Robert Mapplethorpe(Nueva York, 1946 - Boston, 1989), figura emblemática y provocadora de la fotografía del siglo XX (expuesta en las Stanze della Fotografia de Venecia con Robert Mapplethorpe. Las formas de lo clásico, del 10 de abril de 2025 al 6 de enero de 2026), ha dejado un legado artístico inconfundible, capaz de combinar seducción y glamour en un lenguaje visual que desafía abiertamente las convenciones sociales y morales. Sus fotografías, que van del retrato a la naturaleza muerta, del desnudo a la exploración de la esfera erótica y sadomasoquista, no se limitan a la mera representación estética, sino que se erigen en profundas reflexiones sobre temas controvertidos como la homosexualidad, la sexualidad y la identidad. La escritora estadounidense Joan Didion ha resumido magistralmente su arte, destacando la capacidad de Mapplethorpe para aplicar una forma clásica a imágenes “impensables”, creando un cortocircuito visual que amplifica la fuerza expresiva de sus obras.
Mapplethorpe era un artista completo. Desde sus raíces artísticas, influidas por el minimalismo y la tradición clásica, hasta su meticulosa técnica fotográfica, basada en la construcción de la imagen y una maníaca atención al detalle, Mapplethorpe fue capaz de orquestar atrevidas provocaciones y es conocido por su capacidad para transformar el cuerpo humano en objeto de culto, elevándolo a símbolo de belleza y deseo. Ha sido capaz de transformar la agitación interior en un fenómeno público, elevando el erotismo a forma de arte y desafiando las convenciones de una sociedad a menudo prisionera de sus propios prejuicios. Su figura también se ve a menudo afectada por clichés que lo relegan a simple fotógrafo provocador: en lugar de ello, es necesario devolver al fotógrafo estadounidense la complejidad y la profundidad de un artista que fue capaz de transformar la fotografía en un instrumento de investigación interior y de denuncia social. Como afirmó Germano Celant, Mapplethorpe pudo evitar ser engullido por el abismo gracias a un “procedimiento clásico, que bebe de las raíces de la historia del arte, desde la cultura griega hasta el modernismo, tal y como se refleja en la realidad plástica de sus imágenes y en la representación estatuaria de los cuerpos retratados”. El tornado de sombra y perversión, que amenazaba con engullirle, se ha apaciguado gracias a la racionalidad constructiva espacial y geométricamente definida, casi antigua, de sus temas".
He aquí, pues, diez cosas que hay que saber sobre Robert Mapplethorpe en un recorrido por la experiencia de lo clásico, el ideal de belleza y la búsqueda de la representación del deseo, tres claves fundamentales para entender su arte.
Robert Mapplethorpe es universalmente reconocido como uno de los fotógrafos más influyentes y provocadores del siglo XX. Su estilo es inconfundible: combina glamour y seducción en un diálogo que parece incompatible, un oxímoron que desafía las convenciones estéticas y morales. Sus fotografías, caracterizadas por una perfección formal casi escultórica, abordan temas considerados controvertidos, como la homosexualidad, el erotismo y la sexualidad explícita. Joan Didion, la famosa escritora estadounidense, señaló cómo Mapplethorpe era capaz de aplicar una forma clásica a imágenes “impensables”, creando un contraste que amplifica el poder visual de sus obras.
Este enfoque no se limita a la belleza superficial de las imágenes, sino que invita al público a reflexionar sobre cuestiones profundas y a menudo incómodas. Mapplethorpe ha transformado la fotografía en una herramienta de exploración personal y social, utilizando el medio para cuestionar tabúes culturales y celebrar la diversidad humana. Su obra supone un desafío a la sociedad de finales del siglo XX, al evitar la limitación de la negación que impone la moral convencional cuando se habla de sexo y corporalidad. Esa agitación íntima, que el autor intuye al adentrarse en su paisaje interior, cambia de estado, convirtiéndose en conocimiento público. “Mapplethorpe”, escribió Denis Curti, “representa lo que la sociedad de finales del siglo XX -y en algunos casos incluso la sociedad en la que vivimos hoy- trata de eliminar; en otras palabras, elude la restricción de la negación que la moral convencional impone al hablar de sexo y corporeidad. Al hacerlo, esa agitación íntima, que el autor intuye al ahondar en su paisaje interior, cambia de estado, convirtiéndose en conocimiento público. El elogio del deseo y la poética del cuerpo se convierten entonces en formas eficaces de reconocerse”.
Para Mapplethorpe, la fotografía no era simplemente un medio de captar imágenes; era una auténtica performance. Cada toma era el resultado de un meticuloso proceso en el que nada se dejaba al azar. Su estudio se convertía en un escenario artificial donde el fotógrafo orquestaba cada detalle con precisión maníaca. “Ser fotografiado por mí se convierte en un acontecimiento.... todo está completamente bajo mi control. No hay instantáneas. Nada se deja al azar. Se produce una especie de performance entre mi sujeto y yo”, declaró Mapplethorpe.
