Eran las seis de la mañana. La zona de los Padule di Fucecchio, el vasto pantano que ocupa el corazón de la Toscana entre Empoli y Pontedera y se adentra en la ciudad de Fucecchio, se despertaba lentamente. Sus habitantes empezaban a prepararse para afrontar otro día duro como tantos, o más bien demasiados, en aquel triste y trágico periodo de la Segunda Guerra Mundial. Estaban los que se habían visto desplazados de sus hogares porque sus casas estaban cerca de zonas bombardeadas por los americanos, los que habían ido a recoger sarello, una hierba de los pantanos con la que se tejían objetos de uso doméstico (como cestas, esteras, damajuanas, sillas), los que habían ido a trabajar al campo y los que se habían detenido en esta zona, el mayor pantano interior de toda Italia, porque no podían cruzar el frente y aquí tenían suficiente fruta gracias a los campesinos que no llevaban nada al mercado. Los que fueron a alimentar a su ganado o los que se refugiaron en los pantanos porque creían que era una zona segura, una zona infranqueable que, según los paduleños, los nazis, obstaculizados por los pantanos, nunca podrían alcanzar y golpear.
Aquella mañana del 23 de agosto de 1944 se perpetró una de las masacres más terribles no sólo de la zona de Empolese Valdelsa, sino de toda Italia: los nazis, gracias a algunos espías, se enteraron de que muchos habitantes de la zona se habían escondido entre los juncos del Padule y, seguros de que estarían a salvo, llevaron a cabo una terrible matanza. Fue una sangrienta y trágica redada que segó la vida de numerosos civiles inocentes. Ciento setenta y cuatro fueron las víctimas de aquella masacre premeditada: entre ellas, sesenta y dos mujeres, veinticinco personas mayores de sesenta años, dieciséis adolescentes menores de dieciocho años, diez niños menores de diez años y ocho niños menores de dos años. Una masacre llevada a cabo contra hombres, mujeres e incluso niños con el objetivo principal de asestar un golpe en la guerra antipartisana, una reacción contra los que se pusieron del lado contrario a la ideología nazi-fascista. Además de los actos sangrientos, se instauró la práctica del terror: en otras palabras, los nazi-fascistas querían hacer comprender a la población que cualquiera podía ser fusilado. Y ello para bloquear cualquier pensamiento antifascista rebelde y también para facilitar la deportación de miles de personas que más tarde serían empleadas en la construcción de la Línea Gótica, una línea defensiva necesaria con la construcción de fortificaciones en las crestas de los Apeninos tosco-emilianos para impedir que los aliados anglo-americanos llegaran al valle del Po.
Por tanto, la masacre se llevó a cabo contra la población civil, y no contra las formaciones partisanas, ya que las primeras eran consideradas indefensas, incapaces de defenderse y, por tanto, más fáciles de eliminar. Todo ello se llevó a cabo mediante un plan bien premeditado por los altos mandos y ejecutado sin piedad por las unidades especiales de guerra. La justificación esgrimida en los juicios para justificar la matanza de tantos niños era decididamente falsa: habrían sido culpables de ayudar a los partisanos llevándoles suministros... imposible si se tiene en cuenta que muchas de las víctimas no alcanzaban la edad de dos o cuatro años, ni siquiera de cinco o diecisiete meses. Una ferocidad sin igual, una brutalidad atroz que no perdonó a nadie. En Castelmartini, el pueblo, fracción de Larciano, que fue uno de los principales teatros de la horrenda matanza, algunos lloraban a sus esposas, otros a sus hijos, otros a sus padres o madres, otros a sus abuelos o nietos, pero toda la comunidad estaba implicada y profundamente marcada, también porque las víctimas procedían de varios pueblos del pantano y de los alrededores inmediatos: de Cintolese, Stabbia, Massarella, Querce y Ponte Buggianese. En total fueron cinco los municipios que contaron víctimas. Muchos de los responsables de la masacre quedaron impunes, porque no se les pudo localizar, mientras que otros recibieron condenas leves, como en el caso de Eduard Crasemann, general de la 26ª división blindada que operaba en el pantano, que se libró de diez años de prisión (pero murió en la cárcel en Alemania en 1950), o el capitán Joseph Strauch, que recibió una condena de seis años. Otros cuatro autores, el capitán Ernst Pistor, el mariscal Fritz Jauss (identificado como el comandante del escuadrón que llevó a cabo la masacre), el sargento Johann Robert Riss y el teniente Gerhard Deissmann, no fueron juzgados hasta la década de 2000 en Roma, y en 2011 todos excepto Deissmann, que había fallecido entretanto, fueron condenados a cadena perpetua.
