“Un museo es una institución permanente sin ánimo de lucro al servicio de la sociedad y de su desarrollo, que investiga los testimonios materiales e inmateriales del hombre y de su entorno, los adquiere, los conserva, los comunica y, especialmente, los expone con fines de estudio, educación y disfrute” (Icom, XXI Conferencia General, 2007, Viena). Esta es la última definición de museo de la Icom, que destaca entre sus objetivos, además de los habituales relacionados con el estudio, la educación y la investigación. Delight que, literalmente, significa placer profundo y disfrute intenso. Sin duda, un gran paso adelante en relación con el cambio antropológico, social y económico de la humanidad en los últimos diez años. La crisis de 2007 ya había modificado en parte los hábitos de las personas, sus necesidades y su relación con la cultura y los museos. Ya en 2004, las palabras diversión y socialización se asociaban a los museos, experimentando nuevas formas estratégicas que pronto darían lugar a un marketing poco convencional. Los museos ya no podían considerarse lugares que proporcionaban placeres cerebrales y sensoriales sólo a eruditos o entusiastas.
Sin embargo, la museología anglosajona ya había demostrado que las estructuras productoras de cultura podían dialogar con el gran público: el Metropolitan Museum de Nueva York, fundado en 1870, ya adaptaba en 1915 diseños museológicos inspirados en los modelos de los grandes almacenes de finales del siglo XIX. Todos los públicos podían beneficiarse de su asistencia y el producto cultural podía ser fuente de inspiración para cualquier empresa privada. En la década de 1930 apareció otro elemento que caracterizaría a muchos museos estadounidenses: el entretenimiento, entendido como una herramienta estratégica para atraer a numerosos públicos a través de experiencias inspiradas en las colecciones. No sólo grandes obras de arte, sino proyectos colaterales diseñados para asombrar, maravillar, intrigar, implicar y educar en la cultura a través de la participación, el entretenimiento y la socialización.
El primer antimuseo europeo fue el Centro Georges Pompidou (Beaubourg), inaugurado en 1977 en París, que, muy en la línea de las estructuras estadounidenses, se presentaba como museo de artes visuales modernas y contemporáneas, de diseño, pero también como biblioteca y punto de referencia del arte electrónico y multimedia. Lo que lo hacía verdaderamente único eran las salas dedicadas a la educación y la producción de artes contemporáneas y, también a través de los numerosos servicios que ofrecía, su entrada en la vida cotidiana y el ocio de los visitantes. Este modelo ha marcado la pauta, permitiendo a la museología adaptarse a los cambios ulteriores de las décadas siguientes hasta dos acontecimientos que ciertamente aceleraron una evolución ya existente: la pandemia del Covid-19 y la ratificación del Convenio de Faro por nuestro gobierno a finales de septiembre de 2020. Por un lado, la necesidad de adaptarse a nuevos escenarios, a nuevos tiempos para dedicar a la cultura, al cambio en las personas y a la evolución de los deseos de los públicos que, al tener que perfilarse de nuevo para ofertas culturales a medida, expresan necesidades cada vez más ligadas al nuevo estilo de vida; por otro, el deber de preparar las estructuras museísticas para la colaboración público-privada, de contemplar la participación de todos, de romper las barreras sociales, de apostar por proyectos de crecimiento sostenible, de invertir en planes vinculados a la responsabilidad social (Museum Social Responsibility) y a la sostenibilidad medioambiental, de centrarse en la salud y el bienestar, de experimentar con soluciones tecnológicas funcionales a problemas y necesidades diferentes, y de dialogar con el territorio (empresas privadas y turismo sostenible).
Nueva York, el Museo Metropolitano |
París, Centro Pompidou |
Por lo tanto, la definición del Icom de 2007, ya no sería adecuada a las nuevas necesidades de los públicos de los museos y, al mismo tiempo, las funciones tradicionales ya no serían suficientes para expresar plenamente el potencial de unas instalaciones que no pueden limitarse a ser lugares de conservación, adquisición, investigación científica, exposición, promoción con fines educativos y de estudio. Una de las nuevas funciones decisivas será el estudio, la aplicación y la difusión de la dimensión digital y de las nuevas tecnologías. El progreso tecnológico en los museos, propiciado por los departamentos de investigación e innovación, no sólo debe estar comprometido con las necesidades temporales del mercado del gran público (crucial en la época de Covid-19), sino que deberá permanecer activo en los años venideros porque los hábitos de las personas seguirán cambiando y sus necesidades, ligadas a los estilos de vida, evolucionarán continuamente. El mundo será distinto, la sociedad se transformará, las identidades culturales adquirirán un papel diferente y los mercados museísticos (público en general, empresas privadas, territorio y turismo) no podrán estudiarse mediante estrategias anteriores. Sólo un uso virtuoso de la tecnología (sería deseable una asociación con una universidad del sector), apoyado por estrategias inéditas y nuevos modelos de gobernanza, podrá volver a poner a los museos a la altura de las necesidades del “nuevo mundo”.
