Lionello Puppi: un recuerdo


Un recuerdo a Lionello Puppi, el gran historiador del arte recientemente fallecido.

Con Lionello Puppi desaparece un gran maestro de la historia del arte italiano de los últimos sesenta años. Se había graduado en Padua con el bizantinista Sergio Bettini, con una tesis sobre el pintor de Vicenza Bartolomeo Montagna, que hasta hace pocos años era la única monografía disponible sobre el tema. Se trataba de una obra filológica: el clásico ’Catalogo ragionato’ bien entendido en la cultura del connoisseurship de la Padua de Giuseppe Fiocco y Rodolfo Pallucchini. Puppi comenzó así, estudiando la gran pintura del Renacimiento veneciano. Pronto, sin embargo, desvió su atención hacia una disciplina entonces nicho: la historia de la arquitectura. Lo hizo persiguiendo -y fue durante toda una vida- el perfil elevado y en cierto modo esquivo de Andrea Palladio. Al arquitecto “paduano-vicentino” le dedicó ensayos densísimos, monografías realizadas con implacable rigor, e incluso algunos textos de divulgación, que escribió con gran placer, quizá también consciente de la lección de uno de sus mejores amigos: el editor y escritor de Vicenza Neri Pozza. Siguiendo la pista de Palladio, y de decenas de otros arquitectos menos famosos que formaban la galaxia del palladianismo (y no sólo), pudo perfeccionar sus instrumentos de investigación archivística y documental, que le ayudaron a superar la primera fase, por así decirlo, de un enfoque esencialmente formal del producto artístico. Se aferró a los documentos -inéditos o releídos cuidadosamente- para reajustar las decenas, centenares, miles de problemas críticos con los que se topó. Privilegiándolos frente a las intuiciones “atributivas”, intentó utilizarlos como estructuras de apoyo de una interpretación de la obra de arte de carácter puramente histórico, es decir, reconducida a un enfoque casi neopositivista.

Sin embargo, ni siquiera esto le bastaba. Durante algún tiempo se apasionó por la lectura de uno de los padres de la llamada iconología: el alemán Erwin Panofsky, con quien mantenía correspondencia. La iconología es esa rama de la historia del arte que, partiendo de las imágenes, intenta captar su significado más profundo y amplio. El significado, el sentido, la razón de ser de una obra siempre tiende a eludir incluso a los exégetas más ardientes (de hecho, especialmente a ellos, habría comentado Puppi). De hecho, a un nuevo elemento de comprensión le siguen otros cien que plantean nuevas preguntas. Al igual que uno de sus queridos compañeros de investigación -Eugenio Battisti-, trató por tanto de atacar la fortaleza (casi) inexpugnable del misterio inherente a la creación artística, considerándola como expresión de un conjunto de relaciones, que se inscriben en flujos históricos más generales, en los que cada aspecto se vincula -o puede vincularse- a todos los demás. Por ejemplo. Cuando en 1978 puso en marcha un proyecto para las celebraciones del quinto centenario del nacimiento de Giorgione, con el fin de intentar enmarcar el perfil del más esquivo de los pintores renacentistas, convocó a expertos de las más diversas disciplinas: no sólo historiadores del arte, sino también arqueólogos, numismáticos, filósofos, musicólogos, cartógrafos, historiadores de la edición, de la medicina, de la ciencia, de la economía, del urbanismo... Intentó así proponer una visión diferente no del artista, sino del contexto cultural del que era expresión. Fue una empresa de una audacia indescriptible, que tuvo que sustituir a una exposición casi imposible y cuyo catálogo -también debido a las dificultades de mezclar todas esas contribuciones- salió a la luz unos buenos 16 años después del evento, editado por uno de sus fieles colaboradores, Ruggero Maschio. Después organizó muchas otras exposiciones, en Padua, Venecia, Belluno, Castelfranco, Treviso... Las exposiciones eran para él un taller de investigación, en el que a menudo llamaba a trabajar a figuras muy diferentes. Sobre todo, se rodeaba de estudiantes: eran muchos, porque realmente no rechazaba ninguna tesis. Desde principios de los años setenta enseñó en Padua, donde dirigió el Instituto de Historia del Arte y donde decidió inaugurar la cátedra de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo. Después se trasladó a Venecia, a Ca’ Foscari, donde asumió la tarea de crear una licenciatura en Conservación del Patrimonio Cultural. Ya existía en Udine, pero Venecia sólo podía ser la ubicación perfecta. En los primeros años, sin embargo, no había financiación ministerial y él -comunista hasta la médula- se encontró intentando reunir algo de dinero pidiéndoselo nada menos que a Marcello dell’Utri. Para poner en marcha aquel curso habría hecho pactos con el diablo: pero fue inútil, porque sus extraordinarias dotes interpersonales -era hijo de un diplomático de origen noble-, unidas a una cierta fascinación por el riesgo, le permitieron crear las condiciones necesarias para aquel regalo a la ciudad. Sus conferencias versaban sobre los temas más dispares -de la Edad Media a la época contemporánea, de Sudamérica a toda la cuenca mediterránea- y eran fruto de una curiosidad omnívora e inagotable. La búsqueda de la verdad le mantuvo lúcido hasta el final. Se llevó consigo un tesoro de recuerdos, informaciones y experiencias de inestimable valor. Deja muchos alumnos en las cátedras de universidades, superintendencias y museos, a los que enseñó muchas cosas. Las más importantes fueron el valor y la generosidad intelectual.

Una fotografía reciente de Lionello Puppi
Una fotografía reciente de Lionello Puppi


Lionello Puppi (en el centro, abajo) en la década de 1960
Lionello Puppi (en el centro, abajo) en los años sesenta
Lionello Puppi en la década de 1970
Lionello Puppi en los años 70
Lionello Puppi en la década de 1990
Lionello Puppi en la década de 1990

Este artículo se publicó el 17 de septiembre de 2018 en “Il Mattino di Padova” - “La nuova Venezia” - “La Tribuna di Treviso” - “Il Corriere delle Alpi”, p. 22. Las fotos proceden todas del archivo personal de Enrico Maria Dal Pozzolo


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