Independientemente de las propuestas de atribución y del posible destino de los paneles, el feroz oso encadenado de la Pinacoteca Nazionale de Ferrara sigue siendo un elemento extremadamente elocuente y fascinante, cuyo carácter enigmático resume el misterio que aún envuelve a estas extraordinarias pinturas.
Numerosos estudiosos han intentado comprender su significado, a la luz de la interpretación global de las imágenes, aunque a veces limitándose a los dos antiguos paneles Strozzi Sacrati y, por tanto, sin tener en cuenta la pluralidad del conjunto decorativo al que pertenecían, junto con la pintura de la Colección BPER Banca di Modena y un cuarto panel, descubierto por Andrei Bliznukov en 2005 y actualmente en una colección privada (Fondazione Longhi, Fototeca inv. 0560062; Universidad Ca’ Foscari, Fototeca Antonio Morassi, Unidad 20, inv. 2259).
Götz Pochat, por ejemplo, que considera las pinturas de la Pinacoteca de Ferrara como los únicos alzados escénicos pintados conservados del Renacimiento, asocia el oso a la tradición popular medieval de los acróbatas.oso a la tradición popular medieval de los acróbatas y al antiguo proverbio alemán “einen Bären aufbinden läßt”, o “ser atado por un oso”, que significa contraer deudas. El refrán, según el estudioso, tiene su origen en dos versos de un epigrama de Marcial(Ep. 6, 64, 27-28): “Sed miserere tui rabido nec perditus ore / Fumantem nasum vivi temptaveris ursi” (“Piedad de ti, ni con estilo rabioso / del oso la nariz humeante”). Siguiendo el razonamiento, el proverbio italiano “non stuzzicare l’orso, quando gli fuma il naso” (no hurgar en el oso, cuando su nariz humea) también deriva de estos versos de Marcial, y se encuentra, aunque con algunas diferencias sintácticas, en el primer acto de la comedia La Calandria de Bernardo Dovizi da Bibbiena, que se estrenó el 6 de febrero de 1513 en Urbino, en el Palacio Ducal, introduciendo por primera vez la escenografía en perspectiva con vista a la ciudad.
Esta hipótesis confirma, por tanto, la evidente relación entre los dos paneles ferrareses y la escenografía teatral, ya unánimemente observada por la crítica. Raffaella Zama también ha observado que Serlio, en el Segundo libro de perspectiva, desaconseja representar personajes en movimiento para la escena trágica - “porque no tienen movimiento et representan puramente a los vivos”- y prefiere más bien “alguna persona durmiendo a buen propósito, o incluso algún perro, u otro animal dormido”, como el oso encadenado, aunque en realidad no esté descansando. Por otra parte, incluso en la marquetería con el Bautismo de Santo Domingo en la pared del fondo de la Capilla del Arca en la Iglesia de San Domenico en Bolonia, pintada por Fra Damiano Zambelli entre 1530 y 1535, tal vez según un diseño del propio Serlio, el oso está flanqueado por un grupo de artistas callejeros, o más bien madrigalistas, según el Padre Venturino Alce.
Si, por tanto, el oso contribuye hasta ahora a situar los cuadros en la cultura figurativa del espectáculo, que a su vez reinventa la imagen de la ciudad sobre una base perspectiva, alterando la percepción del espacio real, es necesario ahora evaluar otros posibles significados, es decir, sondear la estratificación semántica de este animal, tan venerado y temido en la Antigüedad como demonizado y subyugado por la Iglesia, sobre todo a partir de Agustín. En efecto, un procedimiento heurístico puede llevarnos a comprender la verdad equívoca del detalle, a la espera de nuevos datos que aclaren la historia de las placas. Para redescubrir la tradición del oso en el imaginario europeo, nos remitiremos a un estudio de Michel Pastoureau, El oso. Storia di un re decaduto, publicado en Italia primero por Einaudi (2008) y recientemente por Mondadori (2023).
A partir del siglo V, el que era considerado el rey del bosque, progenitor de ilustres dinastías, fue destronado y humillado progresivamente en virtud de su parecido con el hombre. Si confundir las dos naturalezas era una abominación, un escándalo, los padres de la Iglesia, interpretando ciertos pasajes del Antiguo Testamento y de la Historia Natural de Plinio, vieron en el oso una transgresión del orden divino, hasta el punto de establecer que ursus est diabolus. Por ello, durante la Edad Media se le tomó como símbolo de nada menos que cinco de los siete pecados capitales: lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Paralelamente, y sobre todo a partir del siglo XI, proliferaron las imágenes del oso encadenado y amordazado, como podía verse en las ferias y plazas de las ciudades, conducido por bufones y obligado a realizar juegos y acrobacias.
Debatido y condenado, este gran mamífero en la iconografía cristiana es extremadamente connotado y connotativo. Incluso Jacopo Bellini explota la ambivalencia del oso encadenado en sus dibujos para insistir en el valor metafórico de los episodios bíblicos representados (París, Musée du Louvre, Département des Arts graphiques, RF 1476, 4; RF 1484, 13; RF 1489, 21; RF 1554, 109). Por otra parte, en Emilia se utilizaba y se sigue utilizando el proverbio “menar l’orso a Modena”, que hace referencia al tributo de un oso vivo ofrecido a la familia Este por los habitantes de Garfagnana por el uso de zonas boscosas, a partir de 1451. Teniendo en cuenta la procedencia de las placas, es posible que el oso evocara esta costumbre a quienes lo observaban, además de referirse a la práctica de los domadores de osos e implicar los significados exegéticos más sofisticados.
En el estado actual de la investigación, se han examinado aquí todas las declinaciones que puede darnos el detalle, conscientes de que no hemos agotado su potencial semiótico, ni nos inclinamos por una interpretación determinada. Quién sabe si la referencia a la familia Cesarini, en cuyo escudo aparece un oso encadenado, no podría ser otra vía, teniendo en cuenta los contactos entre Peruzzi y Serlio, así como indirectamente con Girolamo Marchesi, dado que este último colaboró en más de una ocasión. Sólo una cuidadosa investigación documental podrá arrojar luz sobre el artista y el comisario, permitiéndonos captar el significado original del oso encadenado al palacio, sin excluir la validez de la sedimentación simbólica de este animal en la cultura europea.
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