A partir del 9 de abril de 2025, Estados Unidos introducirá un arancel del 20% sobre una amplia gama de importaciones procedentes de la Unión Europea. Es uno de los primeros movimientos musculares del segundo mandato de Donald Trump, presentado como un “día de liberación económica”, pero que corre el riesgo de convertirse en un golpe bajo para muchos sectores culturales europeos, incluido el arte. Un gesto más teatral que estratégico, pero quizá por eso mismo más insidioso. El mecanismo es sencillo, pero las implicaciones no son nada desdeñables: cualquier persona en Estados Unidos que compre una obra de arte procedente de la Unión Europea tendrá que pagar un 20% más del valor declarado, un recargo inmediato y uniforme que se aplicará a todas y cada una de las importaciones afectadas por la medida. Un impuesto a tanto alzado que, para un coleccionista estadounidense, puede traducirse en decenas de miles de dólares adicionales sobre obras cuyo valor es a menudo tan subjetivo como volátil. Y en un contexto en el que incluso una ligera fluctuación puede poner en peligro una adquisición, este aumento de precio no es en absoluto insignificante, pero es el tipo de detalle que basta para echar por tierra un acuerdo, enfriar una negociación, congelar una relación comercial.
La cuestión central, la que nadie puede permitirse ignorar (y que muchos, con extraordinaria disciplina, siguen ignorando) es el peso específico del mercado estadounidense, que representa por sí solo el 42% de todo el mercado mundial del arte (como se afirma en un artículo de The Art Newspaper de diciembre de 2024), en el que Nueva York desempeña el papel de centro de gravedad absoluto del coleccionismo y de las grandes subastas internacionales. Es allí donde hoy se deciden los valores, las carreras, las fortunas críticas y económicas, y todos los artistas europeos que no consiguen entrar en Estados Unidos permanecen periféricos al centro del mercado; y, por extensión, las galerías que no exportan al otro lado del Atlántico, laterales. En este escenario, los aranceles no son un detalle técnico, ni un escollo burocrático, sino un golpe directo a un ecosistema ya debilitado, especialmente en Italia, donde la fragilidad estructural del sector hace más violento cada choque.
Según Artnetmuchos marchantes temen un efecto dominó: menos ventas, menos visibilidad, menos sostenibilidad económica para los artistas representados. Artsy describe toda la situación como “una amenaza sistémica para el mercado secundario europeo”. En Francia y Alemania ya se están debatiendo medidas compensatorias.
¿Y en Italia? Miart 2025 nos dio la oportunidad de sondear la opinión de las galerías italianas. Sólo una pregunta: “¿Cómo debemos afrontar la introducción de los aranceles estadounidenses?”. La idea es que muchos galeristas no tienen planes, o creen que no son necesarios. El tema es complejo, pero parece que en muchos casos hay detrás falta de preparación, porque hay varios galeristas que ni siquiera tienen claro si el arancel ya está en vigor, o a qué afectará. Algunos no saben distinguir entre el impuesto, el IVA y los costes del seguro. Otros, simplemente, aún no han tenido tiempo de pensar en ello. Una galerista dice no estar segura de si el arte está entre los productos afectados. Lo está. No es una hipótesis: lo dicen los documentos oficiales de laUSTR (United States Trade Representative) de 2 de abril de 2025 y lo confirma la plataforma Artsy, que señala que “el mercado del arte, aunque no es el objetivo directo de los aranceles, es uno de los sectores más inmediatamente afectados”, sobre todo por la fragilidad e interconexión de su dinámica internacional. Y es curioso que este detalle no se conozca a menudo entre los stands de una feria que se supone representa la excelencia del mercado italiano.
“Ya veremos, todo está aún en ciernes”. Esto lo dice mucha gente. Suena a prudencia, es una frase que muchos pronuncian para no desequilibrarse, como si el asunto no fuera importante. Otros, sin embargo, trivializan, con un tono a veces resignado y distraído, como si no hubiera nada que decir sobre un impuesto que afectará a la sostenibilidad de las galerías que exportan a Estados Unidos: “Sí, sí. ¿Hay impuestos? ¿Y qué?”. Algunos, en cambio, vislumbran soluciones procedentes del público: “Siempre hay un Estado para sacar adelante alguna obra”, dice uno de los galeristas presentes en Miart. Y otros navegan a ojo. Hay que decir que, aquí, las galerías que tienen una relación estructurada con el mercado americano no son muchas y las que exportan, en la mayoría de los casos, lo hacen de forma poco sistemática y sin un verdadero plan. Algunas sonríen, otras rehúyen, otras pasan de puntillas y muchas no parecen tener las ideas muy claras.
