Si hubiera que extraer un mensaje del nombramiento de los veinte directores de los nuevos museos estatales, cuyos nombres se han publicado esta mañana en la página web del MiBACT, sería el de una ruptura radical con el pasado... pero hasta cierto punto.
Esta ruptura se produce sobre todo en el momento en que algunos candidatos ilustres, con una experiencia de muy alto nivel en los museos que habían dirigido hasta hace pocas semanas, han sido preferidos a competidores que sí tienen título y cualificación, pero que proceden de situaciones totalmente diferentes. Pienso, por ejemplo, en el caso más llamativo: el de Antonio Natali, excelente director de los Uffizi, que fue sustituido por el alemán Eike Schmidt, o el de Giovanna Paolozzi Strozzi, que competía por el Palacio Ducal de Mantua, recuperado del terremoto de 2012 bajo su dirección, y que fue sustituida por el austriaco Peter Assmann, o el de Angelo Tartuferi, profundo conocedor de la Galleria dell’Accademia de Florencia, que fue sustituido por la gestora alemana Cecilie Hollberg. La continuidad con el pasado, en cambio, sólo se dio en un caso, el de la Galería Borghese, que vio la confirmación de Anna Coliva: la gestión del museo romano ha sido criticada a menudo en los últimos tiempos. Recordemos las polémicas suscitadas por la fiesta del glamour o las suscitadas por ciertas exposiciones que no se ajustaban exactamente a la tradición de la institución: ¿es por tanto la opción de abrirse a los particulares y a las iniciativas no convencionales la ganadora? Y en este sentido, ¿es una señal la confirmación de Anna Coliva? Recordemos, de hecho, que los puestos no sólo se asignaron en función de las cualificaciones, sino también, como se puede leer fácilmente en la convocatoria de candidaturas, en función de las habilidades de comunicación del candidato, su capacidad para organizar la recaudación de fondos y diseñar proyectos de comunicación, la experiencia en la gestión de las relaciones con otras instituciones públicas y privadas, etc.
La Galería de los Uffizi. Crédito de la foto |
Volviendo a la ruptura con el pasado, otra novedad es la presencia casi inédita de figuras con connotaciones más marcadamente gestoras: es el caso del citado Hollberg en la Accademia, pero también podríamos citar a James Bradburne, que ha trabajado excelentemente en el Palazzo Strozzi y que esperemos repita su exitosa experiencia florentina en la Pinacoteca di Brera, y también al boloñés Mauro Felicori, gestor municipal especializado en economía cultural que se hará cargo de la Reggia di Caserta. ¿Quizá habrá que gestionar los museos como si fueran “empresas culturales”, por referirnos al campo en el que es experto el citado Felicori? La apertura a diversas figuras (entre ellas muchos italianos) procedentes de experiencias en el extranjero también parece apuntar en esta dirección, pero como escribimos hace un mes, haber acumulado años de trabajo, incluso importante, en el extranjero no hace automáticamente mejor al candidato que viene de fuera que al que conoce a la perfección la realidad italiana. Si no la territorial: recordemos que los museos italianos, por su historia y sus vínculos con el territorio, son muy diferentes de muchos museos extranjeros. ¿Conocen muchos de los nuevos directores la complejidad de las instituciones que van a dirigir y tendrán la experiencia necesaria para saber gestionarla?
Por ahora, sólo disponemos de los nombres de los directores (todos ellos con un alto perfil científico): los criterios en función de los cuales han sido elegidos de entre los tríos de candidatos que surgieron tras las orales son extremadamente nebulosos, y estamos a la espera de que se aclaren. De hecho, es crucial entender por qué algunos aspirantes lograron imponerse a otros (en estas horas, casi todo el mundo se pregunta, por ejemplo, por qué no se reconfirmó a Antonio Natali, que trabajó en los Uffizi tan bien como pudo durante todo su mandato). El anuncio decía que serían seleccionados por el Ministro de Bienes Culturales “sobre la base del análisis efectuado por la comisión y del juicio final”: quizá sería bueno que se filtrara algún indicio de este juicio. Y, por último, hay otro hecho cierto: hasta ahora poco ha cambiado en la lógica que debe dirigir el patrimonio cultural. Los políticos aún no parecen haber comprendido que se trata de un sector estratégico en el que invertir para hacer crecer al país en todos los sentidos, porque un país que en lugar de invertir en cultura decide recortar sus fondos es un país sin futuro. Desgraciadamente, últimamente sólo razonamos según la lógica de la economía, que es lo que la cultura no necesita. Y en una situación así, cambiar los nombres de los directores puede no ser suficiente para desencadenar un cambio real: es necesario un cambio de mentalidad. Entonces, ¿será posible un nuevo rumbo, tal vez iniciado con la contribución de los nuevos directores? Si este cambio no se pone en marcha, los directores, a los que enviamos nuestros mejores deseos de buen trabajo, corren el riesgo de encontrarse en serias dificultades: y en este punto tal vez habría sido mejor mantener a los directores de antaño, que conocían bien la situación en la que se encuentra la cultura en nuestro país. Pero, como el propio Antonio Natali señaló con elegancia en sus primeras declaraciones a la prensa, “un país que dice querer cambiar no puede permitirse el lujo de decir que el viejo director debe quedarse”.
Advertencia: la traducción al español del artículo original en italiano se ha realizado mediante herramientas automáticas. Nos comprometemos a revisar todos los artículos, pero no garantizamos la ausencia total de imprecisiones en la traducción debidas al programa. Puede encontrar el original haciendo clic en el botón ITA. Si encuentra algún error, por favor contáctenos.