Este dominio total de la escena le permitía crear imágenes a la vez construidas y sinceras, donde lo antinatural de la composición se traducía en una forma de verdad emocional. La relación entre el fotógrafo y sus sujetos se transformaba en una especie de ritual, una actuación única que se reflejaba en la potencia visual de sus obras. Su capacidad para controlar cada elemento de la fotografía -desde la pose del sujeto hasta la calidad de la luz- demuestra una dedicación absoluta a la perfección artística.
Dos conceptos fundamentales para entender la obra de Robert Mapplethorpe son la forma y la intensidad. Estos principios guiaron todos los aspectos de su obra, desde la elección de los temas hasta la composición de las imágenes. La forma era para él un valor absoluto: buscaba la perfección geométrica en sus fotografías, inspirándose a menudo en la estatuaria clásica. Un ejemplo emblemático es el famoso Torso de 1988, que recuerda las armoniosas proporciones de las esculturas renacentistas.
La intensidad, sin embargo, surgió de la capacidad de Mapplethorpe para captar la esencia emocional de sus sujetos, convirtiendo cada imagen en una experiencia visceral para el espectador. Su cámara Hasselblad -un instrumento manual que requiere gran precisión- le permitía sublimar la relación entre las partes de la composición, creando imágenes perfectamente equilibradas que trascienden el tiempo y el espacio.
Robert Mapplethorpe ha explorado una amplia gama de temas en su obra, pero ciertos temas se repiten con especial insistencia, convirtiéndose casi en sellos distintivos de su estilo. Entre ellos se encuentran los retratos, las naturalezas muertas y los desnudos, cada uno abordado con un enfoque único y una sensibilidad inconfundible. Sus desnudos, en particular, están a menudo impregnados de una estética fetichista y sadomasoquista, que los hace a la vez atractivos e inquietantes. Mapplethorpe ha sabido celebrar la sensualidad del cuerpo humano, masculino y femenino, con una mirada que recuerda al clasicismo, pero al mismo tiempo no ha dudado en explorar los territorios más oscuros del deseo y la perversión.
La frontalidad de sus imágenes, la atención casi maníaca a los detalles anatómicos, el cuidado en la composición y la iluminación contribuyen a crear una atmósfera de intensa carga erótica que desafía las convenciones sociales y las hipocresías morales. Mapplethorpe se atrevió a fotografiar temas explícitamente sexuales, objetivando la visión y abriendo nuevos horizontes en la representación del cuerpo humano. Asimismo, incorporó figuras afroamericanas a la tradición de la fotografía artística, rompiendo con los cánones estéticos dominantes y dando voz a una minoría a menudo marginada.
Las fotografías de flores ocupan un lugar especial en la producción artística de Robert Mapplethorpe. Estos temas aparentemente sencillos e inocuos se convierten en sus manos en poderosas metáforas de la belleza, la fragilidad y la sensualidad. Mapplethorpe ha sido capaz de transformar pétalos y tallos en obras de arte de extraordinaria intensidad emocional, evocando las mismas pasiones y agitación que se encuentran en sus desnudos y retratos.
Cada flor está fotografiada con una precisión casi científica, con una atención maníaca al detalle, las sombras, la luz y la textura. Mapplethorpe registró cada una de sus variaciones, ya fueran epidermis, hojas, pétalos, rocas, cráneos o conchas, utilizando la luz para conseguir el mismo efecto que con los desnudos, a menudo cubiertos de pigmentos cromados para realzar su calidad material. Para él, las flores no son meros objetos decorativos, sino símbolos universales de la vida y la muerte, de la belleza y la fugacidad.
La fotografía de Mapplethorpe está profundamente enraizada en la tradición clásica del arte occidental. Valores universales como la perfección, el equilibrio y la medida impregnan sus obras, haciéndolas atemporales y universales. Mediante el uso consciente de la simetría y la geometría, Mapplethorpe fue capaz de crear imágenes que dialogan con la historia del arte: desde los mitos de la antigüedad griega hasta las academias renacentistas y el minimalismo americano contemporáneo.
Esta conexión entre lo antiguo y lo moderno es fundamental en su obra y constituye uno de los aspectos más fascinantes de su trabajo. Para Mapplethorpe, el recurso es un proyecto deliberado. En él se conectan valores universales como la perfección, la medida, el equilibrio, la intensidad y la naturalidad. “En él”, escribe Alberto Salvadori, “confluyen valores universales como la perfección, la medida, el equilibrio, la intensidad y la naturalidad. Son valores que siempre se han atribuido a lo ’clásico’ y que se entienden como perpetuos y actuales. En esto y por esto, su fotografía es clásica: son imágenes atemporales que escapan a la naturaleza de los productos históricamente determinados. Su obra también es clásica porque a través de ella nutrimos nuestro conocimiento de la variedad y complejidad de su experiencia vital e histórica. El de Mapplethorpe es un juego de equilibrios entre materia y espíritu en el que hay temas y alusiones recurrentes: la relación entre lo antiguo y lo contemporáneo, el mito y la realidad, la escultura y la piel, el éxtasis y las punzadas. Un universo icónico que, más de treinta años después de su muerte, no deja de fascinar”.