Para mantener vivo el recuerdo de este terrible episodio de la historia italiana, en 2011 se inauguró en Cerreto Guidi el Museo de la Memoria Local(MuMeLoc), que es a la vez un museo etnográfico y un museo histórico. Las historias de los campesinos de la llanura de Fucecchio y sus alrededores se entrelazan con las de la masacre, en un recorrido en el que paredes, techos y suelos llevan al visitante al centro de las marismas, entre los juncos, en los bordes de las extensiones de agua, en medio de los claros, entre el susurro del viento que agita las hojas y el croar de las ranas. Una vida cotidiana hecha de jornadas en medio de la marisma para pescar tencas y anguilas, de mujeres que se sientan a la orilla de las granjas a tejer mimbre para fabricar petacas y cestos, de campesinos que salen a trabajar la tierra sólo para volver por la tarde a escribir o recitar, delante de los amigos, poemas y rimas infantiles en endecasílabos, según una tradición típica de esta zona. Una rutina diaria brutalmente interrumpida en la mañana de aquel 23 de agosto.
Las marismas de Fucecchio. Foto Crédito Alberto Rescigno |
Las marismas de Fucecchio. Fotografía Crédito Gabriele Tartoni |
Las marismas de Fucecchio. Foto Crédito Iuri Lotti |
Las marismas de Fucecchio. Fotografía Crédito Cristina Monticelli |
Fotograma de la película Padule, ricordo di una strage (Italia, 1986, B/N, 60’), dedicada íntegramente a la masacre de las marismas de Fucecchio. |
Casa Simoni, uno de los lugares de la masacre: veintitrés personas fueron asesinadas allí. Fotografía Créditos Matteo Grasso - Instituto Histórico de la Resistencia de Pistoia |
El MuMeLoc ha dedicado una larga sección de su exposición a la masacre del Padule, que en parte también afectó a Cerreto Guidi (allí se contaron trece víctimas). Los visitantes pueden detenerse ante vídeos de testigos del suceso, pueden contemplar fotografías de la época, pueden leer documentos. La visita al museo tiene el sabor de un viaje: uno de esos viajes que duran poco pero que son extremadamente significativos. Así pues, el público se adentra en las marismas de Fucecchio: el objetivo es familiarizarlo con la historia del lugar (con especial atención a la historia del siglo XX: se familiariza con el contexto económico, el contexto social, los acontecimientos políticos, de la Primera a la Segunda Guerra Mundial, con el ascenso y la caída del fascismo entre medias), así como con las tradiciones locales, las actividades de la zona y la naturaleza que alberga el entorno de las marismas. Parte de la historia se confía a objetos parlantes: objetos reales que, al colocarse sobre una mesa especial, ponen en marcha vídeos dedicados, gracias a sensores especiales. Así descubrimos los orígenes de las nasas, las cestas en forma de embudo que se bajaban al agua de la marisma para pescar (en aquella época eran de mimbre), las funciones del sombrero, la carcasa de la damajuana, y una hoz inicia el relato de una campesina que explica cómo se trabajaba la tierra y se hacía la cosecha a principios del siglo XX, o una caja de fotografías y postales antiguas evoca los recuerdos de los ancianos del lugar.
Continuando, llegamos a la sección dedicada a la masacre de Padule di Fucecchio, que ocupa la zona central del museo y se desarrolla, mediante paneles móviles y proyecciones de vídeo, sobre dos núcleos: el núcleo emocional y el núcleo reflexivo. El núcleo emocional nos traslada al día de la masacre. Una videoproyección sobre niebla recrea la atmósfera del pantano, y de fondo las voces de los ciudadanos, los sonidos de la naturaleza, los ruidos y gritos de la matanza. No hay narración, en el fondo emocional: los visitantes simplemente reviven ese momento de primera mano. Esto lleva al núcleo reflexivo, el momento de la narración a través de testimonios, imágenes, documentos: se habla de lo que ocurrió el 23 de agosto, de las causas que llevaron a la masacre, de sus trágicas consecuencias.
