Cuando el Palio de Siena es una obra de arte. Los artistas que pintaron el estandarte


Al menos desde 1306, se tiene constancia de la confección de un drapeado para la victoria del Palio de Siena. Su valor, sin embargo, ha cambiado radicalmente en más de seis siglos: de bien económico, ha pasado a ser progresivamente simbólico hasta convertirse en una verdadera obra de arte, realizada por artistas.

Mientras el sonido del petardo se propaga por el caparazón de la Piazza del Campo, los caballos, con sus respectivos jockeys a la espalda, aparecen bajo la Torre del Mangia y se muestran a los contradaioli agolpados alrededor. Todos, con pañuelos al cuello, incitan a su contrada, deseando a su rival las peores desgracias. El ritual dicta que el orden de disposición dentro de las cuerdas, es decir, las dos cuerdas que delimitan la zona de salida, la jugada, sea entregado por un policía, en un sobre, en manos del mossiere, que llamará entonces a los contendientes para que se dispongan adecuadamente, bajo los gritos de la multitud, perfectamente consciente de hasta qué punto una buena posición puede influir en la carrera. La carrera: tres vueltas al recorrido, de poco más de un minuto, que determinan el caballo ganador. No es necesario que el jinete esté en la silla, lo que cuenta es el animal. Quien triunfa gana el palio, que literalmente es un trozo de tela pintado por un artista diferente cada año. Este objeto es, de hecho, el único premio material de la carrera. Los miembros de la contrada ganadora, en cuanto se proclama tal, pasan por debajo del escenario donde se expone y, entre lágrimas y abrazos, lo reclaman a voz en grito. La custodian junto a las demás, como expresión estética de una jornada efímera y eterna como el Palio, que vive para siempre pero se agota en un día.

Una eternidad-inmovilidad que también vincula a los drappelloni, o “cenci”, como se les llama en Siena, a un contenido iconográfico que ha permanecido prácticamente inalterado a lo largo del tiempo y que sigue los principales símbolos de la ciudad y del evento: la Madonna, la Piazza del Campo, la Torre del Mangia, los contradaioli, las banderas, los pañuelos, los caballos, los jinetes. Todos los artistas, invitados dos veces al año, para el Palio di Provenzano el 2 de julio y para el Palio dell’Assunta el 16 de agosto, están llamados a interpretar (casi) los mismos elementos desde hace siglos, como si se tratara de un género artístico particularmente sutil. Al igual que las naturalezas muertas, los paisajes, los retratos, el trapo del Palio estimula al artista a expresarse plenamente para diferenciarse, para imprimir un destello personal a un tema preestablecido. No importa el qué, sino el cómo. El resultado es un compendio de firmas y personajes típicos de los muchos autores importantes que han trabajado en él a lo largo de los años, algunos artistas clave que hoy reconocemos como fundamentales en la historia del arte italiano (y de otros países) de la segunda mitad del siglo XX. Ver sus obras en un contexto tan alejado del imaginario museístico en el que hemos llegado a conocerlas es otra contradicción inherente al Palio, un acontecimiento que hace oídos sordos a casi todas las innovaciones contemporáneas, excepto precisamente las del ámbito del arte, las mismas que la contemporaneidad, en cambio, se esfuerza por interpretar como propias. Por otra parte, en la historia secular de los drappelloni, la independencia artística no ha existido siempre, sino que ha sido el resultado de una larga pero precisa evolución.

Palio de Siena. Foto: Ayuntamiento de Siena
Palio de Siena. Foto: Ayuntamiento de Siena
Palio de Siena. Foto: Ayuntamiento de Siena
Palio de Siena. Foto: Ayuntamiento de Siena
Presentación del estandarte del Palio dell'Assunta 2024. Foto: Ayuntamiento de Siena
Presentación del estandarte del Palio dell’Assunta 2024. Foto: Ayuntamiento de Siena

