Oscar Farinetti es un tipo que, sin hacer demasiados misterios, no nos cae especialmente bien. Ni mucho menos. Para entender un poco al personaje, bastaría con entrar en cualquiera de las tiendas Eataly repartidas por todo el país (y desde hace algún tiempo también en el extranjero). Es muy recomendable darse una vuelta por la de Florencia: todo el mundo comprenderá que está dentro de una estructura a medio camino entre una tienda de ultramarinos y un supermercado al estilo de la gran distribución organizada, aunque con productos un poco más refinados (nada que no se pueda encontrar en otro sitio, sin embargo: al contrario, muchos productos se pueden encontrar a menudo en el supermercado de al lado). La tienda de Florencia también es una excursión interesante por lo pretencioso de combinar el momento de comer con algo que se acerque vagamente a una idea de cultura porque, después de pasar la pared llena de libros de Renzi, se encuentran “paneles ilustrativos” (prepare una bolsa de hielo como remedio para la tortícolis, ya que están colocados a una altura del suelo poco práctica para facilitar la lectura, a menos que quieras estorbar a otros “visitantes” colocándote en las estrechas escaleras, y aun así no podrías leerlos todos) que intentan “explicar” las principales figuras del Renacimiento florentino. Una “visita de museo”, tal y como se define de forma ridícula en la página web de Eataly, lo que sugiere que quienquiera que haya redactado el texto que presenta estos escuetos paneles no tiene ni la más remota idea de lo que es una verdadera “visita de museo”.
Pero de todo esto ya habíamos hablado en nuestra web, así que la invitación es a leer el post que habíamos dedicado a esta banalización del Renacimiento por parte de Eataly. Pero no sólo habíamos hablado de esto: también habíamos hablado de la cultura empresarial de Farinetti, que es un problema mucho mayor que la banalización del Renacimiento. También habíamos hablado de esto (por ejemplo, del hecho de que nuestro partidario hijo de empresario piense que es justo pagar a su trabajador 8 euros brutos por hora): ahora, sin embargo, Farinetti vuelve a la palestra, dispensándonos perlas de espíritu empresarial, con una nueva entrevista concedida el primero de abril al Corriere del Mezzogiorno. Y no era broma, porque Farinetti no hizo más que reiterar lo que había dicho el día anterior a Andrea Scanzi en su programa Reputescion.
El resultado es una idea completamente distorsionada no sólo de la cultura, sino también del empleo y de los problemas del sur de Italia. Farinetti declara entonces: ’para mí en el sur sólo hay una cosa: un único Sharm el Sheikh, donde todo el mundo va de vacaciones’. Y para ser más concreto: “en el sur deberían construirse los pueblos más bonitos del mundo. Yo lo abriría a todas las multinacionales para que vinieran a hacerlo [...]. En los próximos años las naciones que lo hagan se centrarán en las exportaciones y el turismo. Y este último es nuestro petróleo. Pompeya debe ser diferente de lo que es”. Y así terminamos con el elogio de un hipotético Renzi-taumaturgo que también resolverá el problema de las mafias: ’si quieres, puedes resolverlo todo’, palabra de Farinetti.
No sabemos cuánta provocación necesitan estas declaraciones de Farinetti para ser desbrozadas. Lo que es seguro es que los problemas del sur no se resolverán en absoluto convirtiéndolo en “un solo Sharm el Sheik”. Se trata de una perspectiva humillante, que denota falta de cultura, por muchas razones. Empezando por el hecho de que basar toda una economía en el turismo no es, desde luego, prerrogativa de los países con mayor índice de desarrollo. Y Farinetti, que es empresario, debería saberlo bien. Pero incluso si quisiéramos hablar de mero turismo, ¿querríamos decir unas palabras sobre la idea que Farinetti tiene del turismo? En otras palabras, para Farinetti, ¿coincide realmente el turismo con “construir los pueblos más bonitos del mundo” y crear “un Sharm el Sheij único”, una localidad hoy presa del turismo de masas más grosero? ¿Es esto lo que queremos para el sur?
Por no hablar de que, como señala el entrevistador, no hay un único sur: “el sur es muchos sur”. Los problemas de Cerignola no son los mismos que los de Monreale, por decir algo. Y luego... paisajes, tradiciones, cultura, historia, medio ambiente: ¿el modelo de desarrollo consiste en anular todo esto o, como mínimo, en banalizar el patrimonio histórico y cultural del sur transformándolo en una diversión para turistas que se encierra en anónimas villas turísticas? Es más, ¿“construidos por multinacionales”? La de Farinetti es una perspectiva que ofende al sur, que lo reduce a una tierra de conquista, para una especie de nuevo colonialismo donde las únicas actividades de los habitantes serían trabajar para enriquecer a los nuevos colonos del turismo, con los resultados que ya podemos ver no sólo en Sharm el Sheikh sino en tantos otros lugares del mundo, de esos que son el modelo para nuestro Farinetti.
Sinceramente, estas declaraciones me parecen terriblemente inquietantes, sobre todo teniendo en cuenta el feeling especial que existe entre Farinetti y el actual Primer Ministro. Me gusta pensar que lo de Farinetti es una provocación: pero su “cultura empresarial” (y su “cultura” tout-court) también me lleva a pensar que, en el fondo, hay algo grave (y profundamente irrespetuoso) en la entrevista concedida al Corriere del Mezzogiorno. También porque pretender querer hablar de todos los problemas del sur en una sola entrevista de unas pocas líneas, y además pretender querer encontrar la panacea para todos los males, es extremadamente arriesgado: precisamente por eso no propongo recetas alternativas en este post. En primer lugar, porque no tiene sentido hablar de soluciones para el “sur” en sentido genérico: hay muchas macrozonas y muchas microzonas, cada una con su propia historia y sus propios problemas. Por lo tanto, convendría abordar y resolver los problemas individualmente, porque cada uno depende de causas y factores diferentes. En segundo lugar, porque los problemas del sur de Italia son el resultado de una combinación de opciones políticas, malos hábitos y situaciones históricas: esperar resolverlo todo en poco tiempo, con el movimiento de una varita mágica, es muy ilógico. En tercer lugar, porque no es con eslóganes, y mucho menos con entrevistas, como se resuelven los problemas. Es necesario debatir y planificar.
Sin embargo, está claro que hay que empezar por algo. El mayor aliado de todos los problemas del mundo (por tanto, no sólo de los del Sur) es la ignorancia: la base para resolver los problemas reside, por tanto, en hablar de ellos y formar conciencias. Nosotros, a nuestra pequeña manera, intentamos hacerlo, y también implicarnos todo lo que podemos.
Ah, para terminar: no he mencionado el hecho de que por enésima vez se haya sacado a colación la metáfora del petróleo. Francamente, ya no aguantamos más.
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