Para algunos, una solución podría ser buscar una forma de mitigación subiendo el IVA de las obras de arte del 22% al 5%: es la batalla que libran las galerías desde hace meses. Entramos en el stand de Bottegantica y les preguntamos si la introducción del impuesto cambiará su estrategia. Nos responden: “Tenemos que adaptarnos. Esperamos resistir la onda expansiva. Quizá con el IVA del 5% podamos compensarlo. De lo contrario, no vemos mucha solución”. Luego están los que confían en una cierta filosofía de la espera. En la galería Tornabuoni Arte, veteranos de Art Basel Hong Kong, prefieren suspender los juicios, aligerar el tono e intentar ser optimistas, incluso en medio de la incertidumbre. Michele Casamonti, de la galería florentina, nos cuenta: “Acabamos de volver de Hong Kong, donde hemos vendido a coleccionistas de Extremo Oriente. Esto nos preocupa un poco menos, porque estar presente en varios mercados te hace menos vulnerable. Pero es una pena, porque venimos de Florencia, y el turista americano es el más querido, el realmente precioso”.
Mario Cristiani, de la Galleria Continua, responde con auténtica sinceridad, como quien intenta recomponer retazos de lógica en un universo confuso. En este tema, en su opinión, debe ser el Gobierno el que aporte claridad, el que proporcione contramedidas para mitigar las consecuencias de los derechos. “Creo que sí, que habrá un impacto”, responde. “Ya en la feria de Hong Kong vendimos una obra a coleccionistas estadounidenses y ahora con un arancel del 20% será un problema”. Cuando le pregunto si ya han planeado contramedidas, intenta aligerar: “Nosotros no, que se encargue el Gobierno..... Espero que se apiade de nosotros”. Luego añade: “Si, en primer lugar, redujera el IVA, al menos nos ayudaría a mantener a los clientes que tenemos en Italia”. Y finalmente, con una sencillez que devuelve la sensación real de impotencia ante la medida decidida por la administración Trump: ’Estamos a merced de las olas. Ellos toman las decisiones, nosotros nos quedamos con las consecuencias. Es una medida miope, sin sentido, que acaba afectando a los que no tienen ni voz ni voto. Pero que así sea: nosotros, mientras tanto, sólo podemos cobrar y esperar que pase".
La galería Cardelli y Fontana de Sarzana transmite la sensación de inquietud común a tantas galerías: “Estamos todos un poco aturdidos y preocupados, sin duda. El clima es inestable y la incertidumbre económica pesa sobre nosotros. Estamos preocupados, sí. Más que por el impuesto en sí, por todo lo que desencadena: vacilación, cautela, freno a las compras. El IVA del 22% ya nos pone en dificultades. Si un coleccionista tiene ahora también un negocio de exportación y empieza a hacer cuentas, es fácil que decida parar, aplazar. Y cada aplazamiento es una oportunidad perdida”. Un testimonio sincero, directo, y precisamente por eso precioso, porque transmite el desconcierto real de quien vive el presente del sistema italiano, sin filtros ni optimismos circunstanciales. Una señal de alarma honesta, que merece atención.
Luego, unas gradas más adelante, llega una voz que examina la situación desde otro punto de vista. Raffaella Caruso, de la galería Eidos, va directa al grano, con la claridad de quien conoce bien el sector y hace tiempo que ha dejado de eludirlo: “La cuestión de los derechos cambia poco. El verdadero problema es interno: un sistema normativo engorroso, prácticas ministeriales anacrónicas, certificados de libre circulación que parecen salidos de otro siglo”. Demasiado para la competitividad: el sistema italiano ya cojea antes de llegar a la “aduana”. La suya es una crítica sistémica, desde la base, que habla de la imposibilidad de trabajar con continuidad en el sistema italiano. “Hicimos una exposición satélite en Art Basel Hong Kong, pero encallamos. Demasiada burocracia, demasiadas complicaciones. Llega un momento en que te rindes. Te preguntas: ¿quién me obliga a hacerlo?”. Caruso también aborda un punto crucial y a menudo olvidado: la cuestión de la percepción del valor. Los artistas italianos, dice, ya están infravalorados en su país, y fuera de él son irrelevantes. “Un joven artista italiano vendido por 5.000 euros en EE.UU. ni siquiera se tiene en cuenta. Si las cotizaciones no coinciden, permanecen invisibles”. Es de los pocos que ven la realidad a la cara: ante los aranceles estadounidenses, hay una crisis sistémica y un arancel, por impactante que sea, no es más que la última gota de un jarrón que lleva años rebosando.
