El ingeniero enamorado de las flores. Las naturalezas muertas de Juan Manuel Grasset

¿Puede una flor contar la historia de una época? Sí, si en aquella época la flor podía valer tanto como una casa y en cada uno de sus pétalos se condensaban vidas, valores, ideales, aspiraciones. El tulipán, símbolo de los Países Bajos, costaba tanto como una casa antes de que estallara la famosa “burbuja” en 1637. Pero dejando a un lado todas las especulaciones sobre el terciopelo de cada corola moteada, en aquella época poseer un bulbo raro o una flor exótica o insólita significaba no sólo rodearse de belleza, sino elevar el propio estatus. Era sinónimo de éxito económico y social. Al igual que el tulipán, existían muchas otras variedades, desde una efímera anémona hasta una peonía de carne deshilachada. Todos los comerciantes las codiciaban, todos las exhibían con orgullo.

Pero la flor es una maravilla precaria. Necesitaba una forma de inmortalizarla y hacerla eterna, de trascenderla antes de que se marchitara: la pintura. Junto con el amor por las flores, floreció la demanda de cuadros que las representaran. Era el siglo XVII, la edad de oro de las naturalezas muertas. Un género que no se limitaba (y aún se limita) al virtuosismo técnico o a la exhibición de la riqueza de los mecenas, sino que ejemplifica el sentimiento de fugacidad y transitoriedad de la existencia humana, coronando recuerdos de gloria, gracia, vanitas y, sobre todo, memento mori. Cuatrocientos años después, el aura fugaz de una Nigella damascena machacada en aceite, la flor que con vena poética en el norte de Europa llaman “Amor en niebla” o “Siembra y olvida”, aún no ha agotado su encanto. Tanto es así que un culto ingeniero de caminos español, Juan Manuel Grasset (1927-2020), centró su colección en ese siglo mágico. La época en la que la pintura holandesa y flamenca alcanzó cotas de ’Naturaleza muerta’ nunca más alcanzadas, salvo en aisladas perlas póstumas à la Chardin, Manet, Cézanne, Picasso, Morandi, De Pisis, Thiebaud. Hoy, diecisiete cuadros de su extraordinaria colección, que ha aparecido muy pocas veces en público, están listos para cambiar de manos en una subasta que puede considerarse histórica por la calidad y variedad de las composiciones.

Sotheby’s se encarga de la venta, que incluye The Grasset Collection: The Pursuit of Refinement in the Old Master Paintings Evening Sale el 7 de diciembre en Londres. Entre las obras maestras que se subastarán figura Naturaleza muerta de flores en un jarrón de cristal en una hornacina de piedra (valor estimado entre 1 y 1,5 millones de libras), de Jan Davidszoon De Heem (Utrecht, 1606 - Amberes, 1683/4), que recientemente saltó a los titulares por su obra maestraNaturaleza muerta de un banquete, que alcanzó los 5,8 millones de libras en Christie’s de Londres hace exactamente dos años. Un compendio de flores de los campos y capullos cortados, suaves y llenos de color, descifrados a través del estudio minucioso de la materia pictórica, dosificada en cada caricia de luz y en cada reverberación íntima. Un cuadro pequeño (34 x 26 cm), pero precioso y extremadamente raro, cuyas armonías cromáticas están hábilmente cinceladas: los tonos dominantes de los rojos y los blancos de las rosas y los tulipanes en flor se reavivan en las bayas y las grosellas, acentos primarios que se contrapesan simultáneamente con los malvas de los cardos y los azules de los nomeolvides; así, los tonos albaricoque se equilibran con los de la mariposa de alas anaranjadas, los corazones color miel de los pensamientos y las cadencias violetas de las glorias de la mañana. Todo coronado por las temperaturas de las margaritas de Michaelmas y los afectos de un clavel de poeta. Un ramo reunido en un jarrón de cristal en el que se refleja la ventana del estudio del pintor. Un recurso lírico y típico, prácticamente endémico. Aquí, al igual que en Naturaleza muerta de tulipanes y rosa de boticario en jarrón de gres (400.000-600.000 libras) de Osias Beert el Viejo (Amberes, 1580-1624) -el récord en el martillo para el pintor de Amberes data aún de 1999 y es de 1,2 millones-, reconocemos algunos de los rasgos que se convertirían en icónicos del género. Sobre todo, la luminiscencia de las superficies y las diversas capas de pintura que prestan notas de perla o metal a la sinfonía de las estaciones.

