas. Siguiendo la estela del arte relacional, su práctica suele implicar a las comunidades relacionadas con los lugares donde toman forma las obras. En Il mio cuore è vuoto come uno specchio (Mi corazón está vacío como un espejo), Tosatti viaja entre Catania, Riga, Ciudad del Cabo, Odessa y Estambul, interviniendo cada vez en lugares específicos y de diferentes maneras. Podemos decir que cada una de sus obras forma parte de una investigación sobre la crisis de la democracia y la consiguiente desaparición de la civilización occidental, nacida en la Atenas de Pericles. La obra que Tosatti presentó para el Pabellón de Italia en la Bienal de Venecia de 2022 gira en torno a la historia de Italia. Storia della Notte e Destino delle Comete (Historia de la Noche y Destino de los Cometas ) era una compleja máquina narrativa experiencial que trazaba un camino a veces familiar y a veces desorientador, que tenía su origen estético y de contenido en el auge y la caída del sueño industrial italiano. El objetivo, además de la implicación teatral del visitante, era ofrecer una nueva conciencia y generar reflexiones concretas sobre el posible destino de la civilización humana, a caballo entre los sueños y errores del pasado y las promesas de un futuro aún en parte por escribir.
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