Al contemplar la obra completa y multiforme de Luca Staccioli (Imperia, 1988), uno parece poder reutilizar las palabras del filósofo Maurice Merleau-Ponty, cuando sostenía las posibilidades de una conciencia poética para alcanzar “la claridad a través de una operación que no es deductiva, sino creativa”. No diferente parece ser la actitud de Staccioli, que desde hace algunos años se ha consolidado como uno de los jóvenes talentos más originales e interesantes del panorama artístico contemporáneo.
También estuvo a la altura de las expectativas en la reciente edición de miart 2024, donde expuso su nueva serie de esculturas de cerámica vidriada Multifunctional Kit Eliminator (Higos chumbos) en la sección Emergentes del stand de la galería ArtNoble. Las plantas escultóricas se presentaban en la feria en una dimensión de instalación, que parece querer simular las colonias espontáneas que dominan diversos atisbos del paisaje mediterráneo, al que también guiña feliz el azul del stand, casi como recordando esas fotos maltratadas que inmortalizan las chumberas imponiéndose sobre el fondo azul entre cielo y mar, que tanto nos gusta traernos de nuestras homologadas vacaciones junto al mar. Por otra parte, la idea de los souvenirs y de las representaciones estereotipadas de las postales no es ciertamente ajena a la poética de Staccioli. Basta una mirada más atenta para darse cuenta de que el idilio natural que el artista nos pone delante no es más que una ficción, ya que al observar más de cerca las hojas de cactus, uno se da cuenta de que no son más que calcos del caracol dispensador de esas tarjetas que regulan nuestra espera en supermercados, tiendas y salas de espera.
Mediante la reiteración de elementos funcionales al consumo, Staccioli evoca un paisaje surrealista y desorientador entre lo natural y lo antrópico. La forma historizada, pensemos por ejemplo en la serie de cuadros dedicados a los cactus de Ennio Morlotti, con los que parece existir una cierta cercanía en las implicaciones pictóricas del color, se disocia y deforma por la inserción de un elemento extraño. El arte de Staccioli bebe de estos continuos rechazos, y me confiesa cómo esta naturaleza ambigua llevó a muchos visitantes de miart a no percibir el elemento del que estaban compuestas sus plantas tótem, aunque habían captado el encuentro y el diálogo entre lo orgánico y lo artificial.
Y aunque esta última serie no interrumpe la denuncia que el artista lleva a cabo con sus obras contra una sociedad masificada y alienada, atrapada por el bienestar, y, además, cargándola también de una preocupación por la ecología, esta vez el artista parece abrirse a implicaciones positivas, a un renacer y a un renacimiento inherentes al poder generador de la naturaleza. La afortunada acogida de esta última obra de Staccioli, tanto en términos de mercado como de respuesta del público, supone una confirmación de la exitosa carrera artística del artista nacido en Imperia en 1988 pero activo desde hace años en Milán.
Tras sus estudios de filosofía, Staccioli completó su formación artística primero en la Academia de Bellas Artes de Génova y después en la Naba de Milán, acumulando al mismo tiempo una serie de importantes participaciones en exposiciones colectivas e individuales y en ferias, exponiendo, entre otras, en la Casa Masaccio de San Giovanni Valdarno, la Fondazione Pini de Milán, el Palazzo Marigliano de Nápoles y Artissima de Turín. Su palmarés no es menos impresionante: en 2017 ganó el segundo Talent Video Awards, un proyecto de Careof y la Dirección General de Arte Contemporáneo y Arquitectura y Periferias Urbanas del MIBACT, y en 2018 el Premio Fabbri de Arte Contemporáneo, así como una beca promovida por la Fondazione Pini, y finalmente en 2022 el Premio Exibart.