El primer documento sobre la confección de un palio data de 1306. En él se mencionan principalmente los valores económicos, 25 liras en particular, necesarios para confeccionar el paño. El estilo de cuenta de gastos también es evidente en un documento de 1310, por ejemplo, donde se enumeran los costes de confección de un paño en sciaminito, una lana pesada, y forrado en vaio. Los escudos de armas comenzaron a aplicarse a éstos en 1316, pero fue la búsqueda del tejido precioso, y el valor económico asociado, lo que interesó a los organizadores del Palio hasta mediados del siglo XVII. El palio era, por tanto, una especie de estandarte de tela preciosa, de tamaño similar al actual, largo y estrecho, pero su valor material superaba con creces su valor simbólico. Tanto es así que, considerado un premio fungible, a veces era vendido por el vencedor para confeccionar ropas u ornamentos sagrados para las iglesias.

Fue con la creciente importancia de la contrada y, por tanto, del valor del evento, junto con la importancia que los mecenas y financieros asumieron en la organización, que la inclusión de escudos y símbolos, así como de iconografías relativas a la Virgen María, Provenzano y la Asunción, se hizo cada vez más común. Pero sobre todo, a partir de la tela, el palio se fue pintando paulatinamente. Al hacerlo, no sólo cambia su factura, sino también su valor: se convierte cada vez más en un objeto único, custodio de la memoria de una edición concreta, de una victoria inolvidable. Aunque, en realidad, desde 1718, año del que data el primer drapeado conservado, hasta bien entrado el siglo XIX, las obras se mantuvieron en gran medida similares entre sí, con las iconografías estandarizadas de las respectivas Madonas, acompañadas de los estandartes de los mecenas. Sólo a principios del siglo XIX la obra adquirió un carácter más puramente histórico, con los diversos escudos nobiliarios, desde el de Napoleón hasta el de Lorena, que marcaban las pasadas dominaciones de Siena. En 1833, la contrada hizo su aparición en los paños: era la manifestación visual de su reconocimiento social, que se consagró en 1841 con la representación sintetizada de sus emblemas, en su mayoría animales, no en clave naturalista sino entendidos como verdaderas figuras heráldicas. Los drapeados eran realizados en su mayoría por artesanos, decoradores, que asumían la tarea y repetían servilmente la partitura incluso durante cinco o diez años consecutivos.

La condición de obra de arte del drapeado se consolidó en 1894, cuando por primera vez se confió su confección al pintor más famoso de la época: Arturo Viligiardi. Al tiempo que conservaba sus aspectos simbólicos y representativos, el trapo empezaba a despojarse de su aspecto eminentemente decorativo para revestirse de un aspecto artístico. A partir de aquí, el trapo será concebido plenamente como un cuadro y, por tanto, confiado a un pintor. En 1910 se produce el cambio definitivo con la creación de un concurso regular para encomendar la tarea. Un cambio que no sólo implica la profesionalización del encargo, sino también la legitimación para que el artista aplique su visión al tema. El drapeado adquiere la naturaleza que hoy reconocemos: una confrontación dialéctica entre la poética personal del artista, las reglas pictóricas y la heráldica oficial. Observarlos idealmente, uno tras otro, compone una galería artística ideal que tiene el valor de una sinécdoque, una parte que cuenta el conjunto de lo que ha ocurrido en el campo artístico en Italia en los últimos ciento veinte años, apreciando las evoluciones en términos de técnicas, estilos y gustos.

Drapelon del palio de distrito organizado por la contrada del Nicchio en 1718
Drapelone del palio de distrito organizado por la contrada del Nicchio en 1718
Drapeado del palio extraordinario de 1841
Drapelón del palio extraordinario de 1841
Drapeado por Arturo Viligiardi para el palio de inauguración de la basílica de San Francesco en 1894
Drapeado por Arturo Viligiardi para el palio de inauguración de la basílica de San Francesco en 1894
Drapellone de Renato Guttuso para el Palio dell'Assunta de 1971
Traje de Renato Guttuso para el Palio dell’Assunta de 1971
Drapellone de Valerio Adami para el Palio dell'Assunta de 1981
Drapel de Valerio Adami para el Palio dell’Assunta de 1981
Estandarte de Salvatore Fiume para el palio extraordinario de 1986
Drapeado de Salvatore Fiume para el extraordinario Palio de 1986
Drapellone de Mimmo Paladino para el Palio dell'Assunta 1992
Drapeado de Mimmo Paladino para el Palio dell’Assunta de 1992
Drapellone de Sandro Chia para el Palio dell'Assunta 1994
Drapelone de Sandro Chia para el Palio dell’Assunta de 1994
Drapeado por Emilio Tadini para el Palio di Provenzano de 1997
Drapelone de Emilio Tadini para el Palio di Provenzano de 1997

