En los últimos cinco minutos de relampagueante y estruendosa celebridad mediática a la que ha ascendido el debate sobre los monumentos (cuyo flujo ha alternado entre repentinas emergencias, provocadas por la actualidad, y el confinamiento más o menos prolongado en las páginas de la prensa especializada), pocos, si es que alguno, han recordado que en 2020 la última Bienal Internacional de Escultura de Carrara celebrará su décimo aniversario. (cuyo flujo ha alternado entre repentinas urgencias, provocadas por la actualidad, y el confinamiento más o menos prolongado en las páginas de la prensa especializada), pocos, si es que alguno, se han acordado de que este año se cumple el décimo aniversario de la última Bienal Internacional de Escultura de Carrara, que estuvo dedicada al tema de los monumentos y anticipó muchas de las peticiones que se han abordado en las últimas semanas. La importante exposición se fue al traste debido a decisiones equivocadas, improvisadas y contraproducentes, que se han debatido ampliamente en varias ocasiones, la última de las cuales fue una serie de reuniones organizadas a principios de junio, en Carrara, por el galerista Nicola Ricci, con el fin de abrir una reflexión sobre un posible futuro para el evento: No obstante, antes de sumirse en su duradero y triste silencio, la Bienal de Carrara consiguió imponerse con una última edición, la comisariada por Fabio Cavallucci y titulada Post Monument, que vino a poner orden dentro de una discusión que ya había conocido diferentes pliegues e inclinaciones: Basta recordar que, apenas tres años antes, Massimiliano Gioni comisarió en Nueva York la exposición Unmonumental, a partir de la cual quedó más claro cuál es el significado de “no monumental” y “antimonumental” en la práctica contemporánea.
En Italia, tendemos a recordar la Bienal de Carrara de 2010 por el episodio que la marcó más que ningún otro en los medios de comunicación, a saber, la sensacional y problemática participación de Maurizio Cattelan, que diseñó un singular monumento funerario a Bettino Craxi para Post Monument: Singular no tanto por su aspecto, ya que se trataba de una lápida muy modesta, de acentos vagamente simbolistas, con dos ángeles y dos putti colocados frontalmente para sostener la efigie del primer Primer Ministro socialista. Una obra de estatuaria funeraria insignificante, en esencia. Pero singular porque está en el centro de una refinada operación conceptual orquestada por Cattelan, que desde el primer momento propuso instalar una estatua de Craxi, que nunca se realizó, en la céntrica Piazza dell’Accademia, en lugar del imperioso monumento a Mazzini realizado en 1892 por Alessandro Biggi, escultor válido y ardiente mazziniano.
Para comprender los términos de esta operación, conviene recordar que, aunque Carrara tampoco escapa a la crisis de la idea del monumento escultórico definida como “irreversible” por Francesco Poli hace unos quince años, y provocada por las demás formas de monumentalización que caracterizan a la sociedad occidental, en pocas otras ciudades la relación con los monumentos es tan viva y sentida. En Carrara, no hay plaza que esté desprovista de estatuas, placas o placas que conmemoren o celebren a un personaje o un acontecimiento. En Carrara, el primero de mayo de cada año, los anarquistas desfilan en procesión para rendir homenaje a cada monumento, grande o pequeño, que en la esquina de una calle o en el centro de una plaza recuerda un acontecimiento o una personalidad significativa para la historia del movimiento. En Carrara, los monumentos han sido elegidos como terreno de violentos enfrentamientos políticos: todos en la ciudad recuerdan el atentado que hizo volar por los aires el 6 de diciembre de 1978 el monumento a Pellegrino Rossi, diseñado por Pietro Tenerani en la década de 1850 y erigido en la Piazza d’Armi en 1876: El terrorista, devastando la imagen de un político que fue ministro del Interior del Estado Pontificio y murió él mismo en un atentado, pensó que enviaba una advertencia a Andreotti, que iba a celebrar un mitin en la ciudad unos días después. Carrara es también la ciudad en la que se decidió monumentalizar un atentado, el que en 1981 derribó una de las cinco estelas que componen el monumento a las víctimas del fascismo, en uno de los pinares de Marina: la estela quedó tendida en el suelo, con el añadido de una inscripción en recuerdo imperecedero de lo sucedido. Carrara es probablemente la única ciudad del mundo donde existe un monumento a Gaetano Bresci, que costó a su patrocinador un juicio por apología del terrorismo, concluido posteriormente a su favor.
Maurizio Cattelan, Sin título (2010; mármol, 155 x 140 x 40 cm). Obra presentada en la 14ª Bienal de Carrara. Foto Zotti, cortesía del Archivo Cattelan |
Y en una ciudad donde la memoria de cada habitante está representada por un monumento, es natural que la propuesta de Cattelan encendiera agrias discusiones y alimentara un clima de fuerte hostilidad hacia él. Durante varias semanas antes de la inauguración de la Bienal no se habló de otra cosa, asociaciones mazzinianas de toda Italia se movilizaron para impedir la retirada del monumento de la Piazza dell’Accademia, el caso llegó incluso al Parlamento y hasta el entonces ministro de Patrimonio Cultural, Sandro Bondi, se implicó, escribiendo una carta para expresar su oposición. “Sobre todo en vísperas de las celebraciones del 150 aniversario de la Unificación de Italia”, subrayó. Por supuesto, sería ingenuo creer que Cattelan pensó realmente que sería capaz de completar un proyecto que, incluso si no hubiera encontrado ningún obstáculo, se habría detenido ante la previsible negativa de la superintendencia, que de hecho llegó puntual e irrevocablemente, urgida por todos. La estatua de Craxi, por tanto, nunca vio la luz, y fue sustituida por el pequeño y miserable monumento funerario que Cattelan había instalado en el cementerio de Marcognano como tumba alegórica de su proyecto, que murió antes incluso de plasmarse en mármol.
Pero en realidad a Cattelan poco le importaba la escultura: la verdadera obra de arte era la situación que había sido capaz de crear, era el contenido que había sido capaz de sacar a la luz, era la discusión feroz y a veces violenta que había provocado. Con su estatua de Craxi, Cattelan había conseguido llevar a otro nivel el concepto de “monumento temporal” de Christo y Jeanne-Claude y su idea de esconderse para afirmar, que como sabemos tiene sus raíces en ciertas experiencias comoel Enigma de Isidore Ducasse de Man Ray y el Piano con fieltro de Beuys: Cattelan se situaba como descendiente directo de esta línea. En las semanas previas a la 14ª Bienal Internacional de Escultura, el monumento a Mazzini fue tan visible como quizá nunca lo haya sido en su historia: “incluso en un país tan cínico y desencantado como Italia”, escribió Cavallucci, “el proyecto suscitó un levantamiento de escudos de republicanos y mazzinianos. Estamos en una época que se consume en el presente, pero el sentido humanista de la historia resurge en los momentos críticos”.
Las mismas afirmaciones podrían describir el momento actual: aquella Bienal anticipó muchos de los argumentos del debate de hoy, incluidos los que suelen oponerse a la ola de iconoclasia que desde hace unos años asola el mundo anglosajón, pero que se ha agudizado en los últimos meses. Ya en aquella edición de la Bienal se había planteado el problema de la destrucción de monumentos: cabe recordar la entrevista de Cavallucci con Gorbachov, en la que el ex presidente soviético sentenciaba que “es un disparate antihistórico que equivale a pretender borrar el pasado”. Y uno se preguntaba hacia qué formas evolucionaba la monumentalidad: diez años después, se puede pues aventurar que existe una tendencia a celebrar una memoria más o menos compartida, vinculada a un hecho más que a un personaje, y que adopta la forma del memorial basado en la participación relacional más que la del monumento escultórico tradicional: Adachiara Zevi ha identificado su precursor en el Mausoleo de las víctimas del Fosse Ardeatine en Roma. Un ejemplo importante lo ofrece el memorial de Krzysztof Wodiczko para la abolición de la esclavitud en Nantes, inaugurado en 2012, que tiene mucho que ver con la arquitectura, hoy mucho más capaz que la escultura de expresar nuestro anhelo nunca dormido de monumentalidad, como también se puso de manifiesto en aquella Bienal.
Es difícil predecir si experimentos similares, que a menudo se quedan en el papel, tomarán la forma de los monumentos del futuro. Lo que es seguro es que obras como las de Cattelan y las de otros artistas que trabajan sobre el tema de los monumentos, desde Rossella Biscotti a Igor Grubić sólo por mencionar un par de nombres, demuestran inequívocamente cómo nuestra relación con los monumentos adquiere diferentes significados y cómo el significado mismo de los monumentos es mutable en el tiempo, fluido, sujeto a cambios según las lecturas que se les den. Y pueden ofrecernos claves para tratar de imaginar qué ocurrirá con los monumentos que heredamos del pasado.
Sobre estos temas, el autor del artículo presentará el encuentro con Fabio Cavallucci en el festival Con-vivere, titulado “Arte y poder”, el domingo 13 de septiembre de 2020 a las 20.00 horas. Para más información, haga clic aquí.
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