El Palamedes de Antonio Canova


Obra maestra de Antonio Canova terminada en 1805, el Palamedes representa al más sabio de los héroes griegos que lucharon en Troya. Adquirido por el conde Giovanni Battista Sommariva, se encuentra en Villa Carlotta, en Tremezzina, desde 1819.

El 2 de mayo de 1804, Antonio Canova escribía a Quatremère de Quincy: "He terminado recientemente la estatua de Palamedes de pie [...], cuyo modelo ya estaba hecho desde hacía varios años. En efecto, en la época en que modelaba aHércules y a Lica y algunas otras figuras de fuerte carácter, quise estudiar la de un héroe en su florida juventud, tal como lo describe Filóstrato". El recuerdo inmortal de Palamedes, el más sabio de los héroes griegos que lucharon en la llanura de Troya, no pertenece a Homero. La grandeza del inventor de las letras y del ajedrez (“el ruiseñor de las Musas que no hizo sufrir a nadie”, según Eurípides) es transmitida por otros escritores hasta Filóstrato, quien en el siglo II d.C. rememoró con nostalgia las sombras de aquellos guerreros entre los que se distinguió como portador de la verdad y el conocimiento, víctima finalmente de las intrigas de Odiseo, que lo hizo condenar a muerte.

“En estatura igualaba a Áyax [...], en belleza rivalizaba con Aquiles”, de Palamedes se dice que tenía “los ojos más grandes de todos los hombres” y que estaba desnudo “a medio camino entre un atleta pesado y uno ligero”. En sus proporciones perfectas (pero que Leopoldo Cicognara había criticado por sus caderas “más bien suaves”) encontramos ese canon estético que combina el modelo clásico con el estudio de lo real “de la naturaleza”, que Canova había sabido hacer contemporáneo. Fue quizá esa lectura la que sugirió al escultor que transformara la figura de un atleta (el Discóbolo, ya fijado en un dibujo a tinta y en un modelo de yeso hacia 1796) en el caudillo griego “que amaba la sabiduría y la practicaba”, ejemplo de auténtico y profundo heroísmo, con un ingenio excepcional.

Antonio Canova, Palamedes (1796-1805; mármol de Carrara, 70 x 65 x 210 cm; Tremezzina, Villa Carlotta, Museo y Jardín Botánico)
Antonio Canova, Palamedes (1796-1805; mármol de Carrara, 70 x 65 x 210 cm; Tremezzina, Villa Carlotta, Museo y Jardín Botánico)
Antonio Canova, Palamedes (1796-1805; mármol de Carrara, 70 x 65 x 210 cm; Tremezzina, Villa Carlotta, Museo y Jardín Botánico)
Antonio Canova, Palamedes (1796-1805; mármol de Carrara, 70 x 65 x 210 cm; Tremezzina, Villa Carlotta, Museo y Jardín Botánico). Foto de Carlo Borlenghi
Andrea Appiani, Retrato del conde Giovanni Battista Sommariva (c. 1805; óleo sobre lienzo, 45 x 58 cm; Bérgamo, Accademia Carrara)
Andrea Appiani, Retrato del conde Giovanni Battista Sommariva (c. 1805; óleo sobre lienzo, 45 x 58 cm; Bérgamo, Accademia Carrara)

Según Fernando Rigon Forte, Canova no podía sino sentirse “fascinado por un personaje cuyos rasgos existenciales y de carácter -empezando por la propia etimología de su nombre, ’palma de la mano’- se asemejaban asombrosamente a los suyos [....]: de la extracción humilde a la capacidad inventiva, de la inteligencia intuitiva a la generosidad leal, de la ciencia a la sabiduría inspirada en los más altos valores éticos y estéticos”. En cambio, la historia adquiriría un significado nuevo y fundamental a los ojos de su comprador, ese Giovanni Battista Sommariva que era el antiguo propietario de la actual Villa Carlotta. Ambicioso, rico, audaz “hombre nuevo”, había llegado rápidamente a lo más alto de la administración napoleónica, pero fue igualmente destituido repentinamente de todos sus cargos, manchado por la acusación de haber ganado una asombrosa fortuna mediante especulaciones económicas sin escrúpulos. Dispuesto a jugar la carta del héroe calumniado, Sommariva era muy consciente de las posibilidades de una nueva propuesta simbólica de la historia de Palamedes.

Una historia que probablemente conocía bien, ya que no sólo era un mecenas de fama europea (coleccionista de Jacques-Louis David, Antonio Canova, Bertel Thorvaldsen), sino también un refinado bibliófilo que presumía de una colección de más de tres mil volúmenes y que pudo disfrutar de la amistad de distinguidos hombres de letras, como Vincenzo Monti, que le dedicó un ejemplar de una de las ediciones más lujosas de Bodoni.

Justo al lado de su biblioteca iba a estar la obra maestra de su colección, cuando llegó a Tremezzo hacia 1819, marcada por una ruinosa caída en el taller de Canova y restaurada por el propio maestro, que se negó a rebajar el precio. De aquel desafortunado incidente nació una correspondencia (destinada a convertirse en torrencial) entre el artista y su mecenas, un intenso diálogo en el que se entrecruzan la cultura anticuaria y la pasión coleccionista, el amor por el arte y el cálculo económico. Finalmente, se acondicionó una sala de Villa Sommariva con espejos “de la mayor belleza y calidad” para favorecer la visión total y simultánea del héroe “en su florida juventud”, omitida por Homero pero hecha inmortal por Canova.


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