Mucho se ha discutido en los últimos días sobre las declaraciones del ministro Dario Franceschini acerca de la posibilidad de pagar impuestos con obras de arte: una medida tomada por la mayoría como una propuesta o una idea, pero que en realidad no es una idea, dado que ya existe una ley (la 512 de 1982) que regula el pago del impuesto de sucesiones (artículo 6) y de impuestos directos (comoel IRPEF, artículo 7) mediante la transmisión de bienes culturales. Entonces, ¿dónde está la novedad? La novedad radica en que la comisión que debe evaluar las solicitudes no se ha reunido desde 2010, y la propuesta de Franceschini es simplemente que esta comisión se reúna de forma más constante y efectiva, quizá con nuevos miembros.
Muchos ya han arremetido contra la ley (no hay más que ver los comentarios a los artículos de los principales diarios nacionales), vista como una especie de intento del Estado de apoderarse del patrimonio privado (pero quizás olvidamos que al menos no se trata de una imposición, sino de una posibilidad que amplía las formas de cumplir con el fisco). En realidad, es una ley que existe en otros países: en Francia, por ejemplo, la llamada dation en paiement permite al Estado, desde el 31 de diciembre de 1968 (fecha de publicación de la ley), apoderarse de obras de Fragonard, Goya, Rubens, Matisse, Vermeer, Monet, Chagall, Courbet, Picasso y muchos otros artistas famosos, así como de manuscritos autógrafos de Rousseau, Proust, Sartre y otros. Un folleto publicado recientemente por el Ministerio de Cultura francés, también disponible en PDF, presenta bien la institución de la dación en pago y enumera todas las obras importantes adquiridas mediante este proceso.
Evidentemente, la ley no resuelve los problemas de quienes no tienen obras de valor que vender al Estado, es decir, la mayoría de los ciudadanos italianos, ni los problemas económicos del propio Estado (porque la adquisición de obras presupone, en efecto, costes adicionales): debe considerarse como una forma de enriquecer el patrimonio cultural (que es, de hecho, el propósito para el que se inventó esta institución en Francia). Sin embargo, en lugar de arremeter contra la ley, preguntémonos por qué funciona bien en Francia y por qué en Italia, incluso cuando la comisión estaba activa, las solicitudes se acumulaban en su mesa y la mayoría eran rechazadas o archivadas.
Entre tanto, hay una cuestión práctica: en Francia la ley es mucho más conocida que en Italia y, sobre todo, el Estado francés facilita a los ciudadanos la comprensión de sus términos. De hecho, hay una página dedicada en la web del Ministerio de Cultura francés, que además está bien indexada en Google, y con el procedimiento explicado de forma clara, precisa y sin florituras. En Italia, en cambio, hay que ir a ver la ley.
Segundo punto, y más importante: últimamente la tendencia en Italia ha sido exactamente la contraria a la que favorece la ley, es decir, Italia ha intentado deshacerse de su patrimonio cultural poniendo en venta muchos de sus bienes. Y ello por una razón muy sencilla: para hacer frente a los conocidos problemas económicos, el Estado necesita hacer caja. Y, como se ha dicho antes, una obra de arte, mientras no se venda en el mercado, sólo constituye un coste adicional para el Estado (porque, evidentemente, la obra debe mantenerse en condiciones dignas, y el mantenimiento no es gratuito).
Además, dados los problemas de liquidez del Estado, dado que la transacción entre el particular y el Estado no sería competitiva al basarse exclusivamente en el acuerdo entre el vendedor y el comprador, y dado el régimen desincentivador de los intercambios de arte en Italia (como bien explican Stefano Monti y Michele Trimarchi en un artículo sobre Tafter, en el que se plantean otras perplejidades, como la composición de la comisión que deberá evaluar las obras: Les invito, pues, a leer la contribución), nadie se priva de pensar que la valoración, por parte del Estado, podría ser muy inferior a una posible y más veraz cotización de mercado, con el resultado de que para un particular, tal como están las cosas, este tipo de intercambio podría no ser conveniente.
La propuesta de Franceschini, por tanto, no hace más que exhumar una vieja ley, además de difícil aplicación, sobre todo por la falta de voluntad de quienes nos gobiernan de invertir en cultura. Pero claro, a la vista de los últimos acontecimientos políticos (léase ley de estabilidad), ¿cómo esperar propuestas no digamos imaginativas, pero al menos sensatas por parte de quienes nos gobiernan?
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