Para Giorgio Macchi, sit tibi terra levis
Desde hace algunos meses existe en Bolonia el temor de que la torre municipal Garisenda, uno de los símbolos de la ciudad, se derrumbe. Se trata de un problema complejo y grave sobre el que hay muchas cosas que decir, y cuyas raíces se remontan a mucho tiempo atrás. Ante todo, la absoluta indiferencia del Ministerio, de las superintendencias, de la Universidad y de los colegios profesionales ante los trabajos de investigación realizados en 1973 -hace exactamente medio siglo- por el Instituto Central de Restauración (= Icr) sobre “La protección del patrimonio monumental frente al riesgo sísmico”. El último de ellos lo llevó a cabo Giovanni Urbani antes de dimitir como director del Icr casi por las mismas razones que esgrimió Lucio Gambi cuando, tres años después, en 1976, renunció a la presidencia del Istituto dei beni culturali della Regione Emilia, un perfecto instituto de estudio y planificación que tenía su sede, como sabemos, en la Bolonia de la Garisenda. Razones que se resumen para ambos en el total desinterés de la política por esos dos centros de investigación, hasta el punto de que este último ha sido incluso suprimido en la actualidad.
Pero por lo que respecta a los trabajos sobre prevención del riesgo sísmico para el patrimonio monumental que el Icr aborda en colaboración con el CNR, Cresme, Enea, Enel, Ismes, la Universidad de Roma y otros organismos, éstos se realizaron en forma de exposición didáctica itinerante de fácil montaje y de muy bajo coste, para convertirla en una oportunidad de actualización teórica y técnica no sólo para los superintendentes, ingenieros, arquitectos y topógrafos que trabajan en las oficinas técnicas de las regiones, provincias y municipios italianos, sino también para los profesionales inscritos en las Órdenes y los estudiantes de las universidades. Por último, una exposición con la que el Icr volvió a hacer honor a su función original según la ley (1240/39) como lugar de investigación, control y coordinación de la acción para la protección del patrimonio artístico, una ley que sigue vigente hoy en día, al menos eso me dice la actual directora Alessandra Marino, pero que nunca ha sido aplicada por el Ministerio. Pero de las cerca de ochenta superintendencias italianas de la época, sólo dos, Umbría y Apulia, la solicitaron, y tampoco la quisieron las regiones, los municipios, las universidades y las asociaciones profesionales. La exposición fue, pues, un fracaso. Pero no del trabajo de investigación del Icr, sino del sistema cultural de la administración pública. Y es inútil hablar de los muertos, heridos y desamparados, así como de los destrozos y gravísimos daños en monumentos, edificios y bienes que se habrían evitado, o al menos reducido en número y gravedad, si en el medio siglo transcurrido desde aquel 1973 hasta hoy el Ministerio de Patrimonio Cultural y los de Obras Públicas y Medio Ambiente hubieran obligado a sus funcionarios a trabajar en la dirección organizativa y técnico-científica de la prevención del riesgo sísmico indicada con detalle por el Icr en aquella exposición y su catálogo. Un trabajo, por poner sólo dos ejemplos de las decenas posibles, que de haberse realizado quizás habría evitado el aún hoy misterioso derrumbe, en 1989, de la Torre Cívica de Pavía que causó cuatro muertos y, en 1996, el de parte de la bóveda de la Basílica Superior de Asís que destruyó algunas páginas fundamentales de la civilización figurativa de Occidente, además de causar otras cuatro víctimas: por no hablar, más recientemente, de la semicancelación de L’Aquila, Norcia, Visso, Castelluccio, Amatrice, etc.
Un enfoque organizativo y técnico-científico, el de la exposición del Icr de 1973, que examinó principalmente la eficacia de las técnicas históricas de prevención del riesgo sísmico de la arquitectura. Técnicas todas ellas “visibles”, es decir, muros de contraescarpa, cadenas, contrafuertes, etc., las únicas, hay que subrayarlo, cuya eficacia a largo plazo puede comprobarse. Técnicas antisísmicas cuya característica, más allá de la obvia de la prevención, es que a menudo son también estéticamente agradables. Por todas ellas, piénsese en los hermosos arcos del siglo XIV que sostienen el lado exterior izquierdo de la Basílica de Santa Chiara, en Asís, un monumento situado en una zona de alto riesgo sísmico pero que, gracias a esos capiteles, en los siete siglos transcurridos desde entonces nunca ha sufrido daños. Y piénsese también en el famoso “espolón” de ladrillo construido en 1807 por Raffaele Stern para sujetar la parte occidental del anillo exterior del Coliseo dañada por un terremoto dos años antes, una intervención estructural que no sólo ha sostenido perfectamente esa zona del monumento durante un par de siglos, sino que ha preservado su imagen histórica de noble ruina. Las técnicas de consolidación visibles, sin embargo, chocan con las “técnicas invisibles” historicistas propugnadas por los historiadores del arte y practicadas por la práctica totalidad de los 150.000 arquitectos titulados de Italia, un número cuando menos desalentador. De ahí las técnicas invisibles de consolidación que inyectan toneladas de cemento líquido en la mampostería que nadie ve dónde van a parar, los bordillos de hormigón siempre ocultos bajo los tejados, estos últimos a veces de acero como el de la Capilla Scrovegni, imprudentemente dejado en su sitio incluso después de la restauración de los frescos de Giotto llevada a cabo hace unos años por el Icr, etc. Técnicas de consolidación invisibles que tienen el -grave- defecto de lastrar y rigidizar las estructuras de mampostería, terminando a menudo por provocar el derrumbe de todo el monumento o edificio residencial en caso de terremoto.
