Ni la Venus de Urbino, niel amor sagrado ni el amor profano: era el Políptico de Averoldi, un gran retablo al óleo sobre madera de álamo, la obra que Tiziano Vecellio amaba más que ninguna de sus otras creaciones. O al menos esto es lo que escribió el embajador de Alfonso I de Este en Venecia, Jacopo Tibaldi, en una carta del 1 de diciembre de 1520: “ [...] et epso [Tiziano] nos dijo a todos los que estábamos allí, que era el mejor cuadro que había hecho nunca”. El políptico Averoldi se conserva en la iglesia neoclásica de Santi Nazaro e Celso de Brescia, adonde llegó en 1522: El quinto centenario de la ejecución del políptico ha brindado la ocasión de erigir, justo delante de la obra, una rampa especial que lleva “A tu per tu con Tiziano” (Cara a cara con Tiziano), según el título de la iniciativa programada del 28 de mayo al 3 de julio de 2022, creada con el objetivo de permitir al público admirar la obra de Tiziano.objetivo de permitir al público admirar, por primera vez, el célebre políptico desde una perspectiva totalmente nueva, y a una distancia de sólo dos metros (la obra, de hecho, está colocada muy arriba y normalmente quienes entran en la iglesia la ven desde abajo y a distancia).
Tiziano Vecellio, en el siglo XVI, vivía una época extremadamente feliz y prolífica y se sentía impulsado hacia una tensión creativa cada vez mayor cuando, por casualidad, conoció al obispo Altobello Averoldi. Este último había nacido hacia 1468, en el castillo de Drugolo, en el seno de una de las familias más influyentes de Brescia. Realizó estudios jurídicos y teológicos entre Padua y Pavía y, muy joven, llegó a la corte papal gracias a su tío Bartolomé, arzobispo de Split. Corría el año 1515 cuando el vástago de la casa Averoldi recibió del papa León X el prebostazgo de San Nazaro, para el que, a decir verdad, ya se habían sentado innumerables premisas desde 1502. Altobello decidió relanzar su imagen tomando decisiones astutas y previsoras, asumiendo algunos gastos para la finalización del edificio y consagrando la iglesia por segunda vez el 30 de mayo de 1517. Éste fue sólo el primero de los gastos en que incurrió el prelado que, para dar mayor lustre a su templo, encargó a Tiziano la ejecución del maravilloso políptico destinado a adornar el altar mayor.
No sabemos con certeza cuándo se entrecruzaron las tramas de las vidas del pintor y del eclesiástico, pero lo que es absolutamente seguro es que el políptico fue encargado a Tiziano entre 1517 (año del nombramiento de Averoldi como nuncio apostólico) y 1519. Gracias a fuentes de la época, sabemos que la realización de la obra requirió “larga práctica” por parte de Tiziano, hasta el punto de que el artista retrasó la entrega de innumerables encargos, entre ellos las tres Bacanales destinadas a decorar el estudio privado del duque de Ferrara Alfonsi I d’Este. Sin embargo, los continuos retrasos, vacilaciones y dilaciones de tiempo no hicieron sino aumentar el conmovedor naturalismo de su políptico y la obra se ganó la admiración de todos, especialmente de un hombre: Jacopo Tebaldi.
Tebaldi, embajador de Alfonso I d’Este en Venecia, quedó deslumbrado por la sublime belleza de San Sebastián y, para complacer al duque de Este, planeó un torpe y malvado intento de arrebatar el cuadro a Averoldi. El 1 de diciembre de 1520, el embajador escribió a Alfonso I de Este: “Ayer fui a ver el cuadro de San Sebastián, hecho por el Magistro Titiano, y encontré mucha gente de esta tierra, que lo vio con gran admiración y lo alabó, y nos dijo a todos los que estábamos allí que era el mejor cuadro que había hecho”. Añadió, poco después, que le había dicho a Tiziano que dejar aquella inmensa obra maestra a un sacerdote sería un desperdicio y que sería mejor que vendiera la mesa del santo al duque.
El astuto Tibaldi consiguió, sin demasiado esfuerzo, convencer al joven Vecellio para que sustituyera el San Sebastián de Averoldi por una réplica que presentara algunas variaciones y vendiera el original al duque de Este. Afortunadamente para el prelado, quizá tras un rápido ajuste de cuentas político o porque se sintió intimidado por el poder de Averoldi, Alfonso I de Este renunció a la compra licenciosa y el 23 de diciembre de 1520 comunicó su decisión a Tibaldi: “[...]Habiendo reflexionado sobre el asunto del santo se(bastiano), resolvemos no hacer esta injuria al Reverendísimo Legado y que este Titiano piense también en servirnos en aquella obra que debe hacer por nosotros, pues ahora no le cargamos con otra cosa que con esto”.
Así terminó esta extraña historia llena de giros y vueltas: Vecellio pudo finalmente trabajar sin ser molestado y completar el políptico Averoldi, pero no sin interminables tribulaciones, reconsideraciones y cambios en el proceso. Prueba de ello son las numerosas reconsideraciones visibles a simple vista, como el cambio de posición de las piernas y el taparrabos que rodea las caderas de Cristo resucitado, aunque las más llamativas se refieren a los dos paneles de la Anunciación. En efecto, las radiografías han revelado que Tiziano había pintado al ángel anunciador y a la Virgen Anunciadora de manera especular a como podemos observarlos ahora. Otras incertidumbres y cambios en el transcurso de la obra, revelados por las radiografías, se caracterizan por un boceto inicial del pie de San Sebastián más grande y desplazado hacia la izquierda, que el sensible pintor decidió apartar para dejar más espacio a la figura de San Roque.