Con la ratificación del Convenio de Faro, se convierte en un derecho de todos participar en el patrimonio cultural y en un deber protegerlo. Otra función importante del museo será invertir en un plan de sostenibilidad con el objetivo principal del crecimiento humano y la mejora de la calidad de vida. El crecimiento sostenible predispone a otros objetivos fundamentales: el bien intangible, el bien común y el bien relacional. Esto se traduce en proyectos que harán hincapié en la relación del museo con laeconomía (nuevos planes de sostenibilidad, nuevas formas de recaudación de fondos y modelos empresariales), lo social (romper las barreras sociales mediante ofertas culturales personalizadas, crear asociaciones con asociaciones de voluntarios y escuelas de todos los niveles) y el medio ambiente (mejorar el impacto medioambiental siempre que sea posible y educar a las personas en una conciencia ecológica). Situar al visitante en el centro significa proponer estrategias de marketing que contemplen nuevas formas de elaboración de perfiles (del target a las personas), segmentación (de la segmentación tradicional a la segmentación espejo), implicación y fidelización.
Otra función importante está vinculada a una relación más sólida con el territorio: el museo debe convertirse en un punto de referencia esencial para su promoción. El museo puede aportar un valor añadido a las funciones tradicionales conectando con el turismo. Los nuevos turistas, como los visitantes de museos, buscarán experiencias más auténticas para mejorar su calidad de vida. Estrategias no convencionales como el Marketing Humanístico devuelven al turista, que sabe lo que quiere pero no cómo conseguirlo, al centro de atención a través de paquetes que podrían considerarse activos intangibles. El museo destaca como destino turístico cuando conecta con otros espacios culturales, cuando planifica proyectos relacionados con el bienestar emocional e interior, cuando actúa como punto de información de otras ofertas de la zona y cuando destaca ofertas relacionadas con la Responsabilidad Social y la Sostenibilidad Medioambiental.
Digital en el Lu.C.A. - Centro de Arte Contemporáneo de Lucca |
Digital en el Lu.C.C.A. - Centro de Arte Contemporáneo de Lucca |
Arteterapia para enfermos de Alzheimer en el Lu.C.C.A. - Centro de Arte Contemporáneo de Lucca |
Talleres educativos en el Lu.C.C.A. - Centro de Arte Contemporáneo de Lucca |
El bienestar y la cultura que cura no pueden dejar de contarse entre las nuevas funciones del museo. El museo que proporciona salud y bienestar no puede considerarse una función marginal; de hecho, tras la pandemia del Covid-19, durante un tiempo relativamente largo, la gente situará la salud y el bienestar interior como la prioridad de su nuevo estilo de vida. Instintivamente, la mayoría de la gente tenderá a encerrarse en sí misma, alimentando patologías como la pérdida de autoestima, el abatimiento y la depresión. A través de la creación de plataformas de bienestar experiencial, de eventos fuertemente emocionales capaces de procurar una implicación multisensorial (como visitas guiadas con representación teatral, talleres para todos los segmentos de público o talleres lúdico-educativos para niños), el museo se abre a vías que van más allá de la exhibición de la colección o de las propuestas expositivas colaterales, tocando dimensiones que conectan directamente con el bienestar interior de los participantes. La relación entre cultura y salud ha evolucionado de forma más o menos constante desde las sociedades primitivas (que utilizaban instintivamente elementos artísticos para curar a sus enfermos) y ha tomado consistencia científica desde finales de los años 90 (sobre todo gracias a estudios específicos en Suecia, Noruega y Canadá, que la han institucionalizado). A través de los talleres de Museoterapia, el museo se convierte en un espacio de inclusión social y sanitaria que contribuye a la salutogénesis, la preservación y el aumento del propio bienestar psicofísico.
Por último, pero no menos importante, independientemente de la naturaleza del museo, es la función relacionada con la investigación y la experimentación en artes contemporáneas. Para aspirar a entrar en la vida cotidiana y en el “aquí y ahora” del gran público, un museo debe transformarse en un sismógrafo cultural. Por ejemplo, proponer una exposición de un artista contemporáneo dentro de un museo dedicado a los hallazgos arqueológicos no es sólo un símbolo de continuidad histórico-artística, sino un testimonio visual y una expresión transversal de la evolución del pensamiento en función del cambio social y antropológico de una comunidad. Sin olvidar la oportunidad estratégica que una exposición puede ejercer sobre determinados segmentos de público. El mundo cambia, evoluciona y modifica sus escenarios y los museos no pueden dejar de tenerlo en cuenta sin perder su identidad y sus imprescindibles funciones tradicionales.
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