En el pensamientodel hombre primigenio existía una conexión entre lo que formaba parte de la naturaleza que le rodeaba y lo que consideraba sobrenatural. La aparición delarte desempeñó un papel fundamental en la psicología del hombre prehistórico, ya que se consideraba el primer medio de materializar un ritual mágico. La pintura de un toro en la pared de una cueva, por ejemplo, asumía poderes ocultos capaces de transformar la representación sagrada en una imagen concreta. Al detener así al animal en la roca, el cazador primitivo tenía la impresión de que había logrado capturarlo incluso antes de la cacería. El pensamiento de una benevolencia sobrenatural hacia el hombre es, pues, el tema fundamental de toda práctica artística desarrollada durante la prehistoria. Mediante el pensamiento del poder divino, el primer acercamiento a una religión con rasgos rudimentarios y la incesante sed de curiosidad, el hombre primitivo dio origen al mito: la única explicación sin pensamiento filosófico y científico capaz de explicar los misterios de la existencia. Su función es, por tanto, explicar, transmitir y ofrecer una visión completa del mundo antiguo y de sus creencias históricas, religiosas y naturales. Así pues, el mito se originó con la intención de interpretar y dar una explicación a cada acontecimiento.
Sólo con el auge de la civilización griega se describe la disciplina de la filosofía como un sistema de principios intelectuales desarrollados según reglas de investigación. La distinción fundamental entre la filosofía griega en el sentido de filosofía científica y la filosofía en el sentido de pensamiento humano viene dada, por tanto, por su desarrollo en las distintas civilizaciones prehelénicas. Antes de Grecia, los pueblos del Próximo Oriente intentaron comunicar conceptos abstractos entendiendo la filosofía como una religión y no como una materia de estudio. El pensamiento filosófico prehelénico se basa en la experimentación del individuo y en la subjetividad de la realidad, no en la objetividad fijada por un libro de reglas que se pueda estudiar. En este caso, la civilización egipcia pone de relieve y conecta de forma impresionante la relación entre mitología, religión y filosofía como totalidad del sistema de pensamiento humano. En un antiguo paisaje de mitologías cosmogónicas y teológicas, el pensamiento filosófico egipcio, con su mito inicial de la creación, intenta explicar el nacimiento del universo mediante un concepto más familiar y fácil de entender que los principios de la filosofía griega. Para la mitología egipcia, resulta fundamental el contenido visual y comunicativo de los seres vivos que participan en la composición de las piezas individuales del universo como individuos distintos con personalidad propia. Esto difiere sustancialmente de la mitología cristiana, por ejemplo, que ve el universo formado por componentes físicos individuales creados por una única deidad y no por la composición de seres vivos.
Para el antiguo Egipto, el conjunto de seres que gobernaban las fuerzas del universo se denominaba la Enéada, que del griego ἐνννεάς-άδος y posteriormente del latín enneas-ădis significa literalmente nueve. Siguiendo la cosmogonía egipcia y los distintos individuos vivos que componen su universo, el término Enéada puede traducirse, por tanto, como grupo de nueve o grupo de nueve dioses. La ciudad de Iunu u Onu ’ciudad pilar’, más tarde cambiada del griego a Heliópolis, en el Bajo Egipto, en la orilla oriental del Nilo, representa el primer foco de veneración cosmogónica hacia lo que se conoce como la gran Enéada heliopolitana. Partiendo del progreso de la cultura que se desarrolló en las zonas del delta del Nilo con los fenómenos anuales de inundación y desecación, confía el concepto ancestral del mundo anterior al mundo a la deidad Nun. Considerada como una forma temprana de literatura, la narrativa de la Enéada ve su nacimiento en torno al 2500-2000 a.C. Durante el final del Reino Antiguo (2700-2192 a.C.) y el principio del Primer Reino Intermedio (2192-2055 a.C.), las paredes de las cámaras funerarias y los pasillos de las pirámides, como la Pirámide de Tetis, se grabaron con rituales, inscripciones y fórmulas mágico-religiosas en forma de jeroglíficos. Son los llamados Textos de las Pirámides, que representan el corpus más antiguo de escritos religiosos egipcios. Los textos contienen diferentes tipos de conjuros que se crearon con el propósito de proteger al faraón en su viaje al más allá para permitirle ascender entre los dioses.