Los autorretratos representanuno de los aspectos más íntimos y emblemáticos de la obra de Robert Mapplethorpe. A través de estas instantáneas autobiográficas, el fotógrafo explora su propia identidad con audacia y vulnerabilidad. Los autorretratos nunca son meras representaciones físicas, sino verdaderos manifiestos visuales, herramientas de introspección y autoexploración que indagan en temas como el erotismo, la mortalidad y la ambigüedad sexual. En algunos autorretratos famosos -como aquel en el que lleva ropa de mujer o en el que se presenta con un látigo- Mapplethorpe desafía las convenciones sociales y estéticas para crear imágenes que son a la vez provocativas y elegantes.
En estas autofotos, el artista escenifica su propia imagen, transformándola en un símbolo de rebeldía y libertad expresiva. Mapplethorpe ha sabido utilizar su propio cuerpo como instrumento de investigación, explorando los límites entre identidad y representación. Sus autorretratos son un espejo de su alma, una invitación a mirar más allá de las apariencias y a enfrentarse a las zonas grises de la existencia humana.
Robert Mapplethorpe no se consideraba un mero transcriptor de la realidad: sabía que era un creador de imágenes. Su enfoque de la fotografía, definido como modo director, se basaba en el control total de la escena, desde la elección de los sujetos hasta la composición, desde la iluminación hasta la pose. Cada detalle era estudiado y calibrado con precisión para lograr un resultado final que reflejara su visión artística. Para Mapplethorpe, el negativo representaba la culminación de un largo proceso creativo: una vez revelado, no había lugar para cambios ni segundas intenciones. Las pruebas, en cambio, constituían un terreno para la experimentación y la investigación, un lugar mental donde podía tener lugar la edición necesaria.
El proceso de selección era fundamental: elegir como práctica de trabajo. Las polaroids, utilizadas principalmente al principio de las sesiones de trabajo, actuaban como un “cuaderno de notas”, una herramienta para apuntar ideas y definir composiciones. Más tarde, Mapplethorpe lo adaptó a la forma cuadrada de su fiel Hasselblad, una cámara que le permitía ejercer un control aún mayor sobre la imagen final. Leía los cuerpos y los volúmenes como un escultor, posándolos para crear efectos volumétricos, guiado por un patrón preciso. La repetición con ligeras variaciones se convirtió en el centro de su obra y, a diferencia de sus contemporáneos, Mapplethorpe imprimió una fuerte intensidad a sus imágenes mediante largas exposiciones de hasta 20 segundos, obsesionado por la calidad.
Proceder de una familia católica muy religiosa influyó profundamente en la obra de Robert Mapplethorpe, dando lugar a una mezcla audaz y evocadora de lo sagrado y lo profano. Esta dicotomía se manifiesta en su exploración del cuerpo humano, elevado a objeto de culto y deseo, pero también investigado en su fragilidad y mortalidad. Mapplethorpe supo traducir en imágenes la tensión entre espiritualidad y carnalidad, entre pecado y redención, que caracteriza a la tradición católica.
Sus fotografías se convierten así en una especie de rito pagano, en el que el cuerpo es elevado a símbolo de belleza y trascendencia, pero también expuesto a la vulnerabilidad y el dolor. Según Denis Curti, Mapplethorpe “desencadena en la mente de quien observa sus composiciones un paso constante de lo diabólico a lo sublime, de la atracción a su consiguiente sublimación. El resultado es la puesta en escena repetida de una ceremonia”.
La obsesión por la calidad técnica era fundamental en la obra de Mapplethorpe: cada imagen tenía que estar perfectamente enfocada, las sombras en el lugar correcto, nada al azar, ángulos rectos y líneas perpendiculares, sin irregularidades. Para Mapplethorpe, la perfección no era un mero virtuosismo técnico, sino una exigencia ética, una forma de rendir homenaje a la belleza del mundo y comunicar su visión artística con la máxima claridad. Esta búsqueda de la perfección se traducía en una atención maníaca al detalle, un control obsesivo de la composición y la iluminación, y un cuidado espasmódico de la impresión y la presentación final de la obra. La fusión de todos estos elementos generaba fotografías perfectas, las que él quería. La perfección y la belleza se convertían así en complementarios de los conceptos de forma e intensidad.
Hoy, su mirada, dice Denis Curti, sigue siendo “única e irrepetible, porque contiene el deseo colectivo de encontrar un lugar donde reapropiarse, sin prejuicios, de los espacios vitales necesarios para expresarse con total libertad”. Las fotografías tienen la misión de trasladar lo efímero de los sentimientos a lo concreto de las experiencias. [...]. En su corta existencia, las cosas sucedieron todas a la vez. Como si dijera: la vida a menudo no transcurre por vías continuas y paralelas".
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