Alimentamos, casi siempre inconscientemente, la feroz creencia de que las obras de arte guardadas entre las paredes de los museos permanecerán para siempre a disposición del mundo, que de algún modo nos sobrevivirán escapando a la vejez y al inexorable declive propio del ser humano. ¿Cómo comportarse, entonces, cuando uno descubre un lienzo desgastado que empieza a combarse, a arrugarse y a perecer lentamente? Este es el reto al que se enfrentó la restauradora Muriel Vervat tras el descubrimiento de un destartalado Nero con punti deAlberto Burri de 1958 con un enfoque bastante diferente de las técnicas de restauración utilizadas tradicionalmente en Occidente. En 2019, la obra fue enviada a Florencia para ser investigada y tratada por la restauradora en colaboración con especialistas del CNR y de la Universidad de Pisa. Se decidió así, con extrema calma y aparente sencillez, “curarla” acompañándola en su proceso de envejecimiento mediante un producto de origen vegetal extraído del alga japonesa Funori. Un elemento, éste, ya utilizado desde hace siglos en Oriente para la restauración de todos aquellos materiales típicamente porosos como el papel y las telas, pero casi desconocido en Occidente. La mitad inferior del lienzo había sufrido importantes caídas de la película pictórica y la rotura de un cordel utilizado como costura en la gran hendidura central. También eran claramente visibles restauraciones pictóricas anteriores que se habían realizado con torpe precipitación aplicando descuidadamente pintura negra para ocultar las imperfecciones causadas por el tiempo.
La desafortunada obra de Burri se expuso en la Galleria Blu de Milán en 1958, y después en Bruselas con una introducción de Giulio Carlo Argan, que dijo del artista: “La materia de un Wols, de un Fautrier, de un Burri no es el montón informe de brasas al que se reduce la vida quemada por la angustia: puesto que el artista ha cesado, frente a la materia, el orgullo de su propia espiritualidad y ha aceptado la identificación, esa materia, del pasado inerte que era, se ha convertido en memoria, ha vuelto a ser presente y humana [....] el presente ’pretende’ el pasado y el futuro juntos, vinculándolos en una relación que ya no es lógica, sino tanto más rica en intereses morales: que la moralidad no es sólo el proponer un proyecto de acción, sino también el estar presente con plena conciencia de existir y una firme decisión de hacer, en medio de una situación histórica”. La historia expositiva de la obra continuó hasta 1968, cuando desapareció, para reaparecer en 2015 con motivo de la exposición Sironi-Burri: un diálogo italiano, y el comisario de la nueva exposición monográfica Alberto Burri Reloaded en el museo corporativo del Grupo Unipol, CUBO, en Bolonia, relata cómo el lienzo fue encontrado en un estado desgastado y extremadamente rasgado por el tiempo.
Nero con punti (Negro con puntos ) de Alberto Burri no es una de esas obras especialmente fotogénicas, pero precisamente por eso consigue sobrecoger ferozmente al espectador con una fuerza palpable y envolvente. Uno se descubre como un funambulista siguiendo tristemente la geografía del gran lienzo, intentando no caer en la herida central, subiendo y bajando por sus finos bordes. La obra de 1958, totalmente cubierta de un negro opaco, atrapa la luz, situándose en un fuscum subnigrum que, primero con Tiziano, luego con Caravaggio, sustituyó al blanco del yeso o del estuco en la preparación de las obras.
“El negro”, decía el filósofo Gilles Deleuze, “es una aportación barroca, con él la pintura cambia de estatuto: las cosas surgen de un fondo común que atestigua su naturaleza oscura”. El negro de Burri no es sólo un telón de fondo para la obra, sino que se convierte en carne, piel y estructura que se dobla, se desgarra, cambia con el tiempo y, contrariamente a otros paradigmas, no hay que intentar ver más allá de esa oscuridad. Si Lucio Fontana perfora el lienzo dejando entrar el espacio y transformando la obra en un entorno, Burri la hace crecer desde dentro con turgencias, úlceras y laceraciones. Es una “obra monumental: por su tamaño, por su estructura y por la forma en que un solo color, tan cargado de significado y de historia, se confía a la materia textil que constituye el armazón y el tegumento de la propia obra”, escribe la comisaria Ilaria Bignotti en el catálogo de la exposición.
