La Declaración de Roma, con sus 32 puntos que resumen la posición del G20 Cultura, dedica mucha atención a la sostenibilidad medioambiental al reconocer el importante papel de la cultura en la lucha contra el cambio climático. Se toma conciencia de que el medio ambiente puede influir en la calidad de vida de las personas, por lo que su protección debe implicar a todas las estructuras que cohesionan a las personas dentro de la sociedad. En definitiva, el documento sugiere no sólo mejorar el impacto de las estructuras que producen cultura, sino también promover eventos relacionados con la conciencia medioambiental y la sensibilización ecológica1. "La mayoría de los museos en Italia están ubicados en edificios históricos, a menudo sujetos a protección y originalmente concebidos y establecidos para otras funciones. [...] Para este tipo de museos y el compromiso declarado con la sostenibilidad medioambiental es apropiado prever una mejora en línea con las directrices para un menor impacto medioambiental respetando las normas relacionadas con su protección"2.
En cuanto a las normas a tener en cuenta para reducir el impacto ambiental de una estructura museística, existen las “Directrices para la mejora de la eficiencia energética en el patrimonio cultural. Arquitectura, centros y núcleos históricos y urbanos” del MIBACT3. Estos aspectos conciernen más a la Bioarquitectura y a la Biomuseografía que a la Biomuseología4, pero son fundamentales para trazar los parámetros en los que moverse para conseguir los objetivos sin incumplir las normativas impuestas por nuestro Ministerio de Cultura y nuestras Superintendencias. De hecho, las directrices proporcionan indicaciones para la evaluación y mejora del rendimiento energético del patrimonio cultural protegido. El documento no se presenta como una especie de “manual de instrucciones” estricto, sino que sugiere un enfoque vinculado al sentido común y a la sensibilidad de los planificadores y especialistas en la materia para mantener la protección y conservación del patrimonio cultural, optimizando al mismo tiempo su rendimiento energético siempre que sea posible. Las Directrices, una herramienta indispensable especialmente en el caso de los museos estructurados dentro de edificios históricos, pretenden ser un instrumento de comparación entre los distintos profesionales que interactúan en el proceso de recalificación energética: el proyectista (bioarquitecto o biomuseógrafo), que gestiona el proceso identificando entre las distintas posibilidades de mejora la que considera más adecuada a la situación individual, y los técnicos de la Superintendencia, que deben verificar el cumplimiento de las limitaciones existentes en el edificio. La eficiencia energética se considera un aspecto de la protección coherente con la necesidad de conservar y transmitir al futuro los bienes históricos en las mejores condiciones posibles. A estas figuras profesionales imprescindibles se une la figura del Biomuseólogo, especialmente en la evaluación del interior de la estructura, de los equipamientos, de las materias primas utilizadas, de los sistemas de iluminación en función de las propuestas expositivas, del merchandising, de los conceptos de los espacios dedicados a los servicios.
La biomuseología se refiere a todos aquellos aspectos que, de hecho, no tienen una relación directa con la estructura del museo (entendida como edificio), salvo de forma marginal. La única excepción, en términos de ingeniería de instalaciones, son las cuestiones relacionadas con el aire acondicionado (sistema térmico) y la iluminación (sistema de iluminación), ya que también tienen un impacto inmediato en la “seguridad” de los objetos expuestos. El entorno del museo requiere una atención especial para garantizar unos niveles correctos de temperatura y humedad, sobre todo en los espacios de exposición donde se colocan obras de arte especialmente “delicadas”. Es necesario, por tanto, que los sistemas de climatización e iluminación cumplan unos requisitos técnicos y de rendimiento adecuados, como sistemas de control y monitorización, en tiempo real, de todos los parámetros. Los museos son, entre los edificios que producen cultura, los que tienen un mayor impacto ambiental; de hecho, funcionan las 24 horas del día. Casi todas las instalaciones museísticas de reciente construcción han recurrido, desde su génesis, a prácticas ecológicas que las han hecho respetuosas con el medio ambiente y con un impacto nulo (o casi nulo). El verdadero reto, sin embargo, es reducir sistemáticamente el impacto de los museos existentes: una misión nada sencilla, pero no imposible, en un país como Italia, que tiene la mayoría de sus instalaciones museísticas dentro de edificios de importancia histórica. La Biomuseología, además de ayudar a la Biomuseografía en el diseño de estructuras museísticas ex novo, tiene precisamente esta prioridad: conseguir reducir drásticamente el impacto medioambiental de las estructuras existentes sin dejar de cumplir los parámetros sugeridos por el Ministerio de Cultura con las “Directrices para la mejora de la eficiencia energética”. Hay cinco áreas principales de intervención
Ahorro de energía y eficiencia energética: eficiencia energética y lumínica, y utilización de fuentes renovables;
Uso de pinturas nanotecnológicas termoaislantes y termorreflectantes;
Uso de materialesecológicos: materiales naturales (principalmente madera), materias primas certificadas FSC (Certificación Forestal Internacional) o PEFC (Programa para el Reconocimiento de Sistemas de Certificación Forestal);
Utilización de la economía circular: minimización de los residuos alargando la vida útil de los productos mediante el reciclaje de materiales (herrajes, embalajes, etc.);
Competencia ecológica y sensibilización medioambiental: proyectos, talleres y conferencias.
