Larga, faraónica y divisiva. Así podría resumirse la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024, que se celebró ayer bajo una lluvia torrencial continua y fue, como se esperaba, un acontecimiento extraordinario que celebró la rica historia y cultura de Francia, así como los valores universales del deporte y la unidad mundial. La ciudad de París, que ya fue sede de los Juegos Olímpicos en 1900 y 1924, acoge por tercera vez este prestigioso acontecimiento internacional y ha querido inaugurarlo con una ceremonia espectacular e innovadora.
Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos modernos, la ceremonia inaugural no se celebró en un estadio, sino a orillas del Sena. Esta elección audaz e innovadora convirtió el corazón de París en un gigantesco escenario al aire libre. El Sena, con sus puentes históricos y sus orillas emblemáticas, proporcionó un telón de fondo increíble para las celebraciones, mostrando algunos de los monumentos más famosos de la ciudad, como la Torre Eiffel, el Louvre y Notre-Dame.
Comenzó a las 19:30 con el paso de la delegación de Grecia, que tradicionalmente abre el desfile, por el Sena, para terminar con la de Francia, país anfitrión. Entre medias, 205 personas desfilaron en 84 barcos y embarcaciones por el río, a lo largo de seis kilómetros, desde el Puente de Austerlitz hasta el Trocadero, donde se instaló la tribuna de honor. Italia compartió su embarcación con Islandia e Israel, hacia las 9 de la noche.
La ceremonia, dirigida por Thomas Jolly, se enriqueció con una serie de espectáculos que incluyeron actuaciones musicales, coreografías de danza y pirotecnia. No faltaron las estrellas: apertura con Lady Gaga y el grupo francés de death metal Gojira, y clausura, tras el encendido del brasero olímpico, confiada a Céline Dion. El brasero, en efecto: un gran globo aerostático iluminado desde los jardines de las Tullerías por los últimos portadores de la antorcha, el judoka Teddy Riner y la velocista Marie-José Pérec. Especialmente intenso fue el momento en que la llama olímpica abandonó el Trocadero rumbo al Louvre, portada por cuatro de los más grandes deportistas de las últimas décadas: Rafael Nadal, Serena Williams, Nadia Comaneci y Carl Lewis. Ante ellos, el presidente del comité organizador, Tony Estanguet, y el presidente del COI, Thomas Bach, expresaron sus buenos deseos, y el presidente francés, Emmanuel Macron, declaró oficialmente iniciados los Juegos Olímpicos.
Y después, las actuaciones artísticas. Jolly ofreció un programa de bailes y coreografías que recorría la historia de Francia, que no estuvo exento de críticas. Primero, estatuas dedicadas a las grandes mujeres de la historia de Francia; luego, un espectáculo de drag queen que reinterpretaba el episodio evangélico de la Última Cena; después, un desfile para celebrar la inclusión y la diversidad (en el que también participó nuestra esgrimista Bebe Vio); y, por último, bailes al son de grandes éxitos del eurodance de los años 80 y 90 para homenajear a la Unión Europea. Por último, un espectacular (aunque muy largo) paseo de un caballo mecánico por el Sena para simbolizar la solemnidad de los últimos momentos de la ceremonia. Como de costumbre, en resumen, la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos no fue sólo un espectáculo visual, sino también un momento de reflexión y de intercambio de mensajes profundos. Una ocasión para celebrar los valores olímpicos de amistad, respeto y excelencia, y para promover la paz y la unidad entre los pueblos.
Sobre el espectáculo en sí, las opiniones estaban divididas. Para el New York Times fue un “júbilo a la francesa que combinó historia y audacia artística”, un “espectáculo revolucionario” para el Frankfurter Allgemeine, mientras que el Guardian habló de “espectáculo kitsch a orillas del río”. Para Marco Balich, fue una ceremonia de apertura “carente de emoción y belleza, debido a la lluvia y a la dejadez de algunas tomas”, pero también criticó el poco espacio dejado a los atletas. A continuación, se prestó especial atención, como estaba previsto, a los temas de la inclusión y la diversidad, con actuaciones en las que se hizo hincapié en la importancia de la igualdad y el respeto mutuo, así como en la importancia de los derechos civiles. Y éste fue el tema más divisivo, con partidos de izquierdas de medio mundo apreciando el intento de hablar de derechos e inclusión, y derechistas arremetiendo contra el espectáculo, que muchos calificaron de “woke”.
Luego vino la polémica religiosa, con los obispos que hablaron de “escenas de burla y escarnio del cristianismo”, a lo que Jolly respondió con prontitud: “No quería ser subversivo ni escandalizar a nadie. Simplemente, en Francia tenemos derecho a amarnos, como queramos y con quien queramos. Tenemos derecho a creer o no creer. Anoche, simplemente escenificamos las ideas republicanas de benevolencia e inclusión. Esto es lo que vi ayer: gente bailando, gente trabajando, incluso los atletas, todo el mundo bajo la lluvia y todos juntos celebrando esta humanidad compartida, en la que espero que todos podamos reconocernos, encontrarnos y poder decir: ’Todos somos diferentes, todos estamos juntos’”.
En resumen, se mire como se mire, fue un acontecimiento memorable, mezcla de tradición e innovación, de espectáculo y reflexión: París 2024 ofreció al mundo una fiesta sin precedentes, destinada a permanecer en la memoria colectiva de los Juegos Olímpicos. La ciudad de las luces, con su encanto eterno y su capacidad para reinventarse, demostró a su manera ser escenario de los mayores acontecimientos mundiales. Y ahora, polémica aparte, pueden empezar las Olimpiadas.
Larga, faraónica y divisiva. Cómo fue la ceremonia de inauguración de París 2024 |
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