Mientras tanto, otros proponen soluciones genéricas y vagas, posponiendo todo a un indefinido “luego ya veremos”. Las respuestas se acumulan, una tras otra, y se convierten en el relato coral de un mercado del arte italiano que, de momento, vive en la incertidumbre, no sabe cómo responder, cómo pensar, cómo proyectarse al exterior. Con algunas excepciones, emerge un escenario que no parece tener una visión fuerte, y en algunos casos ciertos galeristas ni siquiera parecen poseer, al menos por el momento, las herramientas para elaborarla. Hay quienes afirman, con una franqueza casi desarmante, que en realidad no han pensado en ello: “No hemos pensado en nada. De verdad. Son días confusos. Estamos intentando averiguar si esto nos va a afectar de verdad o si podemos evitarlo”, nos dice un galerista. Otros cuentan que acaban de volver de ferias internacionales, como la mencionada Art Basel Hong Kong, pero lo hacen con el tono de quien ya se siente protegido porque las ventas han ido bien. Otros levantan la mano tratando de tranquilizar: “Las ventas son ruido de fondo. El arte también es un activo refugio. No nos preocupa tanto”. Algunos se muestran optimistas y esperanzados: “Quizá todo vaya bien dentro de seis meses”.
Uno tiene la percepción de que muchas galerías que exponen en la feria italiana que quiere darse a sí misma la pátina más internacional han dejado de pensar en sí mismas como parte de un mercado global, quizá con la inconsciente o quizá sólo resignada convicción de que es demasiado tarde para aprender a nadar.
Y sin embargo, el mismo hecho de que muchos vivan con alivio el no estar vinculados a Estados Unidos habla de la marginalidad de Italia en el mercado global del arte contemporáneo, habla de miedo, de desinterés, de renuncia, y sobre todo pone de manifiesto la idea de un país que, a pesar de ser uno de los principales exportadores mundiales de su excelencia, lucha con el arte, a pesar de tener las credenciales para hacerlo.
“Al final, el arte es bonito, pero para muchos todo depende de lo que valga”, dice un galerista mientras concluimos el recorrido. “Y el impuesto es un gasto extra”. Casi suena a confesión.
Mientras las bolsas internacionales se tambalean y los grandes operadores estadounidenses empiezan a recalibrar las importaciones, muchas galerías italianas aún no han abierto un debate interno serio sobre el tema. Implicadas en la batalla por la reducción del IVA, hablan de tiempos inciertos, y sobre los aranceles parecen no haber elaborado aún una visión. Hay que decir, sin embargo, que el sistema italiano, entre regulaciones opacas, burocracias desincentivadoras y un apoyo institucional casi ausente, no tiene mucho que ofrecer en cuanto a herramientas o incentivos reales para enfrentarse a un panorama global cada vez más selectivo. En este contexto, incluso las realidades más virtuosas avanzan a trompicones, mientras las demás se resignan.
Por último, hay una amarga conclusión, que concierne al reconocimiento exterior de los artistas italianos y que se filtra de las palabras de Ciro Tonelli, de la Galería Tonelli de Milán. "Por lo que respecta a la exportación de obras de artistas predominantemente italianos, los que constituyen el núcleo de nuestro trabajo, es inevitable admitir que la introducción de derechos acabará limitando aún más su circulación. Un daño discreto pero profundo, que no hará ruido, pero que se dejará sentir mucho’. Hay quienes, finalmente, nos desafían. El último galerista al que escuchamos nos dice: ’Si han encontrado una solución, dígannoslo. Seguimos buscándola’. ¿Y si no se encuentra la solución? ¿Se hundirá con estilo, entre risas y brindis? ¿O se encontrarán botes salvavidas?
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