Aunque los textos de las pirámides sólo eran leídos y cantados por los sacerdotes, que tenían acceso a las cámaras funerarias, toda la sala mortuoria puede considerarse un primitivo espacio expositivo de carácter artístico e histórico. Un objeto de cualquier naturaleza colocado en el espacio, consigue enmarcar el propio espacio. En este caso, una cámara funeraria egipcia adquiere un doble significado: representa el espacio que exhibe el objeto-obra (los textos) en su interior, y se convierte en la obra misma al formar parte del enorme complejo (la pirámide). Las pirámides, entendidas como un primer espacio expositivo, no adquieren la misma atmósfera que las paredes blancas y asépticas de una determinada galería o museo de arte contemporáneo. La historia del arte moderno, estrechamente vinculada al concepto de célula-espacio, entra así en conflicto con el concepto de espacio de la Antigüedad: mientras que en el primer caso la galería o el museo son funcionales como soporte de las obras, en el segundo se funden con el objeto presentado en su interior, convirtiéndose en un único órgano artístico. Por lo tanto, los textos de las pirámides adquieren importancia en la medida en que representan la mitología cosmogónica egipcia de forma comunicativa y textual, son una obra de arte, sirven de testimonio arqueológico y son fuente de estudio. Según la cosmogonía, Heliópolis se encontraba en el lugar donde la colina primordial llamada Tatenen “emergió del caos de las oscuras aguas primordiales de Nun” en un tiempo remoto. En 1841, Ivan Ajvazovsky, (Feodosiya, 1817 - 1900) pintor ruso vinculado a la corriente romántica, abordó el tema a través del cuadro Caos (Creación). Incluso antes de la creación del universo y de sus componentes, el interés de la cosmogonía heliopolitana recayó en la enigmática figura de Nun: el primer elemento original, la entidad primordial no de naturaleza divina, una masa oscura y líquida que no tuvo principio ni tendrá fin. Una extensión acuosa que lo cubría todo desde el principio de los tiempos, como se describe en los Textos de las Pirámides (Expresión 571):
1466c. antes de que existieran los cielos, antes de que existiera la tierra,
1466d. antes de que naciera el hombre, antes de que nacieran los dioses, antes de que naciera la muerte.
Según el mito, el surgimiento de la primera tierra de las aguas generó el Benben, una piedra sagrada en forma de pirámide considerada también como la pirámide primordial en la que residía Atum, el padre de los dioses. El Benben, también conocido como Pyramidion, guarda una estrecha relación con la sexualidad y el acto sexual; del acto de autoerotismo practicado por Atum se generaron, de hecho, las deidades que componen el panteón egipcio.
Expresión 527:
1248a. Decir: Atum creado por su masturbación en Heliópolis.
1248b. Puso el falo en su puño,
1248c. para excitar así el deseo.
1248d. Nacieron los gemelos Shu y Tefnut.
La génesis del universo heliopolitano comenzó, pues, con la creación de la primera pareja divina: Shu, la personificación primordial del aire, y Tefnut, la humedad; hermana y esposa de esta última. De la primera pareja se generaron Geb, la tierra, y Nut, el cielo, mientras que Osiris, Isis, Seth y Neftis nacieron a su vez de los dos hermanos. He aquí, pues, el grupo de los nueve. Las reglas que rigen el mundo de la representación artística se basan en la idea de equilibrio y en el simbolismo de las formas y los colores. La figura de una divinidad grabada en una pared poseía su propia identidad a través de características precisas que nunca encarnaban al sujeto en una forma de realidad humana, como las divinidades griegas del siglo V. El arte egipcio es simbólico, representado más bien de una forma primitiva que permite una lectura más simplificada. Pintar a un dios más grande que otra figura representa simbólicamente su grandeza. Representar su cuerpo con un color específico significa asignar a la figura un simbolismo bien definido; en el caso de la representación de la Nun de las aguas primordiales, el cuerpo de la deidad está pintado de azul, el color del agua, al igual que el de Tatenen, la colina primordial nacida de la oscuridad de sus aguas.
El color de la piel, el simbolismo detallado o incluso las características zoomorfas de una divinidad permitían, y siguen permitiendo, reconocer la figura analizada. Siguiendo con la cosmogonía heliopolitana, entre las imágenes más interesantes está sin duda la de la diosa Nut, la bóveda celeste. En su figura más reconocible, la diosa está de hecho arqueada y estirada sobre Shu y Geb, con el cuerpo cubierto de estrellas y pintado de azul. A diferencia de la mitología griega, donde la figura de un Atlas sufriente sostiene el cielo y el peso del mundo, Nut, que representa la Vía Láctea, inclinada sobre la tierra, no sostiene el cielo con sufrimiento, pues ella misma es el cielo. Su figura adquiere así un fuerte significado simbólico no sólo para la cosmogonía, sino también para la cosmología, que siempre ha sido muy querida por el pueblo egipcio. Sin embargo, el primitivo simbolismo egipcio comienza a tambalearse con el paso de los milenios. La evolución de las distintas civilizaciones que se disputaron la cuenca mediterránea llevó el paisaje artístico egipcio a una grave crisis, que llegó a su fin con la fundación de la cultura helénica. La llegada de griegos y romanos inició así el crepúsculo de los dioses egipcios, de su simbolismo y, en particular, de los espacios expositivos que se encaminaban hacia una nueva fase del espacio y del arte.
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