Una auténtica partitura bordada sobre lienzo es Bodegón de lujos (600-800 mil) de Floris van Dijck (Delft, 1575 - Haarlem, 1651), pintado en Haarlem hacia 1615 y considerado uno de los más bellos Nature Morte del Siglo de Oro holandés. El maestro de Delft fue un pionero del género, ampliando la variedad de temas de sus obras. Sobre mesas tendidas, manteles de damasco cargados de frutas y quesos, y saturados de jarrones, jarras, platos y porcelana oriental rebosantes de fresas silvestres. La multiplicidad de objetos multiplica y fomenta las posibilidades compositivas, infunde profundidad y desencadena soluciones de perspectiva, proporción y refracción. La cáscara de manzana se desliza por la mesa, su alma se refleja brillante y líquida en el plato que la sostiene. Pocas obras de van Dijck han llegado hasta nosotros, y aún menos están disponibles en el mercado. Para que conste: un cuadro similar a éste se encuentra en el Rijksmuseum de Ámsterdam, mientras que otro, también del mismo tamaño pero con elementos ligeramente diferentes, alcanzó 1,3 millones de libras en Sotheby’s Londres en 2004.

Con Una cesta de fruta con un plato de porcelana Wanli Kraak (200-300.000 libras) de Balthasar van der Ast (Middelburg, 1593/4 - Delft, 1657) hace su entrada un animal. Un loro, para ser precisos. Una innovación de contenido que cuenta otra historia. La de la explosión del comercio mundial, que involucró a los puertos de los Países Bajos durante el siglo XVII. Así empezaron a aparecer en los bodegones bestias y plantas exóticas procedentes de Centroamérica, sobre todo de México y Guatemala. También del Mediterráneo. En Bodegón de un limón, uvas, una manzana y otras frutas (60-80 miles), de Peter Binoit (Colonia, 1590 - Hanau, 1632), uvas, aceitunas, alcaparras y avellanas se materializan en primer plano, pulcramente dispuestas sobre una bandeja de estaño pulido. Lo mismo ocurre con la hermana Naturaleza muerta(de limones y granadas, estimación 50-70 mil), también del pintor de Colonia, en la que una voluptuosa granada se abre en dos, descansando sobre una cesta de limones al estilo de Caravaggio. Un eco recogido por Jacob van Hulsdonck, quien, con su metafísico Bodegón con un racimo de uvas y un limón pelado sobre una repisa (60-80.000 libras) sobre fondo gris pizarra, hace girar un rizo de limón sobre la mesa, elegante emblema de la gracia y el infinito.

Las naturalezas muertas son mecanismos contemplativos, engranajes estéticos que el artista ensambla según la necesidad visual. Son espacios de observación, puestas en escena calibradas para absorber la mirada. Como un paisaje. No es casualidad que la colección de Grasset se complete con una serie de vistas. Entre ellas, Paisaje fluvial con lonja (600.000-800.000 libras) de Jan Brueghel el Viejo (Bruselas, 1568 - Amberes, 1625), una escena portuaria caracterizada por el ir y venir de mercaderes y comerciantes, puntuada por el momento de un molino en el horizonte que diluye el punto de fuga. Pero también situaciones completamente diferentes, como Patinadores, jugadores de kolf y elegantes figuras con trineos tirados por caballos en un río helado junto a una torre (300-400 mil) de Barent Avercamp (Kampen, 1612/13 - 1670), sobrino del Hendrick Avercamp famoso por sus pioneras y concurridas escenas de la vida en la nieve. Estamos en invierno: el río está helado y gentes de toda condición deambulan sobre patines, soportes improvisados o trineos tirados por caballos casi nobles en atmósferas lechosas. Un fresco de la vida cotidiana crepuscular.

Pero la adquisición más importante de Grasset se realizó en el crepúsculo de su coleccionismo. Se trata de una excepcional vista del Gran Canal de Venecia, de Canaletto (Venecia, 1697-1768), estimada entre 3 y 5 millones de libras (muy lejos del precio más alto alcanzado en subasta por nuestro conjunto veneciano en 2005, 18,6 millones de libras). El cuadro data de la década de 1730. Es decir, el periodo más apreciado de la producción del artista. Aquí la complexión de la luz es resplandeciente y hace que los palacios se fundan en el agua, al tiempo que refleja el lento vaivén de las nubes en el cielo: dos palomas vaporosas en el aire turquesa. La obra cuenta además con una procedencia excepcional, al haber sido encargada directamente por Henry Grey, primer duque de Kent, perteneciendo así a la familia real británica. La vista sólo ha aparecido en el mercado tres veces en otros tantos siglos. Ahora, Sotheby’s se dispone a añadir un nuevo capítulo a la historia de una colección que, en parte, es también la historia de la propia Europa.

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