Los edificios históricos son estructuras que requieren un cuidado especial para garantizar la máxima y armoniosa integración de los sistemas respetando plenamente el contexto histórico-artístico-arquitectónico. Dar instrucciones precisas de uso o soluciones fácilmente escalables para la mejora energética de los museos ubicados en edificios históricos no es en absoluto factible, pero puede haber puntos de orientación que ayuden a los profesionales en sus elecciones. Los parámetros para mantener unas condiciones óptimas para los objetos expuestos, que difieren en función del material y el periodo histórico del bien cultural, a menudo entran en conflicto con las condiciones de confort exigidas por los visitantes para las zonas de descanso o de servicio del museo. Por eso es útil distinguir las distintas secciones de la instalación. Especialmente en el caso de los espacios de exposición, por razones obvias, se requeriría un desorden arquitectónico y visual mínimo de los componentes visibles de la instalación.
La luz en un museo debe responder, en primer lugar, a dos necesidades principales relacionadas con las condiciones ideales para la percepción de las obras de arte5: la perfecta usabilidad de los objetos expuestos y su conservación. No hay que olvidar, sin embargo, que la dirección de la iluminación obedece también a indicaciones curatoriales que contribuyen, a través de las competencias de un diseñador de iluminación, a definir la visita como una experiencia fuertemente emocional. Hoy en día, la iluminación de los museos se confía casi por completo a la tecnología LED, especialmente adecuada por su ductilidad y adaptabilidad, pero también por la necesidad de preservar las obras de arte. Los LED, de hecho, no emiten ni radiación ultravioleta ni infrarroja, principales responsables del deterioro, y garantizan, también gracias al uso de tecnologías digitales, un gran ahorro energético. El resultado son diseños de iluminación dinámicos, hiperfuncionales e “inteligentes”, mucho más rentables que las luminarias tradicionales.
La digitalización de los recursos energéticos y las nuevas tecnologías nos permiten producir energía a partir de muchos elementos naturales que se encuentran en nuestro planeta: sol, viento, agua, mar, actividad geológica, etc. A partir de cada uno de estos factores podemos crear “fenómenos” de los que obtener energía, en forma de electricidad, movimiento o calor. La tecnología más conocida es sin duda la solar, con los paneles que desde hace años aparecen en los tejados de las casas de toda Italia: se expone un panel fotovoltaico a la luz solar y, mediante el uso de un inversor, se transforma la luz en electricidad que se inyecta en la red. Actualmente, la solución más fácilmente adoptada por los museos son los paneles fotovoltaicos y, en particular, los paneles fotovoltaicostransparentes6, que representan la nueva frontera de la producción de energía renovable. Se trata de un producto de alto rendimiento, no invasivo y con un gran mérito estilístico que puede utilizarse allí donde haya una buena exposición solar y grandes paredes transparentes. Además de producir electricidad, este sistema deja pasar los rayos del sol como si fuera un cristal normal, permitiendo que la luz solar entre en el edificio. La base del funcionamiento de un panel fotovoltaico transparente es su capacidad para absorber la energía solar y convertirla en electricidad, transformando los fotones en electrones.
La sostenibilidad medioambiental de los museos no sólo corresponde a una opción ética y responsable, no sólo se concreta en tratar de minimizar el impacto, sino que hay algo que puede ser aún más importante: el de compartir con el personal, los colaboradores externos y, sobre todo, con los visitantes la conciencia ecológica y participar en la sensibilización medioambiental. Hablar de conciencia ecológica es darse cuenta de que el individuo no tiene derecho a abusar de la naturaleza. Corresponde a la humanidad comprender el concepto de antropentropía -cantidad que mide la degradación de la naturaleza causada por el hombre- para poder reducirla drásticamente y recuperar un equilibrio adecuado con nuestro planeta. Podrían ser las ofertas educativas las que permitieran al museo desempeñar un papel importante a la hora de impartir las habilidades necesarias para comprender los problemas medioambientales. Todos los segmentos del público, especialmente los estudiantes de las generaciones más jóvenes -todos los niveles educativos, desde la guardería hasta la enseñanza secundaria- pueden participar a través de talleres de “educación medioambiental” con un enfoque práctico, concreto, estimulante e interdisciplinar. Educar al mayor número posible de personas significa activar procesos virtuosos y virales relacionados con un cambio existencial (de estilo de vida), sociocultural y civil: el resultado es un enfoque responsable, práctico y divertido de la educación con fines socializadores, basado en la implicación tanto cognitiva como emocional.
Notas
1 P. Malavasi, La empresa de la sostenibilidad. Tra pedagogia dell’ambiente e responsabilità sociale, Milán, V&P, 2007.
2 M. Rota, Musei per la sostenibilità integrata, Milán, Editrice Bibliografica, 2019, pp. 202-203.
3 https://www.beniculturali.it/comunicato/linee-di-indirizzo-per-il-miglioramento-dell-efficienza-energetica-nel-patrimonio-culturale-architettura-centri-e-nuclei-storici-ed-urbani
4 M. Vanni, Biomuseología. El museo y la cultura de la sostenibilidad, Turín, Celid, 2022.
5 https://elettricomagazine.it/attualita-news/luce-nei-musei-efficienza-energetica-smart-light/
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