El febril genio creativo de Tiziano, a pesar de sus tropiezos, consiguió crear una obra increíble. Tan fuerte y sublime, que al ojo inexperto casi podría parecer una obra de Caravaggio precisamente por la increíble energía vital que desprende.Tiziano, con el Políptico Averoldi, creó una obra verdadera, inminente, que hace sentir al fiel espectador, junto con los dos soldados asombrados del panel central, algo real y presente.
El políptico consta de cinco paneles de tres tamaños diferentes. En el centro está la Resurrección de Cristo, a la izquierda los santos Nazaro y Celso con el donante, a la derecha San Sebastián y arriba, a izquierda y derecha respectivamente, elÁngel Anunciador y la Virgen Anunciada. En el panel inferior izquierdo están los dos santos titulares de la iglesia con armaduras resplandecientes, uno de los cuales no mira a Cristo, sino que dirige su mirada hacia el donante, Altobello Averoldi, recogido en humilde oración.
Los dos paneles de la parte superior, que representan a la Virgen Anunciadora y alÁngel Anunciador, fueron retirados de la composición siguiendo una costumbre típica de la Edad Media. La Virgen está inmersa en una penumbra envolvente y se lleva graciosamente la mano derecha al pecho en señal de aceptación de la noticia traída por el arcángel Gabriel, iluminado por una luz cálida y que mira, a su vez, hacia María desenrollando una filacteria con las palabras “Ave [Maria] Gratia Plena”. Ambas figuras ejercieron una influencia decisiva en el léxico del pintor bresciano Moretto , autor de dos obras similares que hoy se conservan en el Museo Diocesano de la ciudad. Todo el mundo amaba el “sentimiento religioso” de Moretto, que se transpiraba con fuerza en sus cuadros y lo convertía en el rasgo distintivo del artista, capaz de aportar obras de inexpresable encanto. Tan amables y elevadas eran las obras del artista bresciano que Francesco Hayez, cuando entraba en los Santi Nazaro e Celso para ver a Tiziano, sólo tenía ojos para Moretto, como relató Stefano Fenaroli en el primer estudio monográfico dedicado al artista del siglo XIX.
En el centro del políptico Averoldi, el Cristo victorioso de cuerpo atlético y retorcido se eleva hacia el cielo con gran energía, sosteniendo en su mano derecha el estandarte de los cruzados, símbolo del triunfo sobre la muerte. El cuerpo de Jesús no tiene nada que ver con la potencia estatuaria clásica del kouros o, sin alejarse demasiado de Tiziano, con la volumetría plena y estática de la famosa Resurrección de Piero della Francesca (1458-1474). El sensible artista de Cadore opta por representar a un hombre enérgico, sí, pero increíblemente real, hecho de carne, y cuya fisicidad escultórica deriva de sus estudios del grupo del Laocoonte, hallado el 14 de enero de 1504. Jesús, con fuerza, consigue triunfar sobre la muerte en el amanecer de un nuevo día, acercándose a un cielo tormentoso y dramático como nunca antes se había visto en una resurrección. El artista opta por no proponer el clásico éter luminoso típico de las resurrecciones, y recrea uno de esos cielos que había podido observar en el Véneto y durante sus largos viajes por el valle del Po. Un cielo dramático, salpicado de luz roja, contra el que hace aparecer a un Cristo como pura energía.
Un cuerpo fuerte y poderoso, tanto el de Cristo como el de San Sebastián a su derecha, pero uno es victorioso en el cielo y en el mundo, el otro está atrapado en el momento en que es vencido. San Sebastián (Tibaldi lo señaló bien) es uno de los desnudos masculinos más conmovedores y perfectos del artista. Un mártir sin más esperanza, moribundo y débilmente aferrado a un atisbo de vida y atrapado en el momento fugaz del final que se aproxima. El santo, exhausto, se aferra a un árbol con una gruesa cuerda y presenta la misma energía que Cristo resucitado, pero contraria, derrotada.
Bajo su pierna derecha doblada, se ve a un ángel que conversa con San Roque, venerado por los habitantes de Brescia, junto con San Sebastián, como protector contra las plagas. Sólo del mártir atravesado en el costado por la flecha, y de ningún otro personaje del políptico, se conocen estudios fisonómicos, que muestran cómo Tiziano reflexionó durante mucho tiempo antes de su transposición real sobre tabla. El marco anatómico y la estructura se inspiran en gran medida en las enseñanzas del gran Miguel Ángel con sus Prigioni (de 1513, destinados a formar parte de la tumba de Julio II), sobre todo en los músculos en tensión y en el pie derecho levantado del suelo y apoyado en la tribuna de una columna que lleva la inscripción “TITIANVS FACIEBAT” seguida de la fecha “M-D-XXII”.
Con San Sebastián, Tiziano llegó a una síntesis perfecta de clasicismo miguelangelesco, la luz que drena la paleta mezclándose con el color, y el naturalismo exasperado en el detalle conmovedor de la carne abandonada del brazo derecho que parece cortarse como mantequilla contra la gruesa trama de la cuerda. Otro elemento que contribuye a hacer del Políptico Averoldi uno de los capítulos más significativos del arte de Tiziano. Esta gran obra es una resurrección poderosa e increíblemente real, tanto que uno casi parece habitarla, esa batalla, y estar totalmente inmerso en la conmovedora perfección creada por Tiziano cuando sólo tenía treinta años.
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