Cuando uno admira un cuadro en el que los protagonistas son ancianos segregados en un asilo, lo que está contemplando “no es un aspecto normal de nuestra cultura, por así decirlo”, escribió hace unos años el historiador del arte Michael F. Zimmermann, hablando de los cuadros que Angelo Morbelli había ambientado en el Pio Albergo Trivulzio de Milán, la institución que, desde 1766, año en que fue fundada a instancias del príncipe Antonio Tolomeo Gallio Trivulzio, seguía acogiendo a los pobres de la ciudad, especialmente a los ancianos y enfermos. Cuando uno se ve obligado a medirse con un interior pobre habitado por ancianos solitarios, tristes, encorvados y abandonados, se convierte en objeto de una confrontación “que no forma parte de la normalidad de la vida”, una confrontación que nos obliga a tomar conciencia de una dimensión alejada de nuestra experiencia cotidiana, sobre todo si ésta es confortable. Y, en consecuencia, a tomar posición (una posición, por supuesto, “vivida dentro de la sociedad”), o al menos a redefinir la propia manera de ver las cosas. Los cuadros de Morbelli, en otras palabras, se mueven desde dos puntos de vista: “el de los personajes representados y el del espectador”, y la perspectiva del espectador no es sólo la del autor, sino la de la sociedad en su conjunto. Por tanto, no es el pintor quien condiciona al espectador: es la propia sociedad la que le incita a ofrecer una interpretación de la obra. Según Zimmermann, “no es Morbelli quien encuadra lo ’real’ social, sino el espectador, que no puede permanecer indiferente ante lo que el pintor le muestra”.
El estudioso creía que Pellizza da Volpedo y Morbelli eran los que mejor trataban la realidad de este modo, es decir, contándola a través de pinturas capaces de interpelar a la sociedad. Y esto es lo que Morbelli intentó hacer en varias ocasiones con sus cuadros en el Pio Albergo Trivulzio, un lugar que el artista piamontés frecuentó a lo largo de su carrera. Fue allí por primera vez en 1883, cuando tenía 30 años, y el contraste no podía ser más marcado: era joven, vital, movido por el deseo de documentar la vida en el hospicio, que comenzó a estudiar mediante dibujos y fotografías, muchas de las cuales aún se conservan, aunque afectadas por los estragos del tiempo. Por otra parte, los huéspedes del Pio Albergo Trivulzio, ancianos apartados de la sociedad porque ya no se les consideraba útiles, trabajadores que se habían puesto al servicio de la naciente sociedad industrial y que quedaron marginados en el momento en que ya nadie les necesitaba, ancianos sin medios de sustento económico condenados a pasar los últimos momentos de su existencia junto a otros muchos derelictos como ellos, en enormes ambientes mixtos, lejos de cualquier afecto. Eran los primeros desechos de un mundo que empezaba a volverse frenético, a desarraigar los hábitos ancestrales de una sociedad hasta entonces mayoritariamente campesina, a desbordar a cualquiera que no tuviera fuerzas para seguir el ritmo. Días... ¡últimos! es el título del cuadro que inaugura esta poética del abandono, la desolación y el sufrimiento: una obra de juventud que precede al giro divisionista de Morbelli. Una obra de éxito, expuesta en Brera, capaz de ganar el prestigioso Premio Fumagalli y un enjambre de críticas benévolas. Una obra de “crónica despiadada”, como bien ha escrito Giovanna Ginex, uno de los nombres más autorizados de la crítica de Morbelli.
El pincel de Morbelli capta un fragmento de la vida cotidiana en el gran salón del Pio Albergo Trivulzio, en aquella época todavía alojado en el palacio principesco de la Contrada della Signora: unos años más tarde, en 1910, el local se trasladaría al edificio actual de la Via per Baggio. Los ancianos huéspedes se sientan en los largos bancos de la gran sala dedicada a las pequeñas actividades cotidianas, y la luz rasante hace resaltar sus rostros apagados y melancólicos: unos leen, otros tienen la mirada perdida, algunos se agarran la cabeza y piensan, otros intentan escribir, otros duermen, otros miran a su alrededor desconcertados. Fortunato Bellonzi propuso captar la tensión de esta escena observando ciertos detalles concretos: la disposición de los bancos y las paredes, la lámpara que cuelga del techo y que también se convierte en personaje, la tubería que atraviesa oblicuamente la pared del fondo, el personaje que apoya las manos en la enorme estufa en busca de algo de calor. Detalles que ayudan a revelar la actitud de Morbelli: la del artista que investiga la realidad más para subrayar la condición humana de quienes la sufren que para denunciar un problema concreto.
¡Angelo Morbelli, Giorni... ultimi! (1882-1883; óleo sobre lienzo, 98 x 157,5 cm; Milán, Galleria d’Arte Moderna) |
En aquella época, el Pio Albergo Trivulzio era cualquier cosa menos un lugar hospitalario: había muchos inconvenientes urgentes que hacían aún más miserable la existencia de los pobres ancianos obligados a pasar aquí sus últimos años. Mientras tanto, se cernía sobre ellos el problema del hacinamiento, que también surge en los márgenes de Días... ¡Últimos! La promiscuidad era otro dilema, ya que muchos ancianos se veían obligados, por falta de espacio adecuado, a compartir las mismas habitaciones y a dormir en amplios dormitorios: la forma más rápida de facilitar la propagación de enfermedades (y conviene recordar que, dada la disposición de los locales, los trabajadores del hospital no podían separar a los sanos de los enfermos). Sin embargo, son temas que no surgen a primera vista: en el centro de los cuadros de Morbelli está, si acaso, “la marginalidad entendida como exclusión angustiosa de la vida activa, como falta de motivación real para sobrevivir, como desvinculación del afecto familiar” (así Luciano Caramel): Los sufrimientos de estos ancianos son interiores incluso antes de ser físicos, y es por ello que es imposible encontrar en Morbelli la enfermedad en su evidencia tangible más palpable, hecha de signos que hacen estragos en el cuerpo (contrariamente a lo que ocurría, por ejemplo, en Daumier, pionero de la pintura de denuncia social del siglo XIX, donde no son raras las figuras de ancianos encorvados por el paso de los años o por los latigazos de la miseria). Por el contrario, los ancianos de Morbelli aparecen siempre en un estado de buena salud, al menos aparente. Tal vez porque la raíz de todo es elabandono. Tal vez porque lo que deja las heridas más profundas no es la enfermedad, sino la conciencia de haber sido desechado, descartado, traicionado, olvidado. Tal vez porque todos los problemas que históricamente han aquejado y siguen aquejando hoy a los ancianos de los hospicios son problemas de humanidad, antes que problemas de índole médica o sanitaria. Quizá lo que más duele es caer lentamente en el olvido. Los ancianos del Pio Albergo Trivulzio no son, pues, más que cascarones vacíos, suspendidos en una espera amarga, dolorosa e indefinida.
Aquí reside esa “tristeza desconcertante” de la que hablaba Corrado Maltese al referirse a los cuadros de Morbelli, llenos de interiores “con ancianitos y ancianitas rozados por los últimos rayos del atardecer”. Maltese tenía en mente algunas de las obras más evocadoras ejecutadas en el hospicio milanés: por ejemplo, el Giorno di festa al luogo Pio Trivulzio de 1892, hoy en el Museo d’Orsay de París (la obra tuvo un gran éxito en Francia: Fue expuesta en 1900 en la Exposición Universal de París junto con Viatico de 1884, obra que representa la despedida fúnebre de un huésped del Trivulzio que había fallecido, y que en esa ocasión fue galardonada con una medalla de oro y adquirida por el Estado francés), o la posterior Un Natale al Pio Albergo Trivulzio, de 1909, actualmente en la GAM de Turín. El tema de la jornada festiva en el hospicio, acontecimiento que exacerba el dramático sentimiento de soledad que oprime la existencia de los ancianos abandonados en los albergues, no era nuevo en la pintura europea: Ginex enumera precedentes como Navidad en el hospital de Chelsea, de Hubert von Herkomer, 1878, o Noël à l’hospice, de Léon Frédéric, 1884, que Morbelli probablemente conocía y de los que se inspiró para sus cuadros que narran el día de Navidad en las grandes salas del Pio Albergo Trivulzio. Los rayos de sol que se filtran por las ventanas dibujan grandes cuadros de luz en las paredes y en los pupitres, y no hacen más que subrayar el obligado aislamiento existencial de los ancianos, subrayando la inmensidad del espacio vacío: los pocos huéspedes están allí solos, distanciados no sólo físicamente sino también en el alma, están inmóviles, se dejan llevar. Cabe destacar cómo el tema del anciano que se apoya en la estufa con las dos manos vuelve obsesivamente: casi como si el único calor que estos pobres seres humanos pudieran sentir todavía fuera el de un aparato de calefacción.
No tenemos pleno conocimiento de las verdaderas intenciones de Angelo Morbelli, pero es seguro que ya había surgido entonces una interpretación de los cuadros del Pio Albergo Trivulzio basada en este angustioso sentimiento de desesperación: en un comentario publicado en el número de Navidad de 1904 de L’illustrazione popolare, periódico familiar editado en Milán por los hermanos Treves, podía leerse que “los pobres ancianos que el pintor Angelo Morbelli vio en ese asilo para ancianos pobres que es el Luogo Pio Trivulzio de Milán, no son ciertamente felices. Son ancianos que han perdido a todos sus seres queridos; y se han quedado solos en el hospicio; los demás de la misma edad han sido invitados a casa de algún pariente superviviente, de algún amigo... uno de ellos se aferra a la estufa, como a la última cosa vital que le queda; los demás permanecen pensativos, inclinados sobre los bancos desiertos, al pálido rayo del sol invernal, que penetra en la vasta sala melancólica”. Tonos aún más elegíacos asumirán otros cuadros posteriores, como Inverno al Pio Albergo Trivulzio (Invierno en el Pio Albergo Trivulzio), pintado en 1911, que representa un interior de los nuevos locales de Via Baggina, donde el Trivulzio sigue alojado hoy, en un escorzo fotográfico más intimista que muchos de los anteriores. Pero están todos allí, en una sola habitación, pasando un día desolado como todos los demás: el resultado es una atmósfera de suspensión, una triste e ineluctable espera del final.
Angelo Morbelli, Giorno di festa al luogo Pio Trivulzio (Navidad en el Pio Albergo Trivulzio) (1892; óleo sobre lienzo, 78 x 122 cm; París, Museo de Orsay) |
Angelo Morbelli, Una Navidad Al Pio Albergo Trivulzio (1909; óleo sobre lienzo, 99 x 173,5 cm; Turín, GAM - Galleria Civica d’Arte Moderna e Contemporanea) |
Angelo Morbelli, Il Viatico (1884; óleo sobre lienzo, 112 x 200 cm; Roma, Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea) |
Angelo Morbelli, Invierno en el Pio Albergo Trivulzio (1911; óleo sobre lienzo, 72 x 148 cm; Milán, Galleria d’Arte Moderna) |
Su interés por los temas vinculados a los días pasados en el Pio Albergo Trivulzio encontró una especie de ordenación orgánica en un ciclo de seis cuadros que Morbelli ejecutó en 1903 y presentó ese mismo año en la V Bienal de Venecia, en la Sala Lombarda, una de las muchas dedicadas a las exposiciones regionales. El reglamento de la exposición estipulaba que cada artista sólo podía llevar a la laguna un máximo de dos cuadros, pero Morbelli había tomado precauciones de antemano, escribiendo en diciembre de 1902 al Secretario General de la Bienal, Antonio Fradeletto, para solicitar una excepción, ya que quería exponer seis u ocho cuadros en Venecia. La petición fue concedida, y Morbelli pudo así presentar en la Bienal su Poema della vecchiaia (Poema de la vejez), la serie de seis cuadros realizados en el Trivulzio y cuyo tema es la senilidad examinada según sus significados más desgarradores: soledad, aburrimiento, nostalgia, tristeza, abandono, muerte. El ciclo solo se había expuesto en su totalidad en aquella ocasión: no se volvió a reunir hasta 2018, para una exposición en la Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro de Venecia, que después de nada menos que ciento quince años pudo mostrar al público los seis lienzos del Poema de la vejez reunidos de nuevo.
“Queda mucho por recoger en cuanto a sentimiento y pintoresquismo”: así escribía Morbelli a su amigo Pellizza da Volpedo el 26 de febrero de 1901, revelando así un interés compartido por los cuadros del hospicio milanés que, como hemos visto, estaba dictado más por motivos humanos que políticos. Queriendo comenzar la lectura según el orden en que los cuadros fueron expuestos en la Bienal de 1903, el primero es Silla vacía, que introduce el tema de la muerte: Con un corte de perspectiva ligeramente descentrado (para dar la impresión de un plano cinematográfico en movimiento, con la cámara desplazándose de un extremo a otro), Morbelli se adentra en la dimensión cotidiana de un escaso grupo de ancianas que, resignadas, meditan sobre la pérdida de su compañera de infortunio, simbólicamente representada por la silla que queda vacía, inquietante alegoría de la muerte que se cierne sobre la residencia de ancianos (en el primer esbozo del cuadro, Morbelli había incluido también un paraguas a modo de viático, que luego decidió retirar para no presentar una referencia fúnebre demasiado explícita a los ojos del espectador). Mi ricordo quand’ero fanciulla (Me acuerdo de cuando era niña) está ambientado, en cambio, en el refectorio de la sección femenina del Pio Albergo Trivulzio: aquí, las ancianas comen su almuerzo de parque (un poco de pan, un poco de vino) absortas en sus pensamientos, sin comunicarse entre sí. El título del cuadro, como era costumbre habitual en Morbelli, explicita su significado: las damas tienen ese aire ausente porque, alejadas de sus afectos, desconsoladas por un final que evidentemente imaginaban distinto, forzadas a un entorno anónimo junto a tantos otros infelices desconocidos, no pueden hacer otra cosa que vivir en el recuerdo. Y las tenues huellas del pasado, como sabe cualquiera que haya tenido la suerte de compartir parte de su existencia con un anciano en la etapa final de su vida, son de suma importancia para ellos, ya que el recuerdo es una de las pocas certezas que pueden animarles. Zapatos viejos es también una reflexión sobre la muerte: recientemente encontrado en Uruguay, era el cuadro que faltaba para recomponer el ciclo expuesto de nuevo en Venecia. Los dos inviernos retoma también el tema de las viejas en la ventana, con un hilo de tristeza debido a la conciencia de que las protagonistas están viviendo los últimos tiempos de su existencia: el primer invierno es el que está fuera de la ventana y deja entrar una luz diáfana, el segundo es el que viven las protagonistas. La soledad vuelve en Il Natale dei rimasti, que retoma el tema ya experimentado en 1892 con un gran salón vacío, habitado sólo por cinco figuras que no interactúan entre sí, sino que se abandonan a sus trágicos pensamientos (“el día de la fiesta”, escribió Giovanna Ginex, “el salón está casi desierto, revelando la dramática soledad de quien no tiene familia que le acoja, ni siquiera por Navidad”). El último cuadro, Siesta invernale (Siesta invernal), es una repetición de Sedia vuota (Silla vacía ) con un cambio de ángulo y un punto de vista elevado.
El Poema de la vejez fue muy bien acogido. Ada Negri también escribió sobre él en el Corriere della Sera (“el abandono y la miseria senil están representados con una síntesis admirable y definitiva”), e incluso una joven Margherita Sarfatti se mostró complacida, fascinada por la forma en que el pintor de Alessandria había abordado un drama social subrayando sus aspectos existenciales. Todos admiraban el modo en que Morbelli había definido, con íntima delicadeza y refinamiento lírico, la infelicidad de la vejez pasada en un hospicio. “Pobreza y soledad”, escribió la historiadora del arte Elena Pontiggia, "se mezclaban en las obras de Morbelli con una continua meditatio mortis, mientras que la denuncia social estaba veteada de una sutil amargura, en la conciencia de que ningún progreso, ninguna revolución podría cancelar jamás el ineluctable epílogo de la vicisitud humana". Como se ha dicho, Morbelli volvería a los temas del Poema de la vejez en varias ocasiones, pero hay un cuadro que quizá, más que otros, podría considerarse una especie de epílogo conclusivo de la serie: se trata de Sueño y realidad, también conocido como Tríptico de la vida, obra de 1905 que, no exenta de impulsos simbolistas, se distingue por su carácter meditativo e impregnado de una nostalgia dulce y misteriosa. El tríptico se presenta con dos figuras, una pobre pareja de ancianos, a ambos lados: están sentados en un interior, iluminado sólo por destellos que resaltan sus rostros atrapados a contraluz. Ambos se han quedado dormidos, mientras realizaban sus pequeñas actividades cotidianas: tejer para ella, leer para él. La dama dormitaba con las agujas de tejer aún en el delantal, mientras su compañero guardaba su libro, denotando que el sueño era premeditado. En el centro, un emotivo nocturno, el elemento que hace de esta obra una de las más conmovedoras de la pintura italiana entre los siglos XIX y XX: en una terraza cerrada por una balaustrada Art Nouveau, dos jóvenes se abrazan y se dejan llevar por sus tiernos sentimientos mientras contemplan las estrellas, con ella abandonándose soñadoramente en el hombro de él. Es la evocación más clara del recuerdo que hace más llevadera la vejez: los dos ancianos rememoran esa edad feliz que no puede volver, intentando distraer sus pensamientos de la amargura que les depara el futuro y de las penas de un presente que les condena a vivir de recuerdos para hacer menos desagradables los sufrimientos de la vida cotidiana.
Los seis lienzos de Poema della Vecchia expuestos en Venecia (Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro) en 2018. Ph. Crédito Finestre Sull’Arte |
Los seis lienzos de Poema della Vecchia expuestos en Venecia (Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro) en 2018. Ph. Crédito Finestre Sull’Arte |
Angelo Morbelli, Silla vacía (1903; óleo sobre lienzo, 60 x 85 cm; colección privada) |
Angelo Morbelli, Mi ricordo quand’ero fanciulla (Entremets) (1903; óleo sobre lienzo, 71 x 112 cm; Tortona, “Il Divisionismo” Pinacoteca Fondazione C. R. Tortona) |
Angelo Morbelli, Medias viejas (1903; óleo sobre lienzo, 61,6 x 99,7 cm; Lugano, Colección del Banco Cornèr) |
Angelo Morbelli, I due inverni (1903; óleo sobre lienzo, 47 x 71 cm; Milán, Colección privada) |
Angelo Morbelli, Il Natale dei rimasti (1903; óleo sobre lienzo, 61 x 110 cm; Venecia, Fondazione Musei Civici di Venezia, Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro) |
Angelo Morbelli, Siesta de invierno (1903; óleo sobre lienzo, 49 x 74 cm; Alessandria, Museo Civico e Pinacoteca) |
Angelo Morbelli, Sueño y realidad (Tríptico de la vida) (1905; óleo sobre lienzo, tres paneles, 112 x 80 cm, 112 x 79 cm, 112 x 80 cm; Milán, colección Fondazione Cariplo) |
Podemos concluir con una hipótesis planteada por Zimmermann, según la cual los cuadros de Morbelli sobre la vejez, aunque se centran en los aspectos humanos de la existencia en el Pio Albergo Trivulzio (también se puede derivar de ello, a la inversa, una idea de lo preciosa que es la vida de los ancianos y de lo turbia que es una sociedad que los abandona), no están exentos de importantes implicaciones políticas. El punto de partida es la idea del individuo excluido de la comunidad que Giorgio Agamben formula en su Homo sacer. Poder soberano y vida desnuda: “quien ha sido desterrado”, escribe Agamben, “no está [...] simplemente colocado fuera de la ley e indiferente a ella, sino que es abandonado por ella, es decir, expuesto y arriesgado en el umbral donde se confunden la vida y la ley, el afuera y el adentro”. La pobreza severa en la que se encuentran grandes franjas de la población (que, en la época de Morbelli, debemos suponer que era mucho más amplia que en la actualidad) conduce a una situación en la que las instituciones tienen un control casi total sobre las vidas de las personas en apuros, y puesto que “los sistemas de hospicios también estaban destinados a encarcelar de alguna manera la pobreza y el analfabetismo”, escribe Zimmermann, “es ciertamente legítimo enmarcarlos también en esta perspectiva: a los ancianos y ancianas se les mantenía con vida quitándoles sistemáticamente casi todas sus libertades”. Se trata, en esencia, de una forma de asistencia que garantiza la vida en su sentido puramente biológico, pero que excluye, con el agravante de dejar la discusión en el espacio público. Los cuadros de Morbelli“, concluye Zimmermann, ”fueron pasos importantes para llevar estos fenómenos de la política hecha sobre el cuerpo de las personas al ámbito de la discusión pública".
Por lo que sabemos, Morbelli no estaba animado por la audaz conciencia política que movía a su amigo Pellizza. Sin embargo, cabe imaginar, dadas sus frecuentaciones, dado su interés por la pintura de denuncia social aún más explícita, y dada también la cantidad de cuadros dedicados al tema de la vejez (los estudios más recientes contabilizan una treintena), que algún destello más marcadamente político irradiaba, hasta cierto punto, la acción de este gran pintor. El trágico destino de los ancianos del Pio Albergo Trivulzio, borrados de la sociedad y obligados a esperar su fin en un albergue, es en la obra de Morbelli el síntoma más evidente de las aberraciones de las sociedades fundadas sobre sistemas económicos de tipo capitalista que, incapaces de abandonar por completo a los individuos que las componen, se limitan a excluirlos cuando ya no son útiles. Y quizás ya entonces, hace más de cien años, un pintor, con el único instrumento de su arte, intentó advertirnos.
Advertencia: la traducción al español del artículo original en italiano se ha realizado mediante herramientas automáticas. Nos comprometemos a revisar todos los artículos, pero no garantizamos la ausencia total de imprecisiones en la traducción debidas al programa. Puede encontrar el original haciendo clic en el botón ITA. Si encuentra algún error, por favor contáctenos.