El primero que quizá se acerque más a nuestra sensibilidad moderna es el de Renato Guttuso, de agosto de 1971. El pintor representa el acontecimiento subrayando su carácter paradójico, en el que lo sagrado y lo profano invaden sus respectivos territorios. Arriba, la religiosidad trascendente de la Virgen; abajo, el instinto dramático del caballo. En medio, la multitud entusiasta, que apoya su celebración en el extraño encuentro de estos dos polos. En agosto de 1981, los trazos continuos y sintéticos de Valerio Adami componían una cortina irónica, casi desenfadada en su juego con la iconografía. La Asunción, retratada arriba en estilo expresionista, hace la lengua pop al observador, eligiendo la burla como símbolo de un día en el que (casi) todo vale. La seriedad y la perspicacia pictóricas regresan en la parte inferior de la obra, donde el artista describe los emblemas de la contrada con recursos gráficos particularmente eficaces. El contraste entre el fondo negro y los amplios campos de colores vivos hacen de este Palio uno de los más logrados.

Poderoso, monumental es el drapeado de Salvatore Fiume, pintado para un palio extraordinario en septiembre de 1986. El caballo destaca de forma espectacular durante todo el lienzo, dominando un cielo azul y ofreciéndose frontalmente al mundo exterior. Montándolo va una figura anciana que sostiene el Palazzo Pubblico de Siena, en alusión al Buon Governo civico de Lorenzetti. El animal bicolor y las formas casi de “nueva figuración” confieren a la obra una imperiosidad única. El 16 de agosto de 1992, de nuevo para la Asunción, le toca a Mimmo Paladino enfrentarse al tema. Elige la vía de la síntesis, comprimiendo caballo, Virgen y ciudad en un tercio del espacio. Debajo, un árbol se ramifica a partir de una cabeza de hombre, tal vez una máscara, en cuyos extremos florece el escudo de armas de la contrada en ejecución. Lo que lo hace aún más precioso es la técnica empleada, con algunas partes incrustadas y bordadas como en los estandartes populares de antaño.

Drapeado por Luigi Ontani para el Palio de Provenzano 2002
Confeccionado por Luigi Ontani para el Palio di Provenzano 2002
Drapellone de Fernando Botero para el Palio dell'Assunta 2002
Estandarte de Fernando Botero para el Palio dell’Assunta 2002
Drapellone de Igor Mitoraj para el Palio dell'Assunta 2004
Drapel de Igor Mitoraj para el Palio dell’Assunta 2004
Drapellone de Tino Stefanoni para el Palio dell'Assunta 2006
Drapel de Tino Stefanoni para el Palio dell’Assunta de 2006
Drapellone de Mario Ceroli para el Palio dell'Assunta 2008
Drapellone de Mario Ceroli para el Palio dell’Assunta 2008
Drapellone de Francesco Carone para el Palio dell'Assunta 2011
Drapelone de Francesco Carone para el Palio dell’Assunta de 2011
Drapeado de Milo Manara para el Palio dell'Assunta 2019
Drapellone de Milo Manara para el Palio dell’Assunta de 2019
Drapellone de Giovanni Gasparro para el Palio di Provenzano de 2024
Drapellone de Giovanni Gasparro para el Palio di Provenzano de 2024
Drapellone de Riccardo Guasco para el Palio dell'Assunta de 2024
Drapellone de Riccardo Guasco para el Palio dell’Assunta de 2024

El viento lisérgico que Sandro Chia, exponente del movimiento Transavanguardia, sopla sobre el drappellone de agosto de 1994. La Madonna, gigantesca pero muy ligera, parece apoyar los dedos de los pies en la Torre del Mangia, mientras domina una Piazza del Campo sombría y tormentosa, que envuelve a los jubilosos contradaioli en la angustia del resultado. Sólo el caballo se mantiene como una esperanza a tener en cuenta. En julio de 1997, Emilio Tadini parece hacer converger los aspectos crueles del Palio, demoníacos en su complacencia con los caprichos del destino, en una especie de genio rencoroso e imprevisible, que vaga por el cielo rojo de Siena dispuesto a burlarse de las banderas de los barrios que ondean bajo él. Surrealista y metamórfico, impregnado de las evoluciones circenses clásicas de Luigi Ontani, el estandarte de julio de 2002. Más de cuento e intuitiva es la obra que Fernando Botero presentó a los sieneses justo un mes después. La Madonna adopta las formas redondas del artista colombiano, al igual que los caballos y todo el ambiente, hinchado de volúmenes y presagios. Por cierto: la tentación de leer en las cortinas diversas pistas cabalísticas sobre el resultado de la carrera es inevitable. Se especula, en este sentido, con la cortina de Igor Mitoraj (agosto de 2004), que presenta una serie de figuras con los ojos vendados, exhaustas, y sólo una en pie, coronada. ¿De cuál de las contradas, representada justo debajo, se trata? Si hablamos de coronas, el rey de la Piazza, el jinete del momento, era Enrico Bruschelli, conocido como Trecciolino, que de hecho también ganó aquel Palio de 2004 para la Tartuca.

Dos años más tarde, en 2006, Tino Stefanoni hizo una elección insólita: no la multitud, no la locura, sino la espera aparentemente tranquila de la noche anterior a la carrera, con la Torre del Mangia asomando en el cielo oscuro, iluminada por la potente luz de la Madonna. Es el espacio en el que cada uno, en su corazón, prefigura los acontecimientos más imprevisibles de la carrera del día siguiente. El drapeado oblicuo de Mario Ceroli (Agosto 2008), por su parte, arrastra al observador al torbellino de la carrera, cuya estructura giratoria de la escena mueve al espectador al vértigo. Atrevido es el minimalismo casi religioso de Francesco Carone, que en agosto de 2011 apenas insinúa la silueta de la Virgen, cuyo manto blanco se une a un fondo blanco inmaterial, subrayando el aspecto más espiritual de la fiesta sienesa. Especialmente popular en los últimos tiempos es el drapeado entregado por Milo Manara en agosto de 2019. Una Madonna sin velo y de belleza contemporánea y felina se erige en portadora de la doble alma paliesca, sagrada y profana. Su encanto es casi un hechizo, doma al caballo y mueve los símbolos de la contrada como en una danza de estrellas. Paradoja que también regresa en la ópera estelar de julio de 2024. Aquí, Giovanni Gasparro ha representado a la Madonna envuelta en un largo velo del que emerge, en la parte inferior izquierda, el rostro profano de un paje. Es precisamente sobre esta figura, retrospectivamente, sobre la que se vuelve mucho. De hecho, el hombre parece estar echándose el manto hacia atrás y mirando al cielo, del mismo modo asustado en que los sieneses vieron agrietarse el tiempo justo en el momento más hermoso, durante dos días consecutivos (2-3 de julio), obligando a un doble aplazamiento de la carrera (que se corrió el día 4). El cartel diseñado por Riccardo Guasco para el palio de agosto de 2024 parece desprovisto de sugerencias premonitorias. Evidente es, sin embargo, el entusiasmo y la alegría de cuento que transpiran el rostro infantil de la Asunción, los barberi (las características esferas con los colores de la Contrade, con las que los niños de Siena juegan en las calles) que ruedan en la parte inferior de la obra y cuyas formas se reflejan en las estrellas que sobrevuelan una Siena nocturna y de cuento. Una vez más lo celestial y lo terrenal se corresponden en influencia, lo divino se desmenuza en cortes cubistas y desciende sobre la Piazza del Campo durante otro minuto y medio de frenético éxtasis. Que como el alba deslumbra, que sólo la noche consuela.


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