Roma, una vista general de la ciudad (o más bien del barrio de Rebibbia, que en el mundo de Zerocalcare equivale al universo). Planos fugaces del caos metropolitano, calles repletas de seres humanos, máquinas, tecnología, todo enredado. Música electrónica. El molesto zumbido de un mosquito esquivando obstáculos urbanos hasta que muere aplastado contra el parabrisas de un autobús. Un grafito en la pared: “No sirve de nada vivir fuera si mueres dentro”. Así arranca el primer episodio de la nueva serie de Zerocalcare, Tear Along the Edges, producida por Netflix y que ya es un éxito de culto, encabeza las listas de éxitos de la plataforma de streaming y está en boca de todos apenas una semana después de su estreno oficial.
Quienes no conozcan a Zerocalcare, nombre artístico del dibujante aretino Michele Rech, quizá no aprecien ciertas cosas pop, ciertos latigazos de humor generacional, cierto Romanaccio apasionado y algo malhablado. En cambio, quienes hayan seguido sus pasos redescubrirán la familiaridad de los valores que siempre han caracterizado su poética: la autoironía mordaz, el dialecto espontáneo y apremiante, el tema autobiográfico, la evocación del pasado, la sabiduría estrafalaria de sus amigos más íntimos, los animales parlantes que habitan su dimensión familiar y colectiva, y el infalible cinismo autodestructivo de su alter ego tradicional: el Armadillo.
Desgarrando por los bordes es, de hecho, una continuación de la maxi-narrativa que Zerocalcare lleva persiguiendo desde La profecía del armadillo, su ópera prima publicada en 2011 con el apoyo de Marco D’Ambrosio (alias Makkox). Animal simbólico, aquí magníficamente locutado por Valerio Mastandrea, elarmadillo representa la conciencia de Zero, que en lugar de acompañarle como guía moral en el camino hacia la autoconciencia (como haría un grillo parlante...) le proyecta oleadas de dudas e inseguridades, reflejo de su tendencia a encerrarse en su caparazón ante cualquier dificultad. Y le da malos consejos: por ejemplo, inventa tu currículum con aventuras imaginativas para encontrar trabajo, porque “la debilidad del capitalismo es que es bocazas, pierde demasiado tiempo si tiene que controlar a todo el mundo. Es vulnerable a los capullos”.
Otro gran motor de la poética de Zerocalcare es la (auto)ironía, base de un lenguaje sincero y universal que consigue abarcar desde los dramas adolescentes hasta el amor, desde los temas más serios (sexismo, xenofobia, actualidad política, precariedad laboral, etc.) hasta el tema de la muerte, no sin el placer de lanzar de vez en cuando alguna palabrota sana y sacrosanta.
En los seis episodios de la primera temporada, el artista cuenta su historia mientras realiza dos viajes simultáneos. Un viaje es temporal, a su pasado, evocando recuerdos y momentos clave de su infancia y adolescencia. Y un viaje es espacial, y toma la forma del vagón de un tren que conduce al protagonista y a sus fieles amigos desde Roma Termini a un destino determinado. Un destino que no es sólo físico, sino también y sobre todo mental.
El concepto que guía toda la serie, empezando por el título y el tema musical de apertura, esun gesto: rasgar una hoja de papel siguiendo una línea de puntos. Un trabajo delicado pero aparentemente fácil, casi un juego de niños. Por otra parte, por definición, la línea de corte existe para facilitar la división de una superficie en dos partes destinadas a ser separadas según las normas. Nada más obvio. En la filosofía de Zerocalcare, en cambio, la hoja adquiere un significado nuevo, simbólico, incluso amenazador para quienes se encuentran ante las turbulencias de la pubertad: el rasgado resulta ser la metáfora de una existencia vivida a la ligera, bajo el signo de la procrastinación y de las elecciones confinadas a la propia zona de confort, como pedir siempre la pizza margarita de siempre. Entonces, un día, la línea de puntos, que hasta que uno era niño parecía una ruta obligatoria y tranquilizadora hacia un destino sereno, se convierte de repente en una cresta por la que avanzar, a caballo entre el sentimiento de inadecuación, la necesidad de encontrar un lugar en la sociedad y en el mundo, y la angustia de caer en el abismo de la propia fragilidad. Lo que en el código de Zerocalcare equivale a un torpe desgarro de la sábana en jirones amorfos: pedazos de la propia identidad que se han hecho añicos de forma irreversible. Un epílogo aterrador.
