El Torso del Belvedere, la joya del Vaticano que también conquistó a Miguel Ángel


El Torso del Belvedere, obra de Apolonio de Atenas del siglo I a.C., es una de las esculturas más citadas y conocidas de la Antigüedad. Miguel Ángel también quedó fascinado por esta obra maestra.

Caminando por los interminables pasillos de los Museos Vaticanos, ahora repletos de visitantes incluso los martes por la mañana en invierno, no es fácil concentrarse en las obras más extraordinarias, captar la diferencia entre maravilla y obra maestra, entre lo particular y lo general. Y los carteles, que (con gran cuidado, sin afectar a los trazados ya historizados) han destacado recientemente 100 obras notables, sólo ayudan en parte a orientar la mirada del visitante poco acostumbrado al arte moderno, contemporáneo y, más aún, antiguo. Pero ciertamente no corremos el riesgo de no fijarnos, en medio del pasillo central del complejo Pio-Clementino, fechado a finales del siglo XVIII, en un trozo de estatua que por alguna razón capta nuestro interés, incitándonos a preguntarnos qué es, a agacharnos para leer la leyenda: una pregunta que recorre la historia del arte y de Roma desde hace más de 500 años. Ese fragmento anónimo es el llamado Torso del Belvedere, y en nuestra mirada curiosa y asombrada está la mirada de muchos antes que nosotros.

El Torso Belvedere es, en pocas palabras, una estatua mutilada, un torso y parte de una pierna. Representa a un hombre en el acto de retorcerse, apoyado en una roca, sentado sobre una piel de felino (¿león?), inclinado hacia delante. Fechada en el siglo I a.C., está firmada, en griego, por Apolonio de Atenas: una firma que debió de ser una marca de calidad (de taller, más que de artista en el sentido moderno) que, de hecho, la escultura confirma incluso a primera vista. Incluso si entramos en el terreno de la subjetividad, no estamos ante una estatua romana corriente, ni siquiera media. No está claro quién era el sujeto representado, aunque la hipótesis actualmente más acreditada, como veremos, apunta hacia Ajax Telamonius. Pero en su historia moderna, la única que conocemos, siendo un fragmento y siendo una hipótesis ha sido tan parte de esta obra como el mármol.



Apolonio de Atenas, Torso Belvedere (siglo I a.C.; mármol, altura 159 cm; Ciudad del Vaticano, Museos Vaticanos, Museo Pío-Clementino). Foto: Museos Vaticanos
Apolonio de Atenas, Torso Belvedere (siglo I a.C.; mármol, altura 159 cm; Ciudad del Vaticano, Museos Vaticanos, Museo Pío-Clementino). Foto: Museos Vaticanos
El torso del Belvedere en su ubicación. Foto: Emilio Villegas
El Torso Belvedere en su emplazamiento. Foto: Emilio Villegas

Conocido en Roma desde el siglo XV (la primera mención admirada es la de Ciriaco d’Ancona, que lo vio en el palacio del cardenal Colonna hacia 1430), se desconoce la procedencia del Torso, ni se sabe dónde fue encontrado, aunque hallazgos en las Termas de Caracalla o en Campo de’ Fiori fueron relatados por autores posteriores, pero fruto, ahora está claro, de leyendas o invenciones. Hacia 1500, el torso resulta estar en manos del escultor Andrea Bregno, y luego, entre 1530 y 1536, presumiblemente bajo el papado de Clemente VII, llegó al lugar que le dio el nombre por el que hoy lo conocemos: entró en las colecciones papales y acabó expuesto en el Cortile delle Statue, creado originalmente por Julio II, el Belvedere anexo a la villa del papa Inocencio III. Fue aquí donde la historia de este héroe anónimo de mármol dio un giro, junto con otras esculturas que han entrado en el imaginario colectivo, como el Laocoonte, el Hércules con Télefo o el Apolo... del Belvedere. Fue aquí donde la escultura conoció a Miguel Ángel Buonarroti, que la estudió en todas sus partes, describiéndola como “la obra de un hombre que sabía más que la naturaleza”, y la convirtió en el modelo de muchas de sus figuras, sobre todo en la Capilla Sixtina, dando celebridad al fragmento durante varios siglos. Lo que, por otra parte, no se da en absoluto por sentado que se siga viendo hoy en día en forma de fragmento: la norma, en el Renacimiento e incluso en siglos posteriores, era integrar antiguas esculturas mutiladas. Pero eso no ocurrió con el Torso Belvedere. Se dice que Miguel Ángel se negó a integrarlo, a pesar de las exigencias del mecenazgo papal, y nadie se atrevió a hacerlo después de él.

El Torso fue copiado, estudiado, revisitado por muchos, de Rafael a Rubens, de Turner a Picasso, convirtiéndose en el fragmento de arte antiguo más citado en la historia del arte moderno y contemporáneo. Al principio, el propio Winckelmann no entendía el porqué de tanto interés por un fragmento, pero más tarde también él se convirtió a la admiración por la obra. Confiscada por Napoleón en 1797, no regresó a Roma hasta 1815, gracias a la mediación de Antonio Canova. Hoy, en el complejo Pio-Clementino, miles de descubrimientos y hallazgos de escultura grecorromana después, sigue emanando ese poder, artístico y de otro tipo, que tanto impresionó a Roma al salir de la Edad Media: pocas obras lo consiguen en la misma medida.

El torso del Belvedere en su emplazamiento. Foto: Richard Mortel
El Torso Belvedere en su emplazamiento. Foto: Richard Mortel
Torso Belvedere
Torso Belvedere
La firma sul Torso Belvedere
La firma en el torso Belvedere

Pero, entonces, ¿quién representa ese Torso, que se convirtió en tal quién sabe cuándo y quién sabe cómo? La identificación ha quitado el sueño a artistas y críticos durante siglos. Aunque durante mucho tiempo se le consideró un Hércules (incluso por el propio Miguel Ángel), dada la piel de felino, o de león, sobre la que se sienta, la iconografía nunca ha convencido realmente a los estudiosos. En los siglos siguientes, se hipotetizaron identificaciones con Dioniso, Marsias, Sileno, Filoctetes, Prometeo, entre otros, siempre sin suerte. Como ya se ha dicho, ahora la hipótesis más convincentedesarrollada hace unas décadas a partir de las observaciones de Raimund Wünsche, es la de identificar el Torso con el héroe aqueo Áyax Telamonio, sorprendido en el acto de meditar el suicidio, tras haber recibido la humillación de no recibir las armas de Aquiles, y haberse vuelto loco.

Según esta hipótesis, el Torso mutilado mostraría al héroe con la cabeza inclinada, la espalda doblada, el brazo derecho empuñando la espada sobre la que más tarde se arrojaría. Una imagen que se repite muchas veces, según han reconstruido los arqueólogos, en vasijas, gemas, pastas y pinturas realizadas por artistas y artesanos que se inspiraron en aquella tragedia de la Antigüedad. Una iconografía que se habría fijado en un monumento funerario del propio héroe, una estatua de bronce fechada entre 188 y 167 a.C. y colocada frente a Troya por los habitantes de Rodas, de la que se sabe que fue tan famosa y admirada que Marco Antonio la llevó a Egipto como regalo para Cleopatra. Augusto ordenó traer a Roma una copia en mármol: la que, según Wünsche y otros, se convertiría en el Torso Belvedere. Una hipótesis sólida y amplia que no ha convencido a todos los estudiosos: el Torso, así mutilado, podría seguir siendo conocido como el Torso durante siglos. En un monumento a lo inacabado que a Apolonio de Atenas jamás se le habría ocurrido realizar.


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