El lienzo pertenece a esas reminiscencias de su reclusión en el campo de Hereford, Texas, donde Burri empezó a pintar y a utilizar los famosos sacos de guerra que transportaban alimentos que, para el artista, eran algo cotidiano. Alberto Burri, desde una tierra desconocida y hostil y en medio de la angustia del encarcelamiento y el desamparo, toma lo que encuentra. Coge los sacos, que se convierten en metáfora del cuerpo y del alma a merced del odio de la guerra. Los rompe, los pinta y los cose. Elementos fuertes y extremadamente dramáticos que Burri decide yuxtaponer, casi en busca de un contraste estridente, con elementos nuevos para su época como el vinavil y las pinturas poliméricas. Y fue sobre todo la variedad de los materiales utilizados lo que condujo a los restauradores por un camino poco transitado en Europa, llevándoles a proceder con extremo cuidado y de puntillas.
El corte central, la cuerda extremadamente tensa de tres hilos anudados a lo largo de los bordes y las costuras deliberadamente toscas hicieron que el cuadro resultara aún más delicado y difícil de abordar, contribuyendo a crear una espera de más de dos años, larga pero extremadamente necesaria. Tras eliminar la suciedad ambiental que se había acumulado en la superficie, el equipo de restauradores decidió diseñar unos “catres” de fibra de carbono para colocar cuidadosamente el cordón tensado y proceder finalmente a la consolidación de la pintura “negro mate”, que mostraba un tímido levantamiento en algunos puntos. La decisión de utilizar algas funori se tomó precisamente para proteger y acompañar la obra durante su vida y posterior vejez, utilizando, como explica Muriel Vervat, “un producto no tóxico, definiendo un método de aplicación particular, respetuoso tanto con el restaurador como con el medio ambiente”.
Se trata de un nuevo reto para CUBO, que acoge la exposición gratuita Alberto Burri Reloaded hasta el 21 de enero de 2023. La pequeña retrospectiva del boloñés pone de manifiesto cómo la obra que hoy se expone no es sólo el resultado de una innovadora restauración, sino que es la propia metáfora del espacio CUBO que pretende compartir caminos interdisciplinares, conocimientos y nuevas investigaciones que puedan ayudar al futuro.
De este modo, el museo corporativo del Grupo Unipol pretende que cualquier proyecto genere un complejo abanico de reflexiones, preguntas, nuevas propuestas y, en este caso, dar a conocer lo que hay detrás de una restauración con un largo vídeo que acompaña a la gran obra de Burri.
La exposición monográfica de Alberto Burri continúa en la sede CUBO de Torre Unipol, Via Larga 8, donde encuentran acomodo otras cuatro obras de extraordinario calibre: Alquitrán de 1950, Molde de 1951, Sin título de 1952 y otro Alquitrán de 1950, tejiendo un diálogo ideal con el gran Negro con puntos. Los protagonistas de este sugerente espacio con vistas a Bolonia son los alquitranes ondulados y las arenas remezcladas con óleos que crean nuevas relaciones y formas. El Tar más pequeño de los años 50 (60 x 80) contiene pequeños embriones de plástico que destacan sobre un rubro muy intenso interrumpido sólo por pequeñas formas ahora blancas, ahora cerúleas y amarillas. En el Tar más grande, los colores se reducen, pero aumenta la relación entre el espacio bidimensional y el tridimensional, creando espacios que se niegan y anulan mutuamente, creando una cortina rebosante de estímulos en un diálogo constante entre lo brillante y lo opaco.
Una historia diferente nos cuenta el Molde de 1951 en el que la piedra pómez mezclada con aceite es la protagonista, aferrándose, anidando y envolviéndose sobre el soporte subyacente. Pero será el Sin título de 1952 el que presente a todos los personajes de Negro con puntos. Aquí es el saco, la arena, junto con el vinavil, el collage y la costura los que cierran el diálogo ideal entre las cinco obras. Un diálogo hecho de silencios y carencias cosidas.
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