El MuMeLoc de Cerreto Guidi, recorrido de la exposición. Foto Crédito Finestre Sull’Arte |
El MuMeLoc de Cerreto Guidi, itinerario de la exposición. Foto Crédito Finestre Sull’Arte |
El MuMeLoc de Cerreto Guidi, recorrido de la exposición. Foto Crédito Finestre Sull’Arte |
El MuMeLoc de Cerreto Guidi, recorrido de la exposición. Foto Crédito Finestre Sull’Arte |
Los objetos parlantes del MuMeLoc |
Objetos parlantes en MuMeLoc: la fileta |
Fotografías antiguas de las marismas de Fucecchio |
MuMeLoc, una vista de la campiña de Cerreto Guidi desde una de las ventanas del museo |
23 de agosto de 1944, un día del que se cumplen 100 años. Proyección en el MuMeLoc de Cerreto Guidi |
Y son precisamente los testimonios uno de los bienes más preciados de la comunidad. Varios han sido recogidos en un volumen titulado Fra la terra, l’aria e l’acqua (Entre la tierra, el aire y el agua), publicado en 2004 y editado por el fotógrafo Massimo D’Amato y el historiador Sandro Nannucci: una conspicua recopilación de recuerdos de los Padule di Fucecchio (Pantanos de Fucecchio), contados directamente por los habitantes locales. El 23 de agosto de 1944, Lando Moschini, campesino de Ponte Buggianese, que aún no había cumplido los treinta años, perdió a su mujer Lia en la masacre. “A la mañana siguiente [...] la primera persona que se encontró fue mi cuñada, que estaba en casa con mi hermana, yo tenía dos hermanas y mi cuñada estaba en casa con una, mientras que mi padre y mi madre estaban en casa con la otra. Llegué allí y esta hermana empezó a decirme que no había pasado nada y que mi padre y mi madre estaban en casa de la otra hermana, fui allí, llegué a la casa y allí estaban estas novias [de la casa de al lado], en un momento dado pasaron las niñas que normalmente venían a dar algo a los animales y a coger las cosas y les pregunté dónde estaba Lia, que era mi mujer, y me contestaron que la habían herido: en ese momento tuve la sensación de que estaba muerta. A la mañana siguiente de la masacre, yo había encontrado a mi mujer muerta a tiros en el terraplén, mi suegra trajo el carro, lo cargó y lo trajo aquí donde también habían traído a la gente del casino de Lillo y estaban en la plaza y vinieron aquí. El alcalde les hizo buscar unas cajas, de esas que usaban las mujeres para los ajuares, y los metieron en esas cajas, pero había un fraile, Fray Marini, los hizo envolver en una sábana, cavó el hoyo y luego los enterraron, unos encima de otros, pero de tal manera que cuando luego vinieron a sacarlos, no fue nada, cogieron esas sábanas y las metieron en los ataúdes, pero allí en las cajas fue un desastre.... de todos modos, consiguieron que se hicieran cajas con cuatro tablas, por la mañana las llevaban a la iglesia y por la tarde las llevaban al cementerio con el camión que venía a recoger el grano”.
Rigoletta Pagni sólo llevaba un año casada, era recolectora de tabaco: ella y su marido sobrevivieron a la masacre, pero su padre fue una de las víctimas. “Mi padre se había ido, estaba lejos de la casa pero lo oía todo, porque había ido por la fábrica [el secadero de tabaco] hasta el alero del padule y oyó gritos, estaba con Vasco Bartolini, el hermano de Dosolina, otro del secadero que sobrevivió, y estaban juntos. Y mi padre le dijo: ’Escucha cómo gritan esas mujeres, ¿quieres ir a ver lo que les hacen? Yo soy viejo -él tenía cincuenta y nueve-, tú eres un niño.... ”como diciendo, los dos estamos protegidos por la edad, ¿qué nos pueden hacer? Él, Vasco, tenía a su madre y a su hermana que se habían quedado en casa y, por tanto, podría haberse interesado por ver qué pasaba. Pero este chico le contestó a mi padre: ’No, no, Guido, yo no voy’ y así vio todo lo que pasó, es decir, mi padre cuando se acercaba a la casa fue visto y llamado por los alemanes que estaban en el campo de al lado y se agachó y dos alemanes lo cogieron uno por un lado y otro por el otro, lo llevaron a un campo y lo fusilaron y así nos quedamos solos mi madre y yo. Me impresionaron los que no se dejaron ver... los conocía... y pude ver que no me querían... había dos de ellos... no eran alemanes, ni siquiera llevaban uniforme, iban de paisano y se cubrían la cara con un trozo de tela... eran del pueblo. Tanto es así que cuando fusilaron a mi padre había uno con los alemanes que tuvo que enseñarle el camino al pantano".
