El expresionismo onírico de Francesca Banchelli


Uno de los nombres más interesantes de la joven pintura italiana, Francesca Banchelli se ha hecho un nombre con un arte que mezcla lo real y lo irreal, lo cotidiano y lo emotivo, lo vivido y lo soñado, dentro de unas imágenes que recorren todo el siglo XX, reinterpretándolo de forma intensa y original.

Se podría partir de un primer y único sustantivo para presentar el arte de Francesca Banchelli (Montevarchi, 1981), uno de los nombres más interesantes de la joven pintura italiana: “encuentro”. Es quizá la primera palabra que viene a la mente cada vez que se observan sus cuadros, siempre poblados de los más diversos, sorprendentes e inesperados encuentros. Y ella también la repite con frecuencia. Encuentros entre almas que se mueven con el telón de fondo de desiertos desolados. Encuentros entre uno mismo y las profundidades de su interioridad. Encuentros entre el yo personal y el yo colectivo. Encuentros entre personas, animales, elementos naturales dentro de paisajes de ensueño, en constante equilibrio entre lo real y lo surrealista. Encuentros entre la dimensión de lo cotidiano y la de la memoria. Encuentros que se producen dentro de composiciones que no conocen ni el espacio ni el tiempo. Encuentros también de carácter formal, entre la figuración y la abstracción: es una tarea difícil intentar descifrar las numerosas imágenes que la artista toscana despliega en sus coloridos territorios, en primer lugar porque la pintura es para ella un medio que expresa, más que describe, y sobre todo es un medio que le permite expresar lo que de otro modo no podría emerger.

En el espacio del cuadro, explica, "encuentro un espacio que empieza a crecer desproporcionadamente, donde comienzan las conexiones entre pequeños acontecimientos, que se convierten en una constelación de acontecimientos, llegando a una especie de alteración espacio-temporal. Es un encuentro entre yo, mi inconsciente, mi imaginario, mis tensiones y lo colectivo, un encuentro entre yo y el mundo, una especie de reconciliación, donde a través de este encuentro revolucionario entre lo individual y lo colectivo, también es posible una reconciliación con la naturaleza. Una nueva forma de entenderse, un intento de entenderse mejor, un espacio revolucionario donde por fin hay un entendimiento a un nivel más profundo, aunque no sea lineal, porque tiene que ver con una imaginería atemporal y con algo que va más allá de las conexiones tal y como las conocemos. Es una pintura que es cualquier cosa menos inmediata, porque no sólo es una síntesis cambiante y en constante evolución de su forma de entender nuestra relación con todo lo que nos rodea (y, en consecuencia, para intentar adentrarse en estas pinturas, hace falta una cierta inclinación a la apertura, la aceptación y quizá incluso a ser un poco empático), sino que también lleva huellas de todas las experiencias de Francesca Banchelli.



La relación de la artista toscana con la pintura comenzó ya en la escuela, en el Liceo Artístico de Porta Romana de Florencia, y luego profundizó en la técnica en la Accademia di Belle Arti. Poco después, sin embargo, se produjo una separación: Francesca Banchelli se alejó durante algún tiempo de la pintura para experimentar con un lenguaje totalmente distinto, el de la performance, que la llevó primero a Londres, luego a Barcelona y, durante algún tiempo, también a Brasil. Lo que la artista buscaba era el contacto con el mundo: fue gracias a la exploración de este medio expresivo tan diferente de la pintura que se interesó por “la relación entre lo individual y lo colectivo, abordando la performance como una experiencia de posibilidad y riesgo”, como ella misma declaró en una entrevista a la revista Artext. Después, tras completar un máster en la Central Saint Martins de Londres en 2010, se produjo un retorno gradual a la pintura, sin perder de vista, no obstante, la performance. Y si las grandes ciudades europeas y el hábito de la performance introdujeron en el horizonte de Francesca Banchelli los temas de la investigación sobre uno mismo y las relaciones con los demás, la oportunidad de medirse con China, donde pasó dos meses de residencia tras graduarse, hizo inevitable que la dialéctica secular entre naturaleza y cultura entrara en su arte.