Por todos ellos, piénsese en Amatrice, cuyas casas y monumentos, tras el terrible terremoto de 2016, siguen hoy, ocho años después, en gran parte en el suelo: desde las iglesias de San Fortunato y San Francesco, hasta la Torre del Reloj, pasando por todo el tejido urbano menor. Y hablando de torres, siempre que las lesiones de la Garisenda no deriven de “consolidaciones invisibles de hormigón” mal calculadas, por ejemplo sobredimensionadas, que se realizaron especialmente en su base, podemos recordar un ejemplo centenario de la inteligencia y eficacia de las técnicas históricamente adoptadas para la conservación de monumentos inclinados, y por tanto en peligro de derrumbe, como la Garisenda. Una solución indicada en 1450 por Leon Battista Alberti en su ’De re aedificatoria’: “Cuando suceda, tal vez, que un Coloso, o un Tempietto con toda la base se vaya de un lado [es decir, que empiece a inclinarse]; entonces o lo levantarás por ese lado, que se arruina, o lo levantarás desde abajo, por ese lado, que está más alto”.
Es decir, proponiendo utilizar también para la Garisenda la solución técnica que fue adoptada en 1990, medio milenio después de la redacción del tratadista genovés, por el grupo de trabajo coordinado por Michele Jamiolkowski, con Giorgio Macchi, Carlo Viggiani, Salvatore Settis y otros destacados expertos. Esta técnica ha reducido el peligro de derrumbe de la Torre de Pisa al enderezar en cerca de medio metro la inclinación que tenía desde que se erigió en 1173 como campanario de la catedral. Un problema de más de ocho siglos que nunca se había eliminado hasta entonces y que Jamiolkowski y su equipo resolvieron induciendo el hundimiento del terreno al norte de la Torre con la “subexcavación” de Alberti (“levantarás la materia de debajo de él”). Es decir, extrayendo de forma controlada y planificada miles de pequeños volúmenes de tierra al norte del nivel de cimentación de la Torre (precisamente, la “subexcavación”), hasta un total de 38 metros cúbicos. Este trabajo duró unos diez años con los que, también con la ayuda de aros de acero y tirantes, la Torre de Pisa quedó estabilizada, si no para siempre, sí para algunos siglos. Y aquí volvemos a la conservación preventiva y programada del Icr de Rotondi y Urbani, porque la obra de Pisa destaca como la única intervención hasta ahora realizada concretamente en Italia, al menos que yo sepa, de conservación programada y preventiva porque se llevó a cabo “sin tocar el monumento”, sino actuando sobre su contexto ambiental: precisamente la subexcavación. Y aquí vamos desde el 1450 de Alberti hasta los años 70, cuando el Icr de Rotondi y Urbani intentó -en vano- hacer comprender al mundo de la conservación la pura verdad de que el problema de la conservación del patrimonio no se resuelve realizando restauraciones cada vez mejores, sino consiguiendo que, actuando de forma preventiva y programada sobre el entorno, las obras necesiten cada vez menos restauraciones. Y ello porque: a) las restauraciones no tienen una función preventiva, sino que sólo reconocen los daños que se han producido; b) las restauraciones siempre perjudican más o menos a la obra original. Conservación planificada y preventiva, sin embargo, que ministros, alcaldes, superintendentes, catedráticos, etc. han dejado caer por su histórica falta de preparación científica y su ceguera planificadora, las mismas que hicieron huir a Gambi y Urbani del mundo de la protección.
Entonces, ¿qué hará el Ayuntamiento de Bolonia por la Garisenda? ¿Seguirá el virtuoso ejemplo de Pisa y se preparará para llevar a cabo una compleja y larga intervención de conservación planificada y preventiva de la torre, valorando también su inclinación en relación con el estado del terreno de la plaza sobre la que se levanta? ¿O lo convertirá en una cuestión ideológica abstracta centrada, como se lee en los periódicos, en el ba-bau del cambio climático y la sempiterna transición ecológica alimentada por los millones del PNR, millones que ya son 4,2, sólo para proteger a los transeúntes y a los edificios vecinos del granizo especial que supone la caída de las piedras de la Torre? En otras palabras, ¿se seguirá rellenando con incongruentes inyecciones de cemento, las mismas que se perforaron en la base de la Torre de Pisa en 1935, creyendo que la estabilizarían para siempre, mientras que el monumento, en cambio, no ha dejado de aumentar su inclinación desde entonces, hasta el punto de crear las peligrosas condiciones resueltas por el feliz trabajo “postalbertiano” de Michele Jamiolkowski y sus colegas que participaron en la extraordinaria aventura de la Torre de Pisa. Entre ellos, repito, Salvatore Settis, de quien hay que recordar que él y muy pocos más estuvieron muy cerca de Giovanni Urbani en cuestiones de conservación y restauración.
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