Pasé buena parte del domingo 20 de mayo viendo el flujo de noticias, imágenes y actualizaciones sobre el terremoto de Emilia Romaña. En tales ocasiones, las redes sociales se vuelven locas y brotan como setas imágenes del “antes y el después”, burlas a los políticos que van al estadio en lugar de a la zona del terremoto, y una serie de enlaces de diversa índole y tipo. He visto a un buen número de personas, conocidas y desconocidas, colgar fotos de los monumentos destruidos, declaraciones sobre el tema, llamamientos en favor de tres países que han perdido todo su patrimonio histórico y artístico en medio día.
En ese momento también vi un número correspondiente de comentarios, ante todo el estribillo “la gente perdió sus casas y tú piensas en los monumentos”. Y entonces me sentí un poco como Sean Penn en This must be the place cuando dice ’Algo me perturbó. No sé exactamente qué, pero me perturbó". .... Sin embargo, a diferencia del bueno de Cheyenne, yo sé exactamente lo que me perturbó y me gustaría expresarlo.
Un terremoto como el del domingo es terrible, porque asusta, rompe vidas, derriba casas, derriba monumentos. Y deja tras de sí un desastre viviente hecho de muchas piezas que hay que volver a colocar en su sitio, para empezar de nuevo. Los evacuados y las casas que hay que recomponer son y deben ser la prioridad, pero no acusemos de amoralidad a los historiadores del arte o a los interesados que se pronuncian a favor de los monumentos. No son cínicos a los que les importan un bledo los que duermen en tiendas de campaña. No son personas obsesionadas que sólo se preocupan por sus “reliquias del pasado”. Son personas que se preocupan por recordar que el patrimonio artístico borrado es una de esas piezas de desorden que el terremoto ha esparcido y que hay que volver a colocar en su sitio. Y por eso hablan refiriéndose a esa pieza precisa, sin ponerla en competencia en importancia con todo lo demás, sino simplemente recordándonos que existe.
Por otra parte, quién puede culparles. Somos un país rebosante de cultura histórica y artística, y sin embargo dejamos que se derrumbe lentamente una pieza única como Pompeya. Y siguiendo con el tema de los terremotos, el centro histórico de L’Aquila se ha convertido en el fantasma de sí mismo, y ni las casas ni los monumentos se han restaurado por completo. Con estas premisas, imagínense lo que los profesionales del sector piensan que ocurrirá con un puñado de torres e iglesias antiguas del valle del Po, en pueblos desconocidos para la mayoría de la gente, ¡a menos que se viva cerca de ellos!
La urgencia de actuar invocada por quienes se han pronunciado no pretende ser irrespetuosa con quienes han perdido sus casas, que sin duda tienen más necesidades que la mayoría. Pero es una urgencia que debe recordarse inmediatamente, y no cuando, años después, nos encontremos gritando escándalo porque sigue lloviendo en la iglesia afectada por el terremoto. De hecho, reconozcámoslo, la idea de que hay que reconstruir monumentos y no casas me parece infundada... si acaso, en el país donde está de moda echar culpas a los demás, ¡no hay que reconstruir ni lo uno ni lo otro!
El patrimonio de los lugares es de todos, sin importar las diferencias culturales. La obligación de su protección está consagrada en nuestra Constitución, en el artículo 9. Pero las buenas palabras no suelen coincidir con los hechos: falta dinero y, por desgracia, a menudo falta interés. Por eso me entristecen quienes extraen malicia de las palabras de quienes, como “iniciados” o simplemente “interesados en el tema”, lo señalan.
Espero que mi Emilia, en los países afectados, tenga pronto sus casas arregladas, sus evacuados con techo y su patrimonio restaurado. Espero que no haya laxitud desde ningún punto de vista, y que las consecuencias del terremoto se resuelvan en todos sus desordenados pedazos. Espero que quienes hablan en nombre del patrimonio no sean tratados superficialmente por los comentaristas de última hora, sino que se les dé la importancia que merecen. Por último, espero que aquí se puedan sembrar las semillas de un ejemplo positivo a seguir, en todos los sentidos.
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