Francesca Banchelli, Di mi nombre (2015; óleo y acrílico sobre lienzo, 250 x 150 cm)
Francesca Banchelli, Di mi nombre (2015; óleo y acrílico sobre lienzo, 250 x 150 cm)
Francesca Banchelli, Optimismo metafísico (2015; pigmento rojo chino, acrílico sobre papel, 70 x 50 cm)
Francesca Banchelli, Optimismo metafísico (2015; pigmento rojo chino, acrílico sobre papel, 70 x 50 cm)
Francesca Banchelli, Evento en la playa (2015; óleo sobre lienzo, 63 x 70 cm)
Francesca Banchelli, Evento en la playa (2015; óleo sobre lienzo, 63 x 70 cm)
Francesca Banchelli, Hombre duchándose (2015; óleo sobre lienzo, 60 x 73 cm)
Francesca Banchelli, Hombre d uchándose (2015; óleo sobre lienzo, 60 x 73 cm)
Francesca Banchelli, Ojo en el cielo (2015; óleo sobre lienzo, 150 x 170 cm)
Francesca Banchelli, Un pájaro, una niña, un niño un pájaro un hombre (2016; óleo y acrílico sobre lino, 195 x 130 cm)
Francesca Banchelli, Un pájaro, una niña, un pájaro, un niño un hombre (2016; óleo y acrílico sobre lino, 195 x 130 cm)

En sus obras más recientes, la pintura de Francesca Banchelli se ha convertido en la suma de todas sus experiencias. “La pintura y la performance están vinculadas, van de la mano”, continúa. "El punto crucial, a partir del cual se desarrolla la pintura por un lado y la performance por otro, es el concepto que está en la base de cada proyecto, que tiene un proceso de desarrollo bastante largo, que desarrollo a través del dibujo. El dibujo es la base de todo en mi trabajo, un fundamento básico tanto de cómo visualizo la performance como la pintura. El dibujo no se entiende tradicionalmente como un trabajo preparatorio realizado con vistas a una redacción final. El dibujo es una especie de introducción a la obra, un incipit. "Entonces cada una de las dos prácticas se desarrolla con posibilidades diferentes: la pintura que tiene que ver con el acceso infinito entre los acontecimientos del mundo y el inconsciente, visiones infinitas que atraviesan mundos impensables. Y por otro lado, la performance que, partiendo de un escenario básico, anula el control a través del riesgo incontrolable del directo. De hecho, en mis performances las personalidades a las que invito nunca son números, sino verdaderas aportaciones de personas reales, no coreografiadas, que tienen la posibilidad de encontrarse en ese increíble espacio/tiempo dedicado al tiempo vivo, donde pueden reencontrarse sin mediación, crear o insinuar pequeñas nuevas sociedades, haciendo que sucedan inevitablemente acontecimientos incontrolables".

Su estudio, inmerso en los bosques del Valdarno, en una minúscula aldea medieval de unas pocas casas de piedra justo encima de Reggello, rebosa de papeles y acuarelas, que parecen casi átomos de sus composiciones más grandes, ideas para lo que luego tomará forma sobre el lienzo, pero que también son capaces de vivir una vida propia, autónoma: son pequeñas escenas esbozadas con una actitud casi instintiva, son figuras macilentas sobre fondos indefinidos, seres humanos y animales interactuando, visiones de aire y agua, fragmentos de sueños. Incluso sus primeros cuadros tenían este carácter casi gestual, que parecía traducir en formas y colores una disposición del artista, amplificada también por acontecimientos naturales(Optimismo metafísico o, mejor aún, Acontecimiento en la playa y Hombre duchándose, paisajes-estado de ánimo modernos donde el lírico fluir del agua alude a la vida misma), hasta rozar la visión mística(Ojo en el cielo). Luego, su pintura se vuelve más relajada, más meditada, más abierta a la figuración(Romance), aunque siempre poblada de vistas irreconocibles, tierras de nadie, atisbos indescifrables donde parece que siempre está a punto de ocurrir algo, o donde ya ha ocurrido algo. Sin embargo, recorriendo rápidamente las imágenes de Francesca Banchelli, uno se da cuenta de que en sus cuadros permanecen motivos que son habituales y que no han variado a lo largo de la carrera de la artista, como ha señalado Ángel Moya García: “Independientemente del lenguaje elegido, hay elementos recurrentes: las piedras, como algo que siempre ha estado ahí; el tiempo, como algo que une pasado, presente y futuro; los animales (principalmente perros y pájaros), como elementos que unen a los seres vivos de la tierra; el ser humano, como una presencia que nunca se define y que se convierte en portador y transmisor de multitud y a la vez se convierte en testigo del cambio”. No hay una distinción clara entre interior y exterior: en Un pájaro, una niña, un pájaro, un niño, un pájaro, un hombre, cuadro de 2016, vemos una habitación cerrada por todos lados por paredes de cristal, que sin embargo se confunde con el espacio que la rodea (y ni siquiera queda claro si estamos frente al mar o entre las colinas), y donde asistimos a extraños encuentros entre pájaros y personas, mientras en la esquina inferior derecha un agave parece querer engullir toda la escena. Encuentros que son siempre una alusión a una de las necesidades del ser humano: la capacidad de establecer vínculos con las demás especies que habitan el planeta.

