Desde su descubrimiento, o más bien el perfeccionamiento de la técnica en los años 50, la datación mediante el isótopo C14, o radiocarbono, ha constituido un formidable avance para la posibilidad de conocer y datar la evolución de la historia de la humanidad. Su descubridor, Willard Frank Libby, se dio cuenta de que midiendo el contenido residual de carbono 14 sería posible saber en qué momento los materiales orgánicos examinados habían dejado de vivir: las plantas y los animales asimilan carbono 14 del dióxido de carbono durante su vida, pero cuando mueren, el intercambio de carbono con la biosfera termina y su contenido de carbono 14 empieza a disminuir a un ritmo determinado por la ley de la desintegración radiactiva. Fue unaidea ingeniosa, que le valió el Premio Nobel de Química en 1960 y que, a pesar de diversos perfeccionamientos a lo largo de las décadas, sigue constituyendo un principio válido. Gracias a esa técnica, los materiales orgánicos pueden datarse sobre una base química: toda una revolución, sobre todo en el campo de laarqueología, donde hasta los años 50 sólo se podían datar contextos y civilizaciones mediante comparaciones de materiales o curvas dendrocronológicas.
A pesar de la extraordinaria novedad de esta técnica, sus limitaciones son evidentes: en particular, al tratarse de una técnica para datar materiales orgánicos, y concretamente el momento en que dejan de vivir, será crucial tener en cuenta que un trozo de madera puede haber sido tallado incluso cientos de años después de que el árbol fuera talado, que un trozo de pergamino puede haber sido reutilizado incluso decenas de veces, o que un tronco puede acabar en una hoguera de las formas más diversas y desconocidas. En resumen: sin información cierta sobre cómo y cuándo acabó allí ese material, la técnica puede ser inútil y ofrecer resultados engañosos. Además, hay que tener en cuenta el margen de error: la precisión de la técnica varía en función de los periodos históricos y de la curva de calibración, pero normalmente ofrece un margen temporal de unos cientos de años para datar las muestras si se quiere tener una cifra fiable. Por tanto, la utilidad del método varía en función del contexto. Como puede adivinar fácilmente cualquiera que no esté familiarizado con el tema, saber que un carbón de una hoguera es de los siglos XII-XVI d.C. suele aportar poca información, mientras que para civilizaciones que no han dejado fuentes escritas, incluso una fecha tan amplia puede ser importante.
En los últimos años, sin embargo, esta técnica ha empezado a utilizarse no ya, o no sólo, para datar materiales orgánicos, sino más ampliamente para datar artefactos fabricados con esos materiales. Sin embargo, la técnica no fue concebida para ese fin, y la falta de un conocimiento generalizado sobre ella corre el riesgo de crear malentendidos.
La última en orden cronológico es la Santa Faz de Lucca: considerada durante mucho tiempo una obra del siglo XII por los historiadores del arte, hoy, tras los análisis a los que se sometieron tres muestras de la escultura, se fecha en los siglos VIII-IX, y se describe como la escultura de madera más antigua de Occidente. El 19 de junio de 2020, elInstituto Nacional de Física Nuclear CHNet - Red del Patrimonio Cultural de Florencia anunció la nueva datación en todos los periódicos. Según el comunicado, se analizaron tres muestras: dos de la madera y una del lienzo aplicado a la superficie. Las fechas, según el comunicado, son coherentes al ofrecer un dato que indica el final de los siglos VIII y IX: si este dato es poco relevante en el caso de la madera, que podría ser incluso mucho más antigua que la escultura, el dato del lienzo, que difícilmente podría ser décadas o siglos más antiguo, parece bastante riguroso. Además, la datación coherente de los tres fragmentos parece corroborar la realidad de la datación altomedieval.
Santo Rostro de Lucca (siglos VIII-IX d.C.; Lucca, catedral de San Martino). Foto Crédito Lucio Ghilardi |
Un detalle de la Sábana Santa de Turín |
Sin dudar de la bondad del trabajo y sin poder excluir que la nueva datación se corresponda con la verdad, llaman la atención el método y la transparencia: no se publicaron los resultados de los análisis (las fechas de las tres muestras), sino sólo un resumen de los mismos, los resultados no se publicaron en una revista ni se sometieron a revisión por pares antes de divulgarse y, sobre todo, el descubrimiento se basa en una única muestra, la de la tela, que, al ser sólo una, siempre puede correr el riesgo de contaminación.