Uno de los testimonios más conmovedores es el de Marina Bini, que también procedía de una familia de campesinos, en su mayoría masacrados por los nazifascistas: en el año de la masacre sólo tenía doce años, y en ella perdió a su madre, a su abuelo, a su tía y a sus dos hermanos pequeños, Aldo Pietro, de diez años, y Giovanni Mario, de seis. "Y esa mañana me asusté, pero mi mamá me dijo que no era nada, porque papá se había ido, pero vi a mi tía Maggina y a Norma y a su hijita, que debía tener cuatro años, asesinadas justo cuando salían de la choza con una de esas pistolas con mango de madera que parecían una ametralladora, y poco después sentí que me alcanzaban, una bala me dio en la pierna, a la altura de la pelvis, y salió por el otro lado y empecé a llamar a mi mamá pero no contestó. Después los alemanes se fueron, fueron a casa de Simoni y entonces cogí a mi hermanito de once meses que también había sido herido. Mi hermano de diez años estaba fuera, delante de la cabaña, había salido y lo habían matado allí mismo, pero yo no había salido, y mi hermano de seis años estaba sentado en la cabaña, también estaba muerto. Entonces empecé a mirar en el suelo para ver si había alguien vivo, la choza donde habían puesto la ropa blanca y la ropa que se habían llevado de la casa también estaba ardiendo, un poco más allá estaba mi primo herido, mi hermanito de once meses tenía un agujero en el muslo’.
Supervivientes de la masacre de Padule di Fucecchio |
Monumento con la lista de víctimas de la masacre de los Pantanos de Fucecchio. Foto Créditos Alessandro Pagni |
Larciano, Lo Stupore de Gino Terreni, el monumento a las víctimas de la masacre de los Pantanos de Fucecchio. Foto Créditos Matteo Grasso - Instituto Histórico de la Resistencia de Pistoia |
Testimonios, por tanto, como objetos y bienes: tanto es así que el MuMeLoc no expone ningún objeto, sino sólo documentos y recuerdos. Estos particulares “objetos” que no se pueden tocar, pero que se pueden sentir, ver y leer, siguen acompañando a los visitantes a lo largo de todo el recorrido, que continúa con las salas dedicadas a la evolución reciente de las Marismas de Fucecchio (la sección se titula Historias en curso) y, por último, con las “huellas personales”: cada visitante puede, de hecho, dejar una huella de sí mismo en una pared especial habilitada a tal efecto, que pretende mantener el museo dinámico también a través de la participación directa de quienes lo visitan. Y MuMeLoc es muy consciente de que el discurso que quiere emprender no es exclusivamente local. “En el interior del museo”, se lee en una presentación, “no guardamos objetos y recuerdos, sino que exponemos historias, voces, imágenes, utilizando tecnologías multimedia para evocar las señales dejadas por el pasado en las formas del paisaje toscano y en la memoria de sus habitantes. Una historia y una memoria locales pero no localistas, arraigadas sí en un territorio concreto, pero siempre consideradas paradigmáticas de una historia más amplia, y vinculadas a la historia general, nacional e internacional”.
Y si un museo, como depósito de conocimiento, da forma a las ideas sociales, preserva la memoria, subraya los valores de una comunidad y fomenta la cohesión social, como sostenía el gran erudito Ivan Karp en su fundamental ensayo sobre museología(Museum and Communities, 1992, editado junto con Christine Mullen Kreamer y Steven Lavine), sin duda puede decirse que el MuMeLoc de Cerreto Guidi cumple esta misión de manera excelente. Y lo hace con un itinerario vivo y atractivo, para hacer participar plenamente a los visitantes. Para que el pasado y la memoria señalen el camino hacia un futuro mejor.
A quienes deseen saber más sobre la historia de la masacre de las marismas de Fucecchio, les recomendamos una visita a MuMeLoc, que puede iniciarse desde el sitio web del museo, www.mumeloc.it. Para documentarse, existe también un sitio totalmente dedicado a la masacre y creado por el Instituto Histórico de la Resistencia de Pistoia, al que se puede acceder en www.eccidiopadulefucecchio.it: contiene la historia en detalle, imágenes de los lugares y de todos los monumentos conmemorativos, listas de víctimas y autores, una larga y precisa bibliografía, y mucho más. Además, una película, Padule, ricordo di una strage (1986), dirigida por Gabriele Cecconi y Averardo Brizzi, rodada en blanco y negro y basada en documentos históricos y en los testimonios de los presentes, estádedicada a la masacre de Padule . Puede verse íntegramente en Vimeo.
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