A lo largo del tiempo, su práctica artística le ha llevado a tratar con medios cada vez más diferentes, que van desde el vídeo a la fotografía, la escultura y el dibujo, pasando por el bordado y el collage, lenguajes que ha utilizado para investigar nuestra vida cotidiana. Con una actitud a caballo entre el sociólogo y el antropólogo, Luca Staccioli se sirve de experiencias y objetos triviales que, reimaginados, proponen reflexiones y abren perspectivas insólitas sobre múltiples aspectos, como los clichés y mecanismos de recepción de la imagen y su abuso por parte de una sociedad mediática, las narrativas culturales y hegemónicas de la comunidad occidental, y los mitos del progreso y la producción dictados por el capitalismo.
Este ejercicio, aunque ecléctico, nunca llega a ser meramente conceptual, nunca degrada la práctica artística, sino que centra su trabajo en el estudio de las tensiones formales que subyacen a las técnicas con las que interactúa, dispuesto a subvertir los cánones establecidos, con esculturas que parecen tomarse poco en serio el magnilocuente papel que el clasicismo les ha labrado, o vídeos que se burlan de todos los estándares, como si estuvieran en la base de un deseo constante de crear antiiconos involucionados en perpetuo cambio y transformación.
Staccioli reelabora sus experiencias personales, historias de otras vidas, tal vez conocidas o simplemente cruzadas, recuerdos anónimos de la red o quién sabe de dónde, para retejerlos o más bien coserlos de nuevo en un soporte común, algo que nos hable de nuestra identidad. No he utilizado el verbo “coser” al azar: el gesto es una práctica fundadora de una de sus primeras series, Habitar el Atlas, donde el artista conserva objetos de sus viajes y borda sobre ellos formas abstractas, morfologías que recuerdan los perfiles de naciones y continentes, pero que derivan de las manchas que el tiempo ha depositado en la superficie del cristal de una ventana de su estudio de Moltedo. Cajetillas de cigarrillos, restos de un balón de fútbol, billetes de tranvía u ostras consumidas en algún viaje salen de su anonimato para convertirse en recuerdos subjetivos y páginas de un diario personal, pero también hablan de fronteras cada vez más difusas, quizá más para las mercancías que para las personas, de identidades que se mezclan, de orígenes que se desarraigan, y que nos hacen preguntarnos si todavía hoy tiene sentido hablar de lo diferente y lo extranjero.
Estas preguntas se encuentran también en el vídeo Was it me? Recuerdos en pantalla, en el que fotografías y vídeos, algunos de archivo y otros actuales, alternan un viejo pasado colonial de imperialismo cultural y militar con un pasado más moderno basado en la economía del turismo de masas en busca de un exotismo artefactual.exotismo artefactual, mostrando las inconsistencias del mundo que se quiere representar a través de las imágenes y la dificultad de definir los conceptos de “yo” y “otro”.
En obras más recientes, sin embargo, Staccioli ha empezado a cultivar un aspecto más lúdico, sin por ello desintesificar su compromiso político y social. A través de esa hibridación de lenguajes y referencias, que es una de sus figuras más típicas, el artista ha elegido el horizonte del juego para proseguir su investigación, con posibilidades creativas de absoluta libertad, ensamblando diferentes objetos y dándoles una nueva interpretación al tiempo que mantiene sus múltiples naturalezas: como cuenta el célebre ensayo de Gombrich, un palo de escoba para niños puede asumir la representación de un caballo, sin por ello impedirles ver la realidad, es decir, seguir siendo un palo de madera. Al fin y al cabo, como señaló la filósofa Prisca Amoroso, con el juego se crea un mundo y se desenfoca otro, sin que se pierda del todo. Esto delinea una relación que no es de libertad absoluta, pero tampoco de restricción total.
En el juguete hay también una dimensión inquietante, como subraya Staccioli, “una especie de educación en la vida”, un campo de entrenamiento para los roles que uno asumirá en la sociedad, por ejemplo el viril y luchador para elhombre y el maternal y doméstico para la mujer, y aunque el artista no crea necesariamente en una posibilidad de redención de la humanidad a través de la infancia, lo que le fascina son los aspectos que se alejan de la funcionalización que es el dogma de nuestro tiempo.