Pero veamos los datos. De la página web delInstituto Nacional de Física Nuclear, donde encontramos la información más rigurosa, citamos: "la muestra de tela fue datada en un periodo comprendido entre el 770 y el 880 d.C. (con un 68% de probabilidad). Las muestras de madera resultaron ser compatibles con la tela, teniendo todas una buena probabilidad de ser datadas en un periodo comprendido entre las últimas décadas del siglo VIII y el siglo IX. El radiocarbono confirmó, por tanto, que los materiales del Santo Rostro son anteriores al año 1000.
No hemos encontrado ninguna otra prueba que aclare estas palabras. Un 68% de probabilidad significa que hay un 32% de posibilidades de que esa datación sea errónea (es una buena práctica publicar sólo las dataciones que son correctas en un 95% o más) y no está claro qué significa, en el caso de la madera, que las muestras estén datadas con “buena probabilidad” “entre las últimas décadas de los siglos VIII y IX”. A falta de elementos estilísticos que corroboren la nueva datación, proponerla como efectiva con una probabilidad de sólo el 68% parece bastante audaz.
Por desgracia, este tipo de prácticas, que tienden a forzar y sobreinterpretar resultados precisos de análisis científicos, no son infrecuentes. En septiembre de 2017, fue la Universidad de Oxford, de nuevo a través de comunicados de prensa y no de publicaciones científicas, la que anunció que había descubierto en su Biblioteca Bodleian el manuscrito que contenía el cero más antiguo del mundo. Las páginas de abedul del manuscrito indio Bakhshali, datado en el siglo IX d.C., fueron sometidas a una datación por carbono 14 que reveló muchas fechas diferentes, desde el siglo III al X d.C.: nada extraño, tratándose de materiales que tenían valor y eran reutilizados a lo largo del tiempo. Pero, por increíble que parezca, Oxford anunció que había encontrado el cero más antiguo del mundo, datando todo el manuscrito en el siglo III-IV d.C.: una subversión de la datación por carbono 14, que simplemente fue malinterpretada, ya que, como se explicó al principio, la técnica data el material, no el contexto (en este caso el manuscrito), y mucho menos la escritura de las páginas. Una vez más, no se había aportado al debate ningún elemento estilístico, histórico o paleográfico nuevo. Dos semanas después de este “descubrimiento”, se inauguró en Oxford una exposición en la que ese manuscrito era uno de los elementos más destacados.
En conclusión, cualquier propuesta de datación por carbono 14 necesita un contexto que justifique su uso y una declaración precisa de los resultados y los márgenes de error estadístico, y es bueno disponer de varias muestras coherentes y precisas antes de anunciar al mundo un nuevo descubrimiento. El carbono 14 es una herramienta de datación inadecuada para datar manuscritos u obras de arte en tiempos históricos, porque las comparaciones y los elementos de datación son abundantes: puede, por supuesto, utilizarse en casos en los que el debate sobre la datación está sensacionalmente abierto (por ejemplo, en el caso de las falsificaciones), pero incluso entonces hay que actuar con cautela, y las muestras deben ser diversas y consistentes, para reducir al mínimo la posibilidad de error estadístico.
Resulta curioso, pues, que, precisamente por la existencia de un “error estadístico” y la necesidad de muestras diferentes, múltiples y no contaminadas, se cuestionen otras dataciones con carbono 14. La Sábana Santa fue sometida a análisis a finales de los años ochenta en tres laboratorios diferentes, ofreciendo una datación coherente hacia los siglos XIII-XIV d.C.. Los resultados se publicaron en la revista científica más importante del mundo. Tal vez no fuera el resultado que esperaban los patronos vaticanos, y esos datos han sido constantemente cuestionados desde entonces. Sin embargo, en aquel caso todo se publicó, tras analizar diferentes muestras y en distintos laboratorios, con un intervalo de confianza del 95%. En el caso del Volto Santo di Lucca, la muestra es una sola, con un intervalo de confianza del 68%. Tal vez sea hora de reflexionar sobre el uso que las ciencias humanas quieren hacer de estas técnicas analíticas.
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