“Entonces íbamos despacio porque pensábamos que así funcionaba la vida, que bastaba con rasgar los bordes lentamente, seguir la línea de puntos de aquello a lo que estábamos destinados y todo tomaría la forma que debía tener. Porque teníamos diecisiete años y todo el tiempo del mundo”.
Zero encarna al típico adolescente Millennial o de la Generación Z, nacido entre 1981 y finales de la década de 2000, que intenta sobrellevar la agitación emocional de la pubertad y la inquietud de vivir en una época histórica en la que no se reconoce. Decepciones escolares, amores no correspondidos, la sensación de no poder escapar de la rutina, inestabilidad emocional. Una sociedad hipertecnologizada que conduce a la alienación y al aislamiento social, un mercado laboral precario y mal pagado. El agotamiento del tiempo, el pasado que ya no vuelve, el miedo al futuro, a lo desconocido, a morir. Pero entonces, ¿cuál es la solución, quedarse quieto? ¿Conservar ese trozo de papel como una reliquia, esperando la indulgencia del tiempo? ¿Evitar cualquier desviación en el camino marcado? ¿Renunciar a vivir? Por supuesto que no es tan fácil, y poco a poco el protagonista Zero también lo consigue: cuando se da cuenta de que el tiempo tiene un efecto devorador de todo lo real y concreto que existe, y cuando más tarde se da cuenta de que a fuerza de tomar el camino fácil, el único destino posible es la propia muerte.
Los millennials y la Generación Z son la temática social que cuenta Michele Rech y son el público al que siempre se ha dirigido, porque él mismo pertenece a él y comparte sus vivencias y estados de ánimo. Por eso sus cómics son una instantánea honesta, veraz, aguda (incluso en los momentos más triviales de ironía) del malestar de generaciones enteras. Con el gran mérito de no caer nunca en la pretensión de ofrecer respuestas absolutas. Porque lo absoluto no es más que la conciencia de formar parte de un sentimiento colectivo, que el noble arte del dibujo tiene el poder de remodelar y transformar en energía benéfica. Ahí reside toda la belleza de Zerocalcare: saber hablar a cualquiera con sencillez y ligereza de problemas universales, consiguiendo incluso abrir un canal de comunicación solidario con quienes, como el personaje de Alicia, habían llegado a pensar que ya no podían más.
Entre los diversos personajes de la serie, Sarah y Secco desempeñan un papel fundamental: mejores amigos del protagonista, caracterizados por dos enfoques de la vida conscientes de sí mismos pero diametralmente opuestos, constituyen sus puntos de referencia. Uno se enamora de la figura de Sarah: además de ser el antídoto contra las crisis de conciencia de Zero (que exorciza en conversaciones imaginarias y surrealistas con el Armadillo), Sarah está impregnada de una sabiduría serena que ofrece consuelo a su amigo desde sus primeras desventuras escolares. En el último episodio, los dos amigos sufren una transformación: por un lado, la epifanía de Zero que, al final del viaje, en unos instantes relativiza (y cuestiona) sus certezas y toda su vida; por otro, la voz de Sarah, cuyo cambio coincide con el proceso de maduración del chico. Doblada por el propio Zerocalcare, con efectos a medio camino entre lo cómico y lo grotesco, al final su identidad vuelve a ser más suave, melodiosa, clara mensajera de una verdad que Zero por fin es capaz de comprender, aunque siempre la haya tenido ahí, ante sus ojos. “¿Pero no te das cuenta de lo hermoso que es? ¿Que no llevas el peso del mundo sobre tus hombros, que sólo eres una brizna de hierba en un prado? ¿No te sientes más ligero?” / “Somos briznas de hierba, ¿recuerdas?”. Un prado, una zona libre donde no hay sitio para conchas y monstruosas arquitecturas de la psique, sino sólo para buenos consejos de verdaderos grillos parlantes.
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