Tras la polémica de los últimos días en torno a la oveja de Damien Hirst que debería exhibirse en Arezzo en el marco de la exposición Icastica, otro episodio de hace unos días nos ofrece una pista más para intentar comprender dónde acaba el arte y dónde empieza la mera provocación, el exhibicionismo o incluso la vacilación según algunos.
La noticia se conoció ayer, pero el episodio se remonta al jueves pasado: una artista luxemburguesa, Deborah de Robertis, se sentó bajo uno de los cuadros más famosos de Gustave Courbet, L’origine du monde, que se expone en el Museo de Orsay de París. La peculiaridad del episodio es que la chica se sentó con los genitales a la vista, mostrándolos al público en un gesto descarado.
Anoche circuló por YouTube un vídeo de la actuación, pero fue retirado (EDIT: el vídeo ha sido restablecido desde entonces, este es el enlace a la actuación). Pero aún circulan por la red imágenes de la filmación, evidentemente inequívocas. Tras la actuación, se alertó a la policía, pero parece que no habrá consecuencias particulares para la chica.
No es la primera vez que alguien se desnuda delante de una obra de arte: hace unos meses un chico español había hecho lo mismo delante del Nacimiento de Venus de Sandro Botticelli en los Uffizi. Esto nos remite a lo dicho ayer sobre las ovejas de Hirst. E incluso la performance, si carece de un mensaje fuerte y si carece de originalidad, ¿qué es sino puro exhibicionismo o provocación? Añádase a esto el hecho de que hoy en día una de las formas más rápidas de conseguir popularidad efímera (pero quién sabe si útil) es precisamente exhibir las propias gracias, a ser posible en ambientes abarrotados, y quizá haciendo pasar la performance por una obra de arte.
En una declaración al sitio web luxemburgués Wort, la chica declaró que su intención era reproducir la obra de Courbet. Pero, ¿basta esta débil base para calificar la performance de obra de arte? Y, si fuera suficiente, ¿cuál sería el valor de tal obra de arte, teniendo en cuenta la falta de un mensaje serio y estructurado que la sustente, y la absoluta falta de originalidad, así como de elegancia y refinamiento? Y la última pregunta: ¿no es cierto que, con acciones de este tipo, elarte contemporáneo corre el peligro de pasar, a los ojos del público, cada vez más por una payasada ridícula en la que cualquiera puede hacer lo que se le ocurra para poder llamarse “artista”?
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