Por qué el retrato de Isabel de Este no es de Leonardo da Vinci


En este artículo tratamos de explicar por qué muchos historiadores del arte no creen que el retrato de Isabel de Este recientemente descubierto sea obra de Leonardo da Vinci.

Ya estamos otra vez: otra gran obra maestra que ha aparecido de repente, otra vez de un gran artista (esta vez Leonardo da Vinci), ha saltado a los titulares después de que la revista Sette publicara hace unos días, el 4 de octubre para ser exactos, un artículo en el que prácticamente se daba por hecho que se había encontrado un retrato de Isabel de Este que Leonardo habría pintado y que se conserva en una colección suiza. Pero bastaba ver la fotografía del retrato para alimentar de inmediato varias dudas, confirmadas más tarde por muchos que escribieron artículos rechazando la atribución a Leonardo (desde Tomaso Montanari hasta incluso Vittorio Sgarbi que, contrariamente a lo que hizo con los infames cien dibujos de Caravaggio, esta vez se pronunció en contra de la “primicia”).

Evidentemente, nosotros también estamos en contra de esta precipitada atribución, también porque esas pocas razones aducidas parecen totalmente incoherentes. Por ejemplo, la “prueba” del carbono 14, que daría a la obra una “probabilidad del 95,4%” de haber sido ejecutada entre 1460 y 1650: un lapso de casi doscientos años perfectamente inútil para un análisis serio. O la teoría de que “la imprimitura del lienzo está preparada según la receta escrita por Leonardo en su Tratado” (nada niega que otros pudieran haber seguido el mismo método). Sin embargo, muchos de los que se manifiestan en contra de la atribución, al ser historiadores del arte y no divulgadores, quizás dan por sentado cosas que pueden no ser obvias para el gran público (a tenor de los muchos comentarios que hemos leído en artículos de las versiones online de los principales periódicos), por lo que con este artículo intentaremos explicar por qué el retrato de esta Isabel de Este disfrazada de Catalina de Alejandría (la corona y la palma del martirio son en realidad añadidos posteriores, y en esto todo el mundo está de acuerdo) no puede ser de Leonardo. Conviene señalar, sin embargo, que el primer análisis que se hace al intentar atribuir una obra de arte es estilístico, es decir, se intenta comparar un cuadro con los rasgos típicos del artista al que se quiere atribuir para encontrar similitudes o diferencias. Sin embargo, veamos por qué razones la obra no puede considerarse un autógrafo de Leonardo:



  1. los pasajes de claroscuro. Leonardo era famoso por su técnica del sfumato, basada en finísimos pasajes de claroscuro que hacían que el tema representado casi se fundiera con la atmósfera circundante. En el cuadro “redescubierto”, estos finos pasajes de claroscuro no existen, porque son nítidos y casi violentos. Véase, por ejemplo, la imagen siguiente, donde tenemos a la izquierda la mano de la Gioconda y a la derecha la mano del presunto retrato de Isabel de Este:

    Mani

    La imagen del presunto retrato es de baja resolución, aunque sin embargo es la mejor que hemos encontrado (y a menudo los colores de una obra se alteran en las imágenes digitales): en cualquier caso, en todas las imágenes que podemos encontrar de Isabella d’Este, el detalle de las manos está siempre marcado por esta fuerte transición que no tiene nada de Leonardo. Obsérvese, además, el dedo índice, excesivamente alargado y casi deformado para ser considerado obra de Leonardo (que, recordemos, fue uno de los artistas más atentos al estudio de la anatomía). Podemos hacer las mismas consideraciones sobre el claroscuro al observar el rostro:

    Volti

    A la izquierda, tenemos el dibujo de Isabel de Este (éste de Leonardo) conservado en el Louvre: también aquí notamos una transición de claroscuro más fina y delicada, que además revela la forma de la barbilla, cosa que no ocurre en el retrato suizo (aquí, recordemos, en la mejor imagen que hemos podido encontrar en la red).

  2. La mirada. Leonardo era capaz de miradas muy profundas y de gran intensidad psicológica. Esto es evidente si nos fijamos también en el dibujo del Louvre, donde los ojos de la marquesa de Mantua transmiten el orgullo y la arrogancia típicos de una mujer fuerte que gobernaba con firmeza un estado italiano del Renacimiento. No puede decirse lo mismo de Isabella-Caterina, que no comunica estos sentimientos, de hecho parece casi somnolienta:

    Sguardi

  3. Cortinas. Leonardo nos acostumbró a drapeados muy delicados y suaves, en consonancia con su refinadísima técnica pictórica. Aquí hemos comparado un trozo del cortinaje de la Belle Ferronnière, uno de los mejores retratos de Leonardo (quizá el mejor), con el de Isabella-Caterina:

    Panneggi

    No hace falta ser un ojo experto para darse cuenta de la delicadeza y verosimilitud de los drapeados de la Belle Ferronnière y de lo angulosos y casi antinaturales que son los del retrato suizo.

  4. El cabello. Los cabellos de Isabella-Caterina también parecen carecer de volumen. Los hemos comparado aquí con los cabellos del ángel de la Anunciación de los Uffizi, una obra maestra temprana de nuestro artista:

    Capelli

    También aquí observamos en el Leonardo real un elaborado peinado, con la luz posada sobre los rizos del ángel de manera verosímil, como verosímiles son, en consecuencia, las zonas de sombra, y todo ello confiere al cabello profundidad y tridimensionalidad, algo que no puede decirse del cabello de la redescubierta Isabella d’Este.

Estas son algunas de las principales razones estilísticas que nos llevan a dudar seriamente de la atribución de Leonardo. Evidentemente, nadie nos prohíbe pensar que Leonardo pudo ser el verdadero autor del retrato, probablemente bajo los efectos del alcohol o de las drogas (dado el resultado final del cuadro), lo que en ningún caso chocaría con la imagen del genio de Vinci ofrecida por recientes producciones televisivas como Da Vinci’s Demons. Sin embargo, haría falta mucha imaginación para hacer una atribución de este tipo, que es una gran cualidad, pero su abuso, sobre todo en la historia del arte, conduce a resultados muy incómodos y, sobre todo, puede llevar a la disciplina a perder credibilidad.


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