Francesca Banchelli, Romance (2016; óleo, spray acrílico y grafito sobre lino, 260 x 160 cm)
Francesca Banchelli, Romance (2016; óleo, spray acrílico y grafito sobre lino, 260 x 160 cm)
Francesca Banchelli, Michael (2016; óleo y acrílico sobre lino, 145 x 115 cm)
Francesca Banchelli, Michael (2016; óleo y acrílico sobre lino, 145 x 115 cm)
Francesca Banchelli, Up the river they come, down the river they go (2017; óleo y acrílico sobre lino, 160 x 130 cm)
Francesca Banchelli, Up the river they come, down the river they go (2017; óleo y acrílico sobre lino, 160 x 130 cm)
Francesca Banchelli, Los fugitivos (2018; tinta y acrílico sobre papel, 50 x 70 cm)
Francesca Banchelli, Los fugitivos (2018; tinta y acrílico sobre papel, 50 x 70 cm)
Francesca Banchelli, Aprender de las rocas antes de que el pasado nos coma (2019-2020; óleo y acrílico sobre lino, 195 x 130 cm)
Francesca Banchelli, Aprender de las rocas antes de que el pasado nos coma (2019-2020; óleo y acrílico sobre lino, 195 x 130 cm)
Francesca Banchelli, Evento (2020; óleo, acrílico y pigmento sobre algodón, 180 x 150 cm)
Francesca Banchelli, Evento (2020; óleo, acrílico y pigmento sobre algodón, 180 x 150 cm)

Sin embargo, no faltan situaciones más contingentes: Francesca Banchelli, en los últimos años, ha perseguido insistentemente el tema de los fugitivos, que también da título a una de sus performances(The Fugitive, que por otra parte se originó a partir de una serie de dibujos donde la artista imaginaba encuentros entre humanos, animales, elementos naturales como rocas y plantas en entornos desconocidos), y que también vuelve en sus pinturas. Sus fugitivos, escribió Eva Francioli, “pueden considerarse figuras que huyen de las realidades sociales, políticas, económicas y climáticas y se encuentran en otros contextos, en los que es precisamente su condición de fugitivos la que les confiere una identidad específica”, son “figuras reales y al mismo tiempo imaginarias”, viven “en nuestro tiempo y en nuestro espacio, habitan nuestra imaginación, nuestras pesadillas y nuestras fantasías”. Se huye en busca de algo mejor en otra parte, pero también se huye para trascender los límites de la propia existencia, se huye con la imaginación, y la huida adquiere los contornos de un escapismo, acabando por asemejarse al concepto expresado por Emmanuel Lévinas: “El escapismo es la búsqueda de lo maravilloso, que puede romper la somnolencia de nuestra existencia burguesa. No consiste, sin embargo, en liberarnos de la servidumbre degradante que nos impone el mecanismo ciego de nuestro cuerpo, ya que ésta no es la única identificación posible entre el hombre y la naturaleza que le inspira horror. [...]. No se trata sólo de salir, sino también de ir a alguna parte. Por el contrario, la necesidad de escapar es absolutamente idéntica en cada coyuntura a la que le conduce su aventura como necesidad; es como si el camino recorrido no pudiera disminuir su insatisfacción”. Escapar, en las obras de Francesca Banchelli, se convierte casi en sinónimo de la condición humana, también porque la huida implica un pasaje posterior: la reconstrucción de una comunidad, de una pequeña sociedad, en un momento revolucionario que “pone a cero las jerarquías”, como explica la artista. Esto puede verse en Incendios, un óleo sobre algodón que tiene su origen precisamente en El fugitivo. La escena se desarrolla en lo que parece ser la orilla de un río, a lo lejos se vislumbran destellos rojos que sugieren, más que una puesta de sol, un incendio, de ahí el título del cuadro. Algunas personas están sumergidas en el agua, otras se encuentran en el exterior, observando a un grupo de perros de vivos colores, no muy lejos de los humanos. Los perros, como se anticipaba, son presencias recurrentes en el repertorio iconográfico de Francesca Banchelli, pero nunca tienen un papel preciso y definido: a veces guardianes y presencias tranquilizadoras, a veces seres amenazadores, sombras que se ciernen.

En Fuochi, un encuentro aparentemente relajado contrasta con una atmósfera opresiva, prevalece una inquietante sensación de espera y, como sucede a menudo en los cuadros de Francesca Banchelli, parece como si algo estuviera a punto de suceder. Un “pasaje de energías”, me dice la artista, evocado por el uso de los colores. El impacto de los colores de Francesca Banchelli no deja indiferente a nadie que admire sus cuadros. Los tonos brillantes, irreales y saturados recuerdan el arte de Antonietta Raphaël, pero toda la Escuela Romana, de Mario Mafai a Scipione, parece ser un punto de referencia constante para el arte de Francesca Banchelli, que abarca todo el siglo XX, alimentándose de la violencia colorista de los Fauves, entablando una confrontación con Sandro Chia y la Transavanguardia (en cuya presencia el arte de Francesca Banchelli aparece más inquieto y visionario), y el inquieta y visionaria), recordando a veces ciertas pinturas abstractas de De Kooning, o la investigación contemporánea de artistas como Miriam Cahn y Peter Doig. Francesca Banchelli reúne todas estas sugerencias en una especie de expresionismo onírico que quizá encuentre sus cimas allí donde la artista tiende más hacia la figuración, como ocurre en uno de sus cuadros más importantes, los Perros silenciosos, al que ella misma atribuye un valor extremadamente relevante, una obra nacida durante el periodo del primer encierro de Covid-19 como un descubrimiento gradual de la naturaleza, como un intento de acercarse al mundo, como un sentimiento de ser parte del todo y al mismo tiempo un todo.

Francesca Banchelli, Los perros silenciosos (2020; óleo sobre algodón, 109 x 200 cm)
Francesca Banchelli, Los perros silenciosos (2020; óleo sobre algodón, 109 x 200 cm)
Francesca Banchelli, Tense tale (2020; óleo y esmalte sobre algodón)
Francesca Banchelli, Tense tale (2020; óleo y esmalte sobre algodón)
Francesca Banchelli, Incendios (2021; óleo sobre algodón, 250 x 150 cm)
Francesca Banchelli, Saludos (2021; óleo sobre lino, 90 x 70 cm)
Francesca Banchelli, Mejores deseos (2021; óleo sobre lino, 90 x 70 cm)
Francesca Banchelli, Pietas (2021; óleo, pigmentos y tinta china sobre tabla de madera, 120 x 125 cm)
Francesca Banchelli, Pietas (2021; óleo, pigmentos y tinta china sobre tabla de madera, 120 x 125 cm)

Encontramos el mismo perro de fisonomía esbelta en Evento, una de las obras más recientes de Francesca Banchelli, expuesta en el verano de 2020 en la muestra I cani silenziosi se ne ne ne ne vanno via, su primera individual en un museo italiano (el Museo del Novecento de Florencia), comisariada por Sergio Risaliti y Eva Francioli. El animal se encuentra a los pies de una pareja inmersa en un paisaje líquido donde parece avecinarse una ventisca: Los dos personajes parecen a merced de los acontecimientos, miran al frente pero quizá ni siquiera saben dónde mirar, sus cuerpos se funden y se buscan, se proponen no dejarse arrollar, intentan resistir juntos, el perro les mira quizá para hacerles comprender que está ahí, que se quedará con ellos (y quién sabe si realmente callado, a juzgar por su actitud). Francesca Banchelli pintó Event cuando el mundo estaba conmocionado por la epidemia de Covid-19 y es demasiado simplista encontrar, en este torbellino, una alegoría de lo que estaba ocurriendo en aquellos días: sería demasiado descriptivo, demasiado didáctico. Acontecimiento parece en cambio una alegoría de la posibilidad, una reflexión más profunda sobre lo que ocurría a principios de 2020. En el Museo del Novecento de Florencia se expuso junto a una obra de los años 30 de Scipione, Apocalipsis, y la propia frase I cani silenziosi se ne ne ne ne ne vai via está tomada de un poema de Scipione: “Al atardecer una oveja / Ha hecho un cordero. / Ha salido todo de lana, con sangre / el corazón la voz. / Los hombres salen / y se van, / los perros silenciosos se van, / los árboles esperan la oscuridad / para ignorarse, / las hierbas fragantes se ponen / en camino. / Los búhos gritan, todo se mueve / y la angustia llena el aire / de inquietud”). La elección del diálogo, sin embargo, se había hecho cuando el coronavirus era todavía un tema para especialistas: Francesca Banchelli había encontrado cierta resonancia en la obra del pintor romano, que en sus cuadros dedicados alApocalipsis de Juan plasma su visionarismo profético, describiendo paisajes devastados por terribles acontecimientos y poblados, sin embargo, por figuras conscientes y a la vez temerosas, capaces de aceptar su destino pero capaces, no obstante, de mantener la esperanza, dirigiéndose hacia territorios desconocidos, al igual que las figuras de Francesca Banchelli: en sus cuadros se percibe la misma sensación de suspensión e indeterminación que se apodera de quien observa elApocalipsis de Escipión. Y, lo que quizá sea aún más importante, Francesca Banchelli cree haber identificado en Scipione a un artista que, como ella, considera la obra de arte como “una epifanía y un acontecimiento gnoseológico inseparable de la evolución de la especie humana” (así rezaba la presentación de la exposición). En otros términos más sencillos, el arte, para Francesca Banchelli, es un medio del que el ser humano no puede prescindir, y debe ser una presencia constante en la vida de todos. “De este modo”, explicó la artista a Sergio Risaliti, “se convierte en una fuerte constancia demiúrgica para las personas, un sentido de pertenencia a la comunidad, a la historia, al futuro, a nuestra naturaleza y al mundo en que vivimos, una cura. Si el arte pudiera impregnar la vida cotidiana a través de medios comunes, podría formar parte del debate colectivo, hablar a la gente”.

En su opinión, el arte debería ser una adquisición espontánea, un tema familiar, una especie de fluido en el que sumergirse con la mayor naturalidad posible, y una comunidad madura debería aceptarlo como una parte importante de sí misma: Me viene a la mente el ejemplo de Inglaterra, donde, paradójicamente, no existe la reticencia hacia el arte que a menudo se siente en Italia, sino que, por el contrario, es visto con gran interés incluso por quienes en su vida cotidiana se ocupan de otra cosa totalmente distinta: “el arte se percibe como un bien, algo que hace bien, algo que ilumina el alma y forma parte del crecimiento de una sociedad, no como una moda”, explica. Ya en el texto que había escrito para la exposición I cani silenziosi se ne vai via, Francesca Banchelli subrayaba que lo suyo, sin embargo, no es activismo: se trata sólo de “recuperar el propio lugar de artista como ser humano”. Así que hay maneras de hacer que una sociedad sea más sensible y esté más atenta al arte: “el problema es quererlo”, empezando por la educación y las escuelas. Por poner un ejemplo, me dice: “A menudo pienso en mi vida paralela, en la que una parte de mí se orientó hacia la medicina. Algo que nunca he dejado del todo atrás, como si viviera constantemente con esta parte de mí también, la ’cura’ siempre me ha fascinado. Sin embargo, una persona importante, un colaborador, me dijo un día: ”Tus cuadros curan el alma". El arte también es importante para esto. Ante mis obras oigo a menudo que hay un movimiento que atrapa, que envuelve el alma de alguna manera, y eso es importante para mí. No porque tenga una fórmula para conseguirlo, sino porque encuentro la razón en esta cercanía entre el arte y el alma. La posibilidad de establecer un encuentro no mediado a través de la obra es revolucionaria y fundamental para mí.

Y es precisamente en esta posibilidad donde quizá se encuentre el significado más elevado y profundo del arte de Francesca Banchelli. Tal vez por eso sus cuadros parecen tan impetuosos, es por estas razones que sus obras transfiguran lo cotidiano sin negarlo, sino incluyéndolo en una tensión constante, en un torbellino que involucra lo vivido, lo soñado, las emociones, lo real, lo imaginario y que está hecho de pinturas de rostro magnético, de colores audaces capaces de releer con originalidad el sustrato del siglo XX del que brotan sus imágenes, de pinceladas fluidas y delicadas, cuadros desprovistos de toda referencia espacial o temporal (y no podía ser de otro modo, dado que en sus obras conviven el presente, el pasado y el futuro, y dado que el arte de Francesca Banchelli transmite inexorablemente una concepción cíclica del tiempo), llenos de personajes y figuras que no pocas veces se abandonan a alocuciones casi explícitas (en Fuochi, por ejemplo, este papel se confía a los perros: se vuelven hacia nosotros que los observamos, nos señalan con la mirada, dirigen nuestra atención hacia lo que ocurre en el cuadro). Estos son los medios con los que la artista toscana aspira a la máxima implicación del espectador, y con los que fundamenta su intento de arrastrarlo a sus visiones, o a sus “encuentros”, como tal vez diría ella misma. Sus cuadros, incluso en la compleja estratificación de sus referencias alegóricas que incluyen gran parte de la esfera subjetiva de la artista, consiguen sin embargo hablar un lenguaje universal precisamente porque a primera vista parecen tan envolventes, dotados de una inmediatez explosiva, movidos por una poesía poderosa y delicada al mismo tiempo. Conectar con los demás, encontrarnos a través del arte para recuperar el sentido de lo que hacemos. Esta es la energía tranquila y silenciosa que desprenden las obras de Francesca Banchelli.


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