Staccioli comenzó a desarrollar el tema en 2018 a partir de la exposición Donner à voir en la Fondazione Pini; en aquella ocasión, partiendo de un relato sobre un hipotético antepasado con una vida aventurera, transcurrida en parte luchando para la Legión Extranjera, reflexionó sobre los conceptos del imaginario familiar, pero también de la guerra y la violencia en la historia, para construir la identidad tanto individual como social. Persiguió la narrativa a través de pequeñas esculturas de juguetes de resina, dioramas moldeados en pongo con escenas de campamentos, dibujos de guerra infantiles y un niño de estética grotesca, resultado de un ensamblaje de objetos domésticos. En la serie Familiar Pics, dibujos sobre toallas de papel, publicidad e imágenes de guerra crearon collages en los que intervino dibujando sobre ellos, desensibilizando las representaciones alarmantes, haciéndolas atractivas y familiares. Luego las enmarcaba con marcos que parecían de cera maleable (aunque eran de resina) con inclusiones salientes que recordaban un mundo infantil de cuento de hadas, aludiendo a lo acostumbrado que está nuestro mundo contemporáneo a la violencia, e incluso las imágenes más brutales tienen poco impacto en nuestras vidas.
En Recreación, un inquietante diorama, de los que en los museos de historia suelen representar escenas bélicas, se convirtió en un patio de recreo hormigueante de diminutas figuritas dedicadas a crear un tráfico congestionado pero ordenado formado por coches, carritos de la compra, unicornios y frascos de medicamentos. Una vez más se mezclan la despreocupación de la infancia con los ídolos cancerígenos de la edad adulta.
A principios de 2023, en la galería ArtNoble de Milán, Staccioli presenta Wake Up Call, punto de llegada y síntesis de algunas de sus líneas de investigación.
El espacio de la galería de Lambrate se convierte en una ciudad en miniatura, a lo largo de las calles temblorosos carritos de la compra, desvencijados iconos de nuestra impulsividad por el consumo, que avanzan lenta e inexorablemente hacia Castello (¿de arena?), una gran instalación de una mansión imaginativa salida del sueño de un niño, compuesta de bajorrelieves de cerámica con la cansina épica de nuestro tiempo. Aquí se materializa todo aquello a lo que se nos dice que debemos aspirar para hacernos un hueco en la sociedad: un buen trabajo (tal vez en una oficina) al que llegaremos en coche, sufriendo voluntariamente cada maldito día el destino de estar atrapados como en un inquietante rompecabezas en el tráfico vehicular compuesto por otros nosotros, a los que odiamos, y luego los pasillos de un supermercado donde vamos a quemar nuestros ahorros y tiempo libre, sólo para regresar al final de este vía crucis a la miseria y soledad de nuestra vida doméstica. Pero la narración de Staccioli no es condescendiente, sino más bien cautivadora y persuasiva, en una estética que aparentemente no huele a amenaza.
Igual de suaves son las imágenes de presos, reelaboradas en maquetas de didò y luego fotografiadas, que descontextualizadas se convierten en divertidos actores de asuntos domésticos, enfrascados en competiciones de clavados, piruetas temerarias o bailes de mesa. La visita a la exposición se intercalaba entonces con el tañido de campanas, una invitación a despertar del sueño o la pesadilla en la que el artista había sumido al visitante.
La poética de Staccioli se basa en continuos cortocircuitos, el primero de los cuales presenta una visión desencantada de nuestro mundo a través de una estética onírica, una especie de utilización del juego como forma de compromiso, de creación y como forma de protesta. En este sentido, recuerda en cierto modo el planteamiento de un coloso del arte del siglo XX como Enrico Baj cuando afirmaba: “Creo que una de las esperanzas más fuertes descansa en el poder de lo imaginario. Esto no me impide ver lo peor. Pero no veo la aceleración de